1. CULPABILIDAD Y VALENTÍA.

Aquel día las nubes se tiñeron de un color azul oscuro. Todos los aldeanos del poblado se reunieron en el lago que había a las afueras. Cuando dejamos la aldea atrás, empezó a hacer un frío de aquel que se metía hasta en los huesos. Pronto llegaron los del grupo de Inuyasha. Entre éste y el monje Miroku, llevaban el cuerpo inerte de la abuela Kaede sobre una camilla construida a base de ramas, hojas y unas sábanas de la fallecida. Los aldeanos depositaron la camilla y por lo tanto a Kaede, sobre una gran base de madera, la cual llenaron de ofrendas. Habían velas, flechas, flores, incluso cartas de despedida. La tradición indicaba que la aprendiz de Kaede, es decir Kagome, pasaba a tener el cargo de sacerdotisa del poblado. Y yo, que había vivido los últimos nueve años junto a la anciana, me convertía en la aprendiz. Kagome, que vestía el kimono de sacerdotisa, se acercó al cadáver y me indicó que la acompañase. Cuando me junté con ella, saqué el collar que había hecho yo misma y se lo dí a Kagome. Ambas juntamos nuestras manos y rezamos un conjuro que serviría para invocar una barrera mágica para que ningún animal, persona o demonio pudiese jamás acercarse al cadáver. Era tarea de Kagome entregárselo a la difunta. Pero en vez de eso, me dio a mí el amuleto.

– Creo que lo más acertado es que seas tú quien se lo entregue, Rin. Al fin y al cabo fuiste tú quién vivió con ella en sus últimos nueve años. – Me dijo Kagome, antes de dejarme una caricia en el pelo.

La muerte de Kaede me había afectado mucho, puesto que ella había sido lo más cercano a una madre que había tenido desde que empecé a vivir en la aldea. Ahora, el verla allí tumbada, sin vida, hacía que me sintiese muy sola.

Cogí el amuleto y asentí tras las palabras de Kagome. Me arrodillé junto a Kaede y le puse el collar, levantando con mucho cuidado su cabeza. Cuando el collar estuvo bien colocado en su cuello, agarré la mano de la susodicha y la besé. Por mi cabeza solo pasaban las imágenes del último día de vida de Kaede.

– Perdóname, Kaede... Todo fue por mi culpa... Lo siento mucho... – Susurré sobre su fría mano, ahora empapada en mis lágrimas. – Te prometo cumplir mi promesa, cueste lo que cueste... Descansa en paz, querida Kaede... – Me levanté y me alejé unos pasos del cadáver. Sequé mis lágrimas y miré al monje, quién entendió mi gesto al instante.

Miroku adelantó unos pasos hacia el cuerpo yaciente de Kaede, clavó el báculo en el suelo, junto a él, y cerró los ojos a la vez que alzaba los dedos índice y corazón de su mano derecha y susurraba una plegaria inaudible. En ése instante, todos los aldeanos se arrodillaron y rezaron junto a Miroku. Algunos se agachaban, haciendo reverencias. Los más pequeños lloraban.

Cuando terminó la ceremonia de rezo, unos aldeanos empujaron la base de madera hacia el lago. De éste modo, el cuerpo de Kaede empezó a flotar adentrándose en el lago y al rato, se perdió de vista.

Los aldeanos, empezaron a abandonar el lugar y únicamente quedamos los del grupo de Inuyasha, y Kohaku.

Me senté en el suelo, abrazando mis rodillas, mirando fijamente el lago. De repente, la gata mágica, Kirara, se abrazó a mis piernas e hizo su característico sonido. Alargué la mano para así acariciarla, pero mi gesto de cariño duró escasos segundos, puesto que la gata salto y miró detrás de mí, donde estaban todos. Me giré a mirarlos. No podía sonreír todavía, pero me levanté y me acerqué a Kagome, a la que abracé.

– La pena es algo muy normal, Rin. – Dijo ella, tratando de calmarme. Usó el tono dulce que solía utilizar para animarme, pero ésta vez, de poco sirvió. – Recuerda que ella te quiso mucho. Siempre te quiso y te cuidó, ahora tu debes sonreír y agradecer así todo lo que ella te dio. ¿Lo entiendes?

