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Disclaimer: Los personajes de esta historia pertenecen a Naoko Takeuchi, solo los utilizo porque me gusta perder mi cabeza en historias locas.

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Senderos Perdidos

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1º "Prólogo."

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En el centro de la habitación solo había un objeto, rodeado por cuanta maravilla tecnológica permitiera proteger y bloquear el paso. Era un museo famoso, con una colección tan preciada y valiosa, que no podían permitirse tomar a la ligera. Pero esa pieza era especial.

Hace años corrían rumores de su desaparición, y al parecer el museo no tenía intención alguna en exhibirla, sino simplemente protegerla. Era hermosa e hipnotizante, como pocas cosas que se ven en la vida. Y tanta seguridad alrededor de un objeto solo significaba problemas.

Cada movimiento debía ser preciso, cuidado, porque no se suponía que estuviera allí, como no se suponía que estuviera en muchos lugares en los que se metió últimamente, pero de los que lograba salir victoriosa con su botín en mano, siempre.

Intentó no hacer ruido, cuando su cuerpo entró por completo a través de la ventana. Sabía que no tenía mucho tiempo hasta que se activaran las alarmas, así que enfrío su cabeza, concentrándose, intentando estar calmada porque la paciencia no era su mayor virtud, pero sabía que no tenía permitido equivocarse, que el costo era demasiado alto.

Cada paso aceleraba su corazón, comenzando a saborear la victoria. Un último esfuerzo, una última pieza. La última de una gran lista de robos que ella había cumplido una por una con éxito. No había nadie que se le comparara y en ese instante, iba a probarle a su jefe que merecía recibir la parte del trato que hicieron. Sin más vueltas, sin más peticiones. Tocó la última barrera entre ella y su objetivo, sintiendo el leve corte, chupando enseguida su dedo para eliminar el rastro de sangre, intentando no quejarse por la pequeña herida.

Pero su respiración se detuvo cuando sintió ruido en la puerta, desde su rincón pudo notar la figura que se hacía presente. Quiso tener un arma a mano y atacarle, maldiciéndose internamente por ser tan poco amiga de artefactos que ahora le podrían ser útiles.

No podía distinguir si era un hombre o mujer. Aunque llamó su atención la forma en que se movía, tan ágil como un felino, tan sutil como ella misma lo era. Y ese era el problema, que si al igual que ella, esta otra persona estaba allí en busca del mismo botín.

Su pie resbaló repentinamente, quitándole la estabilidad y haciéndola caer ruidosamente al suelo. Se sintió tan tonta, dejando de lado cualquier habilidad que siempre la acompañó. Por un segundo de distracción, estaba a punto de tirar todo a la basura.

La otra persona en la habitación se giró en su dirección, sin dudar comenzó a correr enseguida hacia ella haciéndole saber que no saldría de allí viva.

Se puso de pie tan pronto como pudo, tornándose defensiva cuando el primer golpe se dirigió hacia ella. Lo esquivó apenas, atacando de vuelta, intentando derribar a su oponente aun cuando sintió sus manos fuertes sujetarla. Era un hombre, pudo notarlo cuando cayó uno sobre el otro, y que su oponente fuera un hombre era una ventaja. Siempre se sintió en ventaja ante los hombres.

Lo aplastó con su cuerpo, indicándole que no era débil, incluso, podía ser más fuerte que él.

—Tienes suerte de que esté de buen humor y no te corte el pescuezo —le amenazó—. Sal de aquí antes que cambie de parecer.

Un movimiento ágil cambió la ventaja, dejándola inmovilizada y expuesta cuando su oponente cambió posiciones y quitó la capucha con que ocultaba su rostro. Él sonrió, mirando su rostro, tocando con calma su cabello.

—Todas las rubias son idiotas —se burló—. Ve a tu casa, mocosa, esto no es un juego.

Pero supo que estaba cometiendo un error, no sabiendo qué le impulsó a ser gentil apenas vio el rostro de la mujer que tenía bajo su cuerpo. No recordaba si la conocía, pero era poco probable. Y asumió que el hecho de ver el rostro de una mujer indefensa, le hizo ceder. O quizá no era lo indefensa, si no lo joven. Ella era demasiado joven para estar metida en líos, y él sabía perfectamente qué clase de gente agrupaba a jóvenes para hacer su trabajo sucio. Aunque él tampoco estaba muy limpio actualmente.

La sangre de ella hirvió en ira, no pudiendo creer que alguien se atreviera a tratarla así. ¿No sabía acaso quien era? Su nombre sonaba por todos lados, y todo mundo sabía que no debían meterse con ella.

Imitó las acciones, moviéndose para quitar la capucha, viendo entonces el rostro de quien se atrevía a subestimarla.

Ninguno se movió por unos instantes, quedándose fijos en los ojos del otro. Ninguno supo en ese instante porqué, si pudieron ambos tomar la ventaja de ese instante y sacarle ventaja a su oponente. El silencio, la cercanía, la facilidad con que por una vez pudo existir un instante de calma e ínfima conexión a la vida que hubo más allá del deber.

