Llevaba tanto tiempo sin entrar en aquella página web, que le resultó gracioso ver como otros se habían ocupado de hacer que ella volviera a mirarla. Otro parpadeo, lo cual significaba otro mensaje privado en su bandeja, ¿Sería otro intelectual que iba a darle clases de saber estar y buena escritura? Con media sonrisa, apretó levemente el cursor sobre aquel mensaje que no dejaba de brillar como si de una pequeña danza de luciérnagas se tratara, para dejar paso a una hoja en blanco en la que sólo aparecía una frase, escueta y contundente.
Tardes, tardes y más tardes. Un pasillo blanco que se extiende como un manto invernal, asegurándose de que cualquier puerta a la imaginación permanece bien cerrada, de que cualquier llave se encuentre bien escondida, y de que cualquier sueño se quede bien sepultado. Palabras que tratan de acabar con la experiencia del ser, y miradas furtivas que pretenden provocar sentimientos que impulsen a la reflexión, pero al final sólo eran eso… efímeros pedazos de una realidad decadente que servían como venda para los ojos en una sociedad gobernada por el egoísmo. Las caídas al vacío no son más que percepciones infundadas del vacío de los corazones, oscuros… solitarios… que tratan de llenar esa carencia creciéndose ante la mediocridad absoluta que se encuentra a su alrededor. Sólo triunfa quien te sigue el juego, ¿No me crees? Entonces explica el motivo de tu sonrisa al ver aquella frase de apoyo esta mañana, o aquella cuando acabaste de escribir esas burdas líneas que no expresan nada, nada. Querías transmitir a través del mayor de los utensilios conocido, pero lo único que conseguiste fue que los fanboys se aficionaran a tu nueva historia y oye, ¡Enhorabuena! Al menos estás más cerca de tu sueño de ser un gran escritor, inventar relaciones de amor entre personajes – si son masculinos mejor- te convierte en un genio, en un milagro, en el redentor de los versos, en confesor de las palabras.
Cuando crees que no puedes ser más feliz, una pequeña línea que traza la mitad de tu ser, te pide más y para saciarlo sólo se te ocurre demostrar tu talento al mundo. Cierras los ojos y te preguntas de qué manera puedes conseguirlo… piensas, deshilvanas tu mente poquito a poquito, deshaciendo los entuertos del pasado, recreando las pautas indicadas… y te dices que has hallado la solución. Abres una historia, al azar… y sin ver más allá de tu ferviente deseo de mostrar tu valía señalas los errores- obvios, pero que remarcarás de igual manera- criticas un poco de aquí y un poco de allí, ¡Ya casi está!. Pulsas sobre el botón que dice enviar, y ya has creado un tema, puedes ser feliz sabiendo que van a darte la razón, que tu superioridad está clara, y que cuantas menos palabras legibles y menos sencillez poseas mayor grado de admiración captarás entre los demás.
Sólo te queda un paso, y es no encontrar tu ombligo, es una cosa pequeñita, que está escondida y que no todo el mundo se encuentra en disposición de ver… es algo muy parecido a eso que llaman… humildad.
Tras escribir estas palabras, Rei pulsó sobre la tecla de borrado y cerró su ordenador. No deseaba escribir más por hoy.
