¡Oh, Dios! ¡He empezado con esto! Bueno... éste es un nuevo proyecto, y...pues, no los entretengo. :)

Bleach y los personajes aquí usados le pertenecen a Tite Kubo.


~ Capítulo I ~

Después de una eternidad.


Las fuertes mareas azotaban sin piedad la embarcación en esa tarde gris, sin Sol. Las olas se estrellaban provocando un fuerte rugido al contacto con la madera, como si quisieran devorar ese navío o envolverlo en un abrazo de muerte. A pesar de tanta ferocidad, cualquiera diría que el barco bailaba a la par del océano, en un compás bien marcado y elegante, pero a la vez desgarrador. La lluvia que caía a cántaros acompañaba este escenario, aportando su música. El bramido de un trueno, seguido por una relampagueante luz azulada a la distancia fue la señal de una nueva sacudida que fue mal recibida por los tripulantes.

Un joven que no debería tener más de veintitrés años, sostenía con rudeza el timón, haciéndolo girar en un ágil movimiento de sus brazos ante la última embestida. Su mirada se mantenía serena, fija hacia algún punto del horizonte, y sus blancos cabellos mojados ya por tanta lluvia hacía que cayeran gotas que finalmente se escurrían por su insensible rostro. Aún con esto, en sus orbes aguamarina se apreciaba un destello de desesperación y ansiedad. No le importaba lo difícil que sería el camino. El tenía que llegar. Y lo haría o dejaría de llamarse Toushiro Hitsugaya.

Sus sentidos le indicaron que una presencia se había colocado a sus espaldas. Se trataba de su primer oficial, quien respiraba entrecortadamente y su mirada celeste reflejaba preocupación. Se irguió para dirigirse con el título que le correspondía hacia su superior.

-¡Capitán! – Entre tanto caos, la voz femenina se hizo notar por sobre lo demás. Él la escuchó perfectamente, mas no hizo ademán de dedicarle una ojeada siquiera. Seguía clavado en su trabajo. - ¡Será mejor que cambiemos de rumbo, a este paso podríamos…!

-No. – Irrumpió con voz firme el albino, girando nuevamente el timón.

-¡Pero Capitán, podríamos llegar al puerto mañana sin arriesgarnos!

-Llegaremos hoy, Matsumoto. – Giró un poco su cabeza, mirándola de reojo. Dándole a entender que se haría lo que él decía en ese navío. Se sintió en la embarcación una nueva oleada. -¡Icen las velas! – Ordenó.

La voluptuosa mujer se quedó tan sólo unos milisegundos sin reaccionar. Al captar la idea, se llevó la mano a su frente, típico de un marinero al recibir una orden que no puede negar.

-Como usted ordene, Capitán. – Se volteó en dirección contraria, dando un par de zancadas y en un salto se alejó de la proa donde yacía el joven que luchaba contra las mareas. El resto de la tripulación la miraban con los ojos abiertos de par en par.– ¡Ya escucharon, icen las velas!


Corría como si su vida dependiera de ello. La coleta de su recogido cabello castaño se movía de un lado a otro a la par de sus pasos. Respiraba con dificultad, sintiendo cómo su pecho subía y bajaba por el trabajo de sus pulmones. Sujetaba con una de sus manos color melocotón los bordes del sencillo vestido, para que en dicha carrera contra el tiempo no hubiera impedimentos, y podía escuchar el sonido que hacían sus pies descalzos al pisar los charcos de la calle. Y con su mano libre cerrada en forma de puño, guardaba y protegía un objeto de altísimo valor para ella, pegado a su pecho.

Se había enterado esa mañana. Nadie podía asegurar que fuera cierto, al fin y al cabo era tan sólo un rumor. Pero todo mundo en la ciudad parecían un tanto inquietos por la noticia de la llegada de aquel pirata nacido en sus tierras. Al recordarlo, sintió un delicioso palpitar en su corazón. ¿Será? ¿Realmente volvía aquel que había sido como su hermano y mejor amigo? Si había una mínima posibilidad de que fuera verdad, ella quería estar ahí. Debía verlo con sus propios ojos, tenerlo a su lado una vez más, y en lo posible, retenerlo en su vida.

