Aunque pudiera importar poco, esta historia es de mi completa autoría, reforzando que... EL CONTENIDO TIENE NADA QUE VER CON LA TRAMA CANDY CANDY. SÓLO ALGUNOS DE SUS NOMBRES, PRINCIPALMENTE EL DE TERRY GRANDCHESTER EN FESTEJO DE SU CUMPLEAÑOS.

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ALGO DE TI. ALGO DE MÍ.

by Lady Graham

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Entre los límites de los estados norteamericanos de Nueva York y Nueva Jersey, en la parte norte del río Hudson había un extenso parque. Éste, por ser fin de semana, estaba repleto de visitantes, y ellos estaban envueltos en todo tipo de actividad, pero englobados en un solo objetivo: pasarla bien. Y así efectivamente, la estaban pasando un grupo de mujeres, las cuales hubieron ocupado varias bancas para colocar sus viandas de comida y un mediano sistema de sonido, onda acústica que viajaba a gran distancia, llevando en su recorrido las notas musicales que llegaban a unos oídos y hacían mover los cuerpos o los labios conforme cantaban la melodía sonada. De ésta, un cuarteto femenino, al unísono, se oía en lo que preparaban unos sándwiches.

Las que yacían sentadas en círculo y sobre mantas, sus manos aplaudían, levantando dos féminas sus brazos para saludar alegremente a quien, vistiendo deportivamente y corriendo, se les uniría.

Exhausta por la carrera pegada, la recién aparecida llegó empujando con su cadera a la amiga más cercana para que le hiciera espacio en la banca ocupada, pero eso sí tomando con confianza una rebanada de jamón y oyendo de su vecina:

—¿Qué pasó?

—No llegó

—¡Estás bromeándome!

—A-a — se escuchó gutural y negativamente.

—¿Entonces?

—Pues no se hizo— respondió la afectada. Y una segunda interesada en la conversación inquiría:

—Lo que significa… ¿que lo dejarás en paz?

Los dos pares de ojos vecinos se miraron entre ellos, diciendo la dueña de un par muy lindos:

—¡Para nada!

—¿Entonces? —volvió a inquirir la misma interesada.

—Entonces —repitió la primera amiga, — Candy debe atender esto

—¿Qué es? —quiso saber la mencionada, y seguido del silencio que hicieran las ahí reunidas, un estruendoso grito de algarabía se escuchó, poniendo Candy de inmediato su mirada en aquel ser.

—¡Por todos los cielos! —exclamó, e ipso-factamente la fémina aquella se levantó agarrando con igual rapidez la tarjeta que una mano le extendiera, y que por supuesto con ello, al varón que celebraba con otros un obvio triunfo, se dirigiría.

Los grupos de hombres que yacían alrededor del campo de juego, redundantemente jugaban bocce: un divertido y entretenido deporte iniciado por los inmigrantes italianos. En su mayoría de éstos, pero también latinos, estaba nuestro protagonista víctima de…

A cierta distancia, Candy fue acomodándose lo que tuviera, aunque en sí quitó la cinta que ataba su cabellera. Suelta y agitándola, ella fue a plantarse detrás del hombre divisado. Él, por estar enfocado contando los dineros ganados, no se percató del arribo de ella, lo haría hasta que la punta de un dedo índice le tocara leve y repetidamente el codo derecho.

Hacia la izquierda él giró la cabeza, topándose sus ojos con un compañero. Éste, con un gesto mudo, le indicaba al molestado lo que parecía le hablaba.

Metiendo su premio en los bolsillos de su pantalón vaquero, el hombre fue girando su cuerpo, y en el instante de quedar frente a la mujer, ésta sin recato alguno mucho menos pena, le soltaba:

—Véndeme tu esperma

Obviamente quien la oyera, soltó tamaña carcajada. Esa había provenido de los que estaban cerca del propuesto el cual por supuesto en una pieza había quedado.

—No es broma —afirmó ella a aquellos en una seriedad idéntica a la que se reflejaba en el varonil rostro vecino.

—Me interesa, y espero que a ti también. Ésta es mi tarjeta —ella la ofreció. —Ahí está la dirección donde debes presentarte.

—¡Espera! —pronunció apenas él al reaccionar cuando ella se movió al intentar poner retirada.

—¿Sí? —contestó Candy, fémina espectadora del analítico escrutinio del que sería presa y que, del mismo, le incomodaría en lo más mínimo. Al contrario, estarlo viendo viéndola le hacía afirmar que sí, de él querría lo que le propusiera. Un esperma que se transformaría en un hijo por demás bellísimo al serlo el espécimen que eligiera.

Los demás y de facciones diferentes que los rodeaban ya habían dejado su histeria ante la grave seriedad que su amigo ponía al asunto. Por ende, y para romper esa tensión, a uno de los conglomerados se le haría fácil decir:

—No lo pienses tanto, amigo Terry. Ya dile que sí a la bella damita. Además, éste te lo pagarán, y no los millones que ya has desechado cuando…

El obsceno acto de una privada y a la vez conocida manipulación, por el público masculino fue observada y tomada como burla. Esa que ella insistía no lo era a él quien fruncía el gesto a modo de afirmación.

—Sí —volvió a decir una firme ella. Por lo tanto, preguntaría él:

—¿Cuándo?

—¿Esta misma noche te parece bien?

—Llevas prisa

—Tú sabes, las mujeres tenemos ciertos tiempos que…

—¿Sería directamente de mí a ti?

—¿Qué "pero" me pondrías?

—Ninguno, claro, sólo que…

—Preguntarme si padezco algún mal, sería tan insultante como preguntártelo yo, ¿o no es así?

—Por supuesto

—Bien, entonces… —ella extendió su mano para saber su pronta respuesta, — ¿aceptas?