Disclaimer: Brave no me pertenece, es propiedad de Disney Pixar, esto no tiene ningún fin comercial.


La reina de la tierra de los osos

Capitulo I: La extranjera

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Las leyenda dice que hacía mucho tiempo en un reino antiguo existía un príncipe, el mayor de cuatro hermanos quien ansiaba ser el único gobernante. No obstante lo anterior la leyenda nunca mencionó los alcances del príncipe, ni sus talentos. Por su puesto aquellas historias solo se contaban para transmitir enseñanzas de una generación a otra, y de vez en cuando solo tocaban una porción de la realidad.

Mordu no era un príncipe cualquiera, él era "el príncipe". En pocos años había reunido una cantidad suficiente de seguidores como para convertirse en una verdadera amenaza ante los ejércitos del rey. Nadie era tan carismático como él, excelente estratega y guerrero, hasta que un día, desapareció sin dejar nada más detrás de él que su leyenda contada generación, tras generación, acerca de un príncipe ambicioso que llevó a su reino a la perdición.

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Las leyendas son lecciones, eso era lo que siempre decía la Reina, Merida Dun Broch había aprendido a escuchar estas palabras cuidadosamente ya que en los años pasados muchas de aquellas leyendas se convirtieron en su realidad.

Merida dio paso tras paso mientras que escuchaba el sonido del follaje del bosque bajo sus botas. Ella sabía que aquel silencio solo podría indicar que había algo extraño aquel lugar, probablemente un depredador se encontraba cerca, pues no había forma de que los pájaros cesaran su trinar tan repentinamente en aquel cálido día de primavera, algo muy extraño sucedía.

– Vamos– le susurró a su caballo. Lentamente ella trepó al lomo de Angus y cabalgó fuera de allí. La Merida de cuatro años antes hubiera preferido esperar hasta que la criatura se hubiera manifestado, habría anticipado con ansias el momento de un sangriento enfrentamiento, la adrenalina la hubiera invadido y habría peleado sin medir las consecuencias, pero la Merida del presente era mucho más inteligente, sabía que era estúpido buscar un enfrentamiento que podría costarle la vida, aún más cuando había tanta gente esperando que muriese.

El camino de vuelta al palacio fue rápido, pero ella no pudo evitar pensar en los eventos del pasado. Ella había cambiado aquello era verdad, pero también estaba claro que durante aquel tiempo logró aprender mucho. Inicialmente, Merida no entendía el manejo de los asuntos de la corte, ya que el castillo de Dun Broch estaba considerablemente alejado de todo aquello, pero desde los fatídicos juegos en que tres pretendientes se disputaron su mano todo había cambiado. Lo más gracioso del asunto era que por tres idílicos meses Merida pensó que todo marcharía sobre ruedas, nadie la obligaría a casarse con los hijos de los grandes lores, su reino seguiría en paz y no habría consecuencias para ninguna de sus acciones.

Desafortunadamente, Elinor estaba en lo correcto, siempre lo estuvo, y a Merida no le quedó más alternativa que ver como de resquebrajaba la delicada paz que tanto trabajo le costó al Rey Fergus construir. La guerra aún no era una realidad, pero Merida sabía que solo era cuestión de tiempo antes de que uno de los clanes supiera que tenía la suficiente fuerza para desafiar al rey, y no dudaría en reclamar el trono para sí mismo.

Angus siguió a gran velocidad, mientras que Merida se concentraba en el camino y en la sensación del viento en su cabello. En momentos como aquel, la princesa quería imaginar que todo volvía a ser como cuando tenía 16 años, cuando no entendía claramente la política de su país, cuando los tres hijos de los grandes lores solo eran otros adolecentes más y no el peligro que habían resultado ser.

– ¿Ya llegaron?– preguntó Merida fríamente al encargado del establo mientras ponía las riendas de Angus en sus manos.

– Si, alteza – respondió el hombre quien sabía a la perfección de quien se trataba.

Merida tan solo asintió, le agradeció al encargado y siguió con su camino. Después, ella miró hacía los otros espacios en los establos y encontró un par de caballos desconocidos. La princesa se acercó lentamente hacía uno de ellos, se trataba de un macho joven blanco y muy hermoso.

– "Demasiado hermoso"– pensó sarcásticamente Merida en tanto se acercaba al animal con el fin de acariciar su lomo.