Se mordió con fuerza su labio inferior ante tal pensamiento egoísta de su parte. No, ella sabía mejor que nadie el espíritu libre que poseía aquel joven de luceros turquesa. Le había costado trabajo asimilarlo, pero después de tantos años de conocerle, tras su segunda larga partida se había dado cuenta de ello. Él tenía que navegar en esas aguas turbias, buscar nuevas tierras, conocer gente y cultura. Realmente parecía una necesidad para su persona. Él, siempre yéndose a encarar nuevas aventuras, alejándose de su lado. Y ella siempre permaneciendo en el mismo lugar, en espera de su regreso.

Como este era el caso.

Recordó la primera vez. En cuanto él se consideró lo suficientemente maduro, aunque a penas era un crío para muchos, partió en un viaje que duró cerca de dos años. Cuando volvió su estancia fue muy larga a la vista de él, y muy corta para la de ella. Por ello, y para su mala suerte, nuevamente se fue, dejándola tan sola como nunca se había sentido antes. Tan sólo se quedo con el recuerdo de él dedicándole una última de sus inusuales-hermosas sonrisas, y un reloj de bolsillo de plata. Estrujó con fuerza y anhelo su puño, donde llevaba consigo dicho tesoro, recordando las palabras que había dicho él y el significado que le daba.

-Te vas de nuevo. – Dijo en un hilo de voz, sacando fuerzas para no echarse a llorar ahí mismo. Temblaba ante la sola idea de que él se fuera por otro par de años más.

El joven se acercó lentamente, entrelazó sus manos con las de ella y la chica de ojos chocolate no tuvo ni tiempo de disfrutar ese tierno gesto, pues se sorprendió al sentir algo frío y de forma redondeada ser depositado en sus manos. Él la soltó y ella bajó la vista para ver qué era lo que sostenía sin quererlo siquiera.

-Esto es…

-Lo conseguí por ahí. – Se llevó los brazos detrás de su nuca y cerró sus ojos unos instantes, para abrirlos nuevamente con un extraño brillo que iba más allá de un simple cariño, que ella no notó. – Hinamori. – Llamó.

Momo alzó la vista nuevamente, y por escasos momentos el mundo pareció desvanecerse a su alrededor. Tan sólo existían esos orbes turquesa que la miraban fijamente, adornados con el típico ceño fruncido de su amigo. Y para él, ella brillaba en todo su esplendor y por momentos lo hacían dudar si realmente partir o no.

Pero tenía que hacerlo.

-Me voy. – Confirmó, estas simples palabras fueron como una condena de muerte para la chica durazno. Notó su mirada chocolate llena de tristeza. Con cariño le apartó uno de sus mechones castaños que ocultaban su precioso rostro.– Pero volveré. No importa cuánto tiempo pase, yo siempre regresaré a tu lado. Tan sólo espera.

Y pasó el resto de sus días confiando en cada una de sus palabras sin dudar. Ya hacía cinco inviernos desde aquel momento. ¿Qué si era patético? Quedarse solamente con un reloj, podría serlo para la vista de otros. Pero no para ella. Hinamori siempre creería en él, sin importarle lo mucho que saldría herida en el transcurso. Ese objeto era su más preciado tesoro, lo único que tenía, además de recuerdos para sentirse cerca del ahora Capitán de su propia embarcación según rumores de ciudades lejanas.

Pero el viento no sólo traía buenas noticias, sino también una en específico que desde hacía un par de años mortificaba y hacía sangrar el corazón de su dueña. Sabía que Hitsugaya era un espíritu libre, pero había otra fuerte razón para cada una de sus partidas. Y él se lo había mantenido en secreto, al parecer. ¿Por qué?

