Disclaimer: Los personajes son propiedad de Suzanne Collins

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Blue Jeans

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Nubes de sudor y alcohol, parlantes vibrando, luces parpadeando, ojos enceguecidos, risas y miradas, manos y cuerpos enredados. Y allí mismo, la esclavitud y la libertad personificada. Mirada seductora, jeans azules, camisa blanca y sonrisa torcida. Entró al bar rodeado de un aire oscuro y despreocupado, al mismo tiempo que varias mujeres se pegaban a él como abejas a la miel.

Una suave risa me sobresaltó – Ingenuas. Él no es de nadie y a la vez las puede tener a todas. Lo único que le importa es el dinero. – terminó Johanna.

- Bueno… no es al único en esta habitación. – agregué, Johana se limitó a reír nuevamente.

- ¿Qué tanto te atrae? – me cuestionó. Clavé mi vista en mis zapatos con plataformas, ruborizada. – Solo… no te ilusiones con cosas que no van a poder ser. – me advirtió en un tono de lastima. La miré furiosa y ella volvió a reir, ¿qué le causaba gracia ahora? Johana parecía bipolar. – Redirige ese fuego hacía otro lado, chica en llamas.

Suspiré llevándome la copa hacia mis labios, y lo volví a mirar. Si, era incapaz de apartar mi vista de él por más de 5 segundos. La atmósfera de misterio que lo rodeaba parecía atraer las miradas de mujeres y hombres, que parecían querer ser partícipes del suelo que pisaba. Cuando esos ojos azules se clavaron en mí, una estúpida sonrisa de suficiencia bailó sobre sus labios, y recordé la primera vez que lo vi. Cuando entró a mi departamento para trastocar mi vida.

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Giré la llave de la puerta, exhausta. Ese día el trabajo había sido horrible. Me quité mi uniforme de mesera, si se lo podía llamar así a unos shorts y remera super ajustada, y me dirigí al baño para tratar de quitarme esa asquerosa sensación. Mi trabajo en sí era un asco pero lo aguantaba porque me pagaban relativamente bien y recibía buenas propinas.

Se me escapó un gemido suave de mis labios al sentir la calidez del agua y dejé que corriera sobre mi cuerpo quitando el jabón y la suciedad. Después, me envolví en una mullida toalla y sequé mi cabello con otra. Afuera, el viento soplaba fuertemente y el frío de la noche calaba hasta los huesos. Escuché entonces la puerta de entrada y sonreí. Gale.

- Al fin Gale, ¿cómo estuvo tu día? – pregunté saliendo del baño mientras enfocaba mis ojos grises en la figura recostada sobre el sofá.

Dejé de respirar por unos segundos. Sus ojos azules eran fríos, aunque su mirada me recorrió como fuego sobre mi piel.

- Mmm… sugar, me estabas esperando? – un sudor helado recorrió mi columna vertebral y mi instinto de supervivencia gritaba que huyera de allí lo más rápido posible, pero lo ignoré.

- ¿Quién eres? ¿Y quién mierda te crees para entrar en mi casa? – lo enfrenté. ¿Dónde demonios habrá dejado el bate de beisbol Gale?

Una risa profunda escapó de sus rosados… y si, comestibles labios. – Toda una tigresa, eh? Soy Peeta… digamos que soy el nuevo… amigo de Gale.

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Y con esas palabras algo cambió en la vida de mi mejor amigo y en la mía. Una maldición escapó de mis labios rojos y fijé mi mirada en Gale. Estaba en la barra con sus "hermanos", como él los llamaba, rodeados de mujeres.

Definitivamente no me agradaba el lugar y el olor a tabaco, drogas, alcohol y sexo me mareaba por momentos. Vacié entonces el contenido de la copa de un trago y salí hacía un pequeño patio interno del club a respirar un poco de é un cigarrillo y lo llevé a mis labios sintiendo como la ansiedad disminuía y la nicotina tomaba su lugar. Pasé mis manos sobre los brazos en un intento de brindarme calor, el viento soplaba fuerte esa noche de primavera, cuando escuché los pesados y seguros pasos.

Resoplé ante su evidente manera de señalar su presencia y percibí como se colocó a mis espaldas. Incluso podía sentir el aroma masculino que desprendía y el cálido aliento que chocaba contra mi nuca, pero no me moví y tuve que recurrir a toda mi fuerza de voluntad para no reaccionar ante él. Me llevé una vez más el cigarro hacia mis labios pero él me lo arrebató, tocando deliberadamente mi mano derecha.

- No deberías hacerlo. – comentó él.

- ¿No debería hacer qué? – repliqué, molesta.

- Fumar – contestó simplemente.

