Mensaje previo del autor: Este es probablemente al fic que más cariño y mimo le he puesto en la escritura, primero porque adoro a Apatita, iba a ser la protagonista antes de idear a Zircón, segundo, porque es necesario comprender bien lo que mueve a esta gema para entender lo que esta por llegar en brillo tenue. Igualmente es disfrutable para cualquiera que no haya leído mis otros fics, solo decir que este universo tendrá bastante diferencia con el canon por haber sido imaginado mucho antes de que se desarrollara el original. Steven universe es propiedad de Rebecca Sugar y Cartoon network.

Aquellos rostros sonrientes se tornaban cada día más borrosos. De alguna manera eran reconfortantes, incluso aunque no recordara absolutamente nada de ellos. Por momentos dudaba sobre si había algo que recordar o solo eran producto de aquel profundo sueño.

Al abrir los ojos sintió por primera vez como sus cálidas lágrimas le bañaban las mejillas. Curiosa por aquella sensación nueva se llevó las manos a la cara, se palpó la piel y se encontró con su rostro, otro enigma para sus recién adquiridos sentidos. Sus dedos se deslizaron trazando un mapa hasta llegar a su melena, corta hasta la nuca, de cabellos turquesa ligeramente rizados. No se reconocía, incluso con la certeza de que acababa de nacer no podía evitar pensar que esa no era ella.

Un pequeño ser de aspecto indescriptible la observaba con una sonrisa de oreja a oreja, aunque no se percató de su presencia hasta que este alzó la voz.

-Escucha…-

Su mirada se fijó en la de aquella criatura y esta pareció satisfecha con su reacción.

-Levanta Apatita-

¿se refería a ella?... Sin pensar en ello se puso de pie. En ese momento se dio cuenta de que era enorme, al menos comparada con su extraña anfitriona, que apenas levantaba unos palmos del suelo.

-habla Apatita-

De nuevo, su reacción fue casi automática, pero cuando fue a responder algo la detuvo. Sintió que algo volvía a enturbiar sus ojos; Sus lágrimas volvían a brotar junto con sus primeras palabras.

- ¿Quiénes son ellos…?-

Ignorando la pregunta, aquel ser hizo aparecer una pantalla y apuntó algo mientras sonreía cada vez más complacido.

-Felicidades Apatita-001HQL, eres perfecta-

Perfecta… no había terminado de comprender ni sus propios sentidos, pero aquella palabra hacía que un escalofrío le recorriera la espalda. Inmediatamente montones de conceptos inundaron su mente, sobre lo que era, sobre lo que pretendían que fuera. Un flujo constante de infinita información tomaba forma y sentido en su interior, mientras a cada segundo sentía como una caótica nube de emociones inundaba la habitación.

Cuando todo terminó, la expresión de desconcierto se apagó y la serenidad tomo su lugar. El pequeño ser frente a ella era su creadora, Andalucita, una vieja arquitecta encargada de los jardines más antiguos de homeworld. Esta apuntaba acelerada datos en su pantalla holográfica, totalmente ignorante respecto al reciente cambio de la recién nacida.

Apatita se acercó a ella y se agachó hasta poder mirarla directamente a los ojos, atraída por algo que volaba solo entorno a la pequeña gema … Andalucita levantó brevemente la mirada y tras dedicarle una temblorosa sonrisa silenciosa ordenó algo a través de su comunicador.

Segundos después una enorme gema de piel violácea con pelo en rastas multicolor entró en la habitación escoltada por dos bestias de piel atigrada y ojos salvajes. La recién llegada cruzó miradas con Apatita y ambas lo notaron de inmediato, aquel sutil miedo que emanaba de cada una de ellas. Visible, palpable, exactamente igual que el que rondaba a la arquitecta… se mezclaba con el propio y se hacía difícil de controlar.

Andalucita se dirigió a aquella gema intentando mantener el tipo entre aquellos dos colosos:

- Bismuto-001HQL, ordena a Apatita-001HQL que te mate-

Ambas gemas se observaron sorprendidas sin hacer nada durante casi un minuto, hasta que finalmente Bismuto decidió obedecer y se dirigió a Apatita con la voz quebrada.

- Mátame-

Apatita miró a andalucita buscando una explicación para aquello, pero esta simplemente le respondió con el más absoluto silencio. Entonces lo comprendió y una sonrisa sutil apareció en su rostro, tan sutil que nadie allí pudo percatarse.

- No-

Bismuto pareció aliviada pero su miedo no terminó de desaparecer, cuando Apatita dejó escapar las palabras que decidirían aquella última prueba.

- Mátame o nos matarán a las dos-

Aquella chispa prendió la mecha. Por algún motivo Bismuto no dudó de las palabras de apatita, su vida corría peligro y se aferraría a ella a pesar de no comprenderla todavía. Su miedo apestó la sala, y, poseída por este, se abalanzó como una bestia hacia Apatita.