Sintió un par de lágrimas rodar por sus blancas mejillas. Enseguida negó fuertemente con la cabeza; ya se lo preguntaría en su momento. Ahora la felicidad y ansiedad sobreganaban cualquier emoción, y lo único que quería era verlo nuevamente, saber que estaba bien y que seguía cumpliendo con su promesa.

-Por favor… - Rogó a la nada, respirando entrecortadamente por la falta de aire.

Ya podía sentir la brisa marina acariciar su rostro. Ya olía la sal y podía escuchar el canto de las aves marinas. Tan sólo un poco más, y llegaría al puerto…

Sin embargo, uno de sus descalzos pies tropezó. Su menudo cuerpo se vio lanzado con fuerza hacia delante, y hubiera caído con todo de no ser porque de pronto, estaba rodeada de unos fuertes y grandes brazos, y su cabeza utilizaba de almohada un amplio pecho masculino.

-Deberías tener más cuidado con ese pie izquierdo. – Se escuchó una grave pero cortés voz.

Ella apartó su rostro del escondite con torpeza. Ni siquiera atinó a ponerse nerviosa o desear que la tierra se la tragase como era su costumbre al hacer el ridículo, ya que en esos momentos sólo una cosa cruzaba sus pensamientos y no daba para más.

-Discúlpeme. – Se separó e hizo una leve reverencia, para después alzar su cabeza hacia enfrente y seguir con su carrera. Al pasar junto al hombre, lo último que pudo apreciar de reojo, fue unos amables ojos color avellana, apacibles como una llanura desierta.

Y tal calor que desprendían, la hicieron sentirse viva.


La bandera pirata se divisó en el horizonte a través de esa densa niebla que poco a poco, iba despejándose.

Todo el mundo en el muelle pareció haber visto un fantasma; sus caras, ahora pálidas hacían juego con sus bocas entreabiertas, y uno que otro sólo observaba con los ceños fruncidos. Era cierto. Aquel joven que representaba su humilde pueblo, conocido en cada una de las ciudades Europeas y países vecinos había vuelto tras cinco años de ausencia. Hay que recalcar que esto no agradaba en lo absoluto, pues la reputación que le regalaba a su hogar no era nada buena.

Y claro. "Pirata" y "Buena reputación" no son palabras que se deban colocar en una misma oración.

Posiblemente, la única persona que se alegraría a creces ante este infortunio evento; era la joven Hinamori. Aquella muchachita que velaba por cada ciudadano y los ayudaba en lo que hiciera falta, porque simplemente su alma era de las más puras que había. Y en cuanto a su relación con el pirata… Pues, todos lo sabían. Sabían el lazo invisible que unía al marinero y a la dulce jovencita. Se habían criado juntos en su época, iban a todos lados juntos, era casi imposible ver a uno de ellos sin la compañía del otro. Debías ser un ciego o nunca haber amado para no darte cuenta de este detalle tan obvio. Porque sí, lo que ambos sentían sobrepasada un simple cariño de amistad o hermandad, aunque ellos no se diesen cuenta. Y también por esto, más de uno se preguntaba del por qué de las largas ausencias del albino. Ese espíritu que ahora lo caracterizaba fue algo que apareció de la noche a la mañana, literalmente. Él se desvivía por su mejor amiga, pero eso cambió el día que partió por vez primera, al parecer… Y para desdicha de la joven melocotón.

Sin duda, la respuesta a esa interrogante quedaba aún suspendida en el aire.

Una presencia se hizo notar en el muelle. Momo se abrió paso entre la gente que se había reunido ese día en el puerto para la llegada de esa persona. Pero más que forzarlos a dejarla pasar o empujarlos, los mismos habitantes parecían abrirle el paso, dejándola libre de hacer, para su sorpresa y confusión. Pero no le dio importancia. En esos momentos sólo le interesaba una persona de nombre Hitsugaya Toushiro.