– Tu dueño ha de ser muy petulante como para darse el lujo de tener un caballo tan caro y hermoso como tu, se nota que nunca resistirías el clima del norte como lo hace Angus – dicho la chica quien tuvo mucho cuidado de no asustar al animal. Lentamente. Merida estiró sus dedos en dirección al caballo y sintió su fino pelaje debajo de las yemas de sus dedos.

– Puede que en realidad su dueño sea un petulante, y que tu estés en lo cierto–escuchó Merida murmurar por encima de su hombro. Ella sabía a la perfección a quien pertenecía aquella voz.

– Milord – dijo Merida mientras se daba la vuelta y daba una ligera reverencia. Ella pudo sentir de inmediato sus ojos sobre ella. No había buenas intenciones en aquella visita, podía sentirlo.

– Su alteza, entonces ¿en realidad cree que el dueño de este caballo es un petulante? – preguntó Dunall Macintoch sin dejar aquella sonrisa arrogante que estaba comenzando a ponerle los pelos de punta.

– Este pobre animal no podría ser de otro que no fuera de su petulante dueño– dijo la chica desafiante. Merida vio como la sonrisa de el heredero del clan Macintosh se acrecentaba, y no pudo evitar sentirse algo atemorizada cuando lo vio dar un pasos en dirección a ella.

– Al igual que tu burdo caballo no podría ser de otro que no fuera su vulgar dueña– contestó Dunall. Merida no respondió nada, conocía lo suficiente a su contendiente como para saber que todo aquello no era sino un intento excesivamente agresivo para irritarla. En otro tiempo, hubiera respondido con fiereza, probablemente, incluso lo hubiera retado a un duelo con espadas, pero en aquel momento, ella sabía que no sería lo más inteligente, él tenía todas las de ganar.

– ¿Qué está haciendo en el castillo, Milord?– preguntó Merida poniendo algo de sorna en la manera en la que usó aquella palabra. Macintosh dio otro paso hacia adelante.

– Hay un consejo de guerra, debo estar presente – dijo Macintosh – aunque eso tu ya deberías saberlo, se supone que después de todo eres la heredera al trono, se supone que deberías estar enterada de los asuntos del reino – agregó.

Merida frunció el seño pero no dejaría que su molestia se notara más allá de aquella expresión. Él había aprendido a reconocer cuanto la hería no ser reconocida como una verdadera candidata al trono, después de todo, se esperaba que ella tan solo se convirtiera en la figura tras el Rey, y que este sería alguno de los hijos de los grandes señores.

– A los consejos de guerra tan solo van los grandes señores, ni tu ni yo deberíamos ser invitados, después de todo, son nuestros padres son quienes están a cargo– dijo Merida quien tenía la fea impresión de saber hacía donde se dirigía toda aquella conversación.

– En realidad yo sí fui invitado–dijo con la mala intención reflejándose en cada una de estas palabras. Merida sintió su ira crecer, pero no le daría el gusto de verla molesta, por lo que casualmente se dio media vuelta tomo un cepillo y comenzó a acicalar uno de los caballos en el establo. Aquel simple movimiento le ayudó mucho, pues no deseaba ver la expresión de satisfacción en la cara de Macintosh.

– Supongo que tu no fuiste invitada – comentó Macintosh mientras se acercaba a ella.

– No era necesario que yo fuera, sé bien lo que ocurre en este castillo– dijo Merida quien continuo cepillando su caballo. En ese momento, ella escuchó pasos, era claro que el muy patán se estaba acercado a ella. Merida se mordió el labio conteniendo la ira, su yo de otro tiempo no hubiera dudado en abofetearlo, pero ella no dejaría ver sus debilidades, no le mostraría cuanto le importaban cada una de sus palabras, ella era más inteligente de lo que hubiera sido en otro tiempo.

– Merida– comenzó nuevamente Macintosh acercándose más.

– No me llame así, milord, no le he dado tal confianza – dijo la chica de una manera fría.

– Lamento mucho mi impertinencia milady – respondió Macintosh casi a modo de burla. Merida se irritó por la forma en que dijo aquello, era obvio que estaba jugando con ella.

– ¿Qué es lo que pretende, milord? – preguntó Merida quien se había cansado de todo aquel sinsentido.

– Así que milady quiere ir al grano.

– ¡Suficiente! – exclamó Merida – quiero ir a tomar un baño y cambiarme de ropa, así que apreciaría que me dijera lo que quiere – dijo la princesa mientras se daba vuelta y lo enfrentaba sin el menor temor.

– Has postergado tu decisión por mucho tiempo, es hora que elijas un Rey – dijo Macintosh. A Merida no se le escapó el detalle de que le había dicho "un Rey", no "un esposo" era claro lo único que le importaba.