El primer golpe fue directo al estómago haciendo que su rival se tambaleara. El segundo a su mandíbula, esparciendo su sangre por el suelo y las paredes. El tercero fue a su cuello descubierto, con la intención de arrebatarle la vida, pero ese golpe jamás llegó a su destino.

Apatita se apartó y de un codazo en la nuca le hizo besar el suelo. Cuando confundida, Bismuto fue a levantarse, la bota de apatita la mantuvo de rodillas. Enfurecida, se deshizo con un golpe de la pierna y tras erguirse cargó contra apatita, pero esta la esquivó con facilidad y le devolvió cada uno de sus golpes.

Tras unos minutos de intensa lucha, bismuto volvió a caer de rodillas, derrotada, pero esta vez Apatita no la humilló, sino que la agarró con delicadeza de las mejillas y la hizo mirarla a los ojos. La gema vencedora le sonrió serena y entonces le quebró el cuello antes de que esta pudiera comprender que iba a morir. Su cuerpo se deshizo en el aire y una gema multicolor cayó al suelo ante la atenta mirada de su verdugo.

Apatita observó en silencio como andalucita tomaba notas como si nada hubiera sucedido, mientras las guerreras se llevaban lo que ella creía eran los restos de su rival. Acababa de ejecutar a alguien, pero no sentía nada. No había remordimientos, ni confusión, sino serenidad. Había olvidado los rostros y se sentía poderosa.

A raíz de aquella prueba, las apatitas fueron elegidas sobre los bismutos como poderosos altos cuarzos encargados de liderar a las guerreras gemas en una guerra de la que no se atisbaba el final. Diseñadas para ser líderes capaces de sentir las emociones de la nueva generación de gemas humanoides bajo su mando, de hacerlas suyas y de comunicarse con aquellas con las que establecieran un vínculo.

Pero nuestra apatita no solo era la primera de ellas, sino que además era perfecta, y aquella casualidad que parecía una nimiedad a ojos de cualquiera suponía una señal del cambio para aquellas que llevaban miles de años atascadas en un ciclo de muerte sin final contra los sothis.

Durante los años venideros Apatita sería entrenada para controlar su fuerza, su agilidad mental, sus poderes y su propia psique para convertirla en una verdadera líder en el campo de batalla. Se cultivó en todas las artes de combate cuerpo a cuerpo, dominando su arma personal, un poderoso martillo capaz de alterar la estructura molecular de lo que tocaba. Aprendió de las victorias y las derrotas militares a lo largo de la historia, y por supuesto aprendió a odiar a su enemigo, aquel monstruo que jamás había visto.

A la par que perfeccionaba sus habilidades, acudía a celebraciones como protegida de diamante amarillo, convirtiéndose en el centro de atención de aquellos eventos encargadas de reforzar la moral de futuras y antiguas guerreras, para mostrarles que, de alguna manera, todo cambiaría cuando aquella nueva clase de gemas pisara el campo de batalla. Las aristócratas se acercaban e intentaban seducirla, prendadas por la belleza y el poder que ostentaba aquella campeona, que, con el paso del tiempo había aprendido a dejarse agasajar, pues era plenamente consciente de que le convenía que aquellas influyentes gemas recordasen su nombre, ya que estaba convencida de que la guerra no duraría para siempre.

Apatita siempre mostraba su eterna sonrisa serena en público, pero bajo esta escondía un amargo desprecio por todo aquello. Entendía el poder, pero eso no significaba que disfrutara de la evidente hipocresía de sus líderes. Líderes que decían estar entre la espada y la pared mientras derrochaban gran parte de los escasos recursos de las colonias en diseñar las esclavas más hermosas y organizar enormes celebraciones en las que lucirlas, aireando lo pueriles que eran con orgullo mientras los pueblos que gobernaban eran víctima de un abandono absoluto que los hacía presas apetecibles para sus enemigos… Solo para luego quejarse de la falta de protección a las grandes autoridades diamantes cuando recibían algún ataque que dañara sus inestimables propiedades. No era ninguna justiciera, pero ver aquello de manera tan evidente cuando de verdad estaban desapareciendo poco a poco le parecía una estampa lamentable.

