― ¡Maldita sea! ―bramó Levi, exasperado, pasando las manos por su rostro, las cuales se perdieron en su espesa cabellera negra―. ¡Díselo! Dile que me amas, que soy el único que enciende tu piel, que mis besos te llevan al cielo y que sólo yo sé cómo hacer explotar tu cuerpo en el más sabroso de los placeres.

Levi acortó la distancia que los separaba y Mikasa sintió el calor viajar por todo su cuerpo. Al ya tenerla cerca, la acorraló contra la parte trasera del sofá y frotó su cuerpo duro y firme con el de ella. Era divino sentir cómo su forma curvilínea y perfecta se amoldaba a él; era divino sentir como sus pechos suaves, llenos y redondos hacían contacto con su fornido pecho. El azabache acercó su nariz al cuello de ella y aspiró su sutil y exquisito aroma, hablando peligrosamente a su oído con esa voz tan sensual y varonil que lo caracterizaba.

― ¿Te das cuenta, Mikasa? ¿Te das cuenta de cómo reaccionas ante mi cercanía?

―Y-yo… ―Mikasa casi olvidaba como respirar, había perdido la capacidad del habla al tener a su amor tan cerca, desprendiendo toda la sensualidad permitida en un ser humano.

―Díselo, Mikasa. Díselo y se completamente mía.

~o~

Mikasa Kirstein estaba cepillando su cabello frente al espejo de su lujoso tocador, dispuesto estratégicamente en un área más luminosa de la habitación usada exclusivamente por ella, para esas cosas típicas que las mujeres normales suelen volverse locas. Sin embargo, para ella, la ropa, zapatos, accesorios y maquillaje no eran importante. Lágrimas traicioneras rodaban en sus mejillas. Se juró no llorar, porque en el fondo ya sabía la negativa que recibiría, pero aun así no podía dejar de hacerlo, pues la esperanza era lo último que se apagaba y ésta ya se había extinguido en ella.

Insistió, casi rogó, para que su esposo hiciera espacio en su agenda, pero, como siempre, el aludido lo había olvidado, dejándola a ella replegada al segundo plano como siempre. Desde hace cinco años que empezó su matrimonio, su noviazgo había sido una miel, pero tras casarse, Jean se había obsesionado con darle a Mikasa la vida de reina que, según él se merecía, y con todo su esfuerzo y tiempo invertido Jean lo había logrado: una casa en la zona residencial más lujosa de la ciudad, dos autos del año para cada uno, servidumbre para que la azabache no moviera un dedo en la casa. Al comienzo ella le dio todo el apoyo que se merecía, llenándose de paciencia las primeras veces que la dejó plantada o puso su trabajo primero. Pero, en la actualidad, a Mikasa no le importaban los lujos que tenía, ya que lo que pedía a gritos era la atención y cariño de su marido.

Frente al espejo ya no miraba reflejada a la chica que había sido en su juventud (y no es que fuera vieja; con sus apenas 26 años aun podía hacer muchas cosas que, según ella, no lograría) cuando las promesas de amor lo habían sido todo. Recordaba claramente las tardes en la tienda de repostería de su madre, esas tardes que con Jean había pasado como toda adolecente,realizando promesas del "hasta que la muerte nos separe" y era lo que hacía que su romance y enamoramiento se dispararan a niveles exorbitantes, Mikasa no culpaba a Jean por su obsesión por lo material. Según había leído. en alguna parte gran parte de la sociedad con dificultades económicas se vuelve dependiente del dinero, y Jean estaba en esa gran parte. La madre de este, una señora bastante humilde y amable, era ayudante de cocina en la reconocida pastelería. Ella y Jean se conocían desde niños y, con el paso de los años en su adolescencia, su amistad se convirtió en noviazgo y así llegaron hasta el altar.

Cuando llegaron a la graduación, tomaron caminos separados. Él decidió estudiar finanzas y Mikasa, como siempre, siguió a su hermano Eren en arquitectura, inclinada por su pasión por el arte. Aunque, con altos y bajos durante esos 5 años de estudios, llegó el día en que Jean, como todo un don Juan, le propuso matrimonio a Mikasa en sus vacaciones en la playa, con el cielo estrellado y el mar de testigos. Jean le había prometido amor eterno…Pero, ¿qué es la eternidad? Un ente vacío y carente de sentido, vacía como aquella promesa. Por desgracia para ellos, su relación acabó más pronto de lo que comenzó, pues Jean la había olvidado.

