Disclaimer: Nada de esto me pertenece, es de José Antonio Cotrina.
Nota: La historia está sin betear, por lo que si veis alguna falta de ortografía o algo, me avisáis.
Muerto en vida
A pesar de que hace un par de horas que has recuperado la consciencia, no eres capaz de abrir los ojos. Piensas que es un sueño y que estás muerto, porque no puedes creer que estés vivo después de semejante herida.
Después de unos minutos decides abrirlos, y te sientas despacio, algo adolorido. Tienes las piernas adormecidas y no puedes evitar preguntarte cuanto tiempo llevas enfermo, soñando una y otra vez con lo ocurrido en las caballerizas.
Miras la silla vacía que está al lado de la puerta y te parece extraño porque, en los pequeños momentos que tenías de lucidez, creías divisar siempre allí una cabellera pelirroja con los ojos llenos de lágrimas diciendo, una y otra vez, que tenías que luchar y vivir. Que tenía que cumplir su promesa. Aunque, puede que solo fuera alucinaciones provocadas por el delirio de la fiebre.
En ese momento se abre la puerta, y es Héctor, que te mira con sorpresa. Parece más serio de lo que recuerdas y algunas ojeras se distinguen bajo sus ojos.
— ¿Acabas de despertar? ¿Cómo te encuentras?
—Bien. Me duele algo el estómago, pero creo que estoy bien.
Esboza una media sonrisa.
—Me alegro. Temíamos que no salieras de esta.
—Dímelo a mí—dices. Tras un momento de silencio, te atreves a preguntar lo que te ronda por la cabeza desde el momento que viste esa silla vacía—. Oye, ¿dónde está Alexander?
La sonrisa ha desaparecido de su rostro ante lo que acabas de decir, y te mira en silencio.
— ¿Dónde está Alexander, Héctor?—vuelves a repetir con algo de insistencia. Ahora prefieres que no responda, porque notas un mal presentimiento. No sabes cómo, pero lo sientes en el aire.
Y te responde mirando al suelo, huyendo de tu mirada.
—Murió hace un par de días. Salió con… —sigue hablando, pero tú no escuchas. Tus oídos han dejado de escuchar. En tu cabeza, solo resuena lo primero que ha dicho. Alex está muerto, y no va a volver.
Notas como si otra vez te hubieran clavado algo, pero esta vez en el pecho. Solo que no hay espada y lo provoca el corazón. Y respiras, pero el aire te parece veneno.
Héctor parece intuir que necesitas estar solo, porque ya no está en la habitación. Ni siquiera te has dado cuenta de cuando se ha ido, pero no te importa lo más mínimo.
—Me lo prometió—logras susurrar—. Me prometió que me llevaría a casa.
Las lágrimas poco a poco corren por tu rostro. Una tras otra.
—Mentiroso—dices— ¡MENTIROSO!
No moriste hace cuatro noches pero ahora, es como si lo hubieras hecho.
