El maldito auto no encendía. Giro de nuevo la llave y el motor rugió entrecortadamente hasta detenerse. Golpeó el volante con frustración y se bajo del auto cerrando la puerta con fuerza. Definitivamente hoy no era su día, desde que esa mañana la reserva de agua que tenia en la casa se había acabado y se había duchado con el agua que tenia para cocinar su almuerzo, hasta cuando casi se había caído bajando las malditas escaleras. Necesitaba salir a buscar algo de agua potable, comida y un poco de jabón pero la camioneta no colaboraba.
-Maldita sea - su voz denotando el enojo que sentía.
Era un soldado de élite en retiro, entrenado para sobrevivir en casi cualquier situación, sin embargo no se esperaba que todo aquello le sirviese en un apocalipsis zombie. Al principio, la gente no lo creía, lo consideraba una enfermedad más de la cual podrían salvarse. El simplemente empezó a hacer sus reservas, compró un par de armas y suficientes municiones para unos diez meses, mientras las demás personas lo dejaban pasar. Cuando los medios no pudieron controlar la situación, el caos se creó y el mundo se fue al demonio.
Sus vecinos, los Takashima, habían recogido todas su cosas y se largaron en cuanto su hijo menor estuvo dentro del auto. Sabría Dios que les había pasado. Los Himura no tuvieron tanta suerte. Uno de sus miembros, Sasuke no sabia cual, terminó infectado, por siguiente la familia entera, y el tuvo que terminar el trabajo asesinándolos a todos. En el momento, no había sentido nada más allá de la adrenalina recorriendo su cuerpo, pero la culpa había llegado después.
Abrió el capó del auto y descubrió el problema. Agua. La maldita camioneta no tenía agua. Genial. Regresó hasta su casa y entró buscando con la mirada la última botella que poseía. Antes de que se desatara la epidemia, el agua podía ser tomada del grifo pero ahora era un riesgo beberla, aunque eran muy pocas la veces que salia, al fin y al cabo.
- Parece que utilizaré esto - tomo la botella y regresó afuera.
Le agrego con un embudo el agua al tanque y cerro el capó. Volvió a subirse al asiento del piloto y giro la llave con la esperanza de que encendiera. Lo hizo. Con una sonrisa de satisfacción recogió la mochila y la escopeta y cerró la puerta. Oprimió el botón que habría las puertas blindadas y estas se abrieron con rapidez, la suficiente para que nada se escurriera dentro pero lo suficiente para que el auto saliera.
Agradecía el haber escogido el cambio de su casa unos meses antes, estaba protegida de absolutamente todo. Su casa era la única que producía su propia energía, gracias al sol y el viento. A pesar de ser de dos pisos, era bastante pequeña, con apenas dos cuartos, un baño, un estudio, la sala, la cocina y el patio. Todo estaba cubierto por un techo hecho de paneles solares y cemento. La hiedra había crecido por las paredes y rodeaba la mayor parte de la casa. Si hubiese alguien por allí, pensaría que estaba abandonada.
- La tienda, tienda - murmuró para sí mismo.- Esperemos que no nos encontremos con esos desgraciados.
Se sentía... solo. No, no por quizás ser la ultima persona en la ciudad, sino... era diferente. Lo sentía incluso antes de todo este alboroto. Podía estar con su mejor amigo, Naruto Uzumaki, rodeado de gente conocida, pero ese sentimiento parecía no irse. Si estaba acostumbrado? No lo sabia. Nunca se había considerado a si mismo muy sociable, por lo que su circulo social era limitado y su trabajo era muy complicado como para estar concentrado en otra cosa que no fuese estar de turno durante meses. La idea de tener esposa, como muy estúpidamente le ofreció su mejor amigo no parecía llamarle mucho la atención. Totalmente contrario a él, Naruto era feliz, se había casado un par de años antes de perder contacto, y todos los días le recordaba la miseria que era su vida.
Divisó la tienda y estacionó la camioneta justo en frente de la puerta trasera. Siempre entraba por allí, sabia que su agua estaba perfectamente escondida en la bodega, a savo. Se puso la mochila, tomo la escopeta y analizó el perímetro antes de bajarse. Nada. Ni una maldita alma. Como todos los días. Se acercó con sigilo hasta la entrada y empujo la puerta con la escopeta frente a él. Y fue allí cuando escuchó el grito. Un grito que cambiaría su vida para siempre.