Para Mikasa, el comienzo de su matrimonio fue duro, pero dulce. Ella era feliz en ese pequeño departamento donde la sala y la cocina estaban en la misma estancia y el cuarto de baño era tan pequeño que podría ser más grande la casa de un perro; ese departamento de una sola habitación donde se amaban y eran felices. O Mikasa pensaba que eran felices. No obstante, para su amargura, con el tiempo descubrió que su esposo nunca fue feliz con ella en ese pequeño lugar. Descubrió después de 5 años de matrimonio que a Jean solo lo hacían feliz el carro del año, la casa de 1500 km2 y el dinero, pero con ella nunca.

Mikasa, me ascendieron. Tendré un salario fijo y pagarán en dólares, podremos salir de esta caja de fósforos y tú no tendrás que volver a trabajar. ¡Y, lo más importante, no necesitaremos el dinero de tu padre nunca más! Jean se miraba tan feliz que Mikasa lo acompañó en su felicidad, pero ella no sabía que esas palabras habían sido la promesa segura de arruinar su amor.

Por eso ahora lloraba frente al espejo. Como siempre, iba a ir sola a un evento importante: el cumpleaños de Annie, la esposa de su hermano Eren. Dejó el cepillo a un lado y retocó el maquillaje de sus ojos para ocultar las amargas lágrimas derramadas. Levantándose del banco del tocador con todo el orgullo que podía tener en esos momentos, tomó la cartera elegida y salió rumbo a buscar su carro para conducir directo a casa de su hermano.

Al llegar a su destino, estacionó su vehículo; de milagro encontró lugar, pues ya estaba llegando tarde. Respiró profundo y puso su mejor sonrisa antes salir del carro para eliminar vestigios de tristeza, aunque ya sabía que Annie la iba a descubrir al instante e iba a poner esa cara de compasión especial que sólo tenía resguardada para ella.

Cuando tocóel timbre y la puerta se abrió, descubrió la sonrisa de Annie. Estaba muy contenta, se notaba a kilómetros, pero la sonrisa de desvaneció cuando miró a Mikasa sola.

―Mikasa, querida, otra vez sola ―hizo una mueca―. Por Dios santo, pasa.

―Otra vez sola, Annie ―respondió Mikasa, tratando de no llorar.

―Sabes que tienes que poner los puntos sobre las íes en tu matrimonio ―comentó al tiempo que la envolvía en un cálido abrazo.

―Annie, hablamos de eso después. Mejor dame un trago de beber y me incluyo en la fiesta.

―Vamos, necesitas ese trago y muchos más ―le dio la razón―. Ven, te presento al grupo de trabajo de tu hermano, está loco con su nuevo empleo. Pero antes a saludar a tus padres, a Zeke y Pieck. Están todos juntos en una sola mesa, ya te esperan, Carla no deja de preguntar por ti.

Annie dio a Mikasa un shot de tequila y, seguido, le pasó una cerveza frozen. La condujo al jardín de la casa donde se hallaban todas las mesas y los invitados disfrutando de la celebración, hasta la mesa donde estaban sus padres y su medio hermano Zeke con su esposa.

Para Mikasa,no pasó desapercibida la mirada de reproche que su madre le lanzó cuando la miró sola, ni los ojos acusadores de su padre, ni la ojeada de condescendencia que le arrojó Zeke, ni la sonrisa amable que le dirigió Pieck. Su familia era lo que más amaba en el mundo y, aunque era la hija adoptada de Grisha y Carla, nunca se sintió mal por eso. Según Carla, la azabache había llegado en el momento preciso, pues ella quería tener más hijos, pero con 4 abortos anteriores el ginecólogo, prácticamente, le ordenó que desistiera de la idea. En algún momento a Mikasa se le pasó por la cabeza buscar a sus padres biológicos, sin embargo, mirando a Grisha y Carla, quienes la amaban, la apoyaban en todo momento y que, gracias a ellos, había tenido una vida llena de comodidades y a sus dos hermanos que la protegían como dos guardaespaldas, comprendió que esa era su única y verdadera familia. Los amaba tanto y, en esos precisos momentos, lo único que pudo hacer fue dar su más grande sonrisa frente a ellos y fingir que todo estaba bien.