Claro que lo entendía. Y sabía que a Kaede no le gustaría verme triste. Pero el dolor afloraba dentro de mí. No podía dejar de recordar el último día de vida de la anciana. Cómo ella, sin dudarlo, arriesgó su vida para salvar la mía. Por eso murió Kaede, por defenderme. El demonio que nos atacó era débil, pero yo no me percaté de su presencia y eso le costó la vida a la anciana. Luego me escondí en lo alto de un árbol y tuve que esperar a que Inuyasha me encontrase, porque tenía miedo de bajar y hacerme daño. En ésos momentos me creía la persona más patética del mundo.

Asentí sin más y me levanté. Todos nos dirigimos a la aldea en la que actualmente vivíamos, que era en la misma en la que vivía Kaede. Al llegar, me adentré en la cabaña de la anciana, que era en la que vivía yo actualmente. Estaba vacía, la anciana siempre decía que los objetos importantes de verdad, eran los que llevábamos siempre encima, y que no hacía falta tener nada más. Era de buena sacerdotisa no ser vanidosa. Y yo algún día sería sacerdotisa. Pero realmente, ¿era eso lo que yo quería?

"– Rin, tienes que prometerme algo.

Lo que sea, señora Kaede.

Tienes que convertirte en una valiente. Y ser mucho más fuerte, niña.

Pero Kaede yo no sirvo para la batalla...El Señor Sesshomaru siempre me protegía, no sé ni coger un arco...

Kagome te enseñará, Rin. Entonces, ¿me prometes que te harás muy fuerte? Yo ya estoy vieja, y no sé cuando me iré.

Le prometo, señora Kaede, que me esforzaré mucho y me haré fuerte. Cuando lo consiga usted podrá estar orgullosa de mí.

Piensa que una sacerdotisa tiene que saber cuidar de sí misma para tener un fuerte poder espiritual.

No la decepcionaré, Kaede. Conseguiré hacerme fuerte."

Me sentía tan perdida. No sabía por donde empezar, pero ya tenía que hacerlo. Me faltaban pocos días para cumplir los dieciséis años y las mujeres a esa edad ya tenían marido. Y una aprendiz debía ser ya fuerte. Pero no sabía de qué forma, una chiquilla tan débil como yo, iba a hacerse fuerte.

¿Qué era más importante? ¿Saber pelear o saber usar un arma? ¿Saber luchar o saber protegerse? Tal vez, solo habían dos personas en la aldea que pudiesen responderme a todo a aquello. Los exterminadores Sango y Kohaku. Ellos habían estudiado y aprendido las artes de la lucha, tal vez me pudiesen enseñar. Junto con Kagome que tal vez quería enseñarme las artes de la sacerdotisa.

Aunque yo siempre pensé que quién me enseñaría a defenderme sería...

No. No pienses en él. Él no va a volver...

Sonreí un poco, desganada totalmente. Habían pasado nueve años desde que Sesshomaru me había dejado en la aldea. Al principio venía siempre a verme, pero luego dejó de venir y solo aparecía Jaken. El fiel seguidor de Sesshomaru lo único que me decía de él, era que seguía vivo. Siempre me decía que su amo y señor amenazaba con matarlo si contaba algo más acerca de su persona. Así eran las cosas, con lo que llegué a la conclusión de que era el mismo Sesshomaru el que quería que me olvidase de él. Tal vez por ser humana. O por no saber protegerme. Pero eso pronto cambiaría, porque prometí a la señora Kaede hacerme fuerte. Cuando eso sucediese, tal vez yo podría irle a buscar y preguntarle por qué motivo no quería verme más.

Salí de la cabaña y caminé por los caminos del poblado, buscando el hogar de Sango. No tardé demasiado en encontrarlo, puesto que solía ir mucho por allí y me sabía todos los atajos. Desde algunas casas de distancia, se podían escuchar los gritos de las gemelas Reiko y Yuki, las niñas ya tenían nueve años y seguían siendo tremendamente traviesas y juguetonas. Saburo, el tercer hijo de Sango, tenía ya seis años. Era un chico muy responsable e inteligente y quería estudiar las artes del exorcismo, igual que su padre. Las gemelas preferían ser exterminadoras, porque decían que era más emocionante. Yo reía cuando decían aquello, pero no las entendía. ¿Cómo es que querían entrar en un mundo tan lleno de peligros?

