Disclaimer:
Los personajes, trama y detalles originales de Harry Potter son propiedad de J. K. Rowling, Bloomsbury, Scholastic y Salamandra (libros), Chris Columbus, Alfonso Cuarón, Mike Newell, David Yates, Warner Bros y Heyday Films (películas).
Fragmento de "Beautiful Day", propiedad de U2, del álbum "All That You Can't Leave Behind", 2000, con sello de Island (RU), Interscope (EE. UU.)
Advertencias:
Basado en la obra de los libros, muy ligeramente en las películas.
La clasificación indica temas que no son propiamente para menores o personas sensibles a asuntos relacionados con la violencia física o psicológica, además de uso de lenguaje vulgar. Queda a discreción del lector el contenido.
Notas introductorias:
Y yo que cuando empecé a escribir fics dije "Nunca escribiré para Harry Potter" y heme aquí, con el tercer (o cuarto, no me acuerdo) fic del mago de J.K Rowling…
Dedicatorias:
Para los que somos potterhead, y creemos que la musa no sigue modas.
El hombre lobo
¿Qué es peor que convertirse en hombre lobo cuando hay luna llena?
Sobrevivir el resto del mes.
Un hermoso día
It was a beautiful day
Don't let it get away
A beautiful day
Touch me, take me to that other place
Reach me, I know I'm not a hopeless case
What you don't have you don't need it now
What you don't know you can feel it somehow
What you don't have you don't need it now
Se levantó y sin duda era un hermoso día, no hacía falta que U2 lo dijera desde la radio encendida donde el reloj digital marcaba las cinco en punto. Era agradable tener una canción tan buena para despertar y mientras se ponía de pie estirando los músculos de su espalda empezó a cantar también.
Encendió las luces, se estiró una vez más y bostezó por última vez. Cambiándose de ropa se dirigió a la pequeña habitación en donde tenía instalado un "gimnasio": haría una media hora de elíptica en lugar de salir a correr, los últimos días se habían reportado asaltos violentos en la zona aledaña y no tenía muchas ganas de formar parte de ese índice delictivo.
La música se escuchaba desde la recámara con suavidad, el tiempo de ejercitación no lo medía con cronómetro, usaba un aproximado de canciones que incluyendo los comerciales tenían que ser cinco. Terminada la quinta, como era miércoles, pasaba al ejercicio de pecho y tríceps por una hora y otra media hora de cuerda. A la siete en punto entraba el locutor de la estación, entonces tocaban los estiramientos por quince minutos y se iba a la ducha.
Agua fría.
Limpieza.
Desayuno.
Eran las 8:15 cuando salió para tomar el subterráneo, un autobús y estaría en el trabajo a tiempo para empezar a limpiar los cristales de la tienda de venta al público; barrer, acomodar todo lo que estuviera fuera de lugar y esperar a que dieran las 10:00, momento en que llegaban el jefe y su hijo para abrir a la clientela.
Decidió barrer la acera, justo acababa de pasar la noche de brujas y las calles se hallaban atestadas de basura de caramelos y papel higiénico. En lo personal, no le molestaba mucho, recordaba que cuando era niño se vestía con un traje del Conde Drácula y salía con su hermano que usualmente era el monstruo de Frankenstein, a pedir dulces en las casas vecinas.
Aunque ya no tenía la edad para seguir con la tradición trick-or-treating, se mostraba participativo con sus vecinos pequeños, no así su jefe que tenía una especie de síndrome de Ebenezer Scrooge, aunque en lugar de Navidad, su aberración iba a la noche de brujas. No sabía porqué, pero desde que los vecinos empezaron a poner sus decoraciones, se la pasaba refunfuñando y lanzando improperios desde su oficina.
—Buenos días, muchacho ¿Cuándo piensas poner en el anaquel la mercancía nueva? No te pago para que hagas el vago toda la mañana.
—Buenos días. Lo siento, señor Dursley, es que no tengo la llave del almacén.
— ¡Faltaba menos!
Grunnings era una fábrica de taladros, pero tenían un local para venta al público que administraba aquél regordete hombre entrado en años en asistencia de su inmenso hijo Dudley y él como asistente.
