La Semilla de la Demencia
Disclaimer: Estos personajes son parte de la saga de largometrajes "Saw". Me he limitado a hacerlos pasar por situaciones imaginarias y añadir algún nuevo personaje.
1. Hierro oxidado
Mi cabeza… ¿Qué era ese dolor punzante que no dejaba de arremeter contra ella?
Probablemente la resaca, fiel compañera, de la desenfrenada noche anterior…
Sentí mi rostro y parte de mi espalda húmeda. Algún tipo de líquido no dejaba de gotear, resbalando por mis brazos hasta llegar a mi espalda… ¿Cómo era posible?
Fue entonces cuándo me percaté de que podía percibir un dolor mucho mayor al que se paseaba por mi cabeza: una sensación insufrible en mis muñecas.
Me esforcé por abrir mis ojos. Mi vista estaba borrosa, pero pude percibir que no estaba acurrucado a pesar de estar despertándome, sino que completamente erguido y con los brazos alzados. Miré arriba, y no pude contener un estruendoso grito ante tal escalofriante espectáculo: mis muñecas estaban atravesadas por unas barras de hierro oxidadas. De ahí procedía tal terrible dolor. Y ese líquido no era más que sangre… sangre que contenían mis vasos sanguíneos. Grité con más fuerza al pensarlo. Mi corazón latía a una velocidad sobrehumana. Comprobé la estancia en la que me encontraba, sin dejar de gritar: Era de cuatro paredes. El suelo estaba tan lejos de mis pies que se perdía en la oscuridad. Pues tan solo una tenue luz rojiza iluminaba esa mazmorra.
Estaba colgado de dos barras de hierro oxidadas suspendidas en el aire y el único lugar dónde podía apoyar el peso de mi cuerpo eran otras dos barras paralelas a las últimas mencionadas, bajo mis pies. Al final de esas cuatro barras había una superficie, y una vieja puerta metálica sobre esta. Encima de la puerta vi un viejo televisor apagado, pegado a la pared. Intenté caminar hasta la plataforma, pero al deslizarse los barrotes a través de mis huesos, el dolor se hacía insoportable, agónico. No podía llegar hasta allí. Mi única esperanza era gritar, pedir ayuda…
- ¡Socorro! – pedí entre gemidos. La piel de mi cara se estaba impregnando del agua salada de mis conductos lacrimales – ¡Por favor! ¡¿Alguien puede oírme?!
Sentí arcadas. El temor y la confusión ante tal situación me estaban descomponiendo por dentro. Mi corazón parecía desear escapar de mi pecho.
De pronto se oyó un extraño ruido, y la sala se iluminó ligeramente más… Alcé la vista, con la respiración entrecortada. El televisor se había activado, mostrando una tétrica imagen: un misterioso rostro pálido de muñeco de ventrílocuo. Tenía una espiral roja en cada una de sus puntiagudas mejillas y cabellos negros. Recordaba a un payaso. Esa situación me estaba haciendo perder los nervios.
El muñeco de la pantalla comenzó a hablar. Su voz estaba distorsionada. Era grave e irreconocible.
- Hola, Riky.
Mi desconcierto y nerviosismo llegaron a límites descomunales. Ese ser, claramente utilizado por alguien de carne y hueso que quería algo de mí, conocía mi nombre.
- Te preguntarás el motivo por el cuál tu penoso cuerpo está colgando en lo alto de una torre. La respuesta es sencilla: quiero que juguemos.
Tan solo tienes dieciséis años, y ya podemos calificar tu vida de… un desperdicio. Noche tras noche vas a los lugares menos apropiados de la ciudad a consumir todo tipo de sustancias que te hagan olvidar lo patética que es tu existencia. Ni siquiera tienes unos estudios. ¿Eres lo bastante hombre como para enfrentarte a la muerte cada noche? Pues no creo que te importe hacerlo ahora.
Estaba confuso y aterrorizado por la cantidad de información que ese psicópata conocía.
- Verás, Riky: el juego es sencillo. Deberás deslizarte por las barras superiores con la única ayuda de las inferiores. Tras pasar un minuto, las barras inferiores cederán y caerán al vacío. Si en ese tiempo no has logrado llegar a la plataforma que tienes en frente, quedarás colgado, y tras unas horas morirás. Quién sabe si por asfixia, inanición o toda la mierda que llevas encima. Toma tu decisión: vivir o morir… ¡Juguemos!
Al instante la imagen del muñeco se sustituyó por un temporizador. La secuencia 0:59 brillaba en la pantalla. Mis gritos estrepitosos iban a ser lo último que iba a oír en este mundo.
- ¡NO, POR FAVOR! – Supliqué.
Era inútil. Solo me quedaba una salida.
Moví las muñecas. El dolor era insufriblemente angustioso. Parecía que en cualquier momento todos los huesos de mis articulaciones posteriores fueran a desgarrase. Pero no quería morir, no podía morir, y menos de esa forma. A pesar del dolor continué. A pesar de que cada paso fuera un suplicio, seguí adelante.
Era demasiado…
Paré. Mi aliento me había abandonado y mis ojos estaban tan hinchados que no me habría extrañado que hubieran escapado de sus cavidades. Seguía sollozando y gritando como un animal luchando por su supervivencia. Y no era más que eso.
Levanté la cabeza y miré al televisor que mostraba la cuenta atrás… Tan solo quince segundos…
Era imposible. Podía rendirme. Podía dejar que el temporizador llegase a cero. Con un poco de suerte moriría asfixiado: algo desagradable, pero rápido.
Dirigí mi mirada a la plataforma. No quedaba tanta distancia. Era un gravísimo error rendirse. Aun podía luchar por mi vida. Avancé más… Pero el tiempo no era mi aliado. Tan solo un paso y podría llegar a esa puerta. Podía salvarme…
Los barrotes de mis pies cedieron. Cayeron. Y yo me quedé colgando, berreando. Pero estaba lo suficiente cerca… Me balanceé de atrás a adelante y conseguí colocar mis pies en la superficie fijada a la pared. Hice un último esfuerzo para mover mis brazos. Las barras superiores se acababan en ese punto y mis brazos quedaron libres… Mareado, me desplomé en el suelo. Una mezcla de sudor, sangre y lágrimas impregnaban mi cuerpo. Empapé la vieja sudadera y los resquebrajados pantalones tejanos que llevaba de mi propio vómito. Me coloqué de rodillas. Había perdido mucha sangre y si no lo remediaba inmediatamente corría riesgo de desangrarme.
La puerta, en frente de mí, se abrió, y un rayo de luz solar entró a través del pequeño hueco.