– Hola, Rin... ¿Como estás? Te vi muy afectada en el funeral. – Sango al verme, se acercó a mi y me abrazó. Todos eran muy cariñosos conmigo siempre, y eso me hacía enternecer.

– Hola, Sango. He venido porque tengo que hablar contigo, pero no quiero molestar. Tal vez vengo en mal momento.

– Tranquila, Miroku se encarga de los niños. ¿Qué ocurre?

– Sango, ¿podemos ir a otro sitio con Kirara?

– Claro que sí, vamos. Kirara.

– Prrrrrrrrr.

Kirara se transformó nada más salir de la cabaña. Ésa pequeña gata siempre conseguía maravillarme. Sango montó sobre su mascota y yo monté también, detrás de su dueña. En seguida Kirara se puso a volar. No quería que mi amiga se diese cuenta, pero volar, me ponía triste. Me recordaba a cuando viajaba con Sesshomaru, y montaba en Ah-Un.

Pronto llegamos a un prado enorme y precioso, lleno de flores de todos los colores. Sango sabía que me gustaban mucho las flores, y supongo que quería animarme un poco, y por eso me llevó hasta éste lugar. Baje rápido de Kirara, y Sango bajó también. Kirara se acercó a mí y me dio un cabezazo cariñoso, y luego me besó la mejilla. Sonreí, era muy tierna. La gata se tumbo en el suelo y se puso a dormir, en su tamaño grande. Sango y yo nos sentamos apoyadas en las patas de Kirara.

– Hace meses, le prometí a Kaede que me haría fuerte y valiente. Pero ni siquiera pude ayudarla, Sango.

– Rin, la muerte de Kaede no fue tu culpa. Algunos demonios usan el silencio para mostrarse, y sin duda aquel demonio iba a atacarte a ti. Kaede no debió de tener tiempo para disparar una de sus flechas, y prefirió interponerse antes de que tú salieses herida, o peor, muerta.

– Tal vez sí, Sango. Pero si me hubiese atacado a mí, hubiese resistido.

– Rin, Kaede te quería mucho. Y ésa fue la mejor forma de demostrarlo, ¿no crees? Dio su vida por ti.

– ¿Morir es una buena forma de demostrar si se quiere o no a una persona? Porque si Kaede siguiese viva, todo sería más fácil.

– Tal vez entonces, tú estarías muerta o gravemente herida. No llegamos a tiempo, Rin. Hay veces, en las que no se puede hacer nada. Es injusto, lo sé. Pero Kaede era una anciana, y ya había vivido mucho.

– Tal vez tengas razón, Sango. Pero... Si yo me hubiese dado cuenta, tal vez... Tal vez seguiría viva. ¿Puede ser?

– Todo puede ser, Rin. Pero no por ello, hay que lamentarse.

– Sango, he pensado que Kohaku y tú podríais ayudarme para saber defenderme. Sois exterminadores... Y yo no sé ni coger un arco.

– ¿Estás segura de ello, Rin? Tendrás que entrenar mucho, no tienes nada de músculo y habrá que ponerte fuerte.

– Soy la futura sacerdotisa, tengo que aprender a defenderme.

– En ése caso, cuenta con nuestra ayuda.

– Gracias, Sango.

– El truco, y recuerdalo, es no pensar. Solo actuar. Y más si es para proteger, o protegerte. Solo actúa, porque nunca va a darte tiempo a pensar.

Sabía que podría contar con ella, Sango y yo nos entendíamos muy bien. Años atrás, solíamos ir con sus gemelas y Shippo a jugar al escondite. Pero yo era tan patosa, que siempre terminaba cayéndome al suelo.

En ése momento un demonio en forma de bola rosa pasó por encima de nuestras cabezas. Descendió poco a poco y cayó a unos pocos metros de distancia. El ya no tan pequeño Shippo, cayó delante de nosotras con agilidad.

– Hola Sango, hola Rin.

– Shippo, no te he visto en el funeral.

