Título: Esclavizada.
Horror/Romance/Angustia.
Rated: M -sexo, violencia, palabras malsonantes-.
Cato/Katniss.
Resumen: Había sobrevivido a los Juegos del Hambre. Pero a esto... difícilmente lo haría.
La pasión nos gobierna a todos, y obedecemos. ¿Qué otra opción tenemos? La pasión es la fuente de nuestros mejores momentos.
-Joss Whedon-
Primer Capítulo: Impotencia.
A pesar de que corría con todas sus fuerzas, Peeta no había dejado de mirar unos centímetros hacia atrás, por donde casi junto a él venía Katniss corriendo. Sus rostros estaban marcados por la desesperación, sabían que un tropiezo o un mal movimiento y morirían de forma dolorosa; los mutantes no estaban muy cerca, pero sus impotentes rugidos y el sonido de sus pesos haciendo temblar la tierra eran suficientes para hacer aumentar el movimiento de sus pies casi tanto como al ritmo de sus corazones.
—Corre —pidió Peeta, mirándola con ímpetu, casi rogándole que por nada del mundo parara. Y Katniss tuvo una razón más para no dejarse vencer, por más que siempre tuvo varias como para no hacerlo—. Corre...
La Cornucopia estaba frente a ellos, probablemente a unos cien metros de distancia. Ya casi podía estirar sus manos y desesperarse para poder subir sobre ello y estar a salvo de la jauría. Peeta llegó antes de que ella, y al instante que Katniss logró alcanzarlo las manos de Peeta se unieron entre ellas y se acercaron a las piernas de su compañera de Distrito. Ella se colgó el arco en la espalda y se subió, ayudada por el impulso de Peeta y una sobresaliente de la forma cúbica del gigante edificio de plata, logró llegar.
A penas tuvo tiempo de levantar su cabeza, aún arrastrándose por la pequeña hendidura, y lo vio. El bruto y gigante chico del Distrito 2. Sentado, con las rodillas abiertas y la cara completamente ensangrentada, al igual que la mayor parte de su vestimenta, parecía que estaba esperándolos. Pero Katniss simplemente lo miró por unos segundos, probablemente solo uno, porque la desesperación de saber que Peeta aún estaba en peligro la ponía nerviosa, todo su cuerpo temblaba y nunca se había sentido tan inútil.
Peeta había gastado mucha energía en dar dos saltos, intentando agarrarse de una de las tantas sobresalientes, y no lo había logrado. Para cuando Katniss estiró su mano y le gritó con desesperación que se apresurara, Peeta no llegó ni siquiera a rozar los dedos de la chica. Sin importar el peligro, ella se agarró de una parte puntiaguda muy alejada de su lugar, en donde estaba a salvo, y se agachó más. Eso pareció bastar, porque la mano de Peeta se cernió con fuerza alrededor de la suya y con fuerza el chico pudo asegurar su piernas en la firme colina.
—Rápido Peeta —pidió, con los dientes apretados. Sus manos con sudor empezaban a deslizarse por la mano de su compañero.
Y entonces, casi como una alarma que provocó que su corazón se detuviera, todo sucedió muy rápido. Los perros ya habían salido de la maleza del bosque, y se acercaban a mucha velocidad con sus cuerpos musculosos que no harían demasiado esfuerzo para llegar a las piernas de Peeta. Parecían tan feroces, asesinos, sangrientos... y lo eran. Peeta casi se resbala, y Katniss volvió su asustada mirada hacia él, su mano pequeña se frunció aún más alrededor de la del chico del pan. La otra mano de Peeta se ajustó a la altura del codo de Katniss, y a pesar de que ella no estaba muy estable allí arriba se permitió usar su otra mano para aferrarse al brazo de él.
Levantó su mirada, sin querer hacerlo, y se encontró con que las bestias estaban demasiado cerca, a unos veinte metros. Empezó a chillar cuando intentó dar más fuerza de la que ya no tenía para poder elevar a Peeta. En un acto de desesperación que ni siquiera reconoció, giró su rostro, atormentado, para mirar a Cato quien seguía en su lugar con la mirada perdida sobre su espalda. Estuvo a punto de gritar que la ayudara. Estuvo a punto de cometer una estupidez tan grande de la cual, estaba demasiado segura, si hubiera funcionado lo suficiente como para salvar la vida de Peeta nunca se hubiera arrepentido.
