Marinette sumamente concentrada como indicaba la pequeña arruga en su frente que se formaba al fruncir el ceño. Trazaba y delineaba su próxima idea. Ella siempre bocetaba sus ideas de sus próximos diseños. Últimamente eran relacionadas con gatos, al estar tan familiarizada con un héroe gatuno.

Por eso explica la razón de que este dibujando una bufanda con huellas de esos felinos, quien al terminar paso a la siguiente hoja en blanco de su cuaderno e hizo otro dibujo, el cual consistía en un suéter con un gato negro en el medio.

Y así todos sus bocetos tenían algo relacionado a los gatos. Pero un día el mismísimo Chat Noir empezó a aparecer en su cuaderno de dibujos.

Comenzó con sus ojos, con sus rasgadas pupilas que quería incluir en un diseño, pero luego... simplemente empezó a darle una forma, una cara humana. Sus adorables orejas, su pelo despeinado, su cascabel.

Y mientras más dibujaba ignorando el entorno que le rodeaba. Había terminado dibujando a Chat Noir. Y no se detuvo ahí, siguió haciéndolo con poses heroicas o con su gran sonrisa o con el Cataclismo hecho en su mano o arrodillado con una rosa o apoyado en su bastón o simplemente en cuclillas.

Y cada vez que hacía más y más dibujos sobre él, su corazón se aceleraba. Ni siquiera a Adrien lo había dibujado y no es que Chat Noir le pusiera un vestido como si fuera un maniquí.

Al minino, lo dibujaba en todo su esplendor.

Porque así lo deseaba, así lo quería plasmar. Sus manos se movían por si sola y terminaba esbozado en el papel. Por ese motivo su cuaderno estaba lleno de dibujos del gatito.

Y no lo podía evitar. No podía detenerse de dibujarlo.

Como si fuera una especie de obsesión, él estaba dentro de su mente y no importara cuanto intentara sacarlo, él no quería salir de ahí.

La cantidad de dibujos eran tanta que había superado las fotos de Adrien que tenía. Nunca creyó que eso iba a pasar. Pero sucedió y lo que tenía era un problema tan grave que no sabía qué hacer para solucionarlo.

Sus acelerados latidos y el sonrojo que aparecía en sus mejillas cada vez que veía a Chat Noir se lo confirmaban. No podía ser otra cosa porque esos síntomas de felicidad que se le instalaba cada vez que lo veía y ese brillo en su mirada que se mantenía al observar sus bellas pupilas. Le reconfirmaba su obsesión con los gatos.