– Lo siento Rin es que... – Shippo estaba muy sudado, y apenas respiraba con normalidad – Hay muchos, muchísimos demonios que van hacia la aldea. He venido lo más deprisa que he podido, pero sigo siendo lento.

– ¡Tenemos que ir, rápido! – Sango montó en Kirara seguida por mí y por Shippo, el cual depositaba su peso sobre mi espalda, todavía con dificultad al respirar.

La preocupación me invadía. Sabía que probablemente, serían demonios inferiores, como los que suelen ir juntos en masa. Pero aún así, uno de esos demonios era capaz de destrozar un poblado entero. ¿Y si atacaban a mis amigos?

A los pocos minutos llegamos a la aldea. Sango lanzó el Hiraikotsu, pero solo pudo eliminar a pocos demonios de la gran masa que había allí. Al escuchar el volar del arma, Miroku salió disparado de la cabaña, con sus hijos en brazos. Yo sabía que el poder de Miroku no era suficiente para tantos demonios juntos. Y más ahora, que no tenía el vórtice. Bajé de un salto de Kirara, y me puse a correr, en busca de Kagome. Pero no la encontraba. No estaban, ni ella ni Inuyasha. ¿Done se habrían metido?

Entre los demonios, pude diferenciar aves maléficas, calaveras voladoras, serpientes voladoras, cuervos del infierno, variedades de ogros voladores y demonios con muchos ojos. Los aldeanos salieron a proteger sus hogares y sus mujeres e hijos. Cuando me giré un poco, visualicé a una pareja de demonios que me seguían corriendo. Yo empecé a huir, mientas mis perseguidores gritaban "ésta carne humana nos saciará a todos, llevamos tiempo si comer". Como siempre me pasaba al correr, puse mal el pie, y caí al suelo. Me giré para mirar a los demonios que me seguían. Ése sería mi final.

Señor Sesshomaru, ayúdame... No.. él... él no va a venir...

Por suerte apareció en el aire la hoz voladora de Kohaku que eliminó con rapidez los demonios que me perseguían.

– ¡Ponte detrás de mí, Rin! – Me indicó el joven exterminador.

Con rapidez me coloqué detrás de él. Kohaku eliminó a unos cuantos demonios de una estocada. Pero por cada uno que mataba, aparecían otros cuatro. Shippo eliminó a varios demonios con sus fuegos fatuos.

– ¡Inuyasha! ¿Donde te has metido? – Gritaba Shippo con desesperación.

– ¡Kirara, cubre a Miroku! – Oí decir a Sango.

Las batallas se hacían más difíciles ahora, ya que apenas podíamos contar con Miroku, porque a él le tocaba proteger a sus hijos. Y si Inuyasha y Kagome no estaban, con tal multitud de demonios, era algo difícil de superar. Estábamos solos. A mi alrededor no veía otra cosa que cadáveres, y cabañas encendidas por fuego. Si yo al menos, pudiese hacer algo... Con las humaredas que se formaban, se podía ver a kilómetros que la aldea estaba siendo atacada.

Solo se me ocurrió algo. Tal vez si me hería Sesshomaru oliese mi sangre y apareciese... La idea me pareció tan efectiva que en seguida cogí una espada por su filo y me corté la palma de la mano, dejando caer la sangre al suelo. Tenía la esperanza, o el cruel consuelo de que Sesshomaru vendría a rescatarme... Pero los minutos corrían y la situación solo empeoraba.

Un demonio lanzador de púas atacó brutalmente a Kirara, la cual volvió a su estado de gatita, y cayó al vacío. Sango corrió a relevar a su mascota, intentó defender a su marido, pero Miroku, al ver que Kirara estaba herida, y la situación cada vez era más complicada, decidió meter a sus hijos entre unos arbustos y unirse a la batalla. Usó sus pergaminos sagrados, pero eso solo conseguía mantenerlos a raya. Kohaku intentaba eliminar a los demonios más veloces y Shippo a los más lentos, mientras que Sango y Miroku nos defendían a Kirara y a mí. Yo cogí a Kirara con una mano, puesto que la otra me sangraba y me dolía. Me oculté en la cabaña de Kaede con la gata. Para mi sorpresa, había una niña muy pequeña oculta también dentro de la cabaña de la anciana. Me quedé en el umbral de la puerta vigilando la batalla. Un demonio se acercaba peligrosamente a los arbustos donde Miroku ocultaba a sus hijos. Miroku y Sango no se habían dado cuenta de aquello, puesto que estaban protegiendo a Shippo, quién también había sido atacado.