—Papá, pero tú dijiste que se la darías hasta la próxima quincena, porque era nuevo — dijo Dudley que llevaba el portafolios de su padre, acompañándolo a la oficina donde se encerraría todo el día hasta la tarde en que se marchaba.
—Tonterías, ven acá hijo — y el señor Dursley le dio precisamente la llave para cortar la discusión.
Dudley siempre le pareció alguien inmenso, y él mismo no era para nada insignificante; su altura estaba sobre el metro con ochenta pero a lo ancho, fácilmente estaba dos veces de su tamaño, así que se sentía aplastado cuando tenía que estar cerca de él. Pese a todo, no era realmente bofo, le había visto pelear contra tres muchachos él solo, jadeaba, pero dominó la pelea sin inconvenientes y no estuvo al borde de un infarto.
—Vayan a sacar las cajas.
No era como un plural realmente, mientras Dudley llevaba dos y hacía a lo más tres viajes, él tenía que cargar con el resto que llevando de cuatro a cinco paquetes, le tomaba unos seis viajes.
—Mi mamá quiere que vayas a cenar esta noche a la casa — le dijo mientras empezaban el acarreo de piezas. Su compañero sonrió con nerviosismo.
— ¿Fecha especial?
—No. Solo quiere conocerte.
—Ah…
No le podía decir que no. No temía por su vida si se negaba, su padre le había contado que sus ancestros en Rusia peleaban contra enormes osos usando solo sus manos desnudas. Dudley no era realmente más grande que un oso, y tenía la ventaja de que no tenía garras y colmillos, así que podría con él, pero…
— ¡Sasha!
— ¡Ya voy!
Vernon Dudley era quien pagaba su salario.
— ¿Señor?
— ¡¿Qué es esto?! — chilló el señor Dursley lleno de terror señalando una caja donde estaba asomándose la punta de un sombrero de bruja.
—Ah, eso, son las cosas perdidas de ayer, esperaba que hoy vinieran a reclamarlas, la mayoría son partes de disfraces.
— ¡Sácalo de aquí! ¿Me oyes? ¡No quiero verlo!
—Sí señor.
Recogió la caja sacándola de la oficina para llevarla al minúsculo espacio que comprendía el salón de empleados donde podía comer y dejar sus cosas.
Sasha era un muchacho alto y esbelto, de cabello rubio muy claro, ojos grises y facciones rectas, como si lo hubieran hecho con una regla. No era particularmente guapo, de hecho, si se pusiera la foto de su cara en comparación a otras cincuenta de rubios de ojos claros, no resaltaba en nada, pero Vernon le había contratado porque a sus veintidós años no tenía granos en la cara, tenía una complexión musculosa tan trabajada que le vendía taladros a chicas de secundaria, un nombre exótico en el identificador y ¡Listo! los clientes sentían que tenían en su poder lo último en tecnología.
Lo único que le molestaba a momentos es que era demasiado cabezota.
Sacó su diario, el que ya había leído en casa durante el desayuno en casa pero lo leería de nuevo antes de empezar a meter números en la calculadora y el libro de cuentas para que después Dudley lo copiara tal cual en la computadora.
El señor Dursley odiaba las computadoras. Podía mecanografiar, pero nunca tocar un teclado y no habría absolutamente nadie sobre la faz de la tierra que lo obligara a ir a esas absurdas clases de computación para empleados que ofrecía Grunnings. Ya era viejo para eso, además, estaba a un par de años para jubilarse y había hecho lo necesario para que su hijo pudiera hacerse cargo de la tienda tomando su lugar.
El hecho de que Dudley no obtuviera honores al graduarse y terminara por abandonar la universidad, había sido un golpe terrible para la meticulosa planificación que él y su esposa habían hecho para el futuro de su hijo. Pero él era un hombre que resolvía crisis, y si no podía heredar su puesto de director de finanzas, entonces cambiaría de trabajo para asegurar el porvenir de su primogénito. Claramente, algo de estatus adecuado, y ser propietario de la tienda de bricolaje más grande de la ciudad resultaba bastante aceptable, considerando que no podía hacer más si el propio muchacho se mostraba reacio a comprender el funcionamiento numérico y organizacional de algo más complejo.
— ¿Qué pasa con el mundo? — preguntó en voz alta sacudiendo la cabeza, haciendo temblar su prominente y blando cuello.