Se quedó sin habla, como si de pronto todo el esfuerzo que hizo en la carrera le hubiera sacado el aire de sus pulmones de una hasta un punto crítico. Su mirada chocolate, fija en un punto lejano donde el mar se unía al cielo, en ése azul horizonte que parecía un paisaje pintado con las brochas más finas, se podía apreciar una embarcación que se acercaba poco a poco. A pesar de la distancia, Momo juraría que poseía un tamaño colosal, incluso le recordaba a todas esas historias de piratas que alguna vez escuchó en su niñez.

Todo era cierto.

Se llevó sus pálidas manos a su pecho, disfrutando de esa vieja sensación amiga. Y si cerraba sus ojos, hasta el punto de quedar rodeada de oscuridad… con los ojos de su alma divisaba una titilante luz.

Ahí, en ese navío estaba la persona que tanto había extrañado cada día de su existencia, el sujeto al cual había estado esperando con cada día contando, teniendo como referencia un reloj de bolsillo de plata. Incluso ahora, podía escuchar como las manecillas hacían un "tic, tac, tic, tac" mucho más rápido de lo usual. ¿O quizá estaría confundiendo ese sonido con su propio corazón, que podía compararse con un tambor en esos momentos? Hinamori ya no lo sabía. Sólo tenía en claro que su espera había concluido…


-¡Tierra! – Anunció el vigía, apartando su vista del catalejos y sacando su cabeza de su nido que era el mástil mayor.

No obstante, pudo haberse ahorrado haber gritado aquello. Pese a ser su trabajo, y más que nada una costumbre, el Capitán de la tripulación ya había notado esto desde hacía momentos. Podía sentirla. Aquella vieja conexión que al principio se le hacía insólita, pero que al final terminó por acostumbrarse a ella y fue parte de su vida. Se aliviaba de que aún siguiera intacta esa aptitud que durante los últimos años parecía haberse apagado. Ella estaba cerca.

Si no fuera porque aún, por instinto mantenía sus doradas manos en el timón, y a que veía el ahora el pacífico océano, podía haber jurado que una nueva ola azotaba con todo su embarcación, casi haciéndolo caer.

Pero no era así. Como ya se había mencionado, el mar se encontraba sereno, apacible. Pues después de la tormenta viene la tranquilidad.

Eran de nuevo ese nerviosismo que lo traicionaba. Esos sentimientos que aún hoy día mantenía guardados bajo llave; la simple idea de volver a verla después de tanto le volvía loco.

Cerró sus ojos aguamarina, dejando que la fría brisa acariciara su rostro. Por ahora se despediría de su apreciada libertad, para ir con la joven que de forma inconsciente había hurtado su corazón de hielo. Por el momento.

-Matsumoto. – Llamó secamente, calmando las ansias de su alma.

Al instante, su inferior llegó en un parpadeo para colocarse a su lado, lista para cumplir cualquier orden que se le diese.

-Toma el timón y que preparen el ancla.

La rubia lo miró escéptica. Él nunca le daba las riendas de su nave a nadie, ni siquiera si se trataba de su persona misma. Aún así, ahora… ¿Qué podía ser más importante que su navío?

-¿Disculpe? – Musitó.

Como todo veredicto, le dio la espalda y con la elegancia que le caracterizaba bajó las escaleras de la proa.

-Ya oíste. – Escuchó a lo lejos.

Rangiku se llevó una de sus palmas a sus dorados cabellos, en un intento de comprender las acciones de su Capitán. Primero arriesgaba sus vidas para llegar ese día y no otro a su pueblo natal, y ahora esto. ¿Sería acaso que…?

Sonrió de medio lado. Soltó una exhalación y tomó el timón.

No era tonto. Sabía que su presencia no era bien recibida del todo en el pueblo. Por precaución y a la vez respeto a esa gentuza, no iba a estacionar su embarcación tan cerca del muelle. Se quedaría a una distancia considerable, para que así los ciudadanos no se sintieran intimidados ni los rebeldes hicieran travesuras con su navío.