– No voy a permitir que nadie me presione– dijo Merida desafiante.

Por un breve y feliz momento de su vida, Merida creyó que había tenido suerte, y que en realidad había podido cambiar su destino, pero cada día que pasaba las cosas parecían más y más complicadas. Ella aún recordaba aquel muchacho flacucho con incipientes músculos que no podría tener más de 16 años y que se presentó ante ella con unas habilidades de lucha mediocres y un temperamento francamente terrible. Merida ni siquiera se atrevió a considerarlo como un posible candidato, e incluso lo vio como una aliado en su causa cuando fue el primero en apoyar la cancelación de todo el asunto del compromiso.

Sin embargo, Merida nunca se habría podido imaginar que ese muchachito enclenque se habría de convertir en el mayor obstáculo que ella lograría tener para acceder al trono que por derecho le correspondía. Dunall Macintosh era el primer hijo del líder de su clan, y en unos pocos años se había convertido en un magnifico guerrero y un carismático líder. Ella sabía que todo el asunto estaba llegando a un punto en el que su padre ni siquiera asistía a los encuentros, tan solo mandaba a su heredero, quien últimamente era más y más agresivo cada vez que tenía un encuentro con la princesa. Era claro que él pensaba que la corona habría de pertenecerle a él.

– Es una ridiculez, tu no puedes asumir el trono sola.

– ¿Porqué? – preguntó Merida. Ella quería oír salir aquellas palabras de su boca, que finalmente dijera "porque eres una mujer", pues sabía a la perfección que aquello era lo que todos estaban pensando.

– Porque la tradición exige que existan dos miembros de los cuatro clanes en el trono – dijo Macintosh – es lo justo.

– Oh… así que es eso– dijo Merida en un tono contemplativo y a manera de burla – entonces, no tengo que elegirte necesariamente a ti, podría elegir a McGuffin, por qué si he de ser honesta, tu me irritas bastante.

Merida sintió un fuerte agarra en su antebrazo mientras él la acercaba a él, luciendo cada vez más amenazante.

– Sabes bien que McGuffin nunca llegaría a ser un rey decente, tan solo es un patético cero a la izquierda, yo tengo los mejores hombres, la mayor influencia entre los ejércitos de los clanes, una palabra mía podría ponerlos a todos en contra tuya – murmuró entre dientes mientras que ella mantenía su mirada desafiante. – ¿Quieres tu corona? Entonces debes ser inteligente, elígeme a mí, y yo pondré a todos los ejércitos a tu favor.

– No– respondió Merida sencillamente. Ella hubiera querido darle una respuesta mejor, un comentario lleno de sarcasmo y perspicacia, pero lo cierto era que ella sabía que Macintosh estaba en lo correcto, muchos de los miembros de los cuatro clanes estaban comenzando a verlo como un posible rey.

– Estúpida mu…– Respondió Macintosh quien incrementó la fuerza de su agarre, sin que ella tampoco bajara su desafiante mirada si quiera un poco.

– ¿Qué está sucediendo aquí? – preguntó Elinor mientras entraba a los establos. La reina no había terminado de decir aquellas palabras cuando Macintosh ya se había alejado de ella y ponía su mejor rostro de inocencia.

– Su majestad– dijo Macintosh haciendo una reverencia.

– Merida– empezó sin despegar su mirada del muchacho – tu padre quiere que te des prisa tomes un baño y te pongas presentable, quiere que atiendas al concejo de guerra de esta tarde.

– Iré en un momento – respondió Merida sonriente, quien después le dirigió una reverencia a Macintosh acompañada de un "milord" tras lo que desapareció por los pasillos del palacio junto a su madre. Merida no se detuvo a ver el rostro del joven lord, pero sabía que debía estar furioso.

– Deberíamos encargarnos de él – dijo Elionor mientras atravesaban los pasillos. Merida ya no era tan inocente como lo hubiera sido en otro tiempo, ella sabía que había una razón por la que los tres líderes de los clanes respetaban a su madre. Ella no sería una gran guerrera, pero sabía como controlar los hilos de cada uno de los actores en toda aquella farsa.

– ¿Deberás lo crees?

– ¿Tienes una mejor idea, Merida? – preguntó Elinor molesta.

– No – contestó Merida quien no se acababa de acostumbrar a esta faceta de su madre.

