Vincere
Es normal que Maná se niegue a ver la realidad. Se esconde en las fantasías que brotan de su pecho, en las que reinan la justicia y la bondad que tiene como virtudes en un pedestal infinito. Hay que desgarrarlo para que entienda. Hacerle ver las marcas que salen sobre su frente cuando el dolor está al máximo y se hace insoportable el disfraz humano. Enseñarle los escenarios que les esperan para arrasar. Al Conde se le hace agua a la boca. A él también debería. Son hermanos, al fin y al cabo, una suerte de calcos por obra de un relámpago que se propone destruir el mundo. Pero entonces se derrumban los cielos y muere. Tan simple. Tan gracioso. Un beso en los labios calcinados. Y ahora el niño.