Jamás se hubiera arrepentido de pedir con desesperación ayuda a un enemigo, al chico del Distrito 2, a un asesino, a Cato Stone.
Los dedos de Peeta ya no estaban en sus manos, él ya no estaba frente a sus ojos. Ahora estaba tendido en el suelo, debajo de cuatro perros que con sus terribles gruñidos no permitían escuchar los gritos desgarradores de Peeta. Lo que pareció una eternidad, fue sólo cuestión de segundos, mientras miraba aterrorizada la escena que los malditos estaban permitiendo que pasara: los del Capitolio, Cato y ella misma. Desesperada buscó su arco y sus flechas, sus manos temblorosas no impidieron que cada disparo fuera certero sobre los animales. Primero uno, en el centro de su enorme cráneo, que cayó desvanecido al instante. Luego el otro, a pesar de los ojos lagrimosos de Katniss, que murió por un disparo en uno de sus ojos negros como el carbón. Para el tercero, y sin que Katniss dejara de gritar incoherencias hacia Peeta y que hiciera algo, su flecha no fue tan certera, ella lo había planeado en el cráneo, dio en su cuello, murió al segundo.
Al cuarto... no lo quiso matar. Sus dedos temblaban intensamente, sus ojos se salieron de control por una fracción de segundos y su boca permitía la única entrada de aire que realmente necesitaba. Si mataba al cuarto, éste se desvanecería, y el cuerpo destrozado de Peeta quedaría frente a sus ojos. La flecha que ya estaba colocada en su arco se desprendió de éste por dejar de ejercer fuerza en la línea, y se deslizó hasta el pie del último mutante. Quien, con una cara completamente ensangrentada y los dientes rojos, la miró con hambre de muerte.
Y entonces pasó. Sus ojos se desviaron al cuerpo de Peeta. Nunca olvidaría esa imagen. El cuerpo destrozado, completamente, la ropa rasgada en distintos lugares que dejaban ver heridas incurables. El brazo, posiblemente el derecho, se veía desprendido de su cuerpo a pesar de tener su campera. Y su rostro... Por Dios, ese no era un rostro. Sus rodillas flaquearon. Haciéndola caer al crudo y frío piso de la Cornucopia. El mutante dejó a la víctima muerta en el pasto y se dirigió a su próxima presa. Dio un salto terrible, con los gigantes músculos de las piernas tensos, Katniss no pudo observar como el animal se acercó ferozmente a ella. Sus ojos estaban fijos en el cuerpo inerte y despedazado de Peeta... ella realmente se había enamorado de él.
Cuando sintió que el poco aire insano se le iba del pecho por ser empujada hacia atrás desde la parte trasera de la camiseta de su cuello, volvió su mirada a la realidad. La cara del monstruoso animal estaba a simplemente un metro de ella, luego a un metro y medio, luego a dos, y después ya no estaba para nada cerca de ella. Su espalda cayó crudamente sobre el intenso plata de la edificación, seguido por la parte trasera de su cabeza que hizo un gran ruido y le provocó un dolor horrible. Se llevó rápidamente las manos a ese lugar, intentando controlarlo, pero con solo tocar el lugar de la herida recibió más dolor. Sus manos estaban ensangrentadas.
Miró hacia arriba, muy arriba. El cuerpo de Cato, parado frente a ella, no daba pavor a pesar de su altura y musculatura comparado con su rostro lleno de crudeza y sus ojos tormentosos. Katniss tragó saliva. Aún no habían terminado los Juegos del Hambre, aún no habían terminado el placer para los espectadores de Panem ni tampoco el sufrimiento de Prim, Gale y su madre.
Sus ojos miraron nuevamente hacia el borde de la Cornucopia en donde segundos atrás había estado. Las patas del sanguinario mutante podían verse por escasos centímetros, también sus dientes afilados y sus ojos en algunos momentos. A pesar de los seis metros de altura de la Cornucopia, el mutante parecía ser capaz de llegar a ellos y matarlos. Mejor así. Cato podría defenderse. Ella no. Y moriría. Sin tener que sufrir más.
Pero la realidad le pegó como un puño en la cara. Cato no había dejado que el monstruo la matara, había saltado detrás de ella y la había empujado hacia atrás para que quedara con vida... Y ella sabía bien por qué; para poder ser él quien la matara. Para poder ser él quien, luego de habérselo dejado en claro varias veces mientras la miraba en los entrenamientos, la matara de una maldita vez. A su manera. Como le había dicho él. La mataría a su manera. Su manera debía ser dolorosa, cruda, violenta y sanguinaria. La muerte que ella se merecía por haber dejado que Peeta muriera.
