Cuando te conocí, apenas y teníamos 16 años, llegaste como estudiante de intercambio al instituto al que me había costado tanto adaptarme con una sonrisa radiante posada en tus labios, mirando a todos con tus ojos claros, luminosos. Te presentaste, pero no dijiste tu nombre, solo dijiste que esperabas llegar a ser parte del grupo, qué torpe, pensé, que ilusa, piensa que será parte del grupo, algo que a mí todavía me cuesta trabajo.
Nadie preguntó tu nombre.
Todos te miraron sonriendo con hipocresía, te invitaban a sentirte segura, pero pensaban en qué "prueba de iniciación" te harían pasar. No pasó mucho tiempo, faltó que intentaras sentarte a mi lado, para que te jugaran la broma más antigua y pesada de todas, quitaron la silla y caíste bruscamente al suelo.
Llorar, salir corriendo, levantarte en silencio y sentarte conteniendo las lágrimas de la vergüenza mientras todos se burlan de forma cruel, todos eran escenarios posibles que pudiste representar, todos te miraron en silencio para intimidarte más aún, pero tu eras diferente, y como tal, reaccionaste de una manera distinta a lo común, simplemente echaste la cabeza hacia atrás y te pusiste a reír, ¿Reír? Si, a reír, reíste de una forma tan liviana y real, tan espontánea que arrastraste a todo el grupo a imitarte, todos rieron entretenidos por la extraña reacción, con ese simple gesto, con apenas 10 minutos de pertenencia al grupo, ya te los habías ganado a todos.
Después de tu "iniciación", la cual aprobaste sin problemas, comenzó la clase, historia, todos escuchando el monótono discurso del profesor sobre tiempos pasados, pero tú, sentada a mi lado y al lado, decidiste romper el hielo.
¿Nee, cómo te llamas? – me preguntaste sin mirarme, observabas al cielo a través del cristal, allí te gustaba imaginar la historia, no dentro de un salón, y creo, que aún te gusta hacerlo.
Mi nombre es Nana – respondí mirándote.
Nana... – murmuraste al aire con voz perdida – suena bien, ¿no crees?
Eso creo – repuse confundida, nadie le había prestado esa atención a mi nombre.
Y...
Espera – interrumpí - ¿cuál es tu nombre?
Apoyaste tu codo derecho en la mesa y lo doblaste para poder apoyar tu rostro en tu mano extendida, con la otra acomodaste tu cabello claro, abundante y ondulado, y volteaste a verme, sonriendo, mirándome con tus ojos brillantes, ambarinos, extraños.
Soy Nagisa, Sagan Nagisa, mucho gusto Nana-san – te presentaste.
No supe qué más preguntarte, mi mente de pronto se quedó en blanco, tú volviste a mirar por la ventana, claramente te entretenías más imaginando viajes históricos fantásticos con personajes que combaten y aman, a estar conversando con alguien que no tiene nada que decir.
A la hora de almuerzo, fuiste a la cafetería, te vi y te llamé, viniste a mi lado sonriendo, como siempre, te guié hasta donde se podía comprar algo de comer, de lo que elegiste un modesto emparedado y una gaseosa, pagaste y esperaste a que yo comprara lo mío,
Comimos en la azotea, aisladas, distanciadas de toda molestia, seguramente todos estarían buscándote para saber más de ti, los habías impresionado. No pude evitar preguntar.
¿No sería mejor, o, más divertido para ti si estuvieras con los demás? Seguro quieren conocerte – sugerí con mi mejor sonrisa.
Estabas mirando al cielo otra vez mientras masticabas silenciosa y lentamente un trozo de tu emparedado cuando mi pregunta interrumpió tus pensamientos; tragaste súbitamente y me miraste con expresión interrogante. Pregunté de nuevo.
¿No preferirías estar con los demás, Nagisa-san? – resumí mirándote.
Me miraste sin decir nada, permanecimos sentadas en silencio segundos eternos, una suave brisa pasó a nuestro lado y, como si te lo hubiera ordenado, tomaste un poco de tu gaseosa, sonreíste y preguntaste.
¿Tanto te molesta mi presencia, Nana-san?
Caí en pánico súbitamente, ¡Eso no era verdad! ¡No es cierto, al contrario!, Quise gritar, pero mi consiente censurador evitó tal imprudencia, en cambio, respondí disimulando mi creciente confusión.
¡No, no es eso Nagisa-san! Solo pensé que te gustaría estar con más gente, conociendo personas... – dudé – más interesantes que yo.
Dejaste de sonreír con lo que tu rostro tomó una expresión muy dura, pero no agresiva, era algo extraño, sobrenatural, tus ojos me miraban fijamente, buscando algo en mi interior, esquivando a mí consiente censurador, aún así me hablaste con voz comprensiva para subirme el ánimo, apoyarme.
¡No te subestimes así, Nana-san! – exclamaste – después de todo, no vine contigo para hacerte sentir mal – agregaste con voz más calmada, recuperando tu sonrisa.
