Hola a todos nuevamente.
Sé que es muy descortés quitar una historia empezada y colocar una nueva, pero les cuento que tengo planes para "A la hora del té" y no iba a poder lograrlos si no le daba una fuerte corrección a los primeros capítulos.
Les cuento como novedad que ahora cuento con un beta (salta y festeja en la silla). Bluueeyes ha accedido a ayudarme con esta historia y yo no podría estar más feliz o agradecida, así que naturalmente este capítulo está dedicado a ella.
Sin más que agregar, espero lo disfruten.
Capítulo 1: De todo aquello nunca dicho
La gran prerrogativa de todo adolescente es tomar decisiones incorrectas. Pero el verdadero gran problema reside en que en tiempos de guerra los errores se pagan con sangre.
La sangre de inocentes.
Siempre son las vidas de los inocentes las que se pierden. Siempre son aquellos que menos daño hicieron y los que portaban las mejores intenciones, quienes terminan lavando con sus lágrimas las desgracias, pagando con sus vidas los crímenes que otros cometieron.
En tiempos de guerra hay aun menos justicia en el mundo.
En tiempos de guerra la verdad es un mito poco creíble que suena vagamente ridículo.
En tiempos de guerra el amor no alcanza.
Y estos son tiempos de guerra.
Pero ni aun el panorama más siniestro, la historia más injusta, la tragedia más penosa podría equipararse a esto.
Hermione no abría los ojos.
Harry miraba el rostro pálido de su amiga con una expresión parca en su propia cara. Llevaba un tiempo difícil de estimar en la misma posición pero debía ser considerable porque comenzaba a sentir el cuello y los hombros rígidos y agarrotados. Sentía la necesidad de moverse, estirarse aunque solo fueran unos momentos pero se contenía por miedo a quebrar la atmosfera de expectación que llenaba la enfermería. Al otro lado de la cama, Ron Weasley, su otro mejor amigo, permanecía (si acaso era posible) aun más inmóvil que él.
Ambos esperaban, bailando entre la esperanza y la desesperación, que la chica abriera sus grandes ojos café y que los mirara con el mismo cariño que siempre brillaba en ellos, o que les sonriera de esa manera que solo ella sabia o, incluso, que los regañara por estar perdiendo el tiempo y los mandara a hacer sus deberes. Que hiciera cualquier cosa excepto permanecer inconsciente tendida en esa lúgubre cama, con la piel mas pálida de lo humanamente posible y el semblante sereno e inexpresivo. Ninguno de los dos chicos podía concebir un vacío de emociones tan contundente en ese rostro tan familiar y conocido. Ron siempre dijo a todo el que estuviera dispuesto a escuchar (y al que no, también) que Hermione era brillante, y lo era no solo por su inteligencia, sino porque literalmente brillaba. Sus ojos, sus mejillas, su cabello y su boca. Toda ella refulgía de dicha cuando estaba contenta o cuando alguien a quien ella quería estaba contento, cuando estaba enojada y entonces su furia era una llama abrazadora dispuesta a consumir hasta volver cenizas todo aquello que se interpusiera en su camino. Hermione era intensa, fuerte y fiera, sensible e intuitiva, y demasiado inteligente incluso para su propio bien; y eso se transmitía, la gente lo notaba, en sus gestos con las manos al explicar un tema apasionadamente o al defender algún ideal y en los millones de gestos que podían ver en su rostro, alzando las cejas o frunciendo los labios en tantas formas diferente con mil y una combinaciones posibles que ver, pero ahora, con sus mejillas pálidas y sus labios sin color, sus parpados cerrados y las pestañas largas mustias, le hacían tener el peso de un mal presagio.
El sabor amargo de una derrota y el dolor sordo de una pérdida.
Harry no quería ni imaginar cómo se sentía Ron, pero intuía que para el pelirrojo era aún mucho peor.