—Que pena me das, Distrito 12 —gritó, para hacerse escuchar ante los violentos estremecimientos del mutante. Ella se apoyó sobre sus codos y lo siguió mirando.
Katniss pudo sentir espasmos violentos en sus brazos que la harían caerse hacia atrás tarde o temprano. A decir verdad, los sentía por todos lados, especialmente en su pecho, en su corazón. Sus dientes temblaban y parecían querer golpearse entre ellos y emitir ese sonido tan débil. Apretó sus dientes con fuerza, casi hasta que la mandíbula se le rompiera. No sería tan doloroso como todo lo que estaba sintiendo en esos momentos.
—Te ves más patética que nunca, llorando por ese compañero tuyo enamorado... —avanzó unos pasos hacia ella, la luz que la luna proporcionaba sobre ella fue completamente apagada por el enorme cuerpo enfrente suyo—... ¿Cómo se llamaba? Por tus gritos creo que Peeta, ridículo nombre, perfecto para un insecto asqueroso del Distrito 12.
La verdad fue que no lo aguantó. No aguantó escucharlo hablar así de Peeta. No parecía asustada ni débil, y que lo estaba, cuando saltó sobre sus pies y se abalanzó sobre el maldito bruto del Distrito 2. Sus ojos eran una clara tormenta, incluso mucho más tempestuosa que la de los ojos azules de él, cuando sus manos magulladas y pequeñas se cernieron alrededor de su cuello. Había logrado tirarlo al piso, pero tardó en darse cuenta de que él no se había resistido para caer hacia atrás. No le importó. Su rostro tenía el mismo aspecto sanguinario que el de él en esos momentos y eso tampoco le importó. Sólo quería poder hacer realidad su sueño de que su cuello se rompiera en pedazos bajo sus manos y frente a sus ojos. Pero eso nunca ocurrió, porque ella no tenía la misma fuerza, y de un segundo a otro había dejado de tener el poco control de la situación.
Cato había permanecido con sus ojos azules sin ninguna sensación fijos en los de La Chica de Fuego. Hasta que, como nunca antes lo había pensado, las manos de ella sí causaron un dolor estrangulador en su cuello. Le molestó de sobremanera que ella realmente estaba intentando matarlo. No, se corrigió rápidamente, lo que le molestó fue que ella creyera que podía matarlo.
Cato rugió. Un rugido aún más feroz que el del mutante que seguía intentando matarlos. Un rugido que, a pesar de la impetuosa adrenalina que corría por sus venas y el deseo de venganza en su mente, la asustó de sobremanera. Sus manos fueron presas, encerradas, prácticamente enjauladas, por las manos de Cato. Y luego, como si de una pluma se tratara, la empujó con su rodilla hacia el costado, logrando que ella quedara debajo de él. Katniss tenía miedo. Realmente. Esos ojos azules provocaron que su labio inferior temblara y la enorme fuerza física no hizo más que hacerla intentar retroceder para ir en busca del único artefacto que podía ayudarla. El arco. Lo vio realmente cerca, a escasos centímetros, al igual que a las fauces del enorme perro.
Su cuello dejó de estirarse hacia atrás para poder observar su arco y las posibilidades de tenerlo que tenía. Eran nulas. O casi. Los ojos de Cato habían permanecido inmóviles sobre los suyos, intentando captar su respuesta. Las manos de Katniss permanecieron a cada lado de su cuerpo, apretadas con violencia, se sentía inútil tratando de moverse debajo de él. Con cada movimiento que hacía, una rodilla o una pierna de él se lo trababa al instante, causándole dolor y completamente inmovilidad. Había intentando no devolverle la mirada para que él no viera que estaba asustada. Pero no quería morir, en algunos momentos lo había considerado, de sólo saber que Peeta ya no estaba y era por su culpa. Pero Prim y Gale pasaron por su cabeza, al igual que el hermoso rostro de la pequeña Rue, y su corazón parecía haber bombeado con sangre nueva. Sangre que la hacía volver a sentirse viva y que le decía que no debía dejar que se derramara provocando que muriera.
