Hanahaki: condición ficticia en la cual el enfermo vomita y tose pétalos de flores por un amor no correspondido.
Todos conocían la historia de amor de Stan Marsh y Wendy Testaburger. Se conocieron cuando eran apenas unos niños y Stan supo desde el momento que la vio que estaba enamorado de ella. Sin embargo, la primera vez que aunó el valor para hablar con ella sobre lo que sentía, acabó vomitando justo a sus pies.
Todos fueron testigos de cómo, claramente, entre la bilis se acumulaba una inmensa cantidad de pétalos rojos.
Hanahaki, le dijeron al revisar su estado en el médico. Era demasiado pequeño para entender la enfermedad en totalidad, pero logró comprender que aquellos pétalos que alguna vez se habían escapado de su boca al toser eran debidos a Wendy.
Y no sería la última vez que aquel extraño suceso le ocurriera. Quien haya conocido a Stan lo suficiente sabe que su extraña y tortuosa relación con ella le había llevado a muchos episodios de tos vómica, algunos de ellos tan violentos que le habían llevado a un estado crítico, al punto de llegar a temer por su vida incluso.
Sea como fuere entonces, el día de hoy era ese en el que volvíamos a reunirnos todos para algo que teníamos claro que iba a pasar, tarde o temprano: su tan ansiada boda.
Al fin.
Los días de su sufrimiento por el amor no correspondido habían acabado y su enfermedad, tan difícil de entender como de erradicar, ahora sólo sería una de esas bonitas historias de amor que podría contar a sus hijos cuando preguntaran cómo conoció a su madre.
Solté un hondo suspiro desde lo más profundo de mis pulmones y abrí los ojos. Toqué tímidamente la puerta con los nudillos; pero, tal y como pensaba, no me escucharon con la que estaban montando, así que abrí la puerta cautelosamente y me asomé por la rendija.
— ¡Hey! ¡Hola a todos!
— ¡Pero a ver, pedazo de cafre, ¿quieres dejar de joderte la corbata de una santísima vez!?
— ¡Dios, Kyle, déjame en paz, joder, puto pesado que eres!
—Ya te dije que no tenías que dejar que el judío se encargara de todo que se le sube muy rápido a la cabeza el poder.
—Tú a cerrar el pico, gordo asqueroso. ¡Stan!
Sí, era todo justo como recordaba en su infancia y adolescencia... Para bien o para mal. Aunque él había tenido que irse de la ciudad para poder estudiar una carrera, sentir que seguía todo igual le tranquilizaba.
Claro está que aquella manera tan soez de tratarse los unos a los otros no podía considerarlo algo bueno ni aún ahora.
—Hey, chicos, ehm —entró en la habitación, pensando que, si no lo hacía, no se percatarían de su presencia nunca—… ¡Soy yo, Butters!
Los tres se giraron a la vez, cada uno en su propio cometido: Stan parecía estar batallando con un mal hecho nudo demasiado apretado en su corbata; Kyle, tras él, sostenía un par de corbatas más en distintos tonos de rojo y parecía al borde de un ataque de nervios; Eric, cómo no, estaba despatarrado en el asiento devorando una bolsa de patatas fritas, probablemente haciendo poco más que sacar aún más de quicio a Kyle con sus comentarios mordaces.
— ¡Uhhhhhh pero si es nuestro querido recadero oficial! —dijo Eric con sorna, a lo que yo respondí con un corto "Sí, eso, hola, Eric...". Ya estaba más que acostumbrado a su... persona.
— ¡Llegas tarde! —básicamente chilló Kyle, levantando las manos aire— ¡Como todos!
—Joder Kyle, relaja la puta raja ya —gruñó Stan antes de acercarse a mí. Ahora que le tenía más cerca pude ver que tenía unas ojeras enormes y oscuras como pocas. Pobrecito—. Ayúdame tú a quitarme este nudo, anda.
—Lo siento, de verdad, tuve bastantes problemas con el autobús —me excusé mientras trataba de desenmarañar la monstruosidad que de algún modo Stan había conseguido liar en su corbata—. Pero ya estoy disponible para lo que me necesitéis, de veras.
—Tráeme unos nachos, extra de picante —inmediatamente saltó Eric, chascando los dedos—. ¡Y rapidito!
— ¡Pero que te he dicho que te calles ya, gordo de mierda!
— ¡No pienso callarme porque me lo ordene un judío! ―chilló, antes de mirar a un lado, pensativo, con los dedos sujetando su barbilla— Aunque, tal vez, si me traes unos nachos...
—A ti no te traería ni agua en el lecho de muerte, Cartman —resopló con todo el desdén y asco que su voz le permitió.
Stan fue esta vez el que suspiró desde lo más hondo. No dije nada, en parte porque tenía como un setenta y cinco por ciento de mis capacidades cerebrales puestas en deshacer ese nudo del averno, en parte porque creo que lo que menos necesitaba Stan era otra discusión. Mordiendo suavemente mi labio, empecé a tirar de la tela hasta que llegué al recoveco conflictivo y pude como mínimo aflojársela. Stan respiró aliviado y se la sacó y la hubiera voleado de no ser porque yo la tenía sujeta en la mano aún.
—A la mierda la puta corbata —gruñó antes de empezar a desabrocharse la camisa desde el cuello—. Gracias, Butters
—No hay de qué, Stan —dije, negando con la cabeza, con una sonrisa tranquilizadora.
— ¡Vamos Kyle! ¡Era una broma, no sabes tomarte una simple y pequeñita broma! —como era de esperar, Eric seguía a lo suyo.
—Mira, Cartman, que me dejes en paz de una vez —se alejó de la silla, como obviando su completa existencia y fue directo a mí—. Ahora, Butters, ¿puedes hacer el favor de ayudarme a hacer entender al zopenco de Stan que tenemos que hacer la prueba de vestuario?
— ¡Kyle, joder, a ver si te entra ya en tu dura mollera, que sólo llevo traje y corbata! ¡No soy yo el que lleva el puto vestido, que no lo captas!
—¿Y si te queda mal la maldita corbata que es una de las partes claves del conjunto, eh? ¿Es que te da igual arruinar la boda?
— ¡Si la boda se arruina por la corbata que llevo entonces déjame decirte que está destinada al fracaso!
—Ahí lleva razón —murmuré al escuchar eso. La mirada de desprecio que me llevé de Kyle me quitó las ganas de comentar nada más.
—De verdad que sois todos unos... —chistó y dejó la frase sin terminar, haciendo un gesto airado con las manos.
—Judíos seguro que no —se rio Eric entre dientes.
—Cartman, ahórrate las bromas de mierda que sólo te hacen reír a ti —le increpó Stan.
—Eh, bueno, pensándolo bien —titubeé mientras jugueteaba nervioso con el nudo de la corbata—, creo que Kyle puede que lleve razón —el aludido se giró de golpe y me señaló con los ojos abiertos, mirando a Stan—. Quiero decir, si estuviera algo mal en el traje está claro que el día de la boda sería demasiado tarde para arreglarlo así que...
— ¿Y por qué iba a estar algo mal en el traje si me lo probé en la tienda? ¿Sabes el pastizal que costó? Como para que encima venga a joderme.
—A lo mejor has engordado —dijo Eric entre sonidos de patatas siendo devoradas sin piedad—. Es una posibilidad.
—Piensa que a lo mejor en el viaje aquí el traje puede haberse descosido por algún lado, o tal vez le falte algún botón... —añadí yo rápidamente, pensando en alguna situación que otra que había visto en bodas de series de televisión o películas—. No has pagado tanto para que el día de la verdad esté roto, ¿no crees?