Para Mikasa, Carla era un ejemplar de mujer: emprendedora, decidida, amable y sobrellena de amor para dar, como un pozo mágico al cual nunca se le acaba el agua y nunca se seca. Un ejemplo vivo era el amor que Carla profesaba por Zeke, Eren y ella, y obviamente a Grisha por ser su esposo. No obstante, para Carla no había nada mejor que los hijos, pues cuando se casó con Grisha, Zeke era un pequeño solitario por la muerte de su madre 6 años atrás y, como con todo infante, había tenido toda la paciencia para ser aceptada, dándole tiempo y espacio sobre todo con el tema de un hermanito. En la actualidad, Zeke le tenía un cariño y una gratitud inmensa a Carla, la quería y cuidaba como si ella fuera su verdadera madre y, en sí, lo era. Él no podía haber pedido más, pues lo tenía todo con el amor de Carla, de su madre.

Después de saludar a su familia, la rubia dirigió a su cuñada entre la gente y, mientras caminaba, saludaba a los conocidos y a los no tanto. Al cabo de unos minutos, divisó a Eren sentado en una mesa con unos desconocidos para ella; Annie la acercó hasta ellos.

― ¡Eren, mira quién está aquí! ―habló Annie, dirigiéndose a su marido, casi chillando para llamar su atención.

―Vaya, Mikasa, pensé que no vendrías… Y estás sola ―Eren torció la boca, cosa que no pasó desapercibido para Mikasa, quien se sintió incomoda.

Ella no entendía por qué no podían dejar el tema sin mencionar; no era novedad que se apareciera sola en los eventos. ¿Por qué ahora la sorpresa?

―Sí, Eren, estoy sola ―contestó Mikasa con amargura, haciendo un ademán de retirarse de ahí, pero Eren no se lo permitió, pues la tomó de la mano.

―Cambiando de tema, te quiero presentar a mis nuevos jefes ―y se dirigió a las personas que Mikasa tenía enfrente, quienes la miraban expectantes. Eren comenzó a presentar a cada uno de los individuos que se encontraban ahí ―. Este es Erwin Smith, el jefe supremo, y su esposa Hanji.

―Eren, como siempre, exagerando ―dijo Erwin levantándose de la mesa y estrechando la mano de Mikasa, para luego volver a sentarse.

Su esposa, una mujer castaña y de lentes, hizoun movimiento exagerado y entusiasmado con la mano en forma de saludo.

―Este de aquí es mi equipo de trabajo: Auro, Gunther, Erd y Petra ―todos ellos saludaron a Mikasa con una cálida sonrisa y un apretón de manos, haciendo bromas que ella no entendía.

―Y este es el jefe, Levi Ackerman ―el aludido se levantó de su lugar y apretó la mano de Mikasa con cierto desinterés.

La azabache se dio cuenta de una sola cosa y esa era arrogancia.

―Y esta mujer de aquí es mi hermana menor, Mikasa Kirstein.

―Un gusto conocerlos a todos ― respondió la aludida para la mesa en general.

Eren la invitó a sentarse con ellos, a lo que Mikasa, con toda la educación que le fue posible, aceptó a regañadientes la invitación, pues sentía que no encajaba con la conversación. Además de no estar de ánimos para relacionarse con la gente, no estaba para aguantar los chistes malos del tal Auro, la seriedad de Erwin, las incoherencias que decía Hanji y la cara seria y expresión escéptica del tal Levi. Sin embargo, el interés de Mikasa cambió drásticamente cuando la conversación dio un giro inesperado y el tema del arte y la pintura estuvo a orden.

El sueño de juventud de Mikasa era ser artista y dirigir su propia galería para exponer sus creaciones al público, y aún seguía siéndolo. Pero Jean le había dicho en innumerables ocasiones que no tenía que preocuparse por trabajar, que se quedara cuidando de la casa y de su apariencia, para lucir como la señora casada que es. Mikasa, con el tiempo, aceptó la propuesta y dejó que Jean fuese el principal y único proveedor económico en el matrimonio. Esta decisión era algo que Annie y Eren le reprochaban, pues decían que no la reconocían, ya que la Mikasa que ellos conocían lucharía por sus sueños hasta lograrlos.