Preparó una de las tantas balsas, para ir a tierra por este medio. Se subió a ella de un salto y sus brazos fueron soltando con agilidad y deslizándose por la cuerda que la unía con el barco pirata. Tan sólo sintió una leve turbulencia y el ya conocido choque contra el agua, salpicando a la vez. Buscó con la mirada los remos y sin pensarlo dos veces, navegó con el propósito de llegar a la orilla lo antes posible.


-Se ha detenido. – Musitó un hombre, de tantos ahí reunidos.

Hinamori miró a la distancia, con preocupación. La embarcación pirata ya no se dirigía hacia el muelle, su dirección. Ahora simplemente se quedaba suspendida en esas frías aguas, meneándose con ellas. ¿Por qué? Apretó su reloj, incapaz de ignorar su inseguridad.

Pero entonces una corazonada le obligó a mirar más al este. Achinó sus ojos y… un punto lejano se movía. ¡Algo había ahí! El corazón le dio un vuelco y, haciendo caso omiso de los susurros y quejas del resto de las personas que no le quitaban la vista al navío, se escabulló lejos del muelle. Allá, hacia donde la orilla era tranquila y las arenas de la playa eran blancas y finas.

Le dolía. Sentía las conchas y piedras debajo de sus pies. Aún así no disminuyó la velocidad, y mucho menos al ver con mayor acercamiento lo que se aproximaba desde el corazón del océano. Un bote con capacidad para tres, si acaso cuatro personas. Pero ahí sólo había un tripulante y lo reconoció enseguida.

No podría confundir esa blanca cabellera con nada del mundo.

-¡…Hitsugaya-kun! – Logró salir de su garganta, entre un llanto de felicidad. Un patético chillido que él seguramente no escuchó.

Con las lágrimas brotando sin compasión de sus luceros chocolates, con el pecho latiéndole con fuerza y aún faltándole el aire, aceleró el paso, un último esfuerzo para reunirse finalmente. Inhaló y con todo lo que sus pulmones le ofrecieron, gritó nuevamente su nombre:

-¡…HITSUGAYA-KUN!

Detuvo sus pasos al ver la embarcación a una notable distancia, frente a ella. Con desesperación y sintiendo cómo el corazón amenazaba con salírsele, analizó la situación, la distancia que la separaba de la persona esperada. ¿Quince, veinte metros quizá?

Pero, ¿Qué importaba eso?

Se colgó el reloj al cuello, sus manos melocotón sostuvieron la tela que era su vestido, y en un rápido movimiento hicieron que la prenda se alzara lo suficiente. Sus orbes brillaron decididos.

Dio un paso, y sus pies sintieron esas gélidas aguas, pero esto no la detuvo. Al contrario, debía continuar, era una necesidad y no había otro camino. Dio otro paso y de pronto ya se encontraba dando unos extraños saltos, mientras el mar aún le permitía tocar la arena, salpicando agua tras de sí.

-Hinamori… - Susurró con corazón encogido él, viendo los intentos de su amiga para llegar a la balsa. Sonrió sin poder evitarlo, obligándose a remar como nunca lo había hecho. – Si serás tonta…

-¡Hitsugaya-kun!

Estaba tan cerca.

Tan cerca.

-¡Hitsugaya-kun! – Volvió a vociferar, sintiendo ya cómo el agua le llegaba hasta el cuello y la obligaba a nadar. Todo su cuerpo estaba siendo atravesado por cuchillas congelantes de esas mareas de enero. Sus saladas lágrimas ya no se distinguían al mezclarse con las marinas, se fundían, se perdían en ellas…siendo por instantes un solo océano.

Las energías comenzaban a acabársele. Nunca había sido muy buena para nadar, y tampoco es que se le permitiera mover con facilidad a esas extremas temperaturas. Tragó agua sin quererlo y ésta se adentró por sus pulmones, haciendo que perdiera la concentración y aquel punto ya tan cercano donde estaba el albino.