—O a lo mejor en este tipo de luz el color de tu camisa y el de tu corbata no combinan —replicó el pelirrojo con desdén.
— ¿Tengo cara de que me importe si combinan o no? —se señaló la cara. Definitivamente, su rostro hablaba por él.
—Bueno, a ti no, de acuerdo. Pero ¿y si a Wendy sí que le importa? —me levantó una ceja y yo me encogí de hombros— Ya sabes cómo son las chicas...
— ¡Y Kyle vagina arenosa!
— ... No creo que quieras que Wendy recuerde el día como "ese en el que ver la corbata de Stan me hizo replantearme el 'sí, quiero'" o algo —continué obviando a Eric, como los otros dos.
—O sea, que pensáis que Wendy aún puede decirme que no, ¿verdad? —rezongó Stan—¿Por eso tanta mierda con la ropa, porque si no me dejará plantado en el altar?
— ¡No, no, no, no! —corregí lo más rápido que pude al darme cuenta de lo mucho que la había liado— No es eso, es que… Esto…
—Stan, mira, Wendy ha tenido todas las oportunidades del mundo y más para dejarte y no lo ha hecho así que no lo va a hacer ahora que vais a casaros al fin —Kyle zanjó la cuestión, apuntándole con el dedo—. Pero sí que puede pasar el resto de su vida enseñando el álbum de fotos de la boda a la gente para echarse unas risas porque ibas hecho un absoluto desastre. Así que mueve tu culo aquí y déjame probar ahora cómo queda la corbata granate con esa chaqueta. Y el nudo te lo hago yo esta vez.
—Mira tú no te acercas a mi cuello hasta que te tranquilices, ¿eh? —el del pelo negro reculó un poco, temeroso de volver a pasar por la experiencia de perder la respiración porque su amigo tiró demasiado del nudo al hacerlo.
— ¡Pues que lo haga Butters! Anda, toma, dame la burdeos y ten la granate —intercambió la corbata que había en mi mano con la que tenía él en su derecha.
Un poco a regañadientes aún, Stan levantó la mandíbula y me dejó pasarle la cinta por el cuello. No es que fuera un experto en aquello, así que hice un nudo simple (teniendo extremo cuidado con no molestarle) y me eché a un lado para que Kyle pudiera juzgar.
—Bueno, ¿qué, pesado, qué te parece? ¿Eh?
— ¡Una mierda! —gritó Eric, aunque no podía verla desde donde estaba sentado, así que era un poco extraño que opinara, la verdad.
—Eh, no sé... Tal vez demasiado grande... Y el granate no combina bien con ese tono de azul... Y definitivamente pide un nudo Windsor...
—Dios, no vamos a acabar nunca... —rezongó Stan, derrotado, mientras se deshacía el nudo de esa corbata. Le di un par de golpecitos condescendientes en el hombro.
—Menos quejas y más probarte la siguiente —me pasó otra y cogió la que Stan iba a dejar caer al suelo con cara poco amigable.
—Pero si son iguales, Kyle. Iguales. Idénticas.
—Oh no, son modelos distintos de largo y ancho y son de cuatro colores totalmente distintos, así que es totalmente necesario probarlas todas porque no son iguales.
—Mira, lo de que son distintas lo puedo pillar, pero estoy casi totalmente seguro que te estás inventando los colores esos para dar por culo. O sea —cogió las cuatro corbatas en sus dos manos y entrecerró los ojos para luego abrirlos de nuevo—, atrévete a decirme que son distintos colores. Atrévete, vamos.
—Es que lo son. Mira, esta es la granate, la de antes es la burdeos, esta otra es rojo oscuro y la que le he dado a Butters tiene un subtono naranja.
—Y una polla como una olla, Kyle.
—Había escuchado antaño las muchas historias sobre los místicos poderes para poder ver nuevos colores que se les otorgaban a aquellos nacidos con vagina, pero jamás había tenido la suerte de comprobarlo con mis propios ojos... —narró con voz solemne Eric desde atrás.
Solté una carcajada con aquel comentario tan aleatorio, pero -todo sea dicho- bien llevado de Cartman y Kyle chascó la lengua mientras Stan ponía los ojos en blanco.
—Mirad, de verdad, lo veáis o no son colores diferentes. Así que termina ya con esto de las corbatas lo antes posible para que podamos jugar al Call of Duty, porque tengo unas ganas horribles de matar a alguien —entonces me miró a mí—. Y creía que habíamos acordado en hacer como si Cartman no existiera, Butters.
—Lo siento, es que me ha pillado con la guardia baja...
— ¡Eh, Kyle, que te guste o no sigo aquí!
—Pues entonces ¡haz algo de una puñetera vez, gordo de mierda, que desde que has llegado sólo has llenado el suelo de chispas de tus asquerosas patatas fritas!
— ¡Ya voy, ya voy! —levantó las manos y se levantó seguidamente del asiento, la bolsa ya apenas una bola arrugada— Iré poniendo la Play, qué remedio...
—Como toques la consola con tus sucias manos llenas de grasa te voy a meter el puto mando por el culo, Cartman —le avisó Kyle, apuntándole con un dedo acusador y una de esas miradas que matan.
— ¡Eso, guarro de mierda, ve a lavarte las manos! —coincidió Stan, mientras me dejaba ponerle la siguiente corbata.
— ¡Que sí, que sí! Si a eso iba, justamente —claramente, la idea de lavarse las manos ni siquiera se le había pasado por la cabeza. Eric no mentía nada bien. De camino al baño que había en el pasillo, se le escuchó suspirar con dramatismo— ¡Hay que ver! Desde que se casó conmigo dejó de ser el chico detallista que me sorprendía con flores en la puerta... Ahora sólo reniega y rechista y me da órdenes por todo. ¡Eric esto, Eric lo otro! Si sigues así me vas a perder, Kyle. ¡Me vas a perder!
—Ojalá tanta suerte... —gruñó en respuesta.
—Vamos, admite al menos que sin Eric todo sería mucho menos divertido —traté de aliviar un poco el ambiente con una sonrisilla.
— ¿Divertido? —dijeron ambos al unísono, los ojos abiertos como platos.
Sí, tal vez no fuera la mejor elección de palabras...
—Quiero decir, ehm, sé que Eric no es... Especialmente...
—No intentes excusarle, Butters, que es inútil.
—Eso. Joder, cómo se nota que te fuiste y no tienes que aguantarle día sí y día también.
—Ta-tal vez llevéis razón, s-sí... —tartamudeé de la forma más estúpida al decir aquello, dando los últimos toques al nudo de la corbata. Cielos, apenas acababa de llegar y ya la había cagado como cuatro veces. ¡Tenías que ser tú, Butters! ¿Cómo no?
—Quítale eso, queda horrible —gruñó Kyle, dándose la vuelta—. De verdad, primera y última vez que dejo a Kenny elegir algo.
—S-sí, claro, ahora mismo... —sólo me faltó decir "señor".
Mientras deshacía con manos temblorosas lo hecho se hizo el silencio. Un pesado y ominoso silencio muy contrario a lo que me bullía ahora mismo en la cabeza. Dios, ¿cómo podía ser así de idiota? Tragué saliva mientras tiraba de la corbata y cogía la última por probar.
Vamos, Butters, romper el hielo es algo normal, tú puedes hacerlo.