– Tenemos que sacarlo del camino ya que todavía es joven y que no tiene tanto poder– dijo Elinor sin escuchar respuesta alguna por parte de Merida– Hable con tu padre. – comenzó la reina nuevamente, Merida volteó hacía ella y miró el rostro serio y tranquilo de la reina, sin dejar de preguntarse cuantas veces habría hecho cosas como aquella para proteger el trono de su esposo.

– ¿Qué opina papá? – preguntó Merida.

– Que debemos deshacernos de él – concluyó Elinor tajantemente. Merida sabía que había una forma, una menos violenta, más diplomática, que lo mejor sería aceptar su propuesta y casarse con él, hacerlo rey consorte y darle lo que quería, pero sus padres la apoyaban a tal extremo que estarían dispuestos a matar por ella.

– No debe parecer algo intencional, un accidente de caza o algo por el estilo– agregó la reina. Merida se sintió palidecer, realmente no quería escuchar a su refinada madre hablar de algo tan sucio como asesinatos políticos, pero no podía silenciarla, después de todo, lo que sucedía se hacía por ella.

Merida tomo un baño, vistió un elegante vestido verde oscuro y trató de domar su cabello lo mejor que pudo. Ella se encontraba satisfecha con su apariencia, por lo menos se veía algo similar a la reina en la que supuestamente debía convertirse.

La reina y la princesa entraron al salón que servía de biblioteca en el castillo, unos pocos señores y generales se hallaban alrededor de la mesa, entre lo que se encontraba Dunall Macintosh y su padre. Él apenas le dedicó una mirada a Merida, mientras que todos se levantaban para darle la bienvenida a la reina.

La conversación volvió a comenzar nuevamente, como si nunca se hubiera detenido para saludar a la princesa y a la reina, por lo que a Merida se le dificultó ponerse al corriente. No obstante lo anterior, su madre parecía entender todo el asunto sin mayores explicaciones, ya que seguía el asunto con su mirada inteligente y atenta.

– Es importante entender que los enemigos vienen del continente, desde tierras muy lejanas, majestad, están en desventaja, tienen recursos limitados, incluso sus recursos– dijo uno de los nobles en la sala.

– Subestimarlos nos hace más débiles – dijo el líder del Clan Macintosh mientras su hijo asentía en silencio– más de tres ciudades sajonas han sido saqueadas por tribus de invasores del norte del continente. Son feroces, mortales, y si no los detenemos vendrán por nosotros, ningún reino del norte está completamente a salvo.

El silencio en la sala fue absoluto mientras que aquel hombre recitaba su frio discurso. Merida podía sentir el miedo en cada uno de los presentes, incluida ella. La princesa se preguntaba como lograría sobrevivir Dun Broch a semejante amenaza luego de que habían pasado años luchando ente ellos sin lograr una completa pacificación. Lentamente, ella volteó su mirada hacía Durnall, quien también parecía absorto en sus propios pensamientos, mientras que otros lores norteños relataban escenas de horror, de villas saqueadas por una amenaza que parecía casi sobrenatural.

– No parecen humanos, más bien son monstruos– dijo uno de los señores de los territorios de MaGuffinn que limitaban con los Macintoch. Merida frunció el entrecejo, a ella le hubiera gustado creer que aquello solo era un complot de Durnall y su padre para darse importancia, pero si los McGuffin también advertían sobre la amenaza esta debía ser completamente real.

La reunión pasó entre historias de los horrores de ataques a las villas norteñas, y un recuento de las ciudades Sajonas pérdidas en la guerra en el Sur, y tras una hora de aquello Merida ya había llegado a la conclusión de que el reino entero necesitaban las fuerzas de Macintosh en combate, Durnall y sus padre eran poderosos guerreros, y el reino no podía darse el lujo de perder a uno de ellos por una revuelta interna cuando aún eran necesarios en el combate. Desafortunadamente, para ellos, el clan Dun Broch también era completamente necesario, y ahora más que nunca, su reina era necesaria.

Merida hizo lo posible por no observar el odioso rostro de Durnall, quien de seguro le dedicaría una de sus sonrisas malintencionadas, por lo que volteó a otro punto de la sala. De repente, sus ojos se encontraron con los claros de Alasdair McGuffin, el joven le regaló un débil sonrisa que ella le respondió con una igual apenas perceptible, ya que se había percatado de que Durnall la observaba con atención.

Uno de los aspectos más curiosos desde que conoció a los tres hijos de líderes de los clanes era su relación con Alasdair McGuffin. Para ser honesta, a Merida nunca le desagradó completamente el gigante, al principio le pareció aterradora la idea de tener que casarse con un hombre al que no podía entenderle siquiera una palabra, pero todo esto cambió cuando notó que hacía más esfuerzo por no hablar únicamente su dialecto y aprender el idioma común de las tierras altas.