Sus piernas dejaron de patalear por un instante.

Pero al siguiente, unos fuertes brazos se hundieron y la sostuvieron con fuerza. Alzó su menudo cuerpo, y cuando la fémina pudo reaccionar ayudó a esta acción intentando sacar más su torso. Pocos segundos después, dos seres estaban en ese pequeño bote, con la respiración entrecortada y el corazón palpitando desfrenadamente.

Él aún la sostenía en un abrazo de protección, pese a que ambos ya se mecían a salvo al compás del mar. Y ella…

La chica durazno, incrédula, siguió con su mirada la dirección a la que llevaban esos dorados brazos, hasta toparse con el rostro de la persona que tanto había estado extrañando.

No podía creérselo.

Su vista se tornó borrosa a causa de las lágrimas, temblaba como un flan, ya sin saber si se debía al frío que hasta momentos la acosaba, o en cambio era de nervios y felicidad que provocaba el poder sentir, ver, tener frente así a…

-Eres una imprudente, Hinamori. – La reprimió él. – Sigues haciendo una estupidez tras otra.

Momo sonrió de oreja a oreja, cerró sus ojos sintiendo cómo las saladas lágrimas formaban caminos en sus rosadas mejillas y se abalanzó nuevamente a los brazos del pirata.

Era él. No era una ilusión ni un sueño, era el verdadero Hitsugaya Toushiro, su mejor amigo, su hermano, su…

¿Su qué?

-¡Hitsugaya-kun! – Pronunció entre sollozos, aferrándose más a él. Hundió su húmedo rostro en el pecho masculino, y éste sólo atinó a acariciarle su cabeza con ternura que ni él mismo se creía capaz de transmitir. - ¡Hitsugaya-kun!

-¿Eso es todo lo que sabes decir? – Murmuró él a escasos centímetros de su oído. La chica sonrió más, si es que esto era posible, y aún sin despegarse de él asintió. – Hinamori…

Siguieron en esa posición, abrazándose el uno al otro como si fueran las piezas de un rompecabezas o dos imanes de polos opuestos que, simplemente no podían separarse cuando ya se les había unido. Él disfrutaba de ese momento, aspiraba el aroma a melocotón que desprendía a creces su amiga, la mantenía presa en sus brazos, como si de esta forma pudiese protegerla de cualquier enemigo invisible. Ella creía estar soñando. Un precioso sueño del que no quería despertar, y no le importaba estar así el tiempo que hiciera falta. Se mecían a la par de las tranquilas olas, era un momento mágico y único.

Después de cinco años, por fin estaban junto al otro.

El joven, preso de un miedo incómodo de que ella fuese capaz de escuchar su palpitar comparable a la de una banda de guerra, se apartó despacio y muy a su pesar. Momo dejó al descubierto su rostro, que transmitía una alegría blanca y pura, sin más. Él se sintió de cierta manera… conmovido. ¿Esa felicidad era por su regreso?

-Te he echado de menos. – Le espetó la fémina, limpiándose las lágrimas restantes.

Sólo entonces, el albino se percató del objeto que colgaba de su cuello.

-Aún lo tienes…

Hinamori se mostró un tanto confundida al principio, pero después, siguiendo la mirada turquesa de él sonrió ampliamente.

-Por supuesto. – Se llevó la mano al pecho y agachando su cabeza levemente, se despojó de la joya. Abrió su puño y le mostró el objeto. – No sabes cuántas veces ésas manecillas han girado en tu espera. – Susurró.

El pirata cerró sus ojos, con una inmensa culpa por haberse alejado cinco años de esa chica. Si ella tan sólo supiera… Que a él le dolía cientos de veces más. Que con cada paso que se alejaba sentía agujas con filo atravesarlo por la espalda. Pero no se disculparía, porque su egoísmo era lo suficientemente grande para ello.