"– El truco, y recuerdalo, es no pensar. Solo actuar. Y más si es para proteger, o protegerte. Solo actúa, porque nunca va a darte tiempo a pensar."

Tras recordar las palabras de Sango, salí disparada a los arbustos y pude coger a las gemelas, mientras que la mayor de ellas, Reiko, cogía a Saburo. Kohaku volvió a cubrirme, hasta que me metí de nuevo en la cabaña de Kaede.

– Reiko, Yuki, Saburo, niña, ¿estáis bien? – Les pregunté asustada-

– Sí, pero Kirara no deja de sangrar... – Cometó Reiko.

Me acerqué a Kirara y la acaricié. Tenía mucha fiebre y sangraba demasiado. Cogí la sábana de mi cama y presioné la herida. Si le presionaba la herida, parecía sangrar menos.

– Reiko, presiona ésta sábana sobre la herida de Kirara. Yuki, tú vigila a Saburo y a la niña pequeña. Yo voy a buscar un escondite mejor para vosotras, no os mováis. – Salí corriendo hacia donde estaba Kohaku y le pedí que cubriese la cabaña, que allí estaban sus sobrinos.

Corrí por la aldea, la batalla cada vez estaba peor. Buscando un escondite mejor, encontré a Shippo tirado en el suelo. El demonio zorro había perdido el conocimiento. Decidí cogerle en brazos, cargarlo en mi espalda y salir corriendo. La mano cada vez me dolía más, y no dejaba de sangrar. Sesshomaru no aparecía, y si Inuyasha y Kagome no llegaban a tiempo, acabaríamos todos muertos.

Corrí dentro del bosque, el cual estaba despejado. Corría hacia el árbol del tiempo, para ver si era seguro. Al ver que lo era, dejé allí a Shippo y volví corriendo a la aldea. Tenía que luchar contra mi dolor, para que no se me cayesen las lágrimas. Llegué de nuevo a la cabaña de Kaede. Reiko ya no presionaba le herida de Kirara puesto que ya no sangraba, pero seguía inconsciente, y Yuki estaba abrazando a su hermana y a la niña. Me temblaba el cuerpo, estaba perdiendo demasiada sangre por la mano, y empezaba a ver borroso.

– Yuki, lleva a tu hermano pequeño... Tú, Reiko.. Lleva a Kirara con cuidado, no la menees mucho, o se le abrirá la herida... Niña, bonita, ven, yo te llevaré a ti... Niñas, tenemos que ir corriendo hasta el árbol sagrado... – Les hablé como pude, no tenía apenas fuerzas, por la pérdida de sangre de mi mano.

Las dos niñas se pusieron a correr hacia el árbol sagrado y yo las seguía. Pero a medio camino nos encontramos con la silueta de nuestros amigos Inuyasha y Kagome. Al verles, respiré aliviada. Inuyasha cargaba a Kagome en su espalda. Yo dejé a las niñas en el árbol, pero ellas me siguieron al comprender que con Inuyasha ya no habría peligro.

– ¡Viento cortante! – Oí en la distancia. Me acerqué al poblado como pude, agarrando mi mano herida. A los pocos minutos, los gritos y llantos cesaron. De una estocada, Inuyasha logró vencer a todos los demonios que nos atacaban.

Las niñas vieron a su madre en la lejanía y corrieron hacia ella. Sonreí un poco, Shippo las acompañaba llevando a Kirara en brazos. Las niñas abrazaron a su madre, la cual estaba cubierta en sudor.

En seguida Inuyasha, Kagome y Miroku empezaron a ayudar a los aldeanos. Pero de repente uno de los demonios que había en el suelo, se puso en pie y cogió a Reiko, mientras Sango andaba ocupada con Yuki. El grito de Reiko fue suficiente para que en un instante todos nos diésemos cuenta de lo que ocurría. Todos estaban lejos y Sango no llevaba el Hiraikotsu.

"– El truco, y recuerdalo, es no pensar. Solo actuar. Y más si es para proteger, o protegerte. Solo actúa, porque nunca va a darte tiempo a pensar."

