Disclaimer: Los personajes y el universo donde doy rienda suelta a mi extravagancia angst es propiedad de BioWare.
N/A: Abro espacio para colgar los trágicos drabbles patrocinados por una tabla de prompts que planeo completar para este romance. Uhm, advertencias para angustia a lo bestia y Solavellan dramático porque tengo el autocontrol en el trasero, aparentemente cx Prosa sobretrabajada y demás cosas raras que obsesionan a la escritora. El título lo tomé de "La vida es sueño" (lamento que mi poca habilidad con los títulos le cause un incordio, señor Calderón de la Barca (?)
La recomendación musical esta vez es: Cold de Jorge Mendez.
- Uno -
Su memoria se ahoga en océanos de silencio.
No se recrea pensándola, a sabiendas de que al hacerlo le estaría permitiendo seducirlo con la idea de que su futuro únicamente puede ser mejor si Lavellan es parte de él. Ella está allí. Como un hecho. Es irrefutable, difusa a medida que el tiempo avanza, sí, pero formó parte de lo que hacía, de lo que pensaba, de lo que esperaba. La lleva entreverada en la carne.
La quietud imperante desde su partida solo la interrumpen los recuerdos concretos. El dolor constante, mimetizado en la rutina, detona si el tiempo se la devuelve hecha presente vivo. La imagen irrumpe furiosa y lo asfixia, quema como cera líquida sobre su mente mientras a él se le ocurre que gustoso vería arder todos sus proyectos con tal de escucharla hablar en ese justo momento. La ve en el mutismo absoluto, la memoria no ha salvado el timbre de su voz, y el traqueteo de los numerosos frascos dentro de su escarcela existe en la teoría, en la abstracción sobre el tiempo que pasó a su lado, pero no puede oír nada de eso en verdad.
Ha vuelto hecha dolor, sólido y silente dolor. Nostalgia pura con un nombre y una forma. Usa la sencilla túnica gris y los pantaloncillos remangados sobre la rodilla. Tiene un trenzado largo y mal hecho. Se tumba a un costado del fuego para garrapatear sobre un cuadernillo de hojas maltratadas que no suelta a ninguna hora -y que curiosamente ahora él posee. Adopta ese gesto dolido tan fingido que arranca más burlas de parte de Sera luego de haber preguntado "¿Dónde está nuestra Inquisidora Mapache?" de espalda a ella. Recuerda cada uno de los sobrenombres con que Sera la bautizó, pero el artificio de la memoria no alcanza para devolverle la risa que provocaba en Lavellan.
Solas ya no tiene mucho, salvo ecos de culpa y un viejo dolor que lo mantiene estancado en un antes cada vez más remoto y extraño, de modo que en ocasiones debe obligarse a recordar por qué admite la locura del silencio en lugar de correr a donde ella todavía existe, inquieta y real. Estar lejos se antoja tan carente de sentido que roza los límites de la contradicción. ¿Ha de obligarse a convivir con la conciencia de todo lo que está mal en esos lugares donde su ausencia es imposible de rehuir? Solas no sabe cómo responder no a eso.
En el abismo del tiempo, perderá todo de ella. Poco a poco. Va a desprenderse de él hasta ser un tema distante, la sentirá cosquillearle en la piel pero apenas será el vestigio de lo sucedido. El recuerdo no es la vida. Se desvanece el ruido y se desvanecerán las imágenes. Olvidar para sobrevivir sin lo que se creía imposible vivir es un mecanismo de defensa que ha ido desarrollando más o menos bien. Los instantes de pasado vivo gastan su fuerza, los alarga de más y terminan por disolverse. Vuelve a perderla, y así su colección de objetos y momentos inestimables se reduce a una velocidad desconcertante mientras él -de nuevo- prioriza unas cuatro o cinco cosas realmente esenciales antes que Lavellan y cada emoción que se atrevió a albergar por ella, sintiendo a la vez un vago odio contra sí mismo al hacerlo.
Sus aspiraciones para arreglar este continuo mal sueño son una roca atada al pie, y es mejor así, si los respira, los mares de silencio ahogarán el dolor.