Y sobretodo, porque…

-Así que… ¿Así es como luce un Capitán? – Alzó una de sus cejas castañas, a la vez que soltaba una risa cantarina.

El albino bufó, con cierto aire de grandeza.

-Así es como luzco yo. – Ella le miró dulcemente, y él, desarmado ante tal mirada dijo lo primero que se le vino a la cabeza. – Estás temblando.

Hinamori entonces, sintió realmente la fresca brisa golpear su húmedo cuerpo. Sintió frío.

Él por acto reflejo la atrajo nuevamente a sus brazos, intentando transmitirle calor. Si es que podía.

Porque Hitsugaya nunca había podido transmitir tal calor. Su piel era gélida, al igual que su mirada y su personalidad. Pero por alguna extraña razón, cada vez que la chica melocotón tenía la oportunidad de tener contacto con su mejor amigo, una calidez la rodeaba al instante. Una calidez que tranquilizaba su alma y la hacía sentir segura, un fuego que no tenía colores rojizos. Era una flama azul que a ella le era lo suficientemente candente para aliviar su corazón.

-Shiro-chan…

-Es Capitán Hitsugaya. - Corrigió con fingida molestia él. La chica rió, jovial.

Y por fin, después de cinco inviernos en la eterna espera, de dormir con temor a no volver a encontrarse con esa mirada aguamarina, de vivir en la incertidumbre… Esa tarde de enero pudo cerrar sus luceros chocolate tranquila, con la seguridad de que el estaría a su lado hasta que despertase nuevamente. Se quedó profundamente dormida, con cierto albino protagonizando junto a ella los inimaginables sueños, creación de Morfeo.

Y, sin quererlo, con el recuerdo de unos amables luceros avellana.


...Oh, Dios. ¡Oh Dios!

Ya tenía muchísimas ganas de empezar con esto. No sé, simplemente es... ¡Hay no sé!

Este fic irá dedicado a Hinamori más que nada. Porque la teniente melocotón se lo merece, después de tanto sufrimiento. ¿No creen?

Y también a una amiga que aportó la idea de que los piratas. ¡Lupita, si estás leyendo esto: holis! Le preguntaba cuál debía ser la época en la que se desarrollaría este triángulo amoroso, y en vez de eso me dijo: "¿Y si Hitsugaya fuese un pirata?" Por segundos la idea me pareció loca. Después recordé a Jack Sparrow, y... CORRECCIÓN. ¡Capitán Jack Sparrow! ¿No les parece mucha coincidencia? "No es Shiro-chan. Es Capitán Hitsugaya." "¡Es Capitán Hitsugaya para ti!" "Capitán. Capitán Jack Sparrow." ¿O soy la única loca?

¡Aclaro! Que este fic no va para ser uno de género fantástico. Es, simplemente, que los piratas existieron realmente en esos siglos, y pues... así, simplemente Toushiro es uno de ellos.

¿Adivinaron quién era el hombre que evitó que Hinamori tropezara? Yo se que sí...

Dios... Yo estaba haciendo una portada para esto, pero ¡Simplemente lo quería publicar ya y no terminé el dibujo! Quizá edite la portada después, je...

Y bueno, como LPEF es mucha comedia, a veces necesito escribir más drama y angustia, y éste fic lo tendrá de sobremanera. Así, cuando me canse de escribir comedia no publicaré un one-shot, sino que seguiré con esta historia, y viceversa. Así ambos fics se mantendrán al tanto con sus capítulos.

Mucha miel para ser el primer capítulo... Como sea...

¿Les gusta la idea? C: Apareceran un montón de personajes después. ¡Personajes geniales! Oh, sí.Y Hinamori... ¿Soy la única que quiere ver cómo se enamora de los dos? ¿La única...?

¡Bueno, ahora sí me retiro! Espero que el primer capítulo de este nuevo proyecto les haya gustado, espero sus opiniones y... ¡Nos leemos! :)