Ésta no es la primera vez que me siento impelido a matar.

A desgarrar.

A disfrutar mientras veo cómo aquel destello de vida va marchitándose poco a poco en las profundidades oscuras de los ojos en los que me reflejo mientras me dejo llevar.

Porque soy instinto, porque soy todo el Ello que quiero mantener en coma.

Porque soy un simple ser humano.

Y porque soy un dios sin creyente.

Soy aquel que en sueños busca la calma tan desesperadamente que olvida que la realidad es una mierda.

Pero no olvida la dicha agridulce que trae consigo la muerte, el supuesto descanso que deseo con un nudo en la garganta siempre, pero que no puedo obtener jamás.

Soy quien pretende salvar una vida, pero como una forma de redención pueril y estúpida.

Inútil y endeble.

Un simple ser humano.

Pero un animal salvaje esperando, deseando.

Rogando.

Pidiendo más.

Más dolor, más placer.

Porque nunca nada es suficiente para quien no se acepta tal cual es.

Y yo no soy un asesino.

Yo no soy un criminal.

Porque yo no soy uno más.

Pero, a la vez, no soy igual a nadie más.

Sombras, sudor, rocío carmesí brillante en mi piel.

La oscuridad amenaza otra vez, tiemblo de pánico.

En lo que parece un refugio, gimo y me arrastro, deseando ser y dejar de ser.

Pero al final entiendo, que mi existencia está marcada de esa forma.

Porque no puede ser de otra manera.

Porque no soy un dios ni un "alguien más".

Yo soy William Graham.

Y, en mis febriles delirios soy consciente de una cosa más:

Esto es sólo el comienzo.