Cuando por fin llegó el día de luchar, Apatita chocó con una realidad frente a la que era imposible prepararla. La muerte, la ruina y la decadencia bailaban al son de la ira y el miedo, auténticas soberanas del lugar. La batalla había llegado hasta tal punto que los principales frentes eran difíciles de distinguir unos de otros; todos eran campos de llamas, cadáveres y gemas quebradas que , imposibles de recoger por la intensidad de las contiendas, adornaban con macabra uniformidad hasta donde la vista alcanzaba. Era muy difícil medir el nivel de desgaste de las guerreras, pues tras tantos años la enorme mayoría había normalizado aquella existencia, aquella "vida". las restantes que no conseguían adaptarse se las podía ver buscando cualquier cosa para distraer la mente los pocos minutos que no estaban en batalla, lo que fuera, allí poco o nada estaba mal visto si se trataba de escapar de la realidad. Y se suponía que ante aquel panorama las apatitas debían ser un faro de esperanza… parecía una mala broma.

Al llegar a su destino las guerreras veteranas las recibieron con frialdad, no esperaban nada de una más de las miles de promesas vacías que habían ido llenando su condenada existencia. Pero nuestra Apatita no había sido creada para convertirse en una promesa vacía.

Sin mediar palabra acometió la primera de muchas gestas que le harían entrar en la leyenda; armada solo con su martillo salió de la seguridad de los bunkers y cruzó los escudos que interponían la línea entre la vida y la muerte. La daban por loca, muerta nada más llegar, la gema perfecta calcinada entre un millar de pulsos de plasma…parecía ser aspirante a convertirse en una broma de trinchera. Pero para sorpresa de todas no pasó nada de aquello.

Apatita caminó mientras los disparos eran interceptados por cristales que salían del suelo. La seguridad y tranquilidad con la que paseaba entre los pulsos solo reforzaba la épica de la escena, parecía que la propia tierra la protegía. Al llegar frente a la línea enemiga plantó su martillo y observó a los sothis. Era la primera vez que los veía con vida: Humanoides de cráneo calcáreo con plumas que cubrían una mandíbula de dos cortantes piezas similar al pico de algunas aves terrestres. Frágiles, Sin brazos, pero con un magnetismo natural generado por su sistema nervioso, manejaban prótesis con las que cargaban sus potentes armas y herramientas de apoyo. La miraban intranquilos, apuntando sin saber qué hacer. La gema no había movido su arma y se había plantado frente a ellos sin decir nada, ¿que pretendía?

En la mente de todas las guerreras gema se repitieron las siguientes palabras:

-Caerán sin mover un solo dedo-

De repente la tierra se cristalizó frente a Apatita convirtiéndose en un infierno afilado que destrozó a los sothi del interior del refugio frente a ella. Desesperados abrieron fuego contra Apatita, que sin moverse del lugar recibió los impactos sin hacer tan siquiera una mueca de dolor, hasta que tras ella llegó una marea de gemas liderada por las apatitas que cargó contra los heridos, sometiéndolos rápidamente y tomando la posición en apenas unos minutos.

Aquella pequeña victoria fue apenas una mísera escaramuza, nada de valor real en términos de avance, pero si suponía una enorme inyección de moral para todas las que habían presenciado la entrada de las apatitas en la guerra.

A partir de ahí se labró una reputación como auténtico alto cuarzo, digno de ser llamado perfecto. Venció y perdió batallas a lo largo de los diferentes sistemas en guerra, pero siempre que ella lideraba un ataque apenas se retiraban con unas pocas bajas. Sus subordinadas más directas se convirtieron en líderes, siendo no solo sus mejores guerreras, sino sus mejores amigas, sus hermanas:

Morganita, la impetuosa guerrera de diamante azul, cedida por esta para proteger los dominios de su hermana, venturina, la sabia ingeniera, consejera y piloto sin igual bajo las órdenes de diamante amarillo, la elegante turquesa, una de las primeras permafusiones humanoides y terror de los sothi, bismuto-001, reencontrado por Apatita en los campos de batalla , brillando esta vez como uno de los mejores soldados de diamante amarillo… y finalmente la serena Moon, una piedra de luna, antigua archivista, arquitecta de gemas y estratega de la armada de diamante amarillo.

El estandarte de la luna azul, la luz impenetrable, la muralla de semblante celestial… durante los miles de años que pasó luchando a lo largo de los sistemas recibió numerosos nombres que ilustraban la fe que tenían sus subordinadas en ella. Siempre sonreía serena, da igual a lo que se enfrentara o incluso si había que retirarse tras una derrota, pues ella era quien cargaba con las emociones de sus guerreras y jamás debía mostrar otra cosa que no fuera serenidad.

Sin embargo, en su interior estaba muy cansada, destrozada, harta de luchar y de la muerte, de los millones de almas gritando en agonía dentro de su cabeza, de participar en una guerra eterna que jamás prometía paz. Llegó a empatizar con los Sothi, pues aquellos desgraciados estaban atrapados en la misma espiral sin final, y a diferencia de las gemas estos se perdían las cortas vidas de sus seres queridos, solo para evitar que esos monstruos de cristal se los arrebataran… Aunque mirándolo por otro lado quizás eran afortunados, al menos ellos descansarían antes.

