Disclaimers: Los nombres de los personajes pertenecen a Rowling, no a mí.
La frase del final que dice Draco es de: Arthur Rimbaud.
Viñeta de la palabra: Horca perteneciente a la Tabla 2. De la "Celebración Halloween" del grupo Drinny/Dranny: ¡El mejor amor prohibido!
Tarareaba. Una alegre melodía que consistía solamente de juntar la letra M con un simple Ha. Su sonrisa mientras avanzaba era la de un ser soñador, sus cabellos rubios brillaban a la tenue luz de luna; caminó despacio, mientras el lazo enredado en su brazo arrastraba a quien se sacudía mientras le arrastraba, la viga esperaba por ella.
Jaló con fuerza, haciendo que los amarres se apretaran inmovilizándola casi por completo mientras era arrastrada por el rubio que tan sólo días atrás, era su novio, todo el tiempo había sido tranquilo, un poco distante, pero cuando sus labios se unían, no había palabras para describir lo que ocurría entre los dos.
— ¡¿Por qué lo haces?! –Exclamó –mírame y dime por qué.
Tarareó.
Ignorándola, la llevó fuera del camino, donde las ramas, y la maleza provocaba pequeñas cortaduras en su piel, levantó la vista hasta él, el sonido distante del río le dijo el lugar donde estaban, entonces lo sabía.
—Fue un accidente –murmuró –yo no quería que eso pasara –las lágrimas surcaron su rostro, pero él ni siquiera la miró, siguió tarareando, no sabía si era inventado o pertenecía a alguna pieza musical, lo único que podía pensar era en el sonido de su tarareo.
Esperó paciente, al llegar al lago, y en cuanto él giró para desatarla, lo empujó, con la sonrisa en sus labios la dejó huir, no lo había tomado desprevenido; y sin embargo la había dejado correr.
Las ramas crujían bajo sus pies mientras huía del lugar, lo conocía a la perfección, así que sabía que iba directamente a la carretera, pediría ayuda y se alejaría de ese loco, podía hacerlo, sabía cómo huir de algo inesperado, tenía experiencia en ello.
Sus pasos eran ligeros, no lo escuchaba siguiéndola así que podría huir, sonrió cuando llegó a la carretera, la luz de los faroles del carro anunciaban su salida hacia la libertad.
— ¡Alto! –Suplicó –deténgase, hay alguien intentando matarme.
El aire frío sacudió sus cabellos haciéndolos ondear, su cuerpo se sentía extrañamente ligero, tan frágil y liviano como una hoja al viento, cerró los ojos un segundo, el golpe se escuchó seco, un fuerte crujido le acompañó cuando el resto de su cuerpo terminó por estrellarse contra el suelo.
Las luces desaparecieron tan rápido como las vio, pero el rostro del hombre que se acuclilló frente a ella; no.
—Ayúdame –pidió de nuevo –ese auto me ha roto la pierna y un par de costillas –y las lágrimas resbalaron hasta sus oídos.
Los ojos grises del hombre la observaron detalladamente, su mirada era tranquila, distante, sin compasión; sujetándola del cabello la forzó a ponerse de pie.
— ¡Por favor! –suplicó.
El hueso de su pierna se alcanzaba a ver por la herida, sangraba demasiado, pero él la empujó para que caminara, tuvo que detenerse y sostener su pierna en un mar de llanto; el dolor era tan punzante, sentía como el peso de su cuerpo presionaba el hueso roto que había salido un poco más perforando su piel, dio otro paso y otro, lentamente, la llevaría de nuevo hasta el río, pero sin duda esperaba morir del dolor en el trayecto.
—No me hagas esto –suplicó.
El tarareo se detuvo abruptamente, se giró hasta ella en un movimiento lento, educado y casi delicado, su rostro demostró algo más que impasibilidad por un momento, sus ojos grises brillaron bajo la luna, su respiración se agitó y cuando dio un paso hasta ella se detuvo; tranquilizándole.
Tarareó de nuevo, la misma melodía extraña que podría ser producto de su imaginación.
La sujetó del brazo, encaminándola lentamente sin decirle porque lo hacía, sollozó, no había nada ni nadie que pudiese evitarle aquel final.
Sujetó la cuerda con tanta serenidad, que a ella no le agradaba, la sangre de las heridas por el atropellamiento hacían que su cabello se pegara al rostro, se sujetó la pierna y profirió un grito de dolor, no tenía idea de cómo no se había desmayado aun.
Él llegó hasta ella y le regaló una mirada tierna y preocupada, sostuvo su mano, y la llevó en dirección a sus labios, besó el dorso mientras su otra mano acariciaba los cabellos pelirrojos sucios y pegajosos por la sangre.
—Draco por favor –suplicó en un suave susurro.
Suspiró cerrando los ojos; ella sonrió, lo había hecho entrar en razón.
El grito perforó el silencio que había en ese lugar, y él sonrió, en un instante se había quedado mudo, no le había dicho una sola palabra; le dio un suave manotazo cuando con su mano sana intentó sostener la que él acababa de romper, el rubio negó, y observó la única que le quedaba sana, dándole a entender que si se tocaba otra parte afectada, correría la misma suerte.
Terminó de hacer el nudo sin contratiempo en la soga, fue hasta ella y la colocó en su cuello; la llevó hasta la viga colocada con anterioridad y sonrió de nuevo.
—Draco, por favor, te amo.
Sonrió como respuesta y tiró de la soga que se pegó un poco a su cuello, chilló desesperada, pero él volvió a tirar, esperó unos segundos, en lo que el pánico inundaba el cuerpo de la pelirroja, y volvió a tirar, levantándola del piso, sus pies se agitaron al mismo tiempo que su cuerpo se retorcía, el dolor de sus extremidades habían pasado a un segundo plano en comparación con la falta de oxígeno en sus pulmones, pronto su cerebro se atrofiaría, sus neuronas colapsarían y todo en ella moriría.
Lo oyó tararear, con una amplia sonrisa iluminada por la luna.
Y mientras su cuerpo dejaba de luchar contra la muerte, lo escuchó hablar por fin.
—En la horca negra bailan, amable manco, bailan los paladines, los descarnados danzarines del diablo; danzan que danzan sin fin los esqueletos de paladín.
