Esta Historia no me pertenece solo la estoy Adaptando a mis personajes favoritos que le pertenecen

a la Señora Meyer, al final les digo el nombre orginal y el nombre de la autora.

Viaje Al Corazón

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Summary: Bella Swan es azafata de vuelo. Lleva meses esperando a que su novio le pida que se case con él, así que decide preparar una velada romántica, la ocasión perfecta... Al entrar en su apartamento, descubre que Michael le está siendo infiel y el mundo se desploma a su alrededor.

Sin embargo, ésa es la oportunidad que Bella siempre había estado buscando: podrá dedicarse tiempo a sí misma, a la novela que lleva años intentando publicar, a divertirse con sus viajes...

Quién sabe si, con el tiempo, no terminará por disfrutar también de los desastrosos encuentros con Edward Cullen, su vecino.

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CAPÍTULO 01

Pues allí estaba yo, agachándome torpemente para recoger el USA Today de delante de la puerta de mi habitación, decidida a ignorar que las medias-faja de color negro que llevaba me estaban dificultando seriamente la respiración, cuando de pronto oí el lejano timbre del teléfono sonando al otro lado de la puerta.

En circunstancias normales, habría cogido el periódico y me habría lanzado a la carrera hacia el ascensor, ya que cuando el teléfono suena a las 3.55 de la madrugada sólo puede significar una cosa: que algún sobrecargo de tipo A, controlador y obsesivo, está intentando dar conmigo, a pesar de que aún me quedan unos treinta y dos segundos para presentarme en la recepción del hotel.

Pero aquél no era un día normal. No sólo me había preparado con cinco minutos de antelación, no sólo era el día de mi vigésimo octavo cumpleaños, sino que, además, sabía que, para cuando el día hubiese finalizado, sería oficialmente la prometida de Michael, mi novio-voz de la conciencia-compañero de piso durante los últimos cuatro años.

Todo empezó el día antes de que emprendiera este viaje. Estaba limpiando el dormitorio y cantando al ritmo del último CD de U2 cuando, justo cuando Bono y yo gritamos «¡Uno, dos, tres... catorce!», le di un golpe de cadera a la bandolera de Michael, que salió volando de la cómoda para acabar aterrizando sobre el suelo.

Hasta aquel momento, nunca había sentido ningún interés por su bolsa. Siempre la había considerado como una maletita o bolso para chicos —algo totalmente inofensivo, pero fuera de mi alcance—. Sin embargo, en ese momento, mientras contemplaba el desparrame que tenía delante, me arrodillé de forma instintiva y empecé a examinar cada objeto como si fuera la entrada secreta a un mundo que yo ni siquiera sabía que existía.

Sí, claro, había todo tipo de objetos predecibles, como sus gastados mapas de navegación, algunas barritas energéticas a medio comer, la tarjeta de identificación de la empresa, una linterna amarilla para casos de emergencia... Pero también me topé con algunas sorpresas, como un frasco de loción contra la alopecia justo al lado de una caja medio vacía de Viagra, que a su vez estaba encima de la tarjeta roja de algún videoclub obviamente no orientado a un público familiar.

Y justo cuando estaba levantando el pesado manual de vuelo de la FAA, la Administración Federal de Aviación norteamericana, descubrí una cajita azul con forma ovalada, con un lacito de color blanco.

Me llevé la caja a la oreja con manos temblorosas, respirando cada vez con más dificultad y con el pulso acelerado. La sacudí suavemente mientras me imaginaba a Michael arrodillado ante mí, con los ojos brillantes por la emoción, pidiéndome que fuera su esposa...

Y estaba prácticamente segura de que diría que sí.

Así que, deduciendo que la llamada era una felicitación matinal de cumpleaños de mi casi-prometido, me apresuré a meter la tarjeta de plástico en la cerradura, salté sobre el montón de toallas húmedas que había dejado en el suelo del baño y cogí el teléfono (que previamente había colocado de forma estratégica junto al retrete). Antes de que pudiera decir ni hola, una voz masculina y fantasmal, con un fuerte acento sureño, dijo:

—¿Isabella Swan? Soy Richard, de Planificación. —Y las siguientes catorce palabras fueron las que todo auxiliar de vuelo, en cualquier punto del globo, se muere por oír—: El resto de su viaje ha sido cancelado. Volará de vuelta a su base.

¡Bien!

Pero aunque me estuviese imaginando lo mejor, eso no quería decir que no fuese escéptica.

—Venga, Mark, deja de hacer el gilipollas. Ya bajo —respondí, mientras me miraba al espejo e intentaba controlar mis rizos castaños, verificando al mismo tiempo que no tuviera restos de pintalabios en los dientes.

—Señorita Swan, permítame que le recuerde que grabamos todas las llamadas de planificación —me informó la voz del otro lado del teléfono, sin el menor rastro de humor.