Durante los escasos permisos que recibía escapaba junto a su escuadra a intoxicarse en homeworld, donde paseaban por los suburbios de la capital, entre las gemas irregulares o soldados desechados como los rubíes, relegados a mano de obra o el músculo que nutría la poca vida criminal que se atrevía a ejercer en pleno régimen militar. Con los años, Apatita terminó por darse cuenta de que, tristemente, la mayoría de las guerreras al volver a sociedad eran incapaces de volver encajar, así que escapaban a donde esta no existiera. Menas, lugares para satisfacer los deseos de los cuerpos mortales que encarnaban, ocupaban las calles que no alcanzaban la luz de sus dos soles, así como los corazones de las desechadas y los cuarzos que volvían rotos de la guerra. Aunque salvajes, esos lugares eran de los pocos en los que las clases desaparecían por completo, pudiéndose discernir atisbos de lo que eran las gemas antes de que conformaran un imperio. Tras la guerra la mayoría serían clausuradas por ser consideradas nidos de corrupción y violencia, tóxicas para la población civil.

Apatita y las suyas siempre se sentaban en la misma mesa del mismo establecimiento, bastante refinado en contraste con de la mala fama que tenían aquellos lugares. "la mena de cuarzo", regentada por un viejo cuarzo ahumado y su pareja, una crocoita, era el lugar donde les gustaba emborracharse para festejar o maldecir que seguían vivas, para brindar un día más.

Alrededor de aquella mesa perdían sus sentidos, se desahogaban y hablaban de lo que fuera menos de la guerra, recordaban a antiguas compañeras, amantes, sueños y promesas de futuro. En esos momentos Apatita las observaba disfrutar y sonreía de manera genuina. No perdía la cabeza gracias a ellas, eran sus pilares y como tales se prometía a sí misma que no las abandonaría hasta que todas escaparan de aquella maldición.

Como en estas reuniones podía permitirse relajarse, el cansancio salía a flote, haciendo que en muchas ocasiones bailara en la frontera entre el sueño y la vigilia. Cuando Apatita recordaba esas ocasiones, le venía a la mente un momento muy concreto y especial en el que aún estaban todas juntas. Ese día estaba a punto de entregarse a Morfeo, cuando una voz la hizo apartarlo de un empujón:

- ¡Y tú que dices Apatita…!-

Apatita abrió los ojos sobresaltada y todas en la mesa rieron al darse cuenta de que acababan de bajarla de la pompa. Esta soltó una carcajada entre dientes mientras se frotaba la cara y buscaba a quien le había hecho la pregunta para maldecirlo.

- Repite bismuto, la señora estaba un poco traspuesta- Dijo morganita esbozando una sonrisa burlona mientras se recostaba en su asiento. Este soltó una risita y entonces repitió la pregunta tambaleándose, claramente ebrio:

- Turquesa nos contaba en detalle cómo era vivir siendo una permafusión, conflictos de consciencia, estabilidad…todo ese rollo… la cosa es... es que estábamos aquí debatiendo si estaríamos dispuestas nosotras a permafusarnos- Los duros esfuerzos por mantener el equilibrio en su discurso divertían a Apatita, que le respondió devolviéndole la pregunta.

- primero dímelo tú, que me he perdido tu maravillosa revelación –

Moon, Venturina y Morganita miraron a turquesa y a bismuto riendo entre dientes, mientras la fusión reía tímidamente y la guerrera de las rastas multicolor las mandaba callar en un fingido intento de mostrar dignidad. Esta negó con la cabeza ante la pregunta, pero al mismo tiempo se arrimó a turquesa y le dio un codazo mientras le guiñaba un ojo:

- Permafusión no, demasiadas emociones…pero si ella me deja unirme no me importaría pasar un rato entre consciencias-

Apatita compartió las risas de sus hermanas cuando turquesa en vez de golpear a bismuto lo cogió entre los brazos casi asfixiándolo.

- Cuando tú me digas, bocazas-

Apatita se secó las lágrimas de risa y, ahora sí, se dispuso a responder a la pregunta:

- Supongo que ahora me toca a mí- . Su expresión se relajó y serena empezó a hablar. Aunque su discurso era hacia sus compañeras, sentía como si estuviera hablando hacia sus adentros:

- No lo creo. Con todo el respeto hacia turquesa, me gusta conservar mi individualidad, mi identidad...me gusta creer que estoy completa. Estar unido hasta la eternidad en mente, alma y cuerpo hasta el punto de difuminar mi propio yo… no, dudo que jamás encuentre a alguien con quien quiera compartir algo así-

Cuando acabó su discurso, su mirada se cruzó con la de moon, y ambas sonrieron relajadas.