—Y, uhm, esto... —mal empezamos—, hablando de Kenny, ¿dónde está?
—Yo que sé, le mandé hace rato a hacer algo y no ha vuelto todavía —respondió Stan con desgana.
—Con lo que tarda, empiezo a pensar que se ha muerto de camino de vuelta a la habitación o algo —bromeó Kyle. El nudo de mi estómago no fue nada gracioso, la verdad.
—Entonces seguro que llega de un momento a otro y nos echa una mano con esto —traté de concentrarme en hacer el que, con suerte, sería el último nudo de corbata.
Justo cuando iba a dar la primera vuelta, la puerta de la habitación se abrió y solté las manos para girarme y poder mirar quién llegaba, ilusionado.
— ¡Ea, mirad! ¡Limpias como una patena! —gritó Eric, sus manos en alto— ¿Es suficiente limpieza para Sus Supremas Majestades?
—Contigo nunca es suficiente limpieza —le contestó Kyle, cruzándose de brazos—. Ahora ponte a montar la Play Station de una vez.
—Que sí, que sí, si a eso iba... —se acercó al chico pelirrojo y le mandó las manos a la cara— Pero antes comprueba lo bien que me huelen las manos ahora, Kyle.
— ¡Ah, joder, Cartman! —le apartó las manos con las suyas mientras se echaba hacia atrás para evitar mayor contacto— ¡No me toques!
— ¡Pero si huelen a jabón! ¡Y del caro! ¡Así debe oler el culo de Token!
— ¡Que me da igual, fuera! —pegando manotazos a diestro y siniestro, chilló— ¡Fuera!
—Vaaaale, vaaaale, no hace falta que me hagas daño —fingiendo estar dolido, Eric se alejó finalmente de Kyle y fue hasta la esquina de la habitación donde se acumulaban las cosas que aún estaban por desempacar y empezó a rebuscar en busca del aparato—. Plaaaaaay, asoma tu cabecita que te veeeeaaa~…
Negando con la cabeza, volví a coger los dos extremos de la corbata y volví a mi tarea de anudarla mientras Stan y Kyle le daban instrucciones a Eric (un tanto vagas, siendo sinceros) para encontrar la consola. Cuando terminé, la apañé nervioso y apreté los labios, mirando un punto en concreto y a la vez a la nada. Era extraño. Sentía algo en mi estómago que sólo podría describir como un vacío. De verdad que era un idiota de libro por darle tantas vueltas a algo así, pero es que no podía evitarlo. Respiré hondo un par de veces con los ojos cerrados y apreté un poco más el nudo.
—Ya está, Stan. La última corbata. ¿Cómo te ves?
—Ah, sí, claro Butters —me miró y luego a su corbata—. No sé, ¿igual? No soy capaz de diferenciarlas, ya sabes. Así que si el-señor-que-sí-puede tiene cinco segundos para decir qué le parece a él...
—Cartman, joder, a tu puta derecha no a la mía —estaba diciendo el susodicho cuando la mirada de reproche de Stan le llamó la atención—. Hm, definitivamente creo que esa es la que mejor queda, ¿no, Butters?
—Sí, sí, supongo que sí —murmuré, distraído.
—Como que eso no suena a que estés convencido.
—No, no. Lo estoy de verdad, es sólo que...
—Que hay que comparar de nuevo entre esa y la primera —Kyle terminó por mí algo que claramente no quería decir—. Venga, quítatela y ponte esta de nuevo.
— ¿Cómo dices? Es coña, ¿no?
—Menos quejas y más hacer lo que te digo, Stan —movió la corbata a los lados—. Venga, vamos, que no tenemos todo el día.
—No, no, no, no, no. ¡No! —negó reiteradamente, moviendo las manos en cruz con energía— ¡Rehúso! Hasta aquí hemos llegado. ¡No más corbatas o voy a explotar!
—Kyle, es normal, creo que es suficiente...
— ¡Dios, es sólo una, una mísera corbata más! ¡No te pido tanto, Stan!
—Estoy hasta los huevos, Kyle, que no te enteras. ¡Hasta los mismísimos huevos!
— ¡AJÁ, CON QUE AHÍ ESTABAS, HIJA PUTA! —se escuchó de repente a Eric, que tiraba de la consola negra con ahínco— ¡VEN AQUÍ!
Y tal y como me lo esperaba, de alguna extraña manera, su voz fue inmediatamente seguida por el característico sonido de algo rompiéndose. Cerré los ojos y solté un largo suspiro antes de taparme sutilmente las orejas para no perder la audición con el grito de Kyle que estaba por llegar.
— ¡¿CARTMAN, QUÉ COÑO…?!
Ese, justo ese.
— ¡Cartman, joder, que te has cargado mi jodida foto de familia!
— ¡No es mi puta culpa, ¿vale?! ¡Esta mierda se enganchó con los cables!
— ¡Claro que es tu culpa, pedazo de inútil! ¡Acéptalo al menos!
— ¡Que no! ¡La culpa ha sido de los cables! ¡Y de Stan por ponerlo ahí!
— ¡Lo que faltaba, que encima me culpes a mí! —soltó un grito de furia, tirándose del pelo— ¡En serio, me tenéis todos hasta los mismísimos cojones!
— ¡Oye! ¡No te atrevas a meterme en el mismo saco que Cartman!
— ¡Tú el primero!
—Chicos, venga, calmaos un poco, no vais a solucionar nada así... —intente mediar como buenamente pude.
— ¡Es que no hay nada que solucionar a menos que me tire por esa ventana o algo y acabe con todo!
— ¡No digas eso, Stan! —negué enérgicamente con la cabeza y le intenté calmar frotando mis manos contra sus brazos mientras él se apretaba con fuerza el puente de la nariz con los dedos— Venga, luego iré a comprar un marco de fotos nuevo, será como si no hubiera pasado nada...
— ¡Ah, claro, cómo no, Butters protegiendo el culo de Cartman!
— N-no le estoy protegiendo... —me giré para encarar a Kyle, nervioso.
— ¡Eso, no me está protegiendo porque no hay nada que proteger!
—Él lo ha roto, él lo paga, tan simple como eso. ¡Pero no, tienes que hacerlo tú!
—Pensé que era buena idea si daba una solución...
— ¡Cartman no va a dejar nunca de ser un cabrón si andamos solucionando continuamente las mierdas que hace!
— ¡Eh! ¡Que sigo aquí, joder!
— ¡Para mi eterna desgracia!
—Kyle, basta ya, te estás pasando de la raya.
— ¡Y otra vez lo hace! ¡Dios, ¿es que no aprendes?!
— ¡No lo hago por Eric, lo hago por Stan!
— ¿Ni siquiera tú me defiendes, Butters? ¡Y yo que pensaba que éramos amigos!
— ¡Y lo somos! ¡Todos! ¡Pero hoy de-!
— ¡Yo no soy su amigo!
— ¡Ni que yo quisiera ser amigo de un sucio judío acusica!
Y obviamente esos dos empezaron a discutir y aunque intentaba por todos los medios parar la pelea, pensando que le estábamos arruinando el día a Stan, Kyle estaba demasiado obcecado en llevar la razón (como siempre) y Eric simplemente era incapaz de ver más allá de sí mismo (como siempre). Estaba en medio de ambos y Stan sentado en la cama, con ambas manos en la frente, golpeándose con los nudillos, cuando un sonido nos hizo girar la cabeza a los cuatro a la vez.
— ¡Y aquí llega el héroe a salvar el día con las provisiones! ¡Woo-hoooo!