El gris y el azul chocaron. Sus miradas colisionaron y batallaron en una intensa búsqueda de pérdida y perdición. Ambos se estaban retando aún más de los que sus cuerpos y el dolor les estaban dictando. El azul parecía calculador, frío, completamente al mando de la situación y orgullo de eso. El gris estaba decidido, atormentado, furioso y retador. Él sabía que ella tenía una fortaleza grande, una demasiado para ser del Distrito 12, se había dado cuenta incluso antes de que la calificación de un once apareciera frente a su rostro, un rostro que no parecía pertenecer al de un Distrito tan pobre como al 12, por esa determinación y rudeza que demostraba, ese orgullo que parecía crecer desde el más profundo recóndito de su ser...
Cato la había despreciado al instante por ser del Distrito 12, también se había burlado de ella por haberse hecho voluntaria para salvar la vida de su hermanita, tuvo ganas de hacerla sufrir por haber ganado la atención que él merecía en el desfile, la había querido tener entre sus brazos para poder degollarla cuando su calificación pasó la de él por un punto y deseó demostrarle que nunca tendría que haberlo mirado a los ojos como lo había hecho en los entrenamientos. También había sentido admiración, tentación, respeto y ganas de follarla hasta que ella pareciera una de las que era realmente, una de las del Distrito 12, una basura. Una simple puta. Como su padre siempre había dicho.
Tal vez fueron aquellos sentimientos los que lo hicieron quedarse sentado viendo como intentaba ayudar inútilmente al chico del pan, los mimos que lo obligaron a pararse y salvarla de las garras de la mutación creada para matar.
Se sintió estúpido cuando una de sus manos se aflojó sobre las de ellas, logrando que ella pudiera soltarse. Debió ser más precavido y no distraerse por su rostro. Pero siempre le pasaba, con ella a su lado siempre era el estúpido e incompetente Cato que todo lo hacía mal. Como cuando era aún más joven y su padre le pegaba porque era un incompetente. Eso había sido antes de que él se convirtiera en lo que era. Un hombre de un más de un metro ochenta y una masa muscular que intimidaba a cualquiera. Incluso a su hijo de puta padre. Pero ella... Lo hacía sentirse tan indefenso como antes.
Porque jamás se vería indefenso. Nunca. Sólo se sentiría como tal. Nadie podía considerarlo indefenso. Aunque tal vez, algunos lo estén haciendo en ese mismo instante en el que él vuelve a estar abajo, sin siquiera saber cómo, y ella saca una de las pocas flechas que quedaron en su espalda luego de los bruscos movimientos. Cato regresa a la realidad justo a tiempo, agarrando el flacucho brazo de Katniss justo antes de que la puntiaguda punta de la flecha se le clavara en el ojo como una daga. Ella estaba sosteniendo a una flecha como a un cuchillo, y había intentado matarlo. Otra vez.
Tuvo un buen tiempo mirando con absoluta sorpresa al brazo de la chica del Distrito 12 temblar entre sus dedos, y a la flecha que pudo haberlo matado. Nuevamente, se sintió traicionado, sin siquiera saber por qué. Se sentía traicionado por ella. Porque realmente había intentado matarlo. La mano izquierda de Katniss hizo girar su rostro ensangrentado, chocando contra el otro lado del piso. Los ojos de Cato se abrieron atónitos. Para ser una chica, y del Distrito 12, Katniss tenía el puño jodidamente fuerte. Claro que no quería ni tenía tiempo para cortejarla por ello. En realidad, lo único que quería hacer era que era ella recibiera un castigo de su parte por ello.
Katniss volvió a intentar pegarle una nueva piña, pero él detuvo su mano con la propia suya. Ella volvió a sentir el miedo cuando los ojos azules la miraron con completa furia. Parecían arder sobre ella, intentando quemarla viva. Cato se levantó, con la mano y el brazo de Katniss encerrados entre sus agarres, ella quedó con los pies fuera de la tierra y él la mantuvo a la altura de su cara. Quería que viera todo el odio y la rabia que tenía acumulado para ella. Quería que ella temblara, como lo estaba haciendo, ante su presencia. En algún momento, lo había admitido, se había atrevido a imaginarla a ella temblando bajo su cuerpo, gritando indefenso, gimiendo, siendo penetrado tan duramente como él se lo permitía en un acto salvaje de sexo para demostrarle quien era mejor. El Distrito 2 sobre el 12. Y lo peor de todo, es que realmente le había gustado la idea de que eso pasara.
