Todo empezó en sexto año. Draco estaba muy ocupado y desconcentrado como para comer. Apenas se despertaba en su cabeza volaban miles de formas en las cuales podía arreglar el armario evanescente y salvar a su familia de las torturas del Señor Tenebroso, eso lo llevaba a perderse el desayuno y pasar sus mañanas en el Sala de los Menesteres. Luego le siguió un simple hechizo para saber su peso. Empezó como algo normal, una vez a la semana Draco se fijaba que todo esté en orden con su cuerpo; que no haya muchas fluctuaciones, que su peso siga estable, etcétera, etcétera.

Después siguieron los pensamientos intrusivos: "subiste tres gramos, ¿qué estuviste comiendo?", "te ves más hinchado, dejá de tomar tanto líquido", "no hay nada mejor que agua en un estómago vacío", "si no necesitás el desayuno…¿quizás podés perderte la cena?", "¡un kilo más y llegamos a sesenta!".

Pronto el resto de su Casa lo empezaron a notar: "¿comiste hoy?", "definitivamente bajaste de peso", "¡estás muy flaco!", "comé".

En cuestión de unos meses Draco Malfoy había podido bajar diez kilos y no podía estar más contento con su peso (a no ser que pudiera bajar otros cinco y ahí se detenía, ¡lo prometía!). Sus clavículas se notaban, cuando se sacaba la remera de entrenamiento después de quidditch sus compañeros le decían que su columna vertebral y sus costillas protuberaban, le dolía cuando se sentaba por mucho tiempo.

El pelo se le afinó, se hacía moretones de la nada, sus uñas habían cambiado de color; ¡pero había perdido peso!

Pronto pasaba sus mañanas, tardes y noches en la Sala de los Menesteres, perdiéndose el desayuno, el té y la cena; ¡no tenía tiempo para comer, tenía que salvar a su familia! Sólo asistía al almuerzo, pero cada vez comía menos. Daba vueltas por a comida con el tenedor, metía comida sobre comida para esconderle a sus compañeros que no comía, bebía agua (el jugo de calabaza tenía más calorías) a montones.

Con el paso del tiempo se había instaurado reglas:

1-Tomar tres botellas de agua al día.

2-No más de 300 calorías al día los días de semana y 500 los fines de semana.

3-SIEMPRE dejar comida en el plato.

4-No tener snacks.

5-Nunca comer solo o a escondidas.

Y la lista seguía y seguía, al igual que su lista de comidas prohibidas se agrandaba y sus permitivas se acortaban.

Cada vez perdía más el control frente a la comida, comiendo de más, vomitando luego, restringiéndose por haber comido de más para después repetir el círculo vicioso.

Su humor era fluctuante. Generalmente estaba de mal humor, evitando a todo el mundo, contestando mal y refugiándose en la Sala de los Menesteres; así sus amigos se echaron para atrás y Draco estaba cada vez más solo.

Fue una de sus andanzas nocturnas que se cruzó con el espejo de Erised. Draco había escuchado del misterioso espejo antes, pero nunca lo había visto cara a cara.

Evitando mirar la superficie reflectiva, Draco se fue acercando al espejo. Un miedo enorme lo invadió. ¿Y si lo que veía no le gustaba?

Y sí, y sí, y sí.

Por fin Draco se decidió y miró el espejo de lleno. Perdió la respiración, los ojos se le llenaron de lágrimas.

Había aparecido él, con un físico que para otros sería perfecto pero Draco sólo quería llorar; lo único que veía era un cerdo. Aún reflejando lo que más deseaba, Draco se veía gordo.