—¿No eres Mark? —susurré, sin apenas poder respirar.

—Está programado que embarque en el vuelo 001 de San Diego a Newark, sin escala —continuó el hombre con un tono seco y totalmente serio—. Llegará a destino a las 15:00

—¿Me está diciendo que no tengo que volar a Salt Lake, Atlanta, ni a Cincinnati antes? —pregunté, sin acabarme de creer lo que estaba oyendo.

—Aún tengo que ponerme en contacto con el resto de su tripulación —respondió él, empezando a parecer un poco molesto.

—Vale, vale. Sólo una pregunta más. ¿Puedo desviarme? —pregunté, intentando alcanzar mi libreta de programación de vuelos con la intención de convertir aquella situación en un plan incluso mejor—. A ver, hay un vuelo directo a La Guardia una hora antes. ¿Puede incluirme en ése?

Suspiró.

—¿ Fecha de antigüedad?

—Veinticinco del tres del noventa y nueve —respondí, escuchando el lejano sonido de sus dedos sobre las teclas.

—Hecho.

—¿En serio? Oh, Dios mío, ¡gracias, Richard! De verdad, ¡muchas gracias! ¡No sabes cuánto significa esto para mí! Hoy es mi cumpleaños, ¿sabes?, y... ¿hola? —dije, mirando como una tonta el teléfono, del que surgía el zumbido monocorde del tono de llamada.

Me acomodé el periódico debajo del brazo y arrastré mi maleta de ruedas hasta el fondo del pasillo, donde estaba la habitación de Mark. Dos golpes, pausa, y dos golpes más. Esa había sido nuestra contraseña durante los últimos seis años, aunque en realidad era bastante cutre y fácil de descifrar.

Mark y yo nos conocimos el primer día del curso de auxiliar de vuelo. De hecho, gracias a él conseguí superarlo. Sin su ayuda, no habría durado ni dos minutos en aquellas clases tan extrañas e hiperactivas. Pero cada vez que mencionaba mis ganas de escapar, él se ocupaba de recordarme que, una vez nos ganáramos las alas, tendríamos diversión y aventuras sin fin: largas escalas en las ciudades más chic del extranjero, compras ilimitadas en las tiendas duty-free de los aeropuertos, hordas de solteros guapos y exitosos deseosos de convertirse en los afortunados que compartiesen con nosotros los vuelos en primera clase a los que los empleados y sus allegados teníamos derecho.

Lo único que teníamos que hacer a cambio era soportar seis semanas de un infierno diseñado para destruir nuestras almas y aplastar nuestras personalidades, algo que sólo quienes hayan soportado las duras condiciones de un campamento militar podrían llegar a comprender.

La formación de los auxiliares de vuelo es un tema del que raramente se habla fuera del sector. La gente está harta de ver películas ñoñas sobre azafatas de vuelo que nos impiden obtener el respeto que nos merecemos. Pero para ser sinceros, no hay nada sexy en un sistema basado en una paranoia institucionalizada y meticulosamente calculada, hasta tal punto que olvidarse de sonreír puede ser sinónimo de insubordinación y un billete de ida a casa.

Durante seis largas semanas, dos formadoras (que bien podrían haber salido de Las mujeres perfectas) nos enseñaron el arte de sobrevivir a la deriva con sólo un par de bengalas, un cubo para achicar agua y una caja de caramelos rancios con sabor a fruta de una marca nunca vista en una tienda. Aprendimos cómo enfrentarnos a una muerte en pleno vuelo (nunca se debe usar la palabra «muerte»); cómo manejar un supuesto acto sexual a bordo (ofrecer una manta y mirar hacia el otro lado); cómo inmovilizar a un pasajero fuera de control atándolo a su asiento con cinta aislante con el logo de la empresa; cómo enfrentarse a una herida en la cabeza, a unas quemaduras, a una hemorragia, a un parto, a vómitos, micciones y defecaciones; y cómo limpiarlo todo luego, ataviado con un traje estanco talla única y utilizando agua con gas para las manchas y bolsitas de café para los malos olores.

Apagamos fuegos, gateamos por oscuras cabinas llenas de humo, incluso evacuamos un avión de mentira deslizándonos por un tobogán inflable de los de verdad, con el resultado de tres pares de pantalones rotos, varias rozaduras y un brazo roto, el propietario del cual fue «descartado» por tener los huesos débiles.

Transformaron nuestros peinados, cambiaron nuestra forma de maquillarnos, nos prohibieron llevar joyas, nos atiborraron de propaganda y nos disuadieron de formular cualquier tipo de pregunta, chiste, comentario u otro signo de pensamiento libre e individual.

Y una vez nuestros espíritus estuvieron convenientemente rotos y nuestras personalidades, antes vibrantes y llenas de vida, suficientemente reconvertidas en las de unos autómatas paranoides, entonces nos hicieron salir al mundo real (dentro de un avión), recordándonos siempre que teníamos que sonreír.