Comprendió que se estaba comportando como un rival no tan digno cuando las piernas de la chica se juntaron y lo patearon un poco más arriba del estómago, logrando que escupiera sangre por su boca. Ya había derramado suficiente sangre para matar a dos de esos mutantes. No dejaría que esa rata le hiciera gastar más. Ella lo estaba retando, a que la matara, estaba haciéndolo arder bajo fuego con esos ojos que tenían demasiada fuerza y certeza como para pertenecer a la de un esclavo. Como lo eran los del 12.
Giró su cuerpo, haciendo que el de ella también girara, y cuando quedó frente a una de las caídas de la Cornucopia la soltó. Ella se deslizó unos metros hasta quedar en una de los sobresalientes más grandes de la edificación. Se había golpeado la cabeza, y desde allí Cato pudo observar que tenía las manos con moretones. Sin embargo, rápidamente se levantó y huyó del monstruoso animal que segundos después estuvo a su lado, siendo capaz de casi agarrar su pie a la perfección.
Cato pudo apreciar como ella luchaba por escalar la Cornucopia un poco más para quedarse a salvo de la bestia. Y no le gustó tanto como esperó. No sintió ese placer correr por sus venas, haciendo que se formara una sonrisa sanguinaria, que sentía cuando sus víctimas morían o se desesperaban para no ser muertas. Sintió algo horrible. Una desesperación asquerosa que sólo pudo sentir años atrás, los protagonistas eran sus padres. Un nudo se le hizo en el estómago, y sin siquiera quererlo empezó a correr hacia la chica que ya había logrado avanzar en su objetivo de no ser una presa fácil. Escalaba bien, condenadamente bien, para tener esas muestras de heridas en sus manos, posiblemente tenía fracturada la muñeca. Y Cato pudo saber que estaba en lo cierto cuando ella intentó subir un peldaño más con su muñeca izquierda y no lo logró, solo pudo soltar un alarido de dolor.
Segundos después, sin saber que estaba haciendo, Cato estuvo a su lado. Probablemente los espectadores pensarían que Cato se había acercado para pisar sus manos y que ella cayera hasta la vegetación, en donde sería violentamente mordida por el último sabueso. Y, sinceramente, prefería que pensaran eso. Ya que ni a él le gustaba lo que estaba haciendo. Agarró a la muchacha del Distrito 12 por el codo y la subió sin mucho esfuerzo a la parte más alta de la Cornucopia, ahora estaba completamente segura del monstruo. Sus ojos grises estaban abiertos en la desesperación y en la incertidumbre, pero luego se llenaron de odio. Katniss volvió a agarrar una de sus flechas y ésta vez Cato no estaba preparado. Él no se imaginó que ella fuera capaz de atacarlo. De intentar matarlo, otra vez. Sólo atinó a poner su brazo como protección, como consecuencia recibió una flecha que traspasaba su mano izquierda por completo.
Ella volvió a retroceder, y parecía dispuesta a correr en busca de un escondite. Pero cuando empezó a descender Cato comprendió que iba en busca de su arco. Su jodido y peligroso arco. Con la mano derecha presionando por última vez la flecha para sacársela y los dientes apretados para no gritar, Cato corrió detrás de ella. No fue difícil alcanzarla. Ella se había tropezado más de dos veces y había caído una vez por completo, parecía estar completamente aturdida; tal vez por haberle clavado una flecha en la mano, o lo más probable por el hecho de que él la haya salvado. Por segunda vez.
A Katniss sólo le faltaba descender medio metro para llegar al nivel de la Cornucopia en donde estaba su flecha tirada, casi al borde del abismo: donde el perro se encontraba. El monstruoso animal ya comenzaba a asomarse nuevamente por el borde, justo cuando Cato la agarró por el hombro con su mano sana. La primera vez había fallado, ahora la mataría de enserio. Con certeza. El cuerpo de Katniss se hundió con brusquedad sobre el suelo, un fuerte ruido doblegó a todos los sonidos que habían en el escenario; desde el rugido del perro hasta el gruñido de Cato.
Katniss abrió los ojos con completo miedo. Sin importarle que lo demostrara. Cato ya sabía que ella estaba asustada, Panem debía entender que ella no era una especie de heroína y que estaba realmente asustada desde el momento en que comenzaron los Juegos del Hambre. Ella era La Chica de Fuego. No una especie de roca que no sentía nada.
