"Romeo & Juliet"

"Toma otro nombre, ¿qué puede haber en un nombre? La rosa no dejaría de ser rosa y de esparcir su aroma, aunque llevara otro nombre".

William Shakespeare - Romeo y Julieta. Escena II. Acto Segundo.

PRÓLOGO ~

La vida es un cambio constante, no importa cuánto intentes, la evolución parcial o total de tu alrededor, de ti mismo, es casi inevitable.

Sin embargo, a lo largo de mi vida he aprendido que hay una sola cosa que no puede cambiar: tus ideales.

Y con un maestro —un padre para mí—, que me enseñó esta importante regla aún después de que sabía que moriría por sus propios ideales, a mí, no me cupo la menor duda de que sus enseñanzas eran las correctas. Así que después de quedarme sola, mi único ideal sería la lealtad, tal como lo fue para mi él. Todo lo que hiciera en mi vida, sería consagrado a nuestra benefactora, Athena, a su protección y bienestar, así como al de todos los seres humanos.

Sin importar qué sucediera, por hacer notar mi leal existencia, sería capaz de cualquier cosa. Aunque tuviera que quedarme en la solitaria compañía de las rosas que algún día servirían de arma, ya sea para aniquilar a mis adversarios o a mí misma.

Ya nada haría cambiar el rumbo de mi decisión.

Nada.

. . .

Jamás renunciaré a Athena —le dije, casi a modo de advertencia, aunque dentro de mí algo se estremeciera.

Entonces… ambos sabemos cómo terminará esto.

Miré a sus ojos crisparse en una mezcla de dolor y pena, contemplando el brillo de mi dorada armadura.

Dio media vuelta, con la cabeza agachada. La surplice también brilló, con su mismo aire dolido. Creí escucharlo suspirar. Mis intentos por confirmarlo se disolvieron cuando inició su camino, alejándose de mí, mientras agradecía el que no se hubiera vuelto a verme, descubriendo así mi cara acongojada.

Motivados por el aire, sus cabellos blancos oscilaron suavemente por su espalda.

Esa era la última imagen que vería con calma.

La siguiente vez que nuestros ojos se encontraran, sería para lastimarnos el uno al otro, en pro de nuestros ideales, en pro de la lealtad con la que habíamos nacido y con la cual habíamos jurado morir.

Pero, ¡por los dioses! Por primera vez en mi vida deseé que todas las palabras y promesas se marcharan junto al viento que se llevaba mis lágrimas.

Y sabía perfectamente, que él también deseaba lo mismo…