Sentí perfectamente cómo a mi corazón se le escapó un latido, paró en seco y luego volvió a hacerlo totalmente desbocado. Estaba ahí. Tras estos largos dos años, estaba ahí, ahí al fin, tan larguilucho y desgarbado como le recordaba, llevando una botella en una mano y una sonrisa que apenas le cabía en su cara, tan cubierta de pecas y manchas, tan perfectamente imperfecta, siempre enmarcada por aquella rubia melena leonina tan indómita como él y su risa, esa que se le estaba escapando de sus dientes irregulares como un pájaro de su jaula.
Se me emborronó la imagen y sentí que se me resbalaba algo húmedo por la mejilla. Estaba tan feliz que sentía que iba a explotar. Y sólo con verle. ¿Cómo podía ser tan sumamente idiota? Me tapé la boca con la mano para evitar que mi respiración agitada pudiera escucharse.
¿Dónde había dejado mi inhalador?
— ¡Kenny! Al fin te dignas a... Oh, joder, sí —Stan apartó bruscamente a todos los que encontró en su camino y cogió la botella de J&B de las manos del rubio y la empinó, sin miramientos, dando un largo trago antes de bajarla y soltar un tremendo suspiro.
— ¿Doy por hecho entonces que ha ayudado?
— ¡Tú! —le señaló Stan con el dedo—. Tú sí que entiendes lo que necesito. Tú eres el mejor, Kenny. Sigue así y serás el padrino en vez de este puñado de inútiles.
Y mientras Kyle se quejaba, Kenny empezó a celebrar su pequeña victoria con un bailoteo estúpido que me resultó tan sumamente adorable que solté una pequeña carcajada ahogada en una pequeña tos. Sus ojos azules se levantaron rápidamente y se cruzaron con los míos y-…
Dios.
Cómo explico lo que era verle ensanchar su ya enorme sonrisa para mí, cómo explico ver ese brillo tan especial en sus ojos por mí, cómo explico el tono de voz que usó para pronunciar mi nombre, cómo explico lo que se formó dentro de mí cuando le vi recorrer la habitación en un suspiro y abrazarme, tan fuerte que creía que me iba a romper (y ojalá lo hiciera) y levantarme del suelo para darme vueltas mientras no dejaba un segundo de reír, feliz de verme.
Cómo explico lo loco que latía mi corazón, lo mucho que me costaba respirar, lo que me dolían las mejillas de sonreír, lo fuerte que le apreté contra mí en el abrazo, lo que sentí al pronunciar su nombre.
Cómo explicar a Kenny McCormick y lo que me hacía sentir sin decir aquella cruel y hermosa palabra.
— ¡Butters, joder! —tengo que encontrar el inhalador— ¡Estás aquí!
— ¡Por fin! —dije, con una sonrisa nerviosa y una voz alegre.
—Por fin —repitió, mirándome a los ojos, directamente, como si nada—. Ahhhh, dios, te he echado mucho de menos...
—No tanto como yo a ti —afirmé, en un tono suave que en nada demostraba la verdad absoluta de aquellas palabras—. Me... me alegro mucho de verte bien, Kenny.
—Dijiste que me cuidara y eso hice —ladeó la cabeza. El orgullo propio que desprendían sus palabras no debía ser legal, era simplemente demasiado adorable—. Lo hice bien, ¿no?
—Demasiado —murmuré mientras le acunaba la mandíbula en la mano, rozando los mechones de pelo bajo sus orejas con delicadeza—. Si sigues así no vas a necesitarme más.
—Siempre voy a necesitarte, Leopold —dijo, su voz seria, su sonrisa traviesa, su mirada dulce—. Soy un completo desastre sin ti.
No le respondí, no podía. Sólo le sonreí un poco más, a pesar del dolor, y me quedé mirándole.
Un rato más, sólo un rato más.
—Eh, si vais a poneros a hacer mariconadas os vais a vuestra habitación a hacerlas, que esto no es una porno gay.
Bajé la mirada y las manos rápidamente mientras Kenny chascaba la lengua, molesto.
—Cartman, que te den, en serio. No estábamos haciendo mariconadas.
—Ni istibimis hiciendi miricinidis —repitió con sorna—. Pero si por poco le comes la boca, no me jodas.
—Dios, no, no iba a comerle la boca a mi mejor amigo, ¿por qué haría algo así?
Apreté los puños y me los acerqué al pecho, apretando los labios.
—Kenny, en serio, es igual... —musité tan bajo que no sé si llegó a escucharme siquiera.
—No sé, a mí no me preguntes, yo no voy por ahí intercambiando miraditas ni haciendo manitas con Kyle.
— ¿Qué? ¿Qué mierda estás diciendo de mí?
—Oh, te estás cavando tu propia tumba, Cartman...
—Ven aquí, Kyle, que quiero que tengamos nosotros también un apasionado reencuentro.
— ¡Pero que no me toques! ¡AGH! ¡CARTMAN! ¡NO! ¡FUERA!
— ¡Vamos Kyle, mi muy mejor amigo, bésame truhan!
— ¡STAN! ¡STAN AYUDA, STAN!
—En serio, Cartman, no tiene gracia, no somos gays —le vi girarse hacia mí de nuevo—. Ey, Butters, no le hagas caso; ya sabes cómo es, sólo le gusta joder.
Yo simplemente negué con la cabeza y me encogí de hombros. Extrañamente, por una vez Eric no había sido el que había dicho algo tan sumamente hiriente.
—No te preocupes, ha sido mi culpa —me llevé una mano a la nuca y suspiré un poco antes de sonreír como pude. Eso sí, cerré los ojos porque era tan cobarde que no podía mirar los suyos ahora—. Me excedí un poco con la confianza, ya está.
—Pero...
—Lleva razón —admití, frotando mis brazos con las manos y desviando la mirada tan pronto como pude—. Ha sido un poco gay todo.
— ¡No! Venga, vamos, eso no es cierto. ¿Verdad?
—Nah, Butters lleva razón. Parecíais una pareja —contestó Stan primero, dando el primer golpe.
—Ya sabes lo muchísimo que odio darle la razón a Cartman, pero era hasta vomitivo —le siguió Kyle con la segunda estocada.
— ¡Oh, tíos, venga ya!
—Cuatro a uno —se regocijó Eric. Su voz parecía estar aún más llena de soberbia de lo normal. Debía ser porque hasta Kyle le dio la razón—. Admítelo ya, has cambiado los chochos por la minipicha de Butters.
—Mira, que te den, culo gordo, pero que te den bien —soltó un resoplido molesto y se cruzó de brazos, hundiendo hasta la nariz en el hueco del cuello de su sudadera.
Solté una risilla que espero que no les sonara tan falsa como me resultó a mí y me hice a un lado, sentándome en una de las sillas que había en la habitación, rebuscando en mis bolsillos. Saqué finalmente el móvil y lo miré, distraídamente, para no levantar sospechas. Ni rastro del inhalador. Debía haberlo dejado en mi chaquetón, que ahora estaría encima de mi maleta en una habitación que quedaba demasiado lejos para sólo ausentarme cinco segundos para ir al baño. Oh, rayos, oh, rayos... Cogí rápidamente el pañuelo que siempre llevaba en el bolsillo y tosí un par de veces. Tragué saliva y respiré profundo diez veces, como me dijeron que hiciera, y al número once o doce empecé a sentir que recuperaba al fin el control de mi respiración. Entonces, ya algo más tranquilo, comprobé el pañuelo sutilmente, relajándome un poco al ver que estaba relativamente limpio exceptuando las manchitas de azul. Fue entonces cuando me di cuenta de que Stan me estaba mirando fijamente, serio, con la botella pegada aún a sus labios. Puse una sonrisa nerviosa y me guardé el pañuelo, encogiéndome de hombros.
