Nota de la autora: Este pequeño, pequeño oneshot se sitúa en el episodio Sucker Punch (el episodio 13 de la segunda temporada). Vendría a ser la segunda parte del regalo de Navidad para Dai. Espero que no sea demasiado repetitivo, ya que tengo otro oneshot posteado, sobre la misma escena, pero en Inglés (Choices.) En fin, ojalá que lo disfruten. La cita al principio de la historia pertenece a Friedrich Nietzsche.
Lo que se hace por amor acontece más allá del bien y del mal.
Sangre mancha tus manos de rojo escarlata mientras golpeás el pecho de Coonan intentando desesperadamente reanimarlo.
Sangre tiñe la camisa del hombre que ahora yace inmóvil e inerte en el piso frío y duro.
Sangre corría por sus venas, y ahora se desborda fuera de su cuerpo.
Sangre corre por las tuyas, bombeada por tu corazón que late a toda velocidad, como burlándose de aquél que acaba de expirar por tu voluntad.
Sangre sigue brotando de la herida de bala que observás fijamente sin poder creer que vos misma arruinaste la oportunidad que habías esperado por años.
Verdes son tus ojos, de los que caen lágrimas transparentes que ruedan por tus mejillas, caen inevitablemente al piso y se destruyen, sin que haya alguien que las detenga cariñosamente a mitad de camino.
Una mano se posa en tu hombro, atrayéndote hacia atrás y alejándote del cuerpo. Es él, pero ni siquiera te das vuelta a mirarlo. No podés. No hay nada que puedas hacer excepto contemplar horrorizada el cadáver enfrente tuyo y maldecir tu suerte, o acaso al destino que puso lo puso a él en riesgo haciéndote apretar el gatillo.
Sangre es el precio que pagó Dick Coonan por atreverse a amenazar la vida de Richard Castle, y también, indirectamente, retrospectivamente, por haber asesinado a tu madre.
Te aterroriza pensar en qué hubiera pasado si no le hubieses disparado.
Tampoco ayuda saber con certeza que vos pagarías ese mismo precio con tal de salvarlo, que entregarías tu propia sangre si eso significara su supervivencia. Sería algo así como una ofrenda, un sacrificio, un pacto con los dioses: tu corazón dejaría de latir para que él no dejara de funcionar, tus pulmones exhalarían su último aliento para que los suyos continuaran llevándole oxígeno, y todo lo que sos, en última instancia, dejaría de existir para que él pudiera seguir viviendo.
No estás alucinando, ni delirando por el shock del momento. No. Simplemente estás confirmando y transformando en certeza algo que siempre habías intuido.
Si la línea entre la prudencia y la impulsividad es tan delgada como parece, el amor definitivamente es el empujoncito que lleva cruzarla.
Y todo lo que se haga más allá de ese punto es inevitable.