Giré sobre mis talones para enfrentarlo. Pero en seguida me arrepentí y siseé por lo bajo, no podría contestarle, o más bien gritarle, si me distraía con su apariencia. Unos centímetros más alto que yo, espalda ancha, piernas y brazos fuertes, rizos rubios ceniza, ojos profundos y una sonrisa de medio lado que destilaba arrogancia justo en ese momento. Cuando logré recuperar el hilo de la conversación, mi enojo aumentó al percibir el aire de superioridad que lo rodeaba.

- Nadie me dice lo que puedo o no hacer. – contraataqué de manera muy firme, hablando despacio. Él solo se limitó a sonreír más ampliamente todavía con el cigarrillo entre sus dientes.

Le quité lo que me pertenecía de aquellos labios finos rozándolos en el proceso. Inmediatamente sentí como el calor se esparcía por mis terminales nerviosas y solo logré calmarme un poco cuando volvió a ingresar la nicotina a mi sistema, mientras apartaba la vista de ese exquisito espécimen.

- Deberías alejarte de mí. - me advirtió, ahora serio.

- Nadie me dice lo que puedo o no hacer. - repetí, cansada de su juego.

- Podrías quemarte - insistió él. Su cercanía me estaba matando. Lo deseaba aunque una parte de mi cerebro gritaba que me alejara de ese hombre. Pero cuando Peeta posó su mano en mi espalda desnuda y la otra se deslizó hasta mi nuca, supe que estaba perdida, ni un millón de atados podrían tapar la ansiedad y anticipación que me abrumaron en ese momento. Coloque mi mano libre sobre su pecho casi como acto reflejo y clavé mi mirada en él.

- Bueno, entonces... ten por seguro que si yo ardo, tú arderás conmigo. - concluí con una pequeña sonrisa asomando en mis labios y mirándolo desafiante. Él me devolvió la mirada, pero lo hizo de una manera tan profunda, que no pude evitar sentirme desnuda ante ese hombre, como si todos mis pensamientos y sentimientos fueran develados ante y por él.

Y esperé… hasta que me besó de una forma tan demandante y dura que me costó seguirle el ritmo por unos segundos. El cigarrillo finalmente se escurrió de entre mis dedos y cayó al suelo. Luego, Peeta delineó con su lengua mi labio superior haciendo que profundice el beso y yo hundí mis manos en sus rizos y lo atraje todavía más hacia mí, sintiendo como cada curva de mi cuerpo se amoldaba al suyo hasta convertirnos en una sola pieza. Su mano se coló por debajo de mi vestido y subió de una manera tan lenta y desesperante por la cara interna de mi muslo que supe lo hacía para torturarme. Mellark conocía perfectamente todo aquello que había temblar a una mujer.

- Eres tan dulce y tan caliente... Me encantas, sugar – dijo sobre mis labios, para luego mordiscar y tironear el lóbulo de mi oreja de forma provocativa.

- Dime algo que no sepa – logré contestar sonriendo con suficiencia, cuando una imagen apareció en mi cabeza e intente separarme. – Pero estoy segura que Delly está ansiosa por un poco de tu atención en estos momentos.

- Tengo una idea mejor – contraatacó él, dejando un rostro de besos húmedos en mi clavícula y reafirmando su agarre.

Y me rendí una vez más, aturdida por la oscura atmósfera que lo rodeaba y con todos mis sentidos embotados al más mínimo roce de sus largos dedos.

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El aire saturado de olor a sexo y sudor, sabanas revueltas, manos recorriendo cada trozo de piel, labios y dientes mordiendo y rasgando, gemidos, palabras a media voz y gritos. Y allí mismo, el paraíso y el infierno. Pasé mis piernas sobre sus caderas y alcé un poco la mía logrando un contacto más profundo, haciéndonos gemir a ambos. Si, sentía que podía tocar el cielo con la punta de mis dedos. Peeta siseo y pasó su brazo sobre mi cintura para mantenerme en esa posición mientras yo intentaba sujetarme de sus fuertes brazos.

Sus ojos estaban ahora nublados por la pasión y tan oscuros, era como asomarse a unos pozos sin fondo pero que me obligaban a no apartar la vista de él. Y lo quería todo de él, todo lo que estuviera dispuesto a darme. El fuego recorría cada parte de mí, sentía mi piel ardiendo y cada poro clamaba por más. Él pareció entenderlo al instante porque su ritmo aumentó volviéndose demencial, era como si estuviéramos perfectamente sincronizados. Grité su nombre mientras sentía como algo explotaba dentro de mí nublándome con sus colores brillantes y millones de sensaciones me abrumaban, mientras éramos lanzados al abismo.

- Mía – demandó en un susurro ronco contra mis labios, los espasmos de placer haciendo vibrar nuestros cuerpos.