— ¡Época de resfriados tontos!
—Ya, claro —simplemente murmuró, sin creerme. Se giró hacia Kenny—. Hey, ¿no te dije que trajeras la bebida? Que te agradezco el J&B pero Butters parece querer echar un trago también.
—Ah, sí, claro. Dejé el resto en la puerta, voy a cogerlo —volvió en un instante con una caja de plástico llena de botellas de distintos tipos—. ¡Ea! ¡Sírvase usted mismo en el bar McCormick! Hay ron, vodka, un par de latas de Coca-Cola para los más cobardicas y cervezas y pis de gato en lata. Había whisky, pero ya se lo está trincando el señor novio. Diré que era mi regalo de bodas...
—Oh, qué detalle por tu parte, hacer un regalo siendo pobre como las ratas... —comentó Eric con voz socarrona, cogiendo una de las latas de Coca-Cola.
—Muy inteligente por tu parte traer las botellas y no traer vasos, ¿no? —apuntó Kyle, de brazos cruzados.
—Pues bebe a saco como Stan —le contestó bastante seco antes de poner la caja a mi altura—. Venga, Butters, coge lo que quieras.
—Eh —titubeé, mirando todas las opciones sin demasiados ánimos—. No sé, el alcohol no me agrada demasiado...
—No tiene que hacerlo —Kenny ladeó la cabeza, extrañado. Ugh, era adorable cuando hacía eso: parecía un perrito confuso por algún sonido—. De todas formas, puedes empezar con un ron cola poco cargado, eso apenas sabe a nada.
—Ajam, claro, ¿y en qué vaso piensas mezclarlo, genio? —volvió a apuntar Kyle.
—Ah, es igual yo —cogí una de las latas de cerveza—, prefiero una de es-
—Ehhhh, no, esa mierda no —me alejó la caja antes de que pudiera levantarla, antes de añadir en voz baja—. Cuando digo pis de gato lo digo por algo. Esas las reservo para Cartman. Y, bueno, tal vez para cuando yo esté muy pedo...
—Oh, entiendo —le miré un poco confuso antes de señalar un botellín y alzar la ceja. Él asintió conforme y lo cogí—. Gracias, Ken.
—De nada. Oh, y coge otro para mí, por favor. Me gusta empezar desde lo básico. No todos tenemos el hígado de Stan, aquí presente.
Cogí otro con la mano libre y él dejó la caja encima de la mesa. Kyle se acercó y miró todo con cara de poco ánimo y Kenny cogió una de las latas de "pis de gato" y se la tiró para que la cogiera, con una sonrisa de pillo que era tan suya como su nombre. Luego se acercó de nuevo a mí y se sacó del bolsillo del vaquero un abrebotellas. Yo le tendí su botella y él la sujetó por el cuello para abrirla.
—Hey, Leo —musitó, sin mirarme—. Si quieres luego podemos dar una vuelta y ponernos al día y eso.
—No tengo una vida tan interesante como para poder ponerte al día de ella —le contesté, mirando sus manos coger la chapa habilidosamente.
—Tienes suerte —aseguró con una mezcla de acritud y pura socarronería. Le tendí la otra botella y vi cómo sus dedos rozaron los míos para apartarse de pronto y poder coger la botella por otro sitio para abrirla, evitando el contacto directo. Cogí la mía entre las dos manos y jugueteé con la etiqueta, tratando de no darle demasiadas vueltas a ese gesto y su significado. Me pilló totalmente de improvisto cuando me revolvió el pelo con la mano, dedicándome una sonrisa tranquila—. Te veré luego, entonces.
Le sonreí levemente antes de que se dirigiera a la cama y se echara en ella sin miramiento alguno. Empezaba a dudar eso de querer estar a solas con él. Y no sabía si era por mí o por él o por el resto. Sólo sabía que quería a mi mejor amigo de vuelta y a la vez temía acercarme a él porque sentía cosas que no debía y mi cuerpo pedía cosas que no podía tener. Y mi mejor amigo... bueno, él era demasiado tontaina para darse cuenta de qué estaba sucediendo realmente, pero evitaba acercarse demasiado a mí para no dar a entender a los demás cosas que no fueran ciertas.
Y le entiendo, de verdad lo hago: comprendo que lo hace también por mí, por no hacerme sentir incómodo. Pero cómo duele algo tan tonto, cómo me hace volverme pequeño, insignificante y prescindible.
¿Por qué me empeño tanto en conseguir algo que jamás podré tener?
¿Por qué la vida es tan cruel de darme lo que más quiero, pero a la vez lo mantiene justo donde las yemas de mis dedos no pueden ni rozarlo?
Sé que no tengo derecho a quejarme. Tengo más de lo que se merezco, tengo el mejor amigo que uno pudiera pedir. Pero yo soy tan, tan, tan egoísta que...
Rasgué la etiqueta de la botella.
... no me es suficiente. Sólo parte de Kenny no me es suficiente.
Hice una bolita con ella y la aplasté todo lo que pude, hincándome levemente las uñas en la carne.
Y me odio tanto por ello.
Suspiré profundo y le di un trago a la botella. Puse cara de desagrado inmediatamente: la cerveza estaba demasiado amarga y fuerte para mi gusto, pero supuestamente el sabor era lo de menos. La gracia era pillar el punto justo de borrachera en la cual olvidara por un poco todo. Y esperaba sinceramente que mi poca costumbre con el alcohol ayudara a que llegara lo antes posible, porque estaba empezando a respirar agitado otra vez. A lo mejor tenía que haber empezado como Stan, con la botella directamente.
Debía aprender de Stan, en general.
—Bueno, ¿no ibas a poner la Play, Cartman? —preguntó el susodicho, jugueteando con la botella entre las manos— Ahora que estamos todos unas partidillas serían la hostia.
—Eso, gordo, no te salvas desviando la atención de terminar lo que has dicho que ibas a hacer —Kyle le pateó en la espalda, dándole un sorbo a su lata.
— ¡Eh! ¡Esas maneras! —se acarició la zona donde había recibido el golpe y se puso a gruñir en voz baja mientras iba conectando los cables al televisor.
— ¡Wooo-hooo, Play time! —bromeó Kenny, cruzándose las piernas— ¡Yo quiero jugar al Soul Calibur!
—Nada de Soul Calibur, hemos acordado antes que el primero sería el Call of Duty.
—Bueno, lo habéis acordado sin mí —se señaló con una mano en el pecho, antes de señalarme a mí también—. Y sin Butters, eso seguro, porque fijo que él también concuerda conmigo.
—Eh, sinceramente me da igual, no me apetece demasiado jugar —contesté con desgana, sin mirarle.
— ¡Pero te apetecería si te echaras una partida conmigo, seguro!
—Kenny, he dicho que vamos a jugar al Call of Duty y al Call of Duty se va a jugar. Es mi maldita boda así que yo decido.
—Además, tú sólo quieres jugar al Soul Calibur para verle las tetas a Ivy —resopló Kyle y resoplé yo a la vez.
—Bueno, puede que sea por eso o puede que sea porque de verdad lo considere un juegazo multijugador—se encogió de hombros y, de verdad, qué mal mentía a veces—. Pero vale, el novio decide, lo respeto. Pero sigo pensando que sería más divertido.