El chico frente a él estaba casi tan pálido como Hermione, quieto y en aparente calma al punto de poder ser confundido con una estatua. Con una de sus grandes manos envolvía una de las pequeñas y femeninas de la chica. Harry no se atrevía a hacer lo mismo, el contacto con esa piel tan fría le causaba una angustia insoportable. No entendía como Ron lo aguantaba, aunque viendo el trasfondo en sus ojos (para él que lo conocía tanto de tanto tiempo) era obvio que no le era fácil. Había tanto dolor, culpa y pesar en su mirada, tanto anhelo y desolación que Harry se sentía un intruso en una escena muy íntima solo con mirar un instante a su amigo.
Todo parecía una reinterpretación bizarra de su segundo año cuando Hermione fue petrificada por el basilisco, salvo que en aquella ocasión tenían la certeza de que solo era cuestión de tiempo antes de que la cura fabricada por Madame Pomfrey con las plantas de mandrágora la volviera a la normalidad, pero Y ahora… no sabían si su amiga despertaría o si la próxima vez que entraran a la enfermería encontrarían su cama vacía.
La incertidumbre pesaba más que un bloque de cemento, pero lo que verdaderamente los aplastaba era la impotencia de no poder hacer nada por ayudarla. Siempre fueron un equipo, trabajaban juntos con sinergia: Hermione defendía, Ron atacaba y Harry repelía. Se enfrentaban a los desafíos juntos y, juntos, vencían. Pero ahora su amiga estaba luchando sola, debatiéndose entre la vida y la muerte en un lugar de la conciencia incierto donde ni Harry ni Ron podían alcanzarla. El saber eso los carcomía por dentro, como un cáncer que les iba enfermando la esperanza.
Incapaz de seguir soportando aquella situación por más tiempo, Harry se puso de pie y se dirigió a la salida, no se molesto en preguntarle a Ron si deseaba irse con él. Sabía que su amigo no saldría de la enfermería hasta la tercera o cuarta vez que la enfermera lo echara.
Era tarde ya y hacía frio, pero al chico no le importó y salió a los terrenos de Hogwarts. El viento gélido lo golpeó en el rostro pero, extrañamente, la sensación era reconfortante, algo parecido a lo que sentía cuando volaba en su Saeta de fuego. Vago sin rumbo por un buen rato hasta que terminó derrumbándose bajo el viejo árbol donde él y sus amigos solían hacer los deberes cuando el tiempo era lo suficientemente bueno como para estar fuera. Dejó que sus ojos de perdieran al otro lado del algo, sin pensar en nada concreto pero a su vez rememorando toda su vida en la escuela. Y en todos sus buenos y malos momentos…
Hermione.
Ella siempre ha estado a su lado incondicionalmente prácticamente desde su llegada al castillo. Era su amiga fiel y se preocupaba por él como nadie más lo hacía, confiaba en su palabra y en él mismo incluso en los momentos en los que Harry dudaba de sí y lo quería desinteresadamente. Harry, a diferencia de Ron, no sabía lo que era tener hermanos pero creía que seguramente debía ser algo como lo que tenía con Hermione.
No podía perderla.
Harry ya había perdido a sus padres, no recordaba como era su cariño. Sus tíos jamás lo quisieron, e incluso, era muy posible que lo odiaran. No tenía familia.
Esa realidad nunca le pareció tan abrumadora y dolorosa como en ese momento.
No podía perder a Hermione. No así. No por su culpa.
–¿Harry?– la voz de Ginny lo sacó de sus cavilaciones. Giró a verla encontrando su expresión preocupada. –¿Hermione?– pregunto con el rostro mudado al horror.
El chico negó con un movimiento desganado de cabeza. –Sigue igual.
La pelirrojo suspiró aliviada y se sentó a su lado sobre las frías y humeras raíces del árbol. –Por un momento temí lo peor, tienes una cara terrible.– intentó bromear, pero Harry no estaba de humor y solo frunció los labios. –Va a estar bien, lo sabes ¿cierto?
–No lo sabemos.– respondió con voz ronca evitando mirarla, había algo en el brillo de los ojos de Ginny que de un tiempo a esta parte lo incomodaba.