Mientras pasaba la conversación, descubrió que el nuevo empleo de su hermano era en una firma de Arquitectos, todo lo que Eren quería, pues se había esforzado tanto en sacar la carrera de arquitectura y hecho estudios especiales en diseño; por lo menos uno de los dos debía ser el orgullo de la familia. Y, así como pasaba la conversación, pasaban las horas y las personas de la fiesta se iban marchado al igual que las personas que estaban en la mesa que compartía Mikasa. Cuando se dio cuenta sólo quedaba ella y Levi, y cuando él hablo a Mikasa la tomó por sorpresa.

―Así que la hermanita menor de Jaeger.

―Sí ―contestó Mikasa, aunque esa frase en vez de molestarla le sacó una sonrisa.

―Me doy cuenta de que te gusta el arte, pero al parecer tienes un sueño frustrado.

A la pelinegra eso no le hizo gracia; borró su sonrisa y recordó lo amargo de su matrimonio. No sabía cómo ese hombre había descubierto semejante secreto; seguro era algún mago o tenia poderes mentales y había leído sus pensamientos y sus mayores miedos, penas y tristezas.

―Disculpa si te ofendí, pero se nota en tu mirada y en tu forma de hablar.

―No importa, la verdad tienes razón ―empezó Mikasa―. Me gustaría pintar e involucrarme más en este mundo del arte.

― ¿Y por qué no lo haces?

―No me digas, no me digas, tu esposo ―adivinó, señalando la mano en donde descansaba su anillo de matrimonio―. El típico machista que no deja desarrollar a la mujer. ¿Sabes, Mikasa? No quiero incomodarte, pero no debería ser así. Te invito mañana a ir al museo, soy parte del club de arte, ven y descubre qué es lo quieres hacer.

Para Mikasa esa fue la mejor invitación que le hubieran hecho en su vida. La sonrisa que le siguió a la propuesta lanzada fue como si hubiese aparecido un arcoíris después de una larga tormenta. Elsí acepto no tardó en salir de sus labios y, tras esa invitación, saltaron todas las demás. Cuando menos se dio cuenta, pasaba más tiempo con Levi que con su propio esposo.

Levi la transportaba a un mundo en el que ella siempre había querido estar, le abrió las puertas de su mayor sueño, le ayudó a ser parte del club de arte del que tanto soñó ser parte. Sólo con Levi sentía que podía ser ella misma; hablar del mundo que la rodeaba sin sentir el temor al rechazo o a ser ignorada. Prácticamente Levi la trataba como una persona, y no como un objeto más o un mueble de decoración de la casa. Los ratos amargos que Mikasa pasaba por culpa de la falta de atención de Jean eran reemplazados por las amenas conversaciones que sostenía con el azabache en alguna cafetería sencilla, en el museo y hasta en el departamento de él. Pues cada vez que Mikasa quería conversar con Jean y contarle su día, éste sólo le prestaba atención a su iPad y al trabajo que seguramente estaba en el aparato.

Con el tiempo, descubrió que Levi era una persona excepcional. Revelar cada faceta de ese hombre era como descubrir un tesoro en alguna isla perdida, o como encontrar agua en medio del desierto. El podía ser serio, de carácter firme, muchas veces frío y sarcástico, pero era un hombre de ideas firmes, disciplinado y muy sensible y humanitario. Para Mikasa, Levi era como una muestra de esas fragancias costosas que vienen en embaces pequeños, las cuales son tan agradables al olfato que, aunque cueste una millonada comprar, lo sigues haciendo infinidad de veces.

La carecía de afecto que sentía Mikasa por parte de Jean fue sustituido por las atenciones de Levi; la falta de cuidadode Jean fue reemplazado por el interés que el pelinegro mostraba en cada opinión y critica que de ella salía. Todo el mundo que Jean ocupaba en la mente de Mikasa fue,suplantado por el mundo que Levi le enseñaba y le seguía enseñando.

Ella no se percató de cuándo Levi comenzó a ocupar aparte de su mente y su corazón; ella no se dio cuenta en qué momento, por primera vez, sus bocas se unieron buscando algo que le faltaba a su perfecta relación de amistad que mantuvieron por nueve meses, o que ellos creyeron que era amistad.

Era un día normal para ambos. Ese día, Levi invitó a Mikasa a su departamento, pues su madre le había enviado un regalo. Kuchel era coleccionista de arte, así que el regalo consistía en un jarrón de china. Podría haber sido un encuentro normal y ameno, como todos los anteriores, pero esa tarde, en el departamento de Levi, ella se dio cuenta de que necesitaba sentir el contacto de él, que lo anhelaba, que su boca, manos y cuerpo pedían desesperados el contacto de ese hombre.