—Calla ya, pobretón, y pásame los mandos que están en la bolsa —espetó Eric de malas maneras, señalando el sitio de donde había cogido la consola—. Las pajas con Ivy te las haces luego, ahora toca matar zombis nazis.
—Vale, vale, lo he pillado —levantó las manos en señal de derrota antes de echarse totalmente sobre el costado y mandar una mano a donde estaba aquella bolsa—, ya voy a coger los man- ¡AUCH!
Instintivamente, salté de la silla y grité su nombre. Fui a acercarme a él pero él levantó la mano, que estaba sangrando ligeramente, y puso una sonrisa tranquilizadora.
—Tranqui, Butters, no es nada, sólo me he cortado —se llevó el dedo herido a la boca, mirando el hueco—. ¿Por qué hay cristales rotos aquí?
—El idiota de Cartman, que se cargó mi foto de familia. Gracias de nuevo, caraculo.
— ¡Stan, los accidentes ocurren, supéralo!
—Bueno, ¿y a nadie se le ha ocurrido quitar al menos los cristales de aquí? Es puto peligroso —dijo mirándolos con los ojos algo perdidos, como si estuviera pensando en algo que pudiera haber pasado.
—E-es verdad, será mejor que los recoja... —escuché un gruñido de Kyle y me empequeñecí un poco— ¿Quieres que te traiga de paso una tirita, Kenny?
—Ah, bueno, lo agradecería, sí.
Me encaminé al cuarto de limpieza a coger la escoba y el recogedor y abrí allí el pequeño botiquín para coger una tirita antes de volver con todo. Entre los cuatro habían más o menos apartado lo que estaba alrededor para ayudar con la tarea, así que me dirigí a aquella esquina y barrí los cristales rotos bajo la mirada incriminatoria de Kyle, pegada a mi cuello. Luego me senté en la cama y saqué la tirita.
—Hm, ¿era esta la foto? —Kenny ladeó la cabeza, cogiendo con la otra mano la fotografía que habían dejado sobre la mesita de noche mientras me dejaba ponerle la tirita en el dedo magullado— Gracias, Leo.
—Sí, debe ser esa —le respondí, mordiéndome las ganas de cogerle la mano entre las mías y besar aquella pequeña herida— Y no ha sido nada.
—Eh, uhm, ¿Stan? —arqueó la ceja, mirando intensamente la imagen— ¿Quién es la chica a tu izquierda?
— ¿Huh? No sé, no recuerdo, ¿Shelly, supongo?
—Espera, espera, espera. A ver que yo me entere. Entonces —giró la foto y señaló con el dedo—, esta es Shelly.
— ¿Sí? Es nuestra foto de familia, se la iba a...
—Me estás diciendo que este pivón de aquí es Shelly. Tu hermana Shelly.
—Sí, es mi her-... Espera, ¿qué?
— ¿La misma Shelly de cara de eterna mala leche y sonrisa de aparato que nos hacía la vida imposible de pequeños? ¿Esa Shelly?
— ¡¿Qué otra Shelly va a ser?!
—Dios mío, Stan, ¿cuándo pensabas decirme que tu hermana está ahora buenísima?
— ¿Qué cojones...?
— ¡Stan! ¡Pensaba que éramos amigos! ¡¿Cómo puedes traicionarme así?!
— ¿Qué fumas, Kenny? Trae aquí eso —de un manotazo, coge la foto de su mano y la mira, con el ceño fruncido—... Mira, como me estés troleando te voy a...
— ¿Qué? ¡No!
Yo me moví un poco para poder ver la foto y juzgar con mis propios ojos, ya que esta vez sí que no era capaz de saber si era una broma pesada de Kenny o… algo. Pude reconocer inmediatamente a los padres de Stan y al propio Stan, con una sonrisa algo falsa, pero a la vez empeñado en que aquello saliera bien. Por descarte, la chica a su lado debía ser Shelly, entonces. Fruncí el ceño, entre consciente e inconscientemente. No iba a negar que había cambiado en el tiempo que había pasado sin verla. Lo que vendrían siendo más o menos cuatro años desde que, como yo, se fuera de South Park en pos de una carrera universitaria (decente). Pero sinceramente, no era para tanto. Sólo era... no sé… ¿más femenina, supongo? Tenía una cara linda, pero no me sorprendía. Stan es un chico de buen ver, no había duda, y su madre, Sharon, es una de señoras las más guapas del pueblo. La genética era bondadosa en su familia, por lo que no me sorprendía verla tras haber pasado por la terrible adolescencia y no reconocer en ella apenas nada a la chica que, siendo sinceros, comparaba con un trol por el miedo que llegaba a darme cuando se enfadaba. Pero, las cosas como son...
— No creo que sea para tanto, la verdad —murmuré, encogiéndome de hombros y mirando a otro lado, aún con el ceño fruncido.
... A lo mejor estaba siendo un poco parcial, siendo totalmente sinceros.
— ¿Butters? —levantó las manos, mirándome con los ojos abiertos, aunque fue poco porque aparté la mirada demasiado rápido— ¿Pero tú has mirado bien?
—Ya te he dicho, es guapa pero no es para tanto —me levanté de la cama, dándole la espalda. Más que un poco, era un mucho.
—En serio, Kenny, no tiene ni puta gracia que...
—No tiene que tenerla porque no es una broma —le robó la imagen de vuelta y recorrió la cama de rodillas para poder ponerla delante de Eric y Kyle, que estaban ya configurando la partida—. ¡Shelly Marsh, puntuación del 0 al 10!
Kyle miró la foto al principio con expresión de desgana, pero luego alzó las cejas todo lo que pudo, girándose de golpe para mirar a su mejor amigo.
— ¿Esa es Shelly?
— ... ¿Sí? —Stan se echó hacia atrás, a la defensiva, cuando el silbido de Cartman le hizo sobresaltarse.
— ¡Joder! ¡Menudo par de jamelgas! ¡Stan, coño, estas cosas se avisan!
— ¡Cartman, hostia, no seas desagradable! —Kyle le dio una colleja en el cuello... pero parece que volvió a mirar aquella parte en cuestión de la foto con algo más de interés.
— ¡¿A que sí?! ¡Vosotros sí que me entendéis! —qué agradable comentario, Ken, para nada me ha dolido— Hija de Sharon tenía que ser, con esas tetas que...
— ¡¿Tíos?! ¡Que es mi hermana, so mamones!
— ¡Una hermana que voy a tiraaaaaaaaaaaarme~!
Ahí definitivamente perdí algo. Sentí una punzada en el mismísimo corazón y me quedé quieto un segundo, mirando el suelo, antes de girarme bruscamente y soltar, atropelladamente:
— ¡¿No se supone que estabas con Tammy?!
— ¿Eh? —me miró extrañado, seguramente por mi tono de voz, antes de negar con la cabeza, quitándole importancia al asunto— Nah, cortamos hace un par de semanas. Soy un soltero... ¡No, soy el soltero de oro de esta ceremonia!
Apreté los labios, mirándole mientras discutía con Kyle, al parecer por ese título o algo por el estilo. Podía soportar que Kenny tuviera pareja, y más si era una persona que conocía y sabía qué clase de relación tenía con él. Podía aguantar verlos felices y cogidos de la mano, dedicándose miraditas y sonrisas, pensar incluso en la buena pareja que hacían, en el fondo.
Pero no esto. Esto era, de algún modo, peor.