Alasdair era "casi" agradable. Merida tan solo podía notar un solo inconveniente en el muchacho, y ese era el increíble deseo que sentía por encajar con los demás. La princesa sabía que él deseaba más que nada ser respetado y aceptado por los demás líderes de los clanes, lo anterior había causado que él siempre se pusiera del lado de Durnall, cada vez que él se atrevía a burlarse de ella, o a tratar de humillarla en público. Merida a menudo se preguntaba hasta donde llegaría su apoyo al joven Macintosh.

No obstante lo anterior, Merida podía sentir que ejercía atracción en él, era casi imperceptible, pero ella lo sentía. Lentamente, la princesa abrió sus ojos delicadamente en su dirección y vio que él se removía incomodo en su asiento. Ella experimentó un perverso sentimiento de satisfacción, pues pese a que ella no tenía astucia, el encanto y delicadeza de su madre, había logrado esa pequeña victoria que pondría a Alasdair McGuffin de su parte en caso de un enfrentamiento directo con Macintosh.

En ese momento, Merida se percató que la mirada de Durnall recaía sobre ella. Él ya podía percibir que perdía poder sobre el heredero del clan McGuffin.

– ¿ Tu que opinas Alasdair?– dijo Durnall de repente mientras le dedicaba una mirada burlona al muchacho. Merida se alertó pues ella se encontraba tan concentrada en cambiar el curso de las lealtades del heredero McGuffin que ni siquiera que había perdido el curso de la conversación inicial.

– ¿Debemos ir a buscarlos o esperar a que vengan por nosotros?– insistió Durnall descaradamente.

– Yo…Yo… N-No lo se… – balbuceó Alasdair. Merida se dio cuenta de inmediato de que lo que pretendía Durnall era que el otro muchacho se sintiera culpable por su atracción por Merida y que se avergonzara de ello, como si por su culpa hubiera descuidado deberes más importantes.

– Bien– comenzó nuevamente Durnall con emoción– yo pienso que deberíamos ir por ellos a las tierras sajonas y atacarlos antes de que se conviertan en una verdadera amenaza.

– ¿Estás loco? – preguntó Merida retomando la conversación mientras todos los presentes la miraban sorprendidos – como te atreves si quiera a sugerir que deberíamos empezar una guerra en un territorio que no nos pertenece. Estos invasores no necesitan más excusas para atacar el centro de Dun Broch.

– Entonces, ¿Acaso quieres que nos quedemos sentados esperando? – preguntó Durnall enardecido.

– De ninguna manera– respondió Merida agradeciendo mentalmente que su madre la hubiera entrenado para permanecer serena y tranquila en situaciones como aquellas – pero estamos en una enorme desventaja, no conocemos sus técnicas de lucha, ni sus debilidades, lo único que podemos hacer por ahora es enviar espías a tierras sajonas y esperar a conocer un poco más a nuestros enemigos antes de atacarlos en el extranjero para proteger tierras que ni siquiera nos pertenecen.

– ¡Ya han atacado nuestras tierras!– dijo acaloradamente Durnall mientras se ponía de pie. Merida vio como su padre tomaba su antebrazo indicándole que se calmara.

– Me temo que la princesa está en lo correcto – opinó el líder del clan Dingwall. Merida no pudo evitar dirigirle una sonrisa cargada de satisfacción a Durnall, mientras la conversación se retomaba junto a ellos. La reunión no se prolongó mucho más, pues bien parecía que la princesa había sentado un plan razonable para seguir en aquella primera etapa de la guerra.

Merida dejó el salón sintiéndose orgullosa de sí misma por aquella inesperada pero acertada intervención, por una vez había logrado disminuir el poder de Macintosh frente a los demás señores.

– Ganaste esta vez, pero no te sientas tan segura, porque habrá una segunda – escucho Merida murmurar a alguien por encima de su hombro mientras avanzaba por los pasillos. En ese momento, ella se lamentó de no haber caminado en compañía de su madre, era claro que aquel rincón del castillo no era el mejor lugar para encontrarse con una persona como Macintosh.

– ¿Puedo ayudarle en algo Milord? – preguntó Merida desafiante.

– Vi el pequeño truco que trataste de usar en McGuffin, es una verdadera vergüenza que tengas que acudir a semejantes tácticas para lograr ponerlo de tu parte– se burló Macintosh. Merida se sintió sonrojarse ¿Acaso era tan obvia?.