Era la segunda vez que lo decía en el día porque ya había analizado esa noticia en la que una pareja había sido encontrada sin vida dentro de su domicilio y conformaban un par más dentro de una larga lista que eran víctimas del mismo sujeto, según declaraciones no oficiales. Pero la carnicería dejada, poco daba oportunidad de cuestionar que no se tratase de un enfermo mental con tendencias caníbales.
Hacía ya varios años que no había sentido tanta locura en el ambiente. El mismo tiempo que tenía su casa libre de… chiflados.
Volvió a sacudir la cabeza dejando el diario a un lado y tomando su fiel, aunque algo vieja calculadora a la que algunos números se le habían despintado su rótulo blanco, acercó su libro de cuentas, la lista de ventas del día anterior, su lápiz perfectamente afilado con un sacapuntas de escritorio, y como cosa de todos los días empezó a vaciar la información.
El día pasó sin novedad alguna. Aunque lo positivo del vandalismo posterior a la noche de brujas era que la gente solía necesitar reparaciones, y uno de los grandes misterios de la vida era que no importaba cuanta gente asegurara tener material adecuado, siempre necesitaban algo más. Y si bien el propósito fundamental de la tienda era vender taladros, nada le impedía abastecer de más cosas todos los exhibidores.
— ¿Y bien? — preguntó Dudley cuando había llegado la hora de cerrar colocándose en el vano de la puerta, obstruyendo la salida del minúsculo cuarto de empleados. Sasha se colocó una campera térmica color azul rey con franjas rojas y se entretuvo más de lo necesario con el cierre de la misma.
—Bueno…— empezó a decir sabiendo que no le convenía hacerse el tonto; —Supongo que no hay problema, es decir, no tenía planes después de todo.
El inmenso muchacho asintió satisfecho y se apartó apagando la luz para apresurar al otro. Y después de asegurarse de que todo estaba en orden con las alarmas encendidas, los tres salieron de la tienda encaminándose al estacionamiento donde el último auto que quedaba era precisamente el de los Dursley.
Vernon tomó lugar como copiloto, Dudley conduciría y Sasha debía resignarse a entrar como pudiera en el asiento de atrás, con las rodillas casi en el pecho debido a que los dos hombres de enfrente tenían los asientos todo lo atrás que podían para dar espacio a sus barrigas.
— ¿Es muy lejos? — preguntó de pronto al no tener nada que decir.
—No — respondieron al unísono los otros, pero el intento de conversación murió en ese lugar y no se dirigieron palabra alguna ni encendieron la radio ni nada parecido. Ni siquiera una tos.
El número 4 de Privet Drive apareció al doblar una esquina.
—Hogar, dulce hogar — dijo Vernon rompiendo el silencio y saliendo con sumo esfuerzo del auto.
Dudley giró con una sonrisa ancha aunque escalofriante.
—Dice eso todos los días cuando regresa del trabajo, sin excepción.
Sasha devolvió el gesto aunque su sonrisa no era en absoluto como la de su compañero, que parecía estar completamente diseñado para infundir miedo en prácticamente cualquier persona.
La señora Dursley salió a su encuentro desde la cocina recibiendo animosamente a su esposo, o concretamente, su saco, el portafolio y la bufanda para irlos a guardar donde era debido.
— ¿Cómo les ha ido a mis dos amores? — preguntó retirándose el impecable delantal color arena para colgarlo de una discreta percha en la salida de la cocina.
—Bien — respondió escuetamente Dudley sentándose a la mesa, primorosamente dispuesta como un comedor de gala, solo que a escala pequeña.
—Dudley, amor, primero los invitados.
El invitado se puso tenso, pero consiguió sonreír como lo haría con la clientela.
—Un placer conocerla, señora Dursley — dijo extendiendo su mano para tomar con mucho cuidado la muy pequeña y delgada mano de la mujer.
—Petunia Dursley, un placer de verdad. Dudley habla muy bien de ti.
—Mi nombre es Aleksandr Mijáilovich Kuznetsov, pero el señor Dursley me llama Sasha, como todo mundo.
Petunia emitió una risa extraña que lo dejó con la idea de que quizás nadie en esa familia sonreía de verdad.