Se dejó caer sobre mí un momento, pero sin apoyar todo el peso de su cuerpo y me observó entre sus pestañas. Suspiré, queriendo congelar ese momento, allí mismo y vivir en él para siempre.

Él se giró, colocándose de espadas y fijó su mirada en el cielorraso. Quería poder escuchar sus pensamientos, saber lo que pasaba por su mente en esos momentos. Apoyé mi cabeza en su hombro cerrando fuertemente los ojos deseando que la ilusión no desapareciera. Su brazo rodeó mi cintura mientras sus dedos hacían formas sobre mi piel y me relajé sobre su pecho dejando que mis pensamientos volaran libremente. Tal vez había logrado calentar un poco su corazón, tal vez había logrado que el fuego al fin nos consumiera a ambos.

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La voz rasgada de Kurt me despertó de mi pequeño letargo y me maldije mentalmente por haberme dormido. Ese sonido siempre era el conductor de malas noticias, por lo menos para mí. Apreté mi cuerpo contra el de Peeta y hundí mi mano en su pecho, en un vano intento de retenerlo. Sin tan solo pudiera fundirme ahí mismo junto a él y no dejarlo marchar nunca.

- Peeta se rió entre dientes y me dio un pequeño beso en el tope de mi cabeza. – Tengo que atender la llamada, sugar – anunció y se escabulló suavemente de entre mis brazos.

Mis mejillas se tiñeron de rosa al admirar su desnudez, era como un maldito dios griego, simplemente perfecto. Atendió y se dirigió al balcón mientras se colocaba el bóxer y el pantalón en el camino, seguramente para que no escuchara su conversación.

Rebusqué entre el revoltijo de sabanas mis bragas y luego me coloqué su camisa sintiéndome envuelta en su adictivo aroma de nuevo. Cuando volvió a la habitación, Peeta me observó como estudiándome, parecía que se debatía entre acercarse o guardar las distancias. Pero al final se decidió por su postura fría.

- Me tengo que ir. – informó, atento a cada una de mis reacciones.

Y me enfurecí. No estaba dispuesta a pasar por esa humillación. de nuevo.

- ¿Así que soy como cualquiera de tus perras? – escupí sin poder evitarlo y lo miré con el fuego relampagueando en mis ojos. - ¿Te vas en medio de la noche, sin importarte nada? ¿Te cuestas varias veces en una misma semana con ellas también?

Una ráfaga de confusión pareció cruzar esos pozos azules, como si él mismo no fuera consciente de ese hecho, pero tan repentinamente como llegó, se fue y una mirada indiferente ocupó su lugar.

- Sabes que no prometo nada. A nadie. Ni siquiera a ti. – resopló apretando los puños a ambos lados de su cuerpo - Me tengo que ir. – dijo ahora furioso, y percibí un adiós definitivo entre líneas, lo que me enojó aún más.

- Bien. Vete. – exigí entre dientes.

Él se acercó hacía mí y clavándome su gélida mirada, susurró – Voy a necesitar esto. – Entonces, sus manos viajaron hasta mis hombros quitándome su camisa. Maldije por lo bajo, me había olvidado completamente de esa prenda y ese delicado toque me estaba torturando. Pero cuando fijé mi vista en su rostro me palmeé mentalmente. El pobre parecía batallar internamente entre seguir recorriendo mis curvas con algo más que los ojos o huir de mi departamento. Cuando su lucha interna pareció terminar, me tomó de la cintura fuertemente hundiendo sus dedos en la tierna carne e inclinó su cabeza hasta que sus labios tocaron uno de mis pechos y lo mordió suavemente, tironeando de él. Todos los terminales nerviosos de mi cuerpo se pusieron en alerta, suspiré. Pero entonces sus labios se situaron sobre los míos en un beso completamente abrasador.

- Dulce. – me besó de nuevo. - Caliente. -besó- Te lo advertí. – concluyó separándose bruscamente de mi cuerpo. Luego, tomó su campera de cuero y pasó a mi lado como una exhalación. Solo fui plenamente consciente de su huida cuando el sonido de la puerta al cerrarse me sobresaltó.

Y con eso también caí de bruces frente a otro realidad. Y no podía hacer oídos sordos a lo que me gritaba. Estaba perdidamente enamorada de Peeta Mellark.

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Hola! Es muy tarde en la madrugada en Argentina, pero contra el desvelo no se puede hacer mucho, no? Así aquí estoy, con una nueva historia bastante corta inspirada en la canción "Blue Jeans" de Lana del Rey (Recomendada!)

Espero poder subir la segunda parte este fin de semana. Hoy (lunes) empiezo la facu y mis horarios son terribles.

Ojala les haya gustado y que me cuenten que les pareció! Y estoy abierta a cualquier comentarios y consejos! ;)

Abrazos y besos!

Juli