– Yo no estoy haciendo nada de lo que tenga que avergonzarme – contestó Merida – él es amable conmigo, y yo soy amable con él, después de todo se me dijo que algún día tendría que casarme con alguno de ustedes tres.

– ¿De qué estás hablando? – preguntó Durnall molesto. – Esto no es un juego, es el destino de todo Dun Broch que se encuentra en juego, los invasores del norte vendrán en cualquier momento, tenemos que estar juntos si queremos vencerlos.

– No trates de hacerme ver como la culpable – respondió Merida enardecida. – eres tu quien no pretende más que usurpar el trono.

– No quiero más que lo que por derecho me pertenece – respondió Durnall furioso. Merida no podía creerlo, no entendía como alguien podía ser tan arrogante, y pretender que ella le debía algo.

– ¿A ti? ¿te pertenece a ti? – preguntó Merida casi gritando.

– Sí, yo soy el más fuerte de los cuatro lores, soy quien mejor podría gobernar y llevar a nuestros ejércitos al combate – respondió mientras señalaba con su índice a su propio pecho, y prácticamente liberaba fuego por sus ojos.

– Si fuera por ti, habríamos aceptado librar una guerra ajena en un territorio extranjero – contestó Merida furiosa. – eres demasiado arrogante, demasiado violento, no eres adecuado para ser rey.

– ¿Y tú si lo eres? – preguntó Durnall en un extraño tono entre furia y burla – podrás ser tener algo de talento con el arco y la flecha, pero el ejercito jamás te seguirá.

– Eso lo veremos – dijo Merida quien se dio media vuelta para impedirle continuar con su discurso, tras lo que comenzó a marchar en dirección contraria.

Merida cerró la puerta de su habitación con todas sus fuerzas y recostó su espalda contra la pesada madera de la entrada. Puede que le doliera aceptarlo, pero Durnall tenía razón, los ejércitos no la seguirían a menos que no contara con la ayuda de alguien carismático como Macintosh.

– Miserable…– murmuró en voz baja.

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Merida aborrecía la hora de la comida cada vez que venían los Lores de los clanes a visitarlos, apenas si habían mujeres en el salón, y los banquetes eran una sucesión interminable de gritos y gruñidos, en que cada uno de los presentes se arriesgaba a asesinarse el uno a otro por un comentario inadecuado o una broma fuera de lugar. No obstante lo anterior, la princesa no quería perder su oportunidad de aprovechar la ventaja que había ganado con Alasdair MacGuffin, lo necesitaba de su lado a como diera lugar.

Probablemente, por ello Merida se había esforzado más de la cuenta en verse bien para el banquete que se llevaría a cabo en el salón del trono. Ella incluso sacó del fondo de su baúl un delicado vestido que dejaba sus hombros al descubierto y tenía aquellas largas e incómodas mangas que tanto le agradaban a la reina, decidió usarlo a pesar de que la lluviosa noche de primavera no fuera adecuada para un vestido que solo sería indicado para la mitad del verano.

– Merida…– suspiró Elinor al verla en tanto cruzaba la entrada de la habitación sin siquiera detenerse a llamar la puerta. – te vez preciosa – dijo la reina mientras tomaba un broche del tocador y comenzaba a hacer un intrincado peinado en su cabello.

– Gracias, mamá – respondió Merida sin atreverse a confesarle que en realidad ella aún encontraba aquellos ridículos vestidos incomodos y apretados, ni que la única razón para atreverse a arreglarse de aquella manera no era para sentirse orgullosa.

– Merida– comenzó Elinor mientras la peinaba – hable con tu padre, él no cree que debamos de ocuparnos del problema de Macintosh en este momento, y si te he de ser sincera, yo tampoco- confesó la reina.

– Ustedes tienen razón – reconoció Merida – lo necesitamos más que nunca.

– Hija – comenzó Elinor quien le dio los últimos toques a su peinado y se sentó en una silla frente a ella. La reina tomo sus manos entre las suyas y las besó firmemente– ¿Qué es lo que te sucede? – preguntó la reina.

– ¿A qué te refieres? – contestó Merida sorprendida.

– Eres tan infeliz, puedo sentirlo – dijo su madre preocupada– extraño tanto a mi niña, que no dejaba de sonreír, era libre como el viento, pero yo no pareces ser tu, te miro y pareces una extraña – continuó la reina.