Porque saber que iba a desmadrarse y a olvidarse hasta de su nombre con tal de conseguir un polvo rápido, que iba a beber como si no hubiera un mañana mientras buscaba liarse con toda chica que se prestara a ello y es que simplemente el hecho de pensar que saber que todas ellas tenían una oportunidad con la que yo ni podía soñar me... me...
Me clavé las uñas en el antebrazo.
Me clavé las uñas mientras le veía alardear frente a un malhumorado Stan cómo iba a tirarse a su hermana. Gráficamente. Con gestos incluso. Cómo iba a sobarle las tetas. Cómo iba a tirarla a la cama e iba a comerle el coño. Cómo iba a ponerla de rodillas para que se la chupara. Cómo la pondría luego a cuatro para follarla salvajemente desde detrás.
Y qué estúpido era, porque me temblaban las rodillas. Se me secaba la boca y se me humedecían los ojos.
Porque me sobraba imaginación para ponerme en ese lugar y verle hacer eso.
Quería ser Shelly. Quería ser alguna de las otras chicas con las que se liaría. Quería tener tetas y vagina y un cuerpo bonito y que me mirara y le ardieran las entrañas como me arden a mí. Quería entrar en su habitación por la noche y hacerlo, suave y salvaje, que susurrara mi nombre y me hiciera gritar el suyo. Quería despertar y verle como un amigo de nuevo, quería decirle que no iba a volver a verle más, quería enfadarme con él, quería que me odiara, quería quitarme esta obsesión idiota, quería irme de este sitio y volver a mi cama, quería desaparecer completamente. Todo con tal de no seguir así, cualquier cosa era suficiente pero no sabía hasta qué punto podía seguir con esto, me estaba matando.
Me estaba matando.
De verdad, me estaba matando.
De pronto me acordé de Stan y cogí la botella de cerveza y me puse a beber y beber hasta acabarla de una sentada. El alcohol ayudaba, ¿verdad? Si no soy consciente de lo que está sucediendo seguro que lo olvido todo.
Dios, que ayude, por favor, lo estoy sintiendo.
Me tambaleé patéticamente poco después. No sé quién fue quién me llamó, preocupado. Me sujeté a la mesa, con la vista perdida y borrosa y asentí a una pregunta que ni siquiera había entendido. El cuerpo me empezó a temblar y sentí un sudor frío antes de empezar a notar espasmos en la barriga. Me concentré primero en recuperar el habla, sólo eso, mientras mi cuerpo se volvía loco. Noté una mano en mi hombro que esperaba que no fuera la suya y la aparté sin miramientos.
—Estoy bien... —mentí descaradamente, con un tono de voz que, por una vez, no me traicionó— Voy al baño, volveré enseguida.
Y me moví lo más diligentemente que pude, atravesando la habitación hasta la puerta, cerrando tras de mí, y a través del pasillo. Uno, dos, tres, cuatro, tú puedes, Butters, tú puedes con esto, no puedes levantar sospechas no... Me llegó la primera arcada y tuve que empezar a correr. Corría tan a la desesperada que, cuando llegué al baño, me estampé casi contra la puerta. Pero, aunque traté de abrirla, estaba cerrada a cal y canto. Se me cayó una lágrima con la siguiente arcada y me separé de la puerta para poder seguir corriendo. Una tercera arcada atacándome en mitad del camino me llevó a llevarme ambas manos a la boca, tratando de contenerme.
Por favor, por favor, no aquí, por favor.
Entré como una exhalación al siguiente baño con el que me topé en mi carrera y, sin mirar siquiera, golpeé la puerta de la última cabina y me eché dolorosamente de rodillas, vomitando violentamente en el retrete. Una, dos, tres veces. Respiraba un rato y volvía a sentir en unos segundos las ganas de vaciarme el estómago entero.
No fui ni consciente de que alguien había entrado a los baños hasta que sentí el sonido de unos tacones contra las baldosas acercándose peligrosamente. Asustado, me giré de golpe a cerrar la puerta y a echar el pestillo, pero era demasiado tarde para pretender que ahí no había pasado nada.
— ¿Eh? ¡Oye! ¿Quién hay ahí? —reconocí inmediatamente la voz, pero me mantuve en silencio, tratando de hacer como si nada— ¡Eh, chica, no te hagas la loca, que te acabo de escuchar dar un portazo!
Intenté quedarme totalmente quieto, pero volvieron a darme unas arcadas horribles y tuve que volver a vomitar en el váter, provocando un grito asqueado desde el otro lado de la puerta. Ahora sí que era demasiado tarde. Tragué saliva, espesa, amarga, metálica y asquerosa y tomé una bocanada de aire, antes de responder.
— Va-vaya... Hola, Bebe...
— Espera... ¿Butters? —preguntó la chica de rubio pelo rizado, totalmente confundida por la situación.
— Ese soy yo~ —canturreé, casi irónicamente, con voz débil y ánimos en el subsuelo.
— ¡BUTTERS! —chilló desde lo más profundo de sus pulmones, haciendo que me sobresaltara entero— ¡¿PERO SE PUEDE SABER QUÉ HACES AQUÍ?!
— ¡Lo-lo-lo lo siento, Bebe! ¡Ha sido una urgencia, lo juro!
— ¡Como me entere que esto es una broma pesada de parte de los chicos juro que te la cargas! ¡Te la cargas bien cargada, Butters!
— No, no, Bebe, no es eso, no lo es en absoluto...
Y, de repente, más pasos y más voces conocidas.
— Bebe ¿se puede saber qué está pasando? Que se te ha escuchado desde el pasillo.
— Sí, eso, ¿estás bien? Que me he preocupado...
— ¡Es Butters! ¡Está aquí! ¡Encerrado en el baño de las chicas! ¡VOMITANDO!
Se escuchó una asqueada queja conjunta y yo ya empecé a barajar entrar en el retrete de cabeza y tirar de la cadena, a ver si podía acabar en otro sitio, cualquier otro sitio. Tiré del rollo de papel higiénico y lo usé para limpiarme todo lo que pude la cara antes de echarlo en la taza y apretar el botón sin siquiera mirar lo que había salido de mí. Ojos que no ven... Mientras las tres chicas armaban un barullo, yo me levanté torpemente del suelo y me limpié como pude las rodillas y me pasé la manga por los ojos un par de veces para asegurarme que no había ni rastro de lágrimas, la mano por la boca para quitarme toda mancha que pudiera haber quedado, antes de abrir la puerta y levantar las manos, en señal de no-resistencia.
— Chicas, escuchad...
— ¡Eres un cochino, Butters!
— Ha sido un malentendido, ¿vale? Lo juro —me defendí, sintiendo sus miradas clavadas en mí—. ¡Ni siquiera sabía que era el baño de las chicas!
— Ya, claro, y me ves cara de gilipollas también, ¿no? —contestó de malas maneras Red, taladrándome con sus ojos de azul hielo.
— ¡No me creo yo eso tampoco! —la siguió Bebe, sus manos en las caderas, un mohín de desdén en su rostro.
— Mirad, intenté ir a otro baño, pero la puerta estaba cerrada y...
— Pero Butters —replicó ahora Nichole, que se apretaba los brazos con una expresión mucho menos dura que la de las otras dos, pero aun así mucho más seria de lo normal—, no puedes entrar así porque así en el baño de las chicas, es muy incómodo para nosotras.
— Lo siento, Nichole pero —solté un suspiro profundo y eché la vista a un lado— era una emergencia.