Incluso si la atracción mutua fue obvia casi desde los primeros años, ninguna en su escuadra conocía la verdadera naturaleza del vínculo entre estas dos gemas. Moon le llenaba los ojos. Como casi todas las piedras de luna, era hasta cierto punto hermosa y elegante, pero no era lo que le atraía de ella. Serena y recatada pero sincera, nunca se cortaba a la hora de decir lo que pensaba, ya fuera sobre fallos que observaba en sus estrategias, su actitud o incluso sobre ella misma. Extremadamente inteligente y sabia, incluso lejos de la perfección había aprendido a hacerse indispensable para los diamantes y otros altos cuarzos, para así no tener que rebajarse ante ellos sin temer por su propia vida. Estos, incluso dolidos en su orgullo, lo agradecían, pues muchos de sus consejos habían evitado desastres inimaginables.

No era uno de esos parásitos que se aferraba a la corte para succionar un poco más de poder, de hecho, con cada ascenso había conseguido alejarse más y más de esta, hasta el punto de ser una de las pocas subordinadas directas de un diamante en un frente de batalla. Con su propio sistema de valores, realista y curiosa, nunca odió a los sothis, pero tenía claro que la balanza de la supervivencia estaba entre las dos razas.

La respetaba, la admiraba, pero con cada día que pasaba la quería más y más lejos de la línea de fuego. Se había hecho indispensable para ella de muchas maneras y temía estar profundamente enamorada de aquella particular gema "imperfecta".

Los años pasaron y la guerra pareció enfriarse hasta alcanzar el grado de escaramuzas puntuales. El extraño descubrimiento de un nuevo mundo apto para la gestación de nuevas gemas relajó el panorama y la urgencia por arrebatar a los sothi alguno de sus fértiles sistemas se congeló por un tiempo. Sin embargo, aunque aquello pareciera un atisbo de paz era solo un desolador recordatorio para ambas especies: cualquier paz sería siempre temporal. Da igual cuanto tiempo pasara, da igual si ya no querían seguir luchando o si el odio que caldeó las guerras en un principio se hubiera disipado; por desgracia, el nacimiento de nuevas gemas suponía el ocaso para casi toda vida en la que fuera su cuna.

Al final fueron los Sothi, aterrorizados ante la idea de olvidar como era una existencia sin guerras, los que decidieron tomar la iniciativa. Y todo se volvió más violento… empezaron a concentrar sus ataques en arrasar las colonias mineras de las gemas, asegurándose de no dejar supervivientes a su paso. Las gemas respondieron con la misma violencia, desatando asaltos orbitales sobre las colonias con la misión de castigar directamente a la población civil. Aquello ya no era una batalla, era una masacre de inocentes. El miedo y la inseguridad se extendió por cada rincón habitado, pues las caóticas matanzas no parecían seguir un patrón más allá del de apilar cadáveres en la mesa del otro bando.

Esta nueva fase de la guerra sería un punto de inflexión para Apatita. Su mente dañada tras miles de años de agonía se degeneraría más allá ante las atrocidades que tuvo que cometer.

La creciente escala de las batallas quebró su escuadra. Sus hermanas fueron enviadas a distintos destinos a lo largo de los sistemas en un intento desesperado de frenar el avance de los sothis. Apatita por su parte se quedó sola con turquesa como única subordinada.

Durante años su tarea consistió en sembrar el terror. Caían sobre las familias de los guerreros que una vez combatieron y les quitaban la vida antes de que se dieran cuenta de que estaba pasando. Ya no era un estandarte, ni tenía función más allá de matar. Tristemente se dio cuenta tarde de que era mucho más fácil quitarle la vida a alguien dispuesto a matarte que a aquel que no podía defenderse. No era estúpida, era demasiado vieja como para no ver la hipocresía en aquellos pensamientos, pero eso no los hacía desaparecer.

Sin embargo, aquello duró muy poco. Fue testigo de cómo el odio y la crueldad infectó lentamente a las guerreras, de como con el tiempo la dignidad, las emociones e incluso la vida perdieron su valor. La humillación, la violencia y la tortura se convirtieron en el día a día…frente a un enemigo que poco podía hacer por defenderse, las guerreras descargaron todo el odio y el miedo que habían acumulado durante miles de años en el frente, pues una gema jamás olvidaba. Da igual quien fuera, su edad, su estado o la situación, cuando aquellos desgraciados caían presa de los cuarzos rotos, lo único que podían hacer era suplicar porque la muerte fuera rápida.

Incluso la mano de Apatita dejó de temblar a la hora de segar la vida de los débiles...al fin y al cabo, matar era lo que había hecho toda su vida, ¿por qué iba a resultarle más difícil ahora?. Si, esa era ella realmente, una bestia, pura y sin estúpidas normas de moralidad que la ataran, si todo iba a ser una pesadilla era mejor ser parte de ella que sufrirla.