– Mamá – suspiró Merida sin saber exactamente que contestar, pero con la firme convicción de que su madre estaba en lo cierto. Ella ya no era la misma persona de cuatro años atrás, no podía darse aquel lujo, Merida era una princesa y sobre ella pesaban deberes, responsabilidades y expectativas que debía satisfacer. Todo era verdad, ella no era feliz, pero no podía perder aquello que había deseado toda su vida solo porque un puñado de sujetos creían que no era apta para gobernar, simplemente, no podía.

– Estoy bien – contestó – solo algo preocupada.

Elinor no contestó, tan solo se inclinó y le dio un suave beso en la frente, tras lo que dejó la habitación sin otra palabra más. Merida se miró en el pequeño espejo que tenía sobre su mesa y entendió a lo que se refería su madre, en realidad, la persona en aquel reflejo no se veía en absoluto como ella misma, pero aquella extranjera que habitaba en su cuerpo, esa mujer extraña y excesivamente arreglada era la única que podría llevarla al trono.

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Merida se encontraba muy hambrienta, por lo que no despegó su atención de su plato desde que llegó al salón, pese a que sabía que más de una persona tenía sus ojos fijos en ella. Su plan estaba funcionando, Alasdair MacGuffin la miraba descaradamente desde el extremo contrario del salón.

De repente una banda de músicos, actores y malabaristas comenzaron a entretener al rey y a sus invitados en medio de una combinación de risas y comentarios soeces. En ese momento, cuando todos comenzaban a llenar sus jarras de alcohol, Merida sintió que era momento de dar el siguiente paso.

La princesa se levantó y caminó por un lado del salón hacía la entrada dejando deliberadamente que la larga y delicada manga de su vestido rozara el hombro de Alasdair MacGuffin. Lord MacGuffin se percató de ello y alentó a su hijo con un sencillo asentimiento para que se levantara de la mesa y siguiera la princesa fuera del salón. Merida sonrió para sus adentros, puede que los dos MacGuffin quisieran complacer a los Macintosh, pero ninguno de los dos despreciaría el trono si se los ofrecían en bandeja de plata.

Merida continuó sin mirar atrás mientras dejaba el salón, y se dirigía a una de las huertas del castillo en tanto sentía los pasos de Alasdair tras ella. La lluvia finalmente cesaba y el cielo comenzaba a despejarse dejando ver una hermosa luna llena. La princesa sonrió, pues todo salía justo y como lo había planeado. Merida se enorgullecía y se odiaba a sí misma por ello.

– S-Su Alteza – la llamó Alasdair, por lo que Merida se dio la vuelta dedicándole una enorme sonrisa.

– Milord– dijo ella haciendo una reverencia. Merida pudo ver un leve sonrojo en el rostro del joven MacGuffin. Él podría ser uno de los guerreros más fieros que hubiera visto en batalla pero estaba claro que se sentía intimidado por aquella princesa que había admirado desde la distancia desde hacía años atrás.

– ¿Quería hablar conmigo? – preguntó Merida, por lo que el joven la miró extrañado, después de todo ella era la que había llamado su atención en primer lugar, pero rápidamente Alasdair entendió las reglas del juego.

– Yo… si, si – balbuceó Alasdair – quería disculparme por lo que pasó el otro día.

– ¿A qué se refiere? – preguntó Merida sin acabar de comprender.

– El día que llegué al palacio Durnall y yo la encontramos practicando con su arco y flecha. Durnall es un estúpido, dejé que él le dijera palabras muy hirientes, no era mi intención… – dijo Merida mientras que ponía su mano sobre su hombro.

– No tienes porqué disculparte, siempre supe que no fue tu culpa – mintió Merida. La princesa aún recordaba todo el incidente, y a decir verdad ella había despreciado la manera cobarde en la que Alasdair se puso de parte de Durnall, y la forma casi servil en que el gigante parecía reírse ante las bromas del heredero Macintosh, ya que sabía cuan poderoso se estaba volviendo.

Merida vio en los ojos de Alasdair cuantas ganas tenía de besarla, era claro que sentía deseo por ella. Sin embargo, ella no aún no tenía las agallas de iniciar algo tan intimo como un beso. Merida se sentía como si se estuviera robando a ella misma algo especial, algo que no quería darle a él, probablemente después, cuando estuvieran casados no le dolería hacerlo, pero aún no estaba lista.