Reaccioné en un segundo, cogiendo una lanza que había en el suelo, corriendo hacia el demonio y partiendo a este por la mitad, sin dejar de correr.

– ¡Deja en paz a mis amigos! – grité a la vez que herí al demonio y provoqué su muerte.

Reiko, quién estaba en el aire, empezó a caer. Corrí hacia ella, con miedo de no poder llegar lo suficientemente a tiempo antes de que la niña se estampase en el suelo. Pero salté, y al ver que no podía coger a la niña, me puse en el suelo y Reiko cayó encima de mi. Como era pequeña, y no pesaba apenas, no me hizo apenas daño. Pero perdí el conocimiento a causa de la pérdida de sangre.

"– Hey, Señor Sesshomaru.

Qué.

Algún día cuando yo me muera... ¿podría prometerme que no se olvidará de mí?

No seas tonta.

¡Señor Sesshomaaaruuuuu! He traído a Ah-Un. ¿A donde nos dirigimos mi querido señor?

Obviamente, ¡a destruír a Naraku!

Entonces, supongo que yo también puedo ir, mi Señor...

Claro que puedes, venga, vamos Jaken.

Vamos, Rin. Jajajaja.

Jajajajajajaja.

– …"

Sesshomaru...

Desperté a los días. Sango y Miroku estaban a mi lado. Ella tenía un claro rostro de preocupación que se disipó totalmente al verme despertar. Miroku me sonrió ampliamente.

– ¿Cómo te encuentras, Rin? – Me preguntó Miroku. – Kagome tuvo que coserte un poco la mano y te puso hierbas medicinales y unas vendas.

– Me encuentro bien, Miroku. Estoy un poco mareada.

– Es normal, llevas tres días sin comer ni beber nada.

– ¿Como están las niñas? ¿Reiko se hizo daño?

– Reiko está viva gracias a ti, Rin... – Me dijo Sango, la que me sonreía como si yo fuese su tesoro más preciado. – Le has salvado la vida a nuestros hijos... Ellas y Saburo, incluso la niña están en perfectas condiciones... Oh, muchas gracias, Rin... Si no fuese por ti...

– ¿Y Kirara y Shippo..?

– Kirara estuvo recuperándose durante unas horas, pero Shippo ya está en perfectas condiciones. Kohalu también está bien. E Inuyasha y los demás.

– ¿Murieron muchos aldeanos..?

– Hubo cuatro fallecidos en total. Kagome se ha encargado de los pocos heridos que hay, y ahora los aldeanos sanos reconstruyen sus casas, con ayuda de Inuyasha y Kohaku.

– ¿Y ha aparecido... él?

Miroku y Sango se miraron entre sí, luego me miraron a mi y finalmente, sonrieron.

– Sesshomaru estuvo aquí ayer. Trajo muchas hierbas medicinales y un kimono para ti. Dijo que tenía problemas. Pues los demonios de las tierras del Oeste, están invadiendo el territorio de su padre, Inu No Taisho, y Sesshomaru se ha ido a lo que parece ser una batalla muy encarnizada. Pero dijo, que a la que terminase, vendría a verte. Le contamos lo que hiciste por Reiko, y se alegró mucho. Realmente, y a pesar de ser tan frío, se le veía preocupado. Dijo que olió tu sangre, pero habían demasiados demonios en el camino.

Sesshomaru no me había olvidado. Aquello me hacía feliz, y llenaba el vacío que me había dejado la muerte de Kaede. Por fin había podido sentirme útil y ahora me sentía más fuerte que nunca. Las ganas me rebosaban y ahora sabía que podía ser fuerte y valiente. Y que podía cumplir la promesa que le hice a mi queridísima anciana.

Abracé a Miroku y a Sango a la vez, sintiéndome, por primera vez, orgullosa de mí misma. Ellos me devolvieron el abrazo. Sango se estremeció unos segundos, y en seguida le dió un bofetón a Miroku. Yo reí. Mis amigos estaban conmigo.

– Mañana te espero al amanecer junto a Kirara y Kohaku. – Comentó Sango – Voy a entrenarte como prometí.

– Cuenta con ello, Sango.