Nichole me miró casi preocupada y yo me encogí de hombros. Bebe chascó la lengua y bufó por la nariz.
— Hombre, a ver, que yo me alegro de que no te pusieras a vomitar en el pasillo, ¿vale? Pero, en serio, si vais a beber lo hacéis en condiciones, que esto normal no es.
— ¿Eh? —alcé una ceja, extrañado.
—Si no puedes soportar bien el alcohol pues eso, te rebajas.
— O lo rebajas —añadió Red, con una sonrisa mordaz.
— Eso. Lo que sea. Pero nada de potar en el baño de chicas, porque, de verdad, qué asquerosidad...
La miré un instante con expresión confusa, pero entonces todo encajó en mi cabeza y abrí la boca, sorprendido, antes de cerrarla de golpe, asintiendo fervientemente.
— Sí, sí claro. Todo tiene sentido ahora. Ha debido ser eso. Quiero decir, bebí demasiado deprisa y se ve que se me subió y, sí, claro. No lo había pensado, Bebe, gracias.
— Ahm, eh —titubeó ella, mirándome extrañada—. ¿Gracias? Supongo...
— Siento haberte... haberos preocupado —corregí, mirándolas a las tres—. Pero ya está solucionado, me mantendré alejado del alcohol un tiempo y santas pascuas. Y ahora, si me disculpáis...
Pasé entre ellas sin más dilación, tratando de mantener la postura desinhibida todo el camino de vuelta a la habitación. No a esa, a la mía, por supuesto, donde iba a echarme a la cama e iba a hacerme un capullo de mantas, fingiendo estar indispuesto hasta la hora de la cena como mínimo, el móvil debidamente apagado tras mandar el mensaje al chat grupal para evitar disgustos innecesarios. Eso sí, no sin antes coger el maldito inhalador y asegurarme que no me separaba de él ya más.
Sí, era un plan perfecto que...
— Chicas, las margaritas están ya listas, ¿vais a tard-? —su mirada se chocó con la mía— ¿Butters?
— Hey, Wendy... —me relamí los labios secos y la miré de arriba a abajo, antes de susurrar— Bo-bonito vestido...
La novia estrechó los ojos, juzgándome con la mirada, antes de dirigir sus ojos negros a las tres chicas.
— Gracias —musitó, sin demasiado entusiasmo, pero con mucha sospecha en la voz— ¿Me he... perdido algo?
— Nada, Wendy. El tontito de Butters se pilló una buena y acabó con un pedo del quince en nuestro baño para echar hasta la primera papilla —resumió estupendamente Red.
— Se ve que estaba un poco apresurado y desorientado y por eso acabó en nuestro baño, no ha sido con mala intención —añadió Nichole al testimonio.
— Ha-hay que ver, qué desastre soy... —dejé salir una risa tan nerviosa como falsa.
— Sí, sí, ahora hay muchas risas; pero, tía, Wen, me pegué un buen susto, ¿vale? —resopló Bebe— O sea, tú imagínate el panorama. Entro yo al baño para mear y al salir escucho a alguien vomitando y tosiendo y casi asfixiándose. Parecía que le iba a dar algo y la palmaba cuando le escuché, te lo juro. Que estuve a nada de llamar a una ambulancia, ¿vale?
— ¡Pero estaba bien! ¡Estoy bien! —salté a la defensiva, quitando hierro al asunto como pude— De verdad, no hay de qué preocuparse...
Wendy me estaba dedicando una mirada penetrante que yo trataba de obviar por todos los medios. Al parecer no estaba nada convencida con el testimonio oficial.
Pero simplemente cerró los ojos, soltó un profundo suspiro y se encogió de hombros.
— De verdad, no se os puede dejar solos —dijo con un tono de voz alegre, mirándonos con una sonrisilla a los cuatro—. Anda, venga, volved adentro que vamos a empezar la fiesta de margaritas ahora que estamos todas. Annie está sirviendo ahora mismo así que corred antes de que se empiecen a derretir los hielos. Yo iré en un momento.
Las chicas salieron del baño al grito de "¡Margaritas!" y yo intenté salir detrás de ellas, pero Wendy carraspeó cuando pasé por su lado y tuve que parar en seco.
— ¿No tienes nada que decirme, Butters?
— Ah, bueno, yo —miré al techo, buscando algún tipo de excusa barata—... Sabes, no me encuentro bien y creo que debería volver y...
— Puedes volver una vez me expliques qué ha pasado aquí.
— Ya lo has escuchado, bebí demasiado, me sentó mal el alcohol, acabé aquí por error... No hay más, Wendy.
— Oh, claro, por supuesto —la morena se acercó a mí, intimidándome con su altura y su mirada tranquila pero penetrante, inquisidora—. No hay absolutamente nada más, ¿cierto?
Tragué saliva y desvié la mirada. Ella no dijo nada, sólo pasó la mano por mi jersey y cogió algo de ahí. En el momento en el que lo vi entre sus dedos, se me encogió el estómago y no pude sino mirarla de nuevo, esta vez con terror en la mirada.
— We-Wendy, no, créeme, no es...
— Butters... ¿crees que eres el primero en hacer esto, que él no lo hizo antes que tú decenas de veces?
— Pero...
— Te voy a reconocer algo: lo has ocultado bastante bien, infinitamente mejor de lo que lo hacía Stan —dijo ella, pausada pero firmemente, sin dejar de clavarme su mirada—. Pero todo tiene sus límites. Y, definitivamente, a mí no puedes engañarme. No con esto.
Cerré los ojos con fuerza, mis labios temblando y mis ojos humedeciéndose ante sus palabras. Respiré fuerte, sin saber qué hacer o qué decir, sin querer admitir que aquello estaba pasando, que Wendy se había dado cuenta, que ya no podría seguir mintiendo. Me tomó el puño con un mano y lo abrió con delicadeza, posando en él aquello. Casi con miedo, abrí los ojos para verlo.
Un pequeño pétalo azul, manchado de sangre.
Algo tan pequeño, símbolo de algo tan grande.
Algo tan hermoso, síntoma de algo tan terrible.
Levanté mis llorosos ojos azules hacia los suyos.
— Butters... ¿Cuánto tiempo llevas ocultándole a todos que sufres de hanahaki?
Bueno, tras haberlo mantenido como algo personal, he decidido compartir este fic en el que he estado trabajando desde, bueno, literalmente febrero hasta septiembre, que escribí la última palabra.
Como con casi todo, empezó con un sueño que tuve, pero también con una obsesión de incluir el concepto de la Enfermedad de Hanahaki, una idea que, sinceramente, me llevaba interesando desde que supe de su existencia y que me moría por usar en alguna de mis historias. No es un concepto tan conocido como pensaba, eso sí, al menos entre mis conocidos...
¿Qué más? Bueno, como he dicho, la historia está completa (así que no os preocupéis porque la abandone lol) y son 4 capítulos solamente. Eso sí, son bastante largos, os lo advierto.
Y bueno, que espero que la disfrutéis tanto como yo disfruté escribiéndola y que está 100% dedicada a mi beta-reader/fan Palomaloid, mi hermanita que me tuvo una paciencia enorme pa releer y corregir mis escritos de 5 de la mañana y para mi waifu Brena, que es la que hace livebloggings de mis historias y me chilla al oído lo mala persona que soy por escribir cosas así ajajaja Sin vosotras esto no podría haber sido, creedme
Y a ti, lector, gracias por darle una oportunidad y espero encontrarte al final de este camino lleno de flores...
