Antes que nada, bienvenidos y bienvenidas al extraordinario, sin sentido -y pervertido- mundo de Sara y Norma, dos compañeras de clase y fanáticas del sizzy y del malec respectivamente que harán las delicias de aquellos y aquellas que compartan su afición. Querido público, déjese embelesar por su fina prosa (escrita en el aburrimiento de la clase y entre risas), sus elegantes expresiones (más bien, coñas sin sentido) y su delicado comportamiento (mala leche made in Spain) y permítanse llevar por las emociones.

Con cariño, Sara y Norma.

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Hacia un par de años que había llegado a oídos de todas las jefaturas de policía de Estados Unidos las actuaciones de una banda organizada de ladrones de guante blanco que trabajaba para particulares en distintas partes del mundo. Nunca dejaban pistas, huellas, nada con lo que pudieran ser identificados. Lo tenían todo perfectamente planificado. Estudiaban concienzudamente los lugares del golpe, la seguridad externa e interna, las posibles entradas y salidas, así como las cámaras de seguridad. Esa era una de sus señas características, nunca desactivaban las cámaras, sencillamente las trucaban para que diera efecto de que la sala estaba vacía, pero era sencillamente un montaje informático. Sin embargo, a pesar de saber esto, los guardias de seguridad no advertían nada hasta que era demasiado tarde.

Toda esta información era la poca que la jefatura de policía de Nueva York, tras haber sido avisada de que últimamente los robos habían ido desplazándose desde San Francisco hacia la ciudad en que residía la Estatua de la Libertad, había conseguido reunir.

-Ya me están tocando la moral...-susurró Clary Fray, asesora de esta jefatura (o poli como la habían llamado otras veces), sentada en su escritorio mientras dejaba caer sobre la mesa los documentos del último robo- ¡Son todo callejones sin salida!- se exasperó.

- Tranquilízate, Clary. Esto no va a durar siempre, los buenos siempre ganan- trató de animarla su compañero Simon Lewis cuando entró por la puerta con tres embases de café.

-¡Ya era hora Sara!- escucharon la voz de su extravagante jefe de departamento, el inspector Magnus Bane. –Pensaba que ese café jamás llegaría- dijo alegremente el de rasgos asiáticos mientras tomaba el capuccino.

-Me llamo Simon.

-Pues eso; Soraya- le sonrió encantadoramente y el otro resoplo, no había modo alguno para que se acordara de su nombre.

-¡Bane, Fray, Lewis!- bramó la dulce y melodiosa voz del capitán Ragnor- ¡Moved vuestros traseros hasta los coches! ¿El museo Metropolitano acaba de avisar de la inactividad de varias de sus cámaras!

Sin pensar siquiera dos veces las ordenes de su jefe, lo obedecieron. Esos ladrones llevaban sacándoles de sus casillas desde hacía ya un año y no iban a dejar escapar cualquier oportunidad para atraparlos.

Tomaron sus armas y chaquetas y salieron hacia el aparcamiento.

Después de conducir como locos hasta el museo, llegaron tras muchos coches de policía cuyas sirenas sonaban estruendosamente en las cortadas calles de la ciudad. Entraron junto a un pelotón de policías y se dispersaron en busca de esos sinvergüenzas.

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Varias horas antes, en un edificio en los suburbios de Nueva York.

-¡Alec!- se oyó gritar a lo lejos- ¡Alec! ¡Maldita sea, mueve tu trasero hasta aquí ya!

-¡Quieres dejar de gritar!¡Intentaba dormir!- protestó un aun dormido rubio mientras entraba en la cocina seguido de un joven moreno con ojos azules.

-Dios, ¿Qué pasa ahora Isabelle?- preguntó este último.

-Pasa que a falta de tan poco tiempo para la apertura del museo vosotros aun estais durmiendo- los miró amenazante.

-Oh vamos Izzy- protestó Jace- Hemos revisado el plan millones de veces, nada va a salir mal. Ese jarrón estará en nuestras manos antes de que el jefe tenga tiempo de quejarse.

La joven Ligtwood se levantó con fuerza de la silla.

Está bien, preparadlo todo, Alec coge la bolsa, Jace ten listas tus herramientas y yo… iré a por mí "ropa de trabajo"- sonrió de forma un tanto pervertida.

