Spencer Reid sabía que a nadie le gustaba oír su verborrea incontenible de información. Cuando ocurría, la gente lo miraba como si estuviera loco o de repente fuera un espécimen en peligro de extinción. Siempre le había ocurrido, desde que era un niño, y ya tenía práctica pasando de largo esas reacciones. Su madre le solía decir que esas personas que no le hacán caso o lo miraban mal eran "inútiles e ignorantes orangutanes de pacotilla". Pero aquello no siempre lo hizo sentirse mejor. Lo único que él quería era alguien que lo escuche. Y ahí se topó con Annie. Es una muchacha activa (a veces demasiado) que ama a todos los animales y los niños. Es bastante infantil. De hecho, en algunos momentos, Reid piensa que está hablando con una niña de seis años. Pero Spencer la ama. No solo por su belleza, sino por esa curiosidad insaciable que posee; por su sonrisa, que puede iluminar al mundo entero. Y también por su compañía. Ella es la única que se acurruca en su pecho, en aquel sofá viejo en su apartamento, y le hace preguntas, como a él le gusta, solo para que le responda como él sabe hacerlo. Sus preguntas, normalmente, corresponden a las de un niño que se encuentra en la etapa del "¿Por qué?" (¿Por qué el cielo es azul?; ¿Por qué aparecen las arrugas?; ¿Por qué el agua es transparente?; ¿Por qué se caen las hojas de los arboles?; etc.).

Al principio a ella le había costado entenderlo, ya que hablaba demasiado rápido, pero luego Annie se fue acostumbrando, y ahora incluso se ríe suavemente cuando él no puede resistir a la tentación y comienza a soltar frases demasiado confusas. Spencer adora ver en sus ojos aquella felicidad que le produce descubrir algo nuevo, y también la forma en que ella, a veces, le discute las respuestas. Porque, es muy complicado hablar sobre hechos científicos con alguien que cree en la magia, en un sujeto malvado llamado Voldemort y en un castillo antiguo ubicado en algún lugar incierto de Escocia. Aunque Spencer no se queja de eso. Le encanta verla farfullar acerca de la mente escéptica y cuadrada que posee Reid. Ella lo hace sonreír cada vez que se tropieza mientras corre o baila por algún parque, o cuando la escucha cantar desafinadamente en la ducha. Ella le hace olvidar todas aquellas muertes que lo persiguen, y eso a él le encanta.

Spencer también ama sus besos. Al principio él era muy tímido, pero Annie logró que se soltara un poco, aunque aún sigue sonrojándose cuando ella le hace algún cumplido o se pone algo tenso cuando se recuesta contra él.

Muchos se sorprenden como dos personas tan distintas conviven sin tener que arrojarse algún elemento contundente alguna que otra vez (aunque cuando Annie se molesta con los asesinos psicópatas por sacarle a su Spencer, es altamente recomendable no estar cerca de ella ni de elementos contundentes).

Pero se complementan, y eso les otorga la habilidad de poder estar juntos. Aunque su relación es bastante complicada, ambos son muy felices. Y cuando se sumergen en su pequeña burbuja, se olvidan de seres malignos sin nariz, de cuentas matemáticas demasiado complicadas para una mente promedio y de asesinos seriales.

Porque cuando están juntos, solo importan ellos dos, las preguntas demasiado curiosas de Annie y la verborrea incontenible de Spencer.