CAPÍTULO I

Un nuevo comienzo

Para la mayoría de la gente, la estación de King's Cross era una estación de tren completamente normal: viajeros impacientes esperando en los distintos andenes, trenes que llegaban con retraso, vagones abarrotados de caras largas y grises... Lo único que la distinguía de las demás estaciones de tren de Londres era, quizás, su grandeza y antigüedad; por lo demás, carecía de interés alguno.

A las diez y media de la mañana del día uno de septiembre, entre la multitud una chica de pelo castaño alborotado arrastraba con dificultad un carro con un enorme baúl de madera y una cesta de mimbre que no cesaba de maullar indignada.

Avanzó, no sin cierta dificultad, hasta detenerse expectante ante el muro que separaba los andenes nueve y diez.

Miró a derecha e izquierda, y cuando estuvo segura de que ninguna mirada curiosa se cruzaba en su camino aspiró profundamente, miró el muro con determinación, apretó los nudillos a las asas del carro y emprendió una carrera directamente hacia el muro.

Nadie en la estación se percató de su ausencia, puesto que para la mayoría de la gente, la estación de King's Cross era una estación de tren completamente normal.

Al otro lado del muro; el andén nueve y tres cuartos, del cuál saldría en veinte minutos el magnífico tren de vapor Hogwarts Exprés, estaba sumido en el más absoluto caos:

Adultos con sombreros picudos y capas moradas abrazaban a sus hijos, los baúles de los estudiantes eran arrastrados hacia los compartimentos de equipaje, las lechuzas aleteaban histéricas en sus jaulas...

La chica avanzó lentamente hacia la locomotora y se las ingenió para que un mozo muy robusto la ayudara a meter su baúl en los ya repletos compartimentos de equipaje.

Satisfecha por haber logrado deshacerse de sus enojosos paquetes, decidió pasearse un poco entre la gente para ver si descubría caras conocidas.

Como estaba totalmente concentrada en no ser pisada por nadie, se le detuvo el ritmo cardiaco en cuanto notó una mano sobre su hombro derecho.

- Bienvenida, Hermione! – oyó que le decía alegremente el propietario de la mano.

Aliviada, se giró para encontrarse con ese rostro que conocía tan bien: ojos verde esmeralda ocultos tras unos lentes que se mantenían enteros gracias a un montón de celo mágico, pelo negro azabache imposible de peinar, y una famosa cicatriz en la frente que tenía la forma de un rayo... Sí, al fin volvía a ver a uno de sus mejores amigos, el célebre niño que vivió: Harry Potter.

- Harry, que alegría volver a verte por fin! – emocionada, se abalanzó a los brazos de su amigo, estrechándolo en un efusivo abrazo.

- ¡Hey Hermione! ¿No querrás matar a Harry el primer día de curso no? – oyó que le decía una voz divertida desde su espalda.

Algo avergonzada, se giró para encontrarse frente a frente con el otro chico con el que mantenía una gran amistad: Ron Weasley. Durante el verano, su pelo había cogido un tono más cobrizo, y sus pecas habían aumentado aún más si eso era posible.

Avanzaban por el pasillo del último vagón con la esperanza de encontrar allí un compartimiento libre, cuando se abrió bruscamente la puerta del que quedaba a su derecha.

- Vaya vaya, ¡mira a quien tenemos aquí!: San Potter, la comadreja y la Sangre Sucia sabelotodo...

Draco Malfoy, el más odioso de los estudiantes de la casa Slytherin.

Un chico de cabello rubio y ojos grises, que gozaba del lujo de ser el más grosero, altanero, maleducado y malcriado alumno de toda la escuela.

- Piérdete, Malfoy - le espetó Ron airadamente.

- Cierra el pico, Weasley. Alguien como tu no tiene derecho a dirigirse a mi persona – contraatacó el aludido con altanería y destilando desprecio por cada poro de su piel.

- Tiene razón Ron, déjalo. No es necesario malgastar saliva hablando con alguien tan despreciable como él – acudió Hermione en defensa de su amigo.

- Cállate, Sangre Sucia impertinente. ¿Quién te ha pedido que interfieras? ¿O es que no puedes soportar la idea de no ser el centro de atención en cualquier conversación?

Llegados a este punto, Harry y Ron se irguieron amenazadoramente, la sangre hirviendo en sus venas.

- Malfoy, vas a pagar por esto. – sentenció Harry en un tono que no aceptaba réplica.

- ¡Uy! Qué miedo me das Potter... ¡Mira como tiemblo!

- ¡Despreciable hijo de... – dijo Ron, quien estaba más rojo que su cabello.

- ¿Se puede saber qué es lo que ocurre aquí? – preguntó una áspera voz.

- ¡Profesora McGonagall! – dijo sorprendida y sonrojada la chica.

- ¿Sí, señorita Granger? ¿Alguna explicación razonable?

- La verdad profesora – empezó Harry - es que Malfoy...

- La verdad profesora – siguió Hermione interrumpiendo a su amigo - es que mis compañeros y yo estábamos buscando un compartimiento que estuviera vacío y, al vernos deambulando por el pasillo, el señor Malfoy ha sido tan amable de comunicarnos que en el suyo ya no quedaba ningún sitio libre y que deberíamos seguir buscando más adelante, así que en este momento nos disponíamos a continuar nuestra búsqueda.

- Así es. – concluyó Malfoy, viendo que esta explicación lo dejaba indemne de cualquier culpabilidad.

- Es evidente que no voy a tomar por cierta esta versión de los hechos – sentenció duramente la profesora – pero no tengo tiempo para estupideces, así que sean tan amables de retirarse a sus respectivos compartimentos y de dejar de hacer alboroto en los pasillos.

Dicho esto desapareció pasillo arriba, dejando al cuarteto mudo de asombro por la rapidez con que había zanjado el asunto.

Harry, Ron y Hermione se disponían a seguir su búsqueda cuando el Slytherin cogió a ésta última del brazo y la atrajo hacia él para susurrarle al oído:

- Las cosas no van a quedar así, Sangre Sucia.