Le sorprendió bastante que no le hubiesen ofrecido algún aperitivo previo, a él no le gustaban del todo, pero todos los ingleses de varias generaciones lo acostumbraban. Pasaron directamente a la cena que se sirvió con magnificencia, empezando por una sopa de cebolla con salvia y cheddar. Tuvo cuidado de apartar los trozos de queso que le fueron visibles y hábilmente consiguió disponerlos en el plato extendido, lejos de la vista de sus anfitriones que, sin embargo, no le prestaban demasiada atención.
—Oh, Dudley siempre ha hecho amigos rápidamente, pero últimamente…
Dudley le dedicó una mirada severa a su madre que terminó por emitir una sonrisa sin significado y no continuó con lo que estaba diciendo, si bien no era particularmente complicado de adivinar de qué iba la cosa.
El muchacho no estaba acostumbrado a la soledad ni el abandono, ninguno de sus antiguos amigos lo frecuentaba, en parte porque el tiempo que requería la universidad era más del que podían disponer, en otro tanto porque la madurez finalmente había llegado a sus vidas y un bravucón que no es particularmente listo no representaba una amistad interesante, ya no podían obtener nada de él, los días de abrirse paso a la cima de la escuela a base de acoso habían terminado.
Sasha sintió que su estómago se revolvía. La señora Dursley entró a la cocina y salió con un enorme pastel de carne para acompañar los gruesos cortes sirloin asados con mantequilla de ajo. Con horror vio a la mujer cortar las partes: tres que equivalían a poco más de medio kilo por cada una y una muy pequeña para ella misma. Dudley se relamió los labios prácticamente salivando mientras que su padre daba alguno bufidos de gusto, complacido por lo que veía y olía.
Y por escenas como esa era que no le gustaba ir de visita a ningún lado.
Picó con el tenedor una parte sin pensar en comerlo, no porque dudara de las habilidades culinarias de Petunia Dursley, sino porque él no comía carne.
En la mesa no había algo medianamente parecido a una ensalada, salvo lo que parecían ser exactamente tres pequeñas zanahorias y una patata cocida más para decorar el plato que como parte de una guarnición real. Vio que nadie más las tomaba así que con sumo tacto preguntó si podía tenerlas, Petunia se apresuró a servírselas aunque él pensaba hacerlo por si mismo, le apenaba un poco que la señora se llevara todo el trabajo de servicio.
Los dos hombres se enfrascaron en su cena, el señor Dursley de vez en cuando emitía un cometario sobre su perfecto día en la oficina, pero como Dudley y él habían estado en el mismo lugar, pensó que quizás hablaba con su esposa, aunque al poco rato notó que en realidad lo estaba haciendo con él.
—Sí, señor Dursley — respondió acertadamente cuando le hizo una pregunta sobre si estaba de acuerdo con que venía la mejor temporada, pues para las fiestas navideñas la gente tendía a hacer la mayor cantidad de reparaciones en su casa.
Por la siguiente hora, se dedico a trozar la carne tratando de contener la respiración. Por algún motivo, se sentía tan aterrado de confesar su dieta como de atreverse a siquiera llevarse un trozo a la boca. Hacía casi doce años que había dejado de comer carne luego de visitar a su padre mientras trabajaba en la carnicería del barrio. Estaba despellejando unos conejos de pedido especial: una incisión y los extremos de la piel tirando hacia abajo con fuerza. Recordaba que vio el cuerpo del animal estremecerse, gritó con todas sus fuerzas y el que su padre se acercara a él con el delantal lleno de sangre para explicarle que el conejo estaba muerto y solo era un espasmo natural, no ayudó demasiado.
Sentía nauseas con el olor de la carne aunque ya estaba cocinada con una buena cantidad de especias, el pastel de la señora Dursley junto con su corte de carne, no eran ni de cerca la más apetecible de las cenas.
Dudley terminó primero y lo miró con gesto inquisidor.
— ¿Te lo vas a terminar? — preguntó no comprendiendo que en el plato no estaba a la mitad como hacía pensar el perfecto desorden, sino el corte entero en pedazos muy pequeños.
Tenía que pensar muy bien la respuesta para deshacerse de la comida sin ofender a la cocinera.