A día de hoy le es incapaz de decir cuánto tiempo duró aquello. El infierno la absorbió y perdió la noción de la realidad. El caos era tan absoluto que tardó seis meses en enterarse de que morganita había sido asesinada en uno de los asaltos. De casualidad estaba revisando la lista de bajas y vio su ficha, archivada sin fotografía y con la palabra quebrada como única descripción.

Era su hermana y estaba muerta, olvidada en lo más profundo de los archivos como un número más de una larga lista. Llegados a ese punto ni siquiera sabía si las demás seguían vivas o engrosaban la pila de cristales rotos. Debía enfurecerse, gritar, llorar o destrozar algo, pero fue incapaz de sentir nada. Al darle la noticia a Turquesa esta la ojeó serena, sin atisbo alguno de sorpresa.

- Vaya, no le han puesto foto-

Ambas se miraron en silencio. Estaban muertas por dentro y acababan de darse cuenta.

Apatita sabía que aquello estaba mal, o al menos eso quería sentir. No había culpa, pero quería que la hubiera. Le daba igual ser una hipócrita, solo quería que le volviera a temblar la mano, quería una prueba de que todavía tenía dudas. Por desgracia o fortuna, su destino le brindó dicha oportunidad.

Aquella vez la misión fue diferente. Se alejaron del frente, de las grandes colonias y de la guerra, y volaron hasta la periferia de los territorios Sothi. Sobre hermosos planetas insuflados de vida por los "monstruos" contra los que luchaban, pequeños y antiguos enclaves religiosos salpicaban aquellas superficies olvidadas por sus grandes líderes. Lo único que había allí eran vestigios de un pueblo tranquilo que se alejaba mucho de lo que eran a día de hoy.

Finalmente llegaron a su destino, Q127ZV, un planeta oasis olvidado hasta por los propios Sothis del que apenas se tenían registros. No había motivo aparente; no era una amenaza y no era ni mucho menos un centro de población, pero eso no les impidió arrasar la superficie del planeta con un ataque orbital desproporcionado. Los bosques que cubrían la superficie se consumieron rápidamente en un tsunami de vapor de roca, erradicándolo todo a su paso y sumiendo aquella tierra en la oscuridad. Por unos minutos, las zonas bombardeadas del planeta parecían haber regresado a su estado primigenio.

La misión de Apatita era simple; descender con su grupo sobre la capital de la colonia principal, aniquilar a los supervivientes que encontraran en su camino si es que había, y robar un extraño artefacto ubicado en el principal lugar de culto de la región.

Bajó confiada y se encontró lo esperado, caos. Los impactos habían convertido gran parte de las calles en roca fundida y los pocos edificios que habían sobrevivido eran azotados por llamaradas que amenazaban con tumbarlos en cualquier momento. El calor extremo generado por el paso de las nubes de vapor de roca hacía que las aguas del alcantarillado evaporaran violentamente, mezclándose con los vapores del azufre de la superficie y cargando el aire con el olor de la muerte. Incluso los sothis, nativos de un mundo con temperaturas que rozaban los 300 grados centígrados, se habían convertido en poco más que cadáveres carbonizados, individuos moribundos caminando sin rumbo por las calles. Sin saber ni que tenían de frente, se abalanzaban sobre ellas completamente ausentes, como muñecos rotos a los que aún les quedaba algo de cuerda. Apatita estaba acostumbrada a aquello y con una serenidad aterradora avanzó como si nada sucediera a su alrededor.

Sin embargo, algo empezó a remover su estómago. No los cadáveres, ni el olor, sino las emociones de su escuadra; Excitación, felicidad, rabia… las veía cada día, pero esa vez había algo diferente. Paró la marcha y alentó a sus gemas que no se distrajeran, pera estas parecían absortas en su macabro entretenimiento. Al darse media vuelta las vio golpeando a los moribundos sin matarlos con una sonrisa enfermiza en sus rostros.

No sabía que fue diferente en aquella ocasión, pero algo la llenó de rabia y asco. Golpeó con fuerza al Jasper que jugueteaba con unos jóvenes casi carbonizados y lo hizo arrodillarse ante ella con una expresión de absoluto desprecio en su rostro. La hizo mirarla y entonces la apalizó asegurándose de que todas veían como sangraba.

No se detuvo. No fue hasta que Turquesa le detuvo la mano cuando volvió en sí. Sus nudillos estaban cubiertos con la sangre de aquel jasper, que jadeaba en el suelo con el rostro desconfigurado… podía sentir como su miedo apestaba el ambiente.

- ¿Qué narices ha sido eso? - Le dijo turquesa con expresión atónita.