—¡Feliz cumpleaños, cariño! —que fue más un «caruiiiiño» en la imitación de Mark del acento sureño de una señora mayor de Staten Island, no muy buena pero que siempre me hacía reír—. Estás preciosa —añadió, mientras se ponía la americana azul marino.

—Son las cuatro de la mañana y no hay rastro de ojeras en mi cara —dije, señalándomela con orgullo—. ¿Ves? He aquí la recompensa por ser un muermazo y no salir con vosotros ayer por la noche.

—Sí, pero te lo perdiste. —Sacudió las mechas rubias de su pelo, perfectamente despeinado, y cerró la puerta tras de sí—. Quedamos en el bar de abajo y, cuando nos trajeron la cuenta, el copiloto calculó el número de alitas de pollo que habíamos comido cada uno y dividió el total en partes proporcionales.

—Te lo estás inventando.

—Te juro que es verdad. Lleva un reloj-calculadora de esos que pueden hacer divisiones. Mi parte, incluida la copa de vino, fue de ocho dólares con dieciocho centavos.

—¿Propina incluida?

—Pero ¿tú te crees que ese tío da propinas? —Mark me observó detenidamente, con una ceja levantada—. Esperé a que se fuera y dejé yo la propina. ¿Así qué, nos desviamos? —me preguntó, mientras me seguía hacia el ascensor.

—Yo sí —respondí, pulsando el botón de la planta baja y observando cómo se cerraban las puertas.

—Bien, porque yo les dije que haría lo que tú hicieras.

—¿Eso no te parece un poco dependiente? —Lo miré con una ceja levantada.

—Es demasiado pronto para tomar cualquier decisión importante, especialmente cuando sé que tú la puedes tomar por los dos. Además, así podemos compartir taxi hasta el centro —añadió sonriendo.

—Vale, pero nada de paradas por el camino. —Le dirigí una mirada severa. Mark tenía la fama de Llevar a cabo todos sus quehaceres en el camino desde el aeropuerto de La Guardia hasta dondequiera que estuviese el apartamento en el que estaba esa semana—. Ni cajeros, ni Starbucks, ni bodegas, ni videoclubes, ni bares de ambiente —le advertí, mientras dejaba la llave-tarjeta en recepción—. Me espera una noche muy importante y, ahora que voy a llegar antes de lo previsto, quiero darme un buen baño y hasta puede que me haga la pedicura.

—¿Así que esta noche es la gran noche? —preguntó, mientras le entregaba nuestras maletas al conductor de la furgoneta.

—Seguro que sí —respondí yo con una sonrisa en los labios, a pesar del nudo que tenía en el estómago.

—¿Le dirás que sí? —quiso saber, escrutándome con la mirada.

—Supongo. —Asentí con la cabeza, evitando su mirada y mordiéndome el labio inferior.

—¿Supongo? —repitió él, observándome con sus recién depiladas cejas levantadas.

—Bueno, sí... Es lo más lógico, ¿no? —De repente me pregunté a quién de los dos estaba intentando convencer—. Me refiero a que, no sé, vivimos juntos, es bueno conmigo, es un tío normal... —Me encogí de hombros, incapaz de seguir enumerando buenas razones, aunque estaba segura de que había más... ¿O tal vez no?

—Perfecto. Entonces, ¿cuál es el problema? —preguntó, sin dejar de mirarme.

—Supongo... No sé, supongo que me imaginaba que iba a ser un poco más excitante.

—Bella, tu novio es piloto. ¿Cuánta excitación crees que puede dar?

—Pero ¡él no es como los demás! —insistí—. ¡Vive en Manhattan, no en una zona libre de impuestos de Florida! No se almidona los téjanos, no calza deportivas blancas con pantalón de traje. Y me va a llevar a Babbo esta noche para celebrar mi cumpleaños, donde tú y yo sabemos que dejará una propina generosa. —Me subí a la furgoneta.

—Vale, de acuerdo, es un piloto metrosexual—concluyó Mark encogiéndose de hombros—. Sólo deja que te diga que estarías mucho más segura de tu respuesta si hubieses mirado dentro de esa dichosa cajita de Tifanny's.


Hola!

Estoy de vuelta a este mundo magico

despues de un tiempo sin desaparecida vuelvo con una adaptacion

que cuando la estaba leyendo me lo imagine con los personajes de Twilight.

Espero que les haya gustado, si alguien la ve publicada aviseme por favor.

Si sigues mi Fic El Peor Contrato De Mi Vida estoy en proceso ya que la deje

mucho tiempo que cuando quize retomarla se me olvido la idea

ahora la he vuelto a reescribir y pronto comenzare a publicar de nuevo.

Los dias de subir caps todavia no se, depende de ustedes.

Espero y sigan leyendo

Os Quiero y Os mando un beso.

Ciao!