—Bueno, no creo, estoy algo… satisfecho. Aunque todo ha estado delicioso, señora Dursley — dijo, pero apenas terminaba de hablar cuando el muchacho se lanzó contra su plato.
—Oh, muchas gracias.
Aparentemente nadie se había dado cuenta de que no comió nada, sabía que Dudley molestaba a la gente por muchas cosas más insignificantes que no comer carne. Y a él no le gustaban los conflictos, menos aún con el hijo de su jefe porque quizás nunca tendría otra oportunidad de empleo tan bien pagada.
—Deberías comer mejor muchacho — dijo el señor Dursley a modo reprimenda.
—Vernon, querido, no lo atosigues — intervino la mujer palmeando el brazo de su esposo.
—Solo digo lo que pienso.
Sasha estaba abochornado, pero consiguió que Dudley acabara de comer antes de que notaran que no probó bocado.
Sobrevivió a la velada, pero sin esperanzas de que le llevaran a casa, no tuvo más remedio que preguntar por la parada de autobús más cercana.
El viento soplaba con desgana, conformándose con derribar las hojas que quedaban de los árboles, arrastrándolas débilmente por el césped amarillento. Las luces de la acera estaban encendidas y las de las casas empezaban a apagarse. Aún no hacía frío aunque el invierno empezaba a asomar la nariz. Levantó el cuello de su chaqueta y miró al cielo, la luna llena, grande y redonda dejaba un rastro plateado más hermoso que el de las farolas.
Entonces, el silencio se rompió.
Frunció el ceño al escuchar un aullido largo y profundo. No había perros en el vecindario, pero escuchó a lo lejos a algunos ladrar enloquecidos. Sintió un escalofrío y escucho que caían los botes de basura de una casa cercana, giró el rostro por reflejo, esperaba encontrarse con un gato… pero un gato no proyectaba una sombra tan grande ¡Que saltaba sobre él!
Quedó atrapado entre la banca de aluminio y un cuerpo peludo, sentía el aliento caliente cerca de su cara y las enormes mandíbulas de encías rojas e hinchadas chasqueando a milímetros de su nariz.
Los músculos de su cuerpo se tensaron mientras sujetaba el cuello del animal que clavaba sus garras en sus hombros, subió una rodilla para tratar de empujarle pero aunque el peso no era excesivo y estaba seguro de que lo podía levantar con una mano, nunca había tenido que levantar una pesa que se moviera tanto e intentara arrancarle la garganta. Subió la otra pierna apoyando la punta de sus pies en el vientre del animal empujándolo con todas sus fuerzas, consiguiendo quitárselo de encima pero las garras clavadas en su carne se volvieron profundos arañazos de cuatro líneas cada uno.
Escuchó un chillido seguido de un gruñido, la criatura se incorporó mostrando las fauces, Sasha también se puso de pie rápidamente. La luz de las farolas, la de la luna y la del anuncio de la parada de autobús revelaron ante él algo que no era un animal, este se irguió sin despegar sus ojos amarillentos del joven que había perdido lucidez de cualquier cosa que por sentido común podía hacer. Tan solo pudo contemplarlo, con su complexión delgada y realmente pequeña, casi humano pero con un peligroso hocico, garras que le habían desgarrado los músculos de los brazos que empezaban a entumirse del dolor y una actitud decidida a matarlo.
La criatura se lanzó nuevamente contra él pero consiguió evadirlo agachándose para enseguida ponerse de pie alcanzándolo al vuelo, lo tomó por la cintura y lo derribó contra la banca con la suficiente fuerza como para romperle la columna. Pero no fue así. Hubo un estallido de metal, la lámina cedió pero aquella cosa fue capaz de incorporarse, sangraba por el hocico y al menos parecía tener una pata herida porque no fue capaz de sostenerse a cuatro.
Una tercera vez fue por él con las fauces completamente abiertas, Sasha calculó detenerlo tomándolo por la nuca para estrellarlo con todas sus fuerzas. La cabeza del animal atravesó completamente el cristal reforzado del anuncio luminoso y aunque hubo unos espasmos, pronto dejó de moverse mientras que la sangre fluía ávidamente por la estructura hacia la acera.
Miró la mancha roja extenderse por varios segundos antes de sentirse mareado, y finalmente desmayarse.
Comentarios y aclaraciones:
¡Gracias por leer!