Sin decir una palabra se deshizo de su agarre, dio media vuelta y se agachó para mirar a los sothis heridos. Estaban a un paso de la muerte, tan agarrotados por el dolor de las quemaduras que muchos de ellos no podían ni articular sonido alguno. Uno a uno fue acercándolos a su regazo y los libró de su miseria mientras su escuadra observaba, silenciosa, confundida.

Continuaron todo el camino que restaba hasta el templo en silencio, rasgado solamente por el crepitar de las llamas y los murmullos de las guerreras.

Cuando llegaron se encontraron con el único edificio que se erguía milagrosamente intacto entre tanta ruina. Los altos mandos se habían esforzado en dejar lo único que les interesaba en buenas condiciones, aunque Apatita seguía ignorando de que se trataba.

Al ser el único refugio posible de toda la ciudad esperaba algo de resistencia, así que dividió la escuadra y cubrió todas las posibles salidas para evitar sorpresas. Pero aquel lugar no fue diferente, la muerte era su único habitante. Probablemente la mayoría intentó refugiarse allí tras los impactos, pero con sus heridas habían terminado muriendo, convirtiendo aquel templo en un cementerio. Los pobres desgraciados que habían conseguido sobrevivir no se distinguían de los cuerpos sin vida que les rodeaban, ni tan siquiera reaccionaban cuando las gemas remataban a sus compañeros. Mientras sus subordinadas eliminaban a las supervivientes, Apatita se adentró en el templo para buscar el artefacto.

Era impresionante la capacidad de aquel lugar para transmitir serenidad a pesar de todo lo que ocurría a su alrededor. Lejos de los gigantescos templos hechos con piedras preciosas y esculpidos con historias sobre la magnificencia de sus diosas, aquel edificio no podía ser más humilde; iluminado por la tenue luz del exterior a través de meros huecos esculpidos en sus muros de piedra, lo único que mantenía a los elementos fuera era una barrera de algún elemento desconocido a primera vista. Era amplio, pero carecía casi por completo de ornamentos. Lo único que adornaba aquel lugar eran las columnas que sostenían el edificio, las cuales estaban rodeadas de estantes sobre los que reposaban escritos a mano. Entre cada par de columnas había un hueco con un fondo acolchado y un escritorio de madera, en el que imaginaba que los sothis rezarían y escribirían las historias de sus divinidades, mientras algún tipo de líder espiritual las acompañaba desde el minúsculo altar de piedra al fondo de la habitación.

Apatita se acercó a este y observó sorprendida como sobre el altar una bella flor había conseguido sobrevivir, y sobre ella levitaba una esfera plateada que parecía ser su objetivo. Tan distraída que estaba no se dio cuenta de cómo algo se le acercaba por la espalda, y no fue hasta que el frío tacto de una hoja le perforara la espalda cuando instintivamente se dio media vuelta y a la velocidad del rayo mandó a volar a su atacante. Turquesa y un par de gemas más vinieron de inmediato al oír la pelea, pero lo único que encontraron fue un cadáver y una Apatita que lo miraba con los ojos desorbitados. Era apenas un niño, había muerto en el acto al golpearse y ahora su sangre se escurría por el suelo y pintaba las paredes.

-¡¿Estás bien?!- preguntó Turquesa mientras las otras gemas revisaban la escena.

Apatita apartó a Turquesa y vomitó en el suelo. Asustada y confundida por aquella olvidada sensación de culpa, se dirigió a su subordinada, que comprobaba su gema por si tuviera algún daño físico.

-Que… ¿qué me está pasando?…- le preguntó mientras se limpiaba la boca.

De repente ante los ojos de todas, un pequeño cuerpo salió de entre unos cadáveres abrazados. Era una cría, intacta. Sin mirar a las gemas se acercó al cadáver del joven, se acurrucó en su regazo y se quedó en silencio. Turquesa fue a quitarle la vida, pero Apatita, tras ella, la agarró del hombro y le pidió que no lo hiciera.

Turquesa la miró sorprendida por un momento, pero entonces negó con la cabeza, enfurecida por la actitud general de Apatita durante la misión.

- Sabes que no le haces ningún favor, si no muere devorado por las llamas lo hará de inanición -

Apatita se quedó en silencio sin saber que responder. Sabía que su compañera tenía razón, pero por algún motivo no quería que muriera aquella cría, no al menos delante suya. No podía dejar de preguntarse si se estaba mintiendo a sí misma. Finalmente, Turquesa cedió y salió de aquel lugar seguida del resto de las guerreras.

Cuando estuvo sola, la gema se acercó al niño y lo apartó del cadáver al que se aferraba. El joven empezó a dar alaridos en su idioma, sin dejar de repetir lo mismo: "hermano, hermano, hermano". La gema golpeó el suelo con su martillo y rugió para asustarla, pero aquel joven no cesaba en su empeño. No paraba de llamar a su hermano, probablemente sin saber qué hace rato que no era más que un cadáver. Con cada alarido Apatita se quebraba un poco más, hasta que finalmente cayó de rodillas y empezó a llorar desconsoladamente.