Los muchachos se levantaron y fueron a arreglar las herramientas, puesto que ninguno de ellos quería enfadar a Isabelle. Alec cargó con su bolsa que estaba llena del material informatico necesario para poder controlar las cámaras de seguridad y poder establecer contacto con sus compañeros, Jace cogió su armamento y se cubrió las zapatillas con una fina capa de plástico para evitar así dejar algún tipo de huellas, y Isabelle bajo totalmente preparada, ya que ella era la parte de la asociación que se encargaba de la distracción. Una vez en la camioneta terminaron de preparar los detalles, pues como ultima protección Jace cubrió las manos de todos con cola blanca.

-Bien, comienza el show, Alec arranca éste trasto.

En poco menos de veinte minutos, la camioneta estaba estacionada frente al museo en un punto estratégico y los tres jóvenes estaban observando la entrada del museo, en la que se podía observar una cola gigantesca.

-Mmm… No me gusta esperar- protestó Jace mientras se volteaba para echar un vistazo a las otras puertas- Vamos hacia allá- dijo señalando la puerta que estaba destinada a los empleados- Isabelle, todo tuyo.

La chica caminó con confianza hacia la puerta, haciendo ver que sabía lo que hacía y entró dejando a sus compañeros atrás.

-Bueno, ¿Sabes que podríamos hacer ahora?- preguntó el rubio.

-Esperar a Isabelle.

-No seas aburrido Alec- le sacó la lengua el más joven.- ¡Podemos buscar chicas! A, no, para ti habríamos de buscar un chico.

Alec estaba a punto de responderle a su irritante hermano cuando la puerta se abrió y apareció Isabelle apremiándoles.

-Vamos, entrad- susurró.

Ambos chicos se lanzaron hacia la puerta, pasando sobre los dos guardias de seguridad a los que Izzy había dejado fuera de combate.

-Bien, cada uno a lo suyo, Alec, ya sabes lo que te toca hacer.

El de ojos azules sacó su portátil lo posiciono junto a los cables que había preparado previamente y lo conectó a la cámara más cercana, para así poder alterar todo el sistema de seguridad. Volvió a rebuscar en la bolsa para dar con unos pequeños auriculares y se los dio a sus compañeros.

-¡Venga, moveos, no tenemos todo el dia!

Los susodichos se dieron media vuelta y se dirigieron a la sala dónde se encontraba el jarrón que su reciente jefe, un desconocido para ellos, les había pedido que "recuperaran".

-Una…Dos- pasó contando Jace por delante de las salas- y… Aquí está- susurró.

La sala estaba prácticamente vacía, a excepción de una vitrina, en la que se encontraba el objeto que había causado tanto revuelo. Isabelle se dirigió a la puerta a vigilar mientras Jace se acercaba lentamente a la vitrina, y tanteaba en su auricular para poder poner música, algo que realizaba cada vez que se les encargaba un trabajo. En esa ocasión empezó a sonar un suave tango argentino, y claro está, el rubio no pudo resistirse, así que comenzó a bailar lentamente por toda la sala mientras se fijaba en un modo de conseguir el dichosos jarron.

-¡Jace!- le gritó Alec en la oreja-¡Coge el maldito jarrón y sal ya! ¡La policía ha llegado!

-Pero... ¡¿Qué?!- replicó el chico mientras hacia un fino corte en el cristal y deslizaba delicadamente su mano hasta alcanzar en objeto justo cuando Isabelle irrumpió en la sala.

-¡Jace vamos!

-¡La próxima vez, Isabelle intenta pegarle más fuerte al guardia!

-¡Oh perdone su alteza, pero como comprenderás no es muy fácil dejar a alguien sin sentido mientras le estás comiendo la boca!

-¡Pues por lo menos podrías hacerlo bien con toda la práctica que tienes!- gritó Jace mientras giraban el pasillo para llegar dónde estaba Alec. Pero de repente delante de ellos apareció una muchacha pelirroja con una pistola.

¡Id hacia la camioneta!- gritó el rubio mientras les pasaba el jarrón. Se giró hacia la agente y sonrió- Yo me encargo de ésta.