Cato se subió sobre ella, y apretó su cuello con su mano buena, Katniss llevó instintivamente sus manos hacia la de de él, pero una quedó en el camino por el dolor, ella apretó sus dientes y miró hacia arriba. La luna parecía brillar más fuerte que nunca. Esperaba que no lo suficiente como para que se notara que sus ojos se estaban llenado de lágrimas por la falta de oxígeno.
Él empezó a arrastrarla, tenía su cuerpo completamente pegado al de ella y simplemente le bastó con hacer empuje con sus talones para que la cabeza de Katniss quedara fuera del piso y se cayera hacia atrás. El perro estaba demasiado cerca. Katniss podía sentir el olor hediondo, los ladridos en su oreja y la sangre que se quedaba en forma de huellas enormes en la edificación a escasos centímetros de su espalda.
Los ojos de Cato la miraban con odio. Con profundo odio. Ella le devolvió la mirada, absorta, porque acababa de confundirse; había visto a Peeta en el lugar de Cato. El pelo, la forma de los ojos, el color... Eran parecidos y acababa de darse cuenta. Los ojos de Cato no tenían la calidez ni la ternura de Peeta, mientras los de Peeta parecían suaves y te invitaban a hundirte en ellos, los de Cato eran duros, sin sentimientos, más oscuros y prometían matarte.
Cato miraba con completa antipatía como ella lo estaba observando. A pesar de que estaba gimiendo, tosiendo y no podía respirar, la rata se dedicaba a mirarlo. Como si nunca antes lo había observado. Como si en los entrenamientos no se había dedicado a deleitarse con su belleza. Esa imbécil buena para nada... él sabía lo que realmente estaba haciendo; lo estaba comparando con su compañero, el chico del pan, con Mellark, con su novio.
Una sonrisa amarga cruzó sus labios cortados y ensangrentados. Se imaginó la cantidad de veces que el chico había follado con ella antes de que comenzaran los Juegos del Hambre. Posiblemente ella se hubiera quedado enamorada luego de la revelación de su amor por ella. El chico no era ningún estúpido, sin dudas, había conseguido patrocinadores a lo grande y esta chica para él. Probablemente hasta le hubiera sacado la virginidad. Él lo hubiera hecho. La habría follado a todas las horas del día. Esa idea, de que Peeta la hubiera tocado tantas veces, no le gustaba nada. Y mucho menos le gustaba saber que a él no le agradaba esa idea. Luego de que él pronunciara su amor por ella, lo había visto entrenar solo, mientras que las otras veces lo habían hecho juntos. Probablemente porque ella se quedaba en la cama, sucia, tocada por ese imbécil... Ella fue tratada como una puta por él, seguramente. Era del Distrito 12, después de todo.
Una idea brillante cruzó por su mente justo cuando ella levantó su pequeña mano de la mano de él y la dirigió a su cara. Intentó abofetearlo, pero no le dieron las fuerzas, y Cato simplemente le mordió uno de sus dedos. Ella intentó escupir en su cara.
—¿Para qué matarte de esta manera... —susurró, había bajado su cabeza lo suficiente como para que ella lo sintiera cerca y se estremeciera, aunque del terror—... mientras puedo hacerlo de una manera más dolorosa y larga?
Aunque Cato no pudo verlo, ya que estaba dedicándose a rozar su cara con la pequeña oreja de ella, supo de inmediato que los ojos del Distrito 12 femenino se abrieron de sopetón, con temor. Y sonrió por eso.
—Será divertido... —dijo, uno de sus dedos que se mantuvieron en su cuello se permitió acariciarla cerca de la clavícula desnuda y huesuda— Gritarás tanto para mí, todo lo que te permitiste no hacerlo aquí.
Nota de la autora: Bien, se que problablemente esto les de un poco de asqueo, pero créanme que si les gusta las historias de éste género la pasarán bien, haré todo lo posible como para que eso pase, por lo menos. Ustedes me dicen en qué tengo que mejorar, estoy segura de que en muchas cosas, men interesa mucho saber en cuáles ustedes creen; mi ortografía, narración, descaro al escribir las próximas escenas que se vienen... Sólo déjenme saber su opinión, que me harán demasiado felices, realmente mucho. Si es que hay alguien allí, que me lo haga saber, así tengo una razón más para seguir este fic. Tu comentario puede hacer la diferencia al de una autora feliz que sigue a la de una triste que prefiere dejarlo así. Muchas gracias por leer, y les agradezco de antemano por haberse atrevido a entrar a un fic de ésta pareja, que en el español no es muy valorada. Un beso sincero, nos leemos en el próximo.