De pronto la alarma sonó, interrumpiéndoles, y también avisando que era tiempo de salir de allí.

Se miraron una última vez, antes de que cada quien corriera en dirección al lugar por el que había entrado, no dejando rastro alguno de su presencia.

Minako

Luego de salir del museo me sentí frustrada. No podía dejar de pensar en mi falla, en mi única falla desde que hacía esto. Todo por culpa de ese hombre, que nada tenía que hacer allí metido. Recordé brevemente sus ojos verdes, no logrando descifrar qué cosa en esa mirada me era tan familiar.

Entonces miré a mi jefe y sus ojos que sí me eran claramente conocidos, aunque sentado frente a mí, no se atrevía a mirarme aun, quizá intentando calmarse, luego de que le dije que no tenía allí su preciada pieza. Levantó la mirada y le sonreí inocentemente, agachando la cabeza en respeto, respeto que él no tiene hacia mi. Me preguntaba constantemente cuanto creía él de todas las mentiras que yo le inventé. Supongo que aun sabiendo la verdad sobre mí, solo le interesa disfrutar de mi presencia hasta que nuestro acuerdo se acabe, es un secreto a voces que Kaito Ace me ve como su pequeño y favorito trofeo.

—Había otra persona allí, él encendió las alarmas —me excusé, pero sabía que no era suficiente el culpar al hombre de ojos verde. Así que apliqué el plan que seguramente salvaría mi trasero.

Levanté mi rostro, mirándolo a los ojos con angustia, usando cada una de las palabras que le harían olvidar mi falla. A diferencia de lo que dijo en el museo ese hombre, no soy una mocosa, soy bastante astuta y aunque muchas veces me falten armas comunes, tengo armas bastante especiales, y que se usar muy bien.

—He sido descuidada, lo lamento tanto —murmuré, debí ser actriz—. Me siento distraída desde hace unos días, desde que me besaste.

—No solo te besé, Venus —corrigió. Y tenía razón.

Desde que llegué aquí que me mira con deseo, y pensé que iba a demorar más en dar algún paso que me permitiera saber cuánto podía usarlo a mi favor. Y cuando lo dio, no fue un simple beso, fueron sus manos reconociéndome, fueron sus labios probándome. Y estoy segura que no se habría detenido de no ser porque notó mi rostro temeroso. Obviamente no podía permitir que él hiciera lo que quiere conmigo, no aun, no cuando debo guardarme esa arma.

—Saijo…por favor no te enojes conmigo —agregué, pronunciando su nombre real, ese que nadie tenía derecho a mencionar, excepto yo. Tener al líder de todo este sitio a mis pies, tiene sus ventajas.

Me acerqué con calma, sentándome a su lado sin quitar la mirada inocente que tenía tan aprendida, porque eso servía para ablandarle el corazón, o para calentarlo, yo qué sé.

Miré luego su mano, tomándola entre las mías, pero él la quitó, agarrando mi rostro, haciéndome verlo, y cuando choqué mis ojos con los suyos, temí. No me veía con la dulzura de siempre, si no con frustración.

—Me estás dando demasiados dolores de cabeza —dijo neutro, no permitiéndome interpretarlo—. Lo que deseo que me des, no son dolores de cabeza.

Bingo.

Me acerqué un poco más, tímida, estirando mi rostro hasta apenas rozar mis labios en los suyos. Una vez, luego otra, luego sintiéndolo abrir levemente su boca ante mi provocación. Entonces supe que había ganado esta partida.

Su mano se movió hacia mi nuca, no siendo suave en ello, devorando de pronto mi boca en el beso que yo inicié suave. Pero es que no podía ser energética ante él, debía hacerle creer que le temía, que le respetaba, y que cualquier doble intención de mi parte era desde la inexperiencia de mí ser.

Su lengua fue exigente, dejándome sin aliento en segundos, aun cuando yo respondía leve, él pedía que le equiparara e intenté no salirme de mis cabales, porque aun siendo todo esto por mi bien, habría que ser idiota para no sentir placer al besar a un hombre como él.

Una cosa son los planes, la cabeza fría, el corazón resguardado. Y otra es el cuerpo.

Cuando me aparté lo escuché quejarse, pero era todo lo que iba a obtener de mi hoy. Me puse de pie, quedando frente a él nuevamente, comportándome como quien trabaja para él, y no a quien desea.

—Te traeré esa espada —aseguré.

—Y la cabeza de quien se metió en tu camino —agregó.

Y aunque la violencia no era lo mío la mayor parte del tiempo, me prometí a mi misma que encontraría nuevamente a ese hombre.

Me dirigí a la puerta, sonriendo levemente cuando Saijo ya no veía mi rostro. Quizá hoy no obtendría lo que quería, pero estaba todo resultando de acuerdo a mis planes y nadie iba a impedirme poner mis manos en esa espada, completar mi plan.