¿Qué estaba haciendo? ¿por qué ahora?, era lo único que rondaba su cabeza en ese momento. El joven se acercó curioso a Apatita y le limpió las lágrimas, pues su especie era incapaz de llorar y aquello era desconocido para él.

-"¿Te encuentras mal?, si quieres puedes quedarte conmigo y con mi hermano"-

Apatita maldijo haber estudiado su lenguaje, pues cada palabra la hacía dudar más. Desesperada apartó al chico del cadáver y lo retuvo contra el suelo mientras le gritaba sin poder parar de llorar:

-¡Tu hermano está muerto!, lo he matado yo, y si no quieres que te mate a ti también desaparece, corre hasta que no te queden fuerza en las piernas! –

El chico no podía entenderla, pero el mensaje estaba claro. Sin embargo, eso no impidió que la ignorara por completo y siguiera intentando alcanzar el cuerpo sin vida de su hermano. No fue hasta que Apatita lo aplastara contra el suelo justo delante de sus ojos cuando al fin se detuvo.

Se quedó congelado, observando como la sangre se escurría entre las grietas, cuando de pronto Apatita golpeó el suelo junto a él y empezó a perseguirlo. El chico corrió como si huyera de un depredador, corrió y corrió hasta que se perdió de vista.

Al volver con las suyas, las guerreras la miraron con recelo de reojo. Apestaba a un rencor que conocía muy bien; la juzgaban en silencio, probablemente dudando de su liderazgo y de ella misma. Turquesa se acercó y Apatita fue a decir algo, pero esta la interrumpió con un gesto y le dijo algo con una expresión seria.

- Estas no son tus fieles subalternas, ten por seguro que alguna de ellas te va a denunciar a los altos mando-

Era obvio, pero no las culpaba, en otro tiempo ella habría hecho lo mismo. Sin embargo, aquel pequeño incidente dejaba clara una cosa, su nombre ya se había disipado, ya no era nadie para el pueblo, estaba claro que las heroínas ya no tenían cabida en una realidad tan cruel.

Mientras desembarcaban en la nave principal, Apatita trasteaba con el artefacto por el que habían arrasado el planeta. Sospechaba que no era más que una simple piedra, al menos para ellas, y que todo aquello no había sido sino más de lo mismo; una excusa para humillar, sembrar muerte, miedo e inseguridad.

Al ofrecerle la piedra a la esmeralda que orquestaba aquella misión esta la felicitó y acto seguida la deshizo a polvo entre sus manos. No había sorpresa, lo que nunca debió haber fue duda, lo importante siempre fue humillar a sus enemigos. Sin embargo, fueron los motivos los que hicieron que Apatita casi perdiera los estribos.

Aquel planeta era un lugar de culto para los viejos sothi, que se retiraban una vez alcanzaban el final de su vida, pero también era uno de los refugios más importantes para las crías, cuyas familias enviaban a aquel remoto lugar con la esperanza de alejarlos de la guerra.

Con una mirada glacial fija en Apatita, aquella esmeralda les dirigió unas palabras antes de retirarse:

-Creo que es obvio que todo ha cambiado a peor con el paso de los años, y lo que todas habéis presenciado aquí es la prueba fehaciente de que cada día que pase será más salvaje que el anterior...si dudáis en algún momento pensad, la piedad ya no es más que una nueva forma de crueldad, de prolongar la tortura para ambos bandos...-

Incluso turquesa, normalmente impasible ante aquellas monstruosidades, se quedó con la mirada en blanco al descubrir lo que habían hecho.

- ...Y no, ni yo , ni nadie de los altos mandos disfrutamos asesinando a ancianos y niños, es una puta pesadilla, da igual como lo pintéis, la época, el enemigo o la situación, pero esto no es una guerra de odio y quiero que eso os entre en la cabeza...por desgracia cada muerto sobre ese planeta es un enemigo menos en las trincheras y un camino más rápido hacia el final de este infierno-

Apatita apretaba los puños con fuerza contra su propio pecho, disfrazando la rabia y el dolor como una muestra de respeto hacia su líder. Pero fue incapaz de resistir, aquello hizo rebosar el vaso y todo salió a flote de golpe; el dolor por haber perdido a una de sus más queridas hermanas, la monstruosa culpa que cargaba desde que se cobrara su primera vida, el miedo a seguir así hasta el fin de los tiempos, a quedarse sola… Apatita cayó de rodillas temblorosa ante la sorprendida mirada de la tripulación. Antes de que tuviera tiempo de tan siquiera llorar, se desestabilizó frente a todas.