–Entonces no conoces en nada a Hermione.– replicó ella con un tono sorpresivamente duro. Todo el ánimo de reconfortarlo (o el que Harry creía que tenía) había desaparecido de su voz y de su expresión. –Ella no se daría por vencida, lucharía hasta el final, haría todo lo posible y lo imposible también.
–La maldición le atravesó el pecho, Ginny. Toco su corazón.– le recordó en un murmullo roto. Nunca conseguía decir las palabras en voz alta y sonaban apenas como un susurro causado por el viento, pero aún así seguían siendo dolorosamente reales.
–Deberías confiar un poco más en Hermione, Harry.– la repentina dulzura en su voz hizo que el chico tuviera que voltear a verla. Ginny le sonrió suavemente. –Ella siempre ha confiado en ti.
Por primera vez en días, Harry se permitió sentir algo más que tristeza y sonrió levemente con un dejo de esperanza. –Tienes razón. Lo siento, es que…
–Eres idiota. Ya lo sé, no te preocupes. –cortó la chica con una sonrisita de burla bailándole en los labios. –Lo sospechamos desde que te comenzaste a juntar con Ron.
Harry la miró fingiéndose ofendido, y luego apartó la mirada perdiéndose nuevamente en el horizonte. La poca luz que proyectaba el ocaso cuando saliera al patio había desaparecido y la oscuridad se cernía sobre ellos. El optimismo que Ginny le había inyectado lo abandonó en cuestión de un segundo, no era fácil olvidar que su mejor amiga seguía debatiéndose entre la vida y la muerte. Además siempre ha sido muy propenso a la melancolía.
La pelirroja, sin pedir permiso o importarle su renuencia a sentirse reconfortado, entrelazo su mano con la de él. –Va a despertar, Harry. Te lo prometo.
La espalda del chico de puso recta como impulsada por un resorte de pura indignación, se sentía como un niño con una rabieta al que intentaban conformar. Repentinamente deseo que Ginny se fuera de una vez y lo dejara en paz con sus penas.
–¿Cómo puedes prometer una cosa así?– espetó molesto.
–Es algo muy sencillo, en realidad.
–¿Por qué?
–Porque yo tengo algo que tú no. –sonrió sin dejarse amedrentar por la expresión ceñuda del chico.
–¿Qué?–quiso saber Harry, desconcertado por la tranquilidad con la cual Ginny se tomaba todo aquello.
–Fe.
La palabra, tan corta como contundente, resonó en los oídos de Harry mientras volvía a perder su mirada en la oscuridad de la incipiente noche. Los ánimos belicosos contra Ginny desaparecieron quedándose en su lugar unas leves punzadas de envidia. A él le gustaría poder tener fe, pero la vida ya le había arrebatado tanto…
–¿Sabes que es lo peor de todo esto?–le preguntó a ella y a la vez a nadie. –No puedo dejar de pensar en todas las cosas que le he dicho este año.
–¿Por lo encantadoras y cariñosas que han sido todas y cada una de tus palabras?–. Ginny se burló con tanto sarcasmo que Harry se sonrojó, con justo motivo.
–Lo sé, lo sé. He sido un cretino.– aceptó con pesar. –Pero es que estaba tan molesto por todo, tan enojado con el mundo. Y desquitarme con Hermione es tan fácil.– se rio sin diversión – Nunca retruca, no se enfada, no llora. Me deja gritarle y quejarme tanto como quiera sin soltar algo más que un suspiro, y aún así sigue buscando la mejor manera de ayudarme. Nunca me deja solo, por más mal que la trate. Pase semanas quejándome de las historias de El Profeta como si ella tuviera la culpa de lo que publicaban y cuando comenzó a insistirme con lo del ED me enfadé con ella aun más, pese a que era una gran idea. Cuando resultó ser lo mejor de este nefasto año no fui capaz de agradecerle. Y cuando tuve la visión con Sirius trató de advertirme que era una trampa, pero no quise escucharla. Ella lo sabía, lo supo desde