La princesa tomó con sus manos una de las gigantescas de Alasdair. Pero, para su sorpresa, él se libró de su agarre y acarició uno de sus hombros descubiertos. Aquel toque fue casi intimo, y gentil. Era casi impensable que aquellas manos que podían romper un tronco como si se tratara de una pieza de papel tuviera la suficiente gentileza como para tocarla de semejante manera. Merida sonrió genuinamente. Tal vez, no le molestaría tanto convertirse en la nueva Lady MacGuffin.

En aquel instante, la mano de Alasdair se deslizo suavemente a la parte de enfrente de su cuello y levantó suavemente su mandíbula. Merida lo dejó hacerlo, y cerró los ojos esperando que sus labios se encontraran con los de él. Ella podía sentir su respiración encontrándose con la suya y sus manos temblorosas sobre la piel de su cuello.

– ¡Cuidado!– gritó Alasdair de repente mientras la empujaba fuerte. Merida cayó hacía atrás sobre el lodo y tan solo pudo ver la figura de un par de caballos que corrían desbocados.

– ¡Angus!– gritó Merida en tanto corría hacía el animal. Merida alcanzó a tomar su hocico con mucha dificultad, en tanto MacGuffinn le advertía que tuviera cuidado, que podría recibir una patada. Con mucha dificultad, la princesa subió a su propio caballo y se sorprendió al verlo ensillado y con riendas, como si alguien se hubiera tomado el trabajo de prepararlo para aquella interrupción.

Merida comenzó a cabalgar alrededor de las murallas del castillo persiguiendo al otro caballo, en cuanto vio que se trataba de un espécimen blanco, completamente hermoso. Ella se sentía furiosa pues ahora sabía quien había interrumpido deliberadamente el momento que compartía con Alasdair. Merida logró alcanzarlo y con un arriesgado y complejo movimiento que había aprendido tras años de entrenar con Angus con aquellos intrincados vestidos que su madre solía obligarle a usar, logro saltar sobre el otro animal que al sentir la presión de las riendas se calmo lentamente.

La princesa se bajó del caballo blanco y condujo a ambos animales halando sus riendas hasta las puertas del castillo en donde la esperaban una pequeña comitiva de personas completamente boquiabiertos.

– Princesa– comenzó Lord Macintosh quien tenía a su odioso hijo a su lado – tengo que aceptar que usted es una de las mejores jinetes que halla visto – opinó. Si la situación hubiera sido diferente, a Merida la hubieran llenado de orgullo las miradas expectantes y los halagos a su forma de cabalgar, pero Durnall había retrasado sus planes considerablemente y ello la ponía en desventaja.

– Este es su caballo, "milord" – dijo Merida poniéndole las riendas sobre su mano. Durnall sonrió de una manera casi extraña, podría decirse que no había la habitual burla en su mirada sino un aire más extraño como si se encontrara entre sorprendido y admirado.

–Gracias, alteza – respondió– espero no haber causado ningún problema, o haber interrumpido algo importante – continuó Durnall mostrando su mala intención.

Merida se inspeccionó a si misma y se dio cuenta de que su vestido no solo se encontraba arruinado sino que se encontraba completamente cubierta de lodo. Durnall se había logrado salir con la suya, no había forma de acercarse a MacGuffin después de todo aquello.

– Te prometo que te haré pagar por esto– murmuró Merida de tal manera que solo él pudo oírla.

– Estaré impaciente por ello– respondió Macintosh dedicándole una última sonrisa.


Hola a todos, estoy muy consciente de que nadie va a leer este fic, esta sección no debe tener muchos lectores, menos en español, pero que diablos, siempre había querido escribir una historia de esta película que es una de mis grandes obsesiones, en especial después de leer "The ties that binds" de GAM3ER GIRL13 me encanta esa historia, es una de mis favoritas de todos los tiempos, por lo que siempre shipee a Merida con MacGuffin hijo, pero después de ver la quinta temporada de Once Upon a Time supe que debía escribir algo mostrando esa relación amor odio entre Macintosh hijo y Merida, tal y como la muestran en la serie, me pareció que pese a que no tuvieron mucho tiempo en escena juntos su dinámica fue muy interesante, ciertamente si escribía un fic entre ellos no sería un fic vainilla lleno de fluff sino algo diferente pues tal y como lo mostraron en la serie son una pareja difícil, pero muy interesante. Ahhh por cierto, los invasores son vikingos, pero por alguna razón me gusta evitar lo más posible hacer referencia a hechos históricos concretos en mis fanfictions de Disney, no es que no lo halla hecho pero siempre son sutiles.

Espero que esta historia tenga por lo menos un lector, y si es así, no olviden de dejar review, adiós.