No podría siquiera el hombre de ojos verdes, si es que se atrevía a interponerse nuevamente.

Yaten

Permanecí un buen rato en el jardín, esperando que me recibieran.

Podía asegurar que alguna vez vi el rostro de la chiquilla que me topé en el museo, pero no lograba recordar dónde. Quizá porque tenía demasiados recuerdos enterrados desde que me movía en este turbio mundo.

Y era gracioso, verla tan joven, sintiéndome tan viejo. Supuse que ella tenía más o menos mi edad, pero ahí estaba yo nuevamente sintiendo que habían pasado siglos sobre mí, matando el corazón joven y convirtiéndome en un alma vieja dentro de un cuerpo que podía actualmente hacer lo que fuera sin reclamar, sin siquiera sentirme resentido de estar atrapado aquí. Me gustaba la cuota de poder que traía el servir a una familia poderosa, que ahora era también mi familia.

Pero gran parte de mí solo quería encontrar una salida.

—Yaten —me llamó, y reconocí su voz. Hace días no la veía, y no sabía si alegrarme o sentirme agotado de su presencia—. ¿Vienes a hablar con mi padre o a contarme cómo van los preparativos?

—Estoy aquí por trabajo —aclaré, sin ánimo de discutir—. ¿Cenamos más tarde?

Ella asintió, aceptando. ¿Qué más le quedaba? No es como si tuviera mucha opción ante mí. Yo era el premio de consuelo cuando no pudo obtener a quien quería, la única salvación para la felicidad ajena.

—Estás muy serio hoy —comentó.

—¿Recuerdas alguna vez haberme visto riendo, Kakyuu? —devolví suave—. Ha sido un día largo, sólo quiero conversar con tu padre y cenar contigo, pasaremos un buen rato, lo prometo.

Me acerqué a ella, tocando su rostro y noté su leve sonrisa. Sé que de alguna forma me quiere, se que de alguna forma también le quiero. Nos queremos como esa última alternativa que uno debe abrazar antes de rendirse ante la vida. Aunque supongo que estar aquí fue renunciar por completo a mi vida.

—Se que extrañas a tu familia, pero pronto nos casaremos, quizá eso ayude —me animó.

—Ustedes son mi familia, dijimos no tocar ese tema nunca más —le corté, besando su frente en despedida.

Caminé hacia la entrada, después de ver a un hombre indicarme que podía entrar.

No pude evitar preguntarme qué sería de la familia a la que renuncié, también preguntándome si era mejor opción quedarme junto a Kakyuu y su familia, o buscar una salida.

Por ahora todo lo que quedaba era abrir las opciones y aceptar lo que fuera dándose. Al menos había valido la pena el ofrecerme como futuro marido de Kakyuu cuando Seiya desapareció.

Entré a la habitación, nunca pudiéndome acostumbrar al enorme lujo que envolvía al ingresar. Me gustaba la buena vida y lo fino, pero esto era exceso.

Miré a mi futuro suegro, mi jefe, y el actual dueño de mi vida.

—Compré unas propiedades de las que quiero que te hagas cargo —anunció—. Intenté comunicarme hace unas horas, pero fue imposible localizarte.

Me disculpé sin mucha palabrería, no iba a explicarle que fui a meterme a un museo para robar una espada. Si algo he aprendido en mi tiempo con esta familia, con todo el entrenamiento al que he sido sometido, es a no divulgar demasiado. Tengo la habilidad de esconder mucho, ser meticuloso y silencioso en lo que hago. Y debía aprovecharlo.

—Llevaré a su hija a cenar fuera, si me lo permite —anuncié.

—Es bueno para ustedes, para que se acostumbren.

Recibí una serie de documentos indicándome la ubicación de las propiedades y para qué serían utilizadas. Al parecer estaría a cargo de vigilar el nacimiento de un nuevo negocio.

Salí de allí, acomodando los papeles en mi auto para resolver algunas cosas antes de venir por mi prometida y salir a comer.

Pero no me preocupaba la cena, ni las propiedades. Sólo tenía en mente lo que escuché tantas veces a mi padre, y otras tantas en este mundo oculto. La historia sobre el objeto que hace años no tenía un dueño, y que prometía entregar el control de todo el territorio a quien la poseyera.

Quizá eran tonterías, pero esas tonterías eran un fuerte simbolismo entre todas las personas con poder en los alrededores. Todos le querían y nadie podía aun tenerla en sus manos.

Y yo simplemente pensaba que si lograba robar esa espada, iba a tener el control de mi vida nuevamente.


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Hola!

Me aventuré de nuevo. Porque el otro día me puse a leer fics viejos y me di cuenta que me despeja la mente del trabajo, donde de por sí ando todo el día haciendo funcionar historias de ficción, pero ajenas.

Además el inicio de Kay con su nuevo fic, me impulsó a darle rienda suelta a una idea loca que tenía. Espero que la idea loca no quede tan suelta. Y, ¿ qué tal?

Abrazos a todas!