El beso que lo comenzó todo había sido de una manera casi casual y estúpida. Todo gracias a una taza que, por accidente, a Mikasa se le resbaló y se hizo añicos en el piso de madera de la cocina. Cuando ella se agachó a recoger los pedazos, Levi hizo lo mismo para ayudarla, pero el roce de sus manos hecho casualidad, el perfume de Levi, más su olor a hombre sensual y tentador, fueron para Mikasa el detonante de su arrebato. Casi se abalanzó a los labios de él, y lo mejor sucedió cuando fue correspondida y el simple beso pasó a más.

Para Levi no era distinto, pero, a diferencia de ella, él sí se dio cuenta del momento exacto en que los sentimientos cambiaron; que, de la lástima de ver a una mujer frustrada, pasó a la amistad y de la amistad pasó a querer a Mikasa como una mujer, de sentir deseo por ella, de enamorarse de ella. Él no entendía cómo la pelinegra no se daba cuenta de su sensualidad, de que era una mujer hermosa y exquisita, una mujer interesante.

Sin embargo, para alivio de los dos, él se percató y esa era razón por la que,en esa tarde su boca, no podía apartarse de los labios de Mikasa; sus manos no dejaban de tocarla y viajar por todo su cuerpo. Su hombría necesita colarse en ella, sentirla estremecerse debajo de él. Esa tarde Mikasa fue suya, le hizo el amor con toda la pasión que tenía reservada para ella.

Y de tardes como esa llegaron muchas más.

De vez en cuando Mikasa sentía culpa; ver el anillo de matrimonio que decoraba su dedo corazón era el recordatorio de su infidelidad. Con Jean ya no era la misma, estaba más distante de lo que un día estuvo, ya no lo esperaba para cenar, se dormía antes que él llegara y las conversaciones se limitaban a saludarse cordialmente. Simplemente eran dos desconocidos en la misma casa. Cuando la culpa le ganaba, las ganas de terminar su relación con Levi le seguían, pero bastaba sentir la cercanía del cuerpo de Levi, sentir sus besos, para que esos pensamientos, así como habían llegado se iban.

Mikasa no podía controlar los sentimientos que sentía hacia Levi, había llegado a la conclusión de que estaba enamorada de él tras estar otros seis meses entre su cálido cuerpo, razón por la cual no podía seguir su matrimonio con Jean. Mas las cosas dieron giro inesperado cuando una mañana se despertó sintiéndose mal; esa mañana se tiró de la cama directo al retrete a vomitar quién sabe quécosa que tuviera su estómago. Las náuseas no cesaron en el trascurso de toda la mañana, el desayuno también se fue por el retrete y su perfume favorito fue escondido en el último rincón de una repisa olvidada.

Estaba asustada, ella sabía que esos síntomas no eran normales. Necesitaba apoyo emocional,ya que en su fuero interno sabía la respuesta de esos síntomas. Mikasa solo conocía una persona en la cual podía depositar su confianza: Annie. Tomó su cartera y, como un rayo, condujo hacia la casa de su hermano.

Cuando Annie abrió la puerta de su casa, tras el incesante sonido del timbre, quedó descolocada al ver la cara de pánico de Mikasa, y no dudo en hacerla pasar.

―Mikasa, ¿qué tienes? ¿Por qué traes esa cara?

―Annie, creo que estoy embarazada ―contestó Mikasa, apurada y nerviosa.

―Pero esa no es razón para tener esa cara y estar en ese estado de nerviosismo.

―Annie, tú no entiendes, necesito que me ayudes ―pidió Mikasa, desesperada.

―Está bien, cálmate,¿sí? Quédate aquí y siéntate cómoda. Iré a la farmacia por una prueba de embarazo, no te muevas.

Una media hora después, Mikasa tenía tres pruebas de embarazo de diferentes laboratorios en sus manos temblorosas.

―Bien Mikasa, ve al cuarto de baño y hazte las tres pruebas. Según las indicaciones, dos rayas es positivo y una raya es negativo. Ve, aquí te espero.

Mikasa acató lo que Annie le dijo y, pasado 10 minutos dentro del cuarto de baño, salió más pálida de lo que era.

―Annie, estoy embarazada ―y antes que la rubia pudiera dar las felicitaciones a la futura madre, ésta agregó―. Y no es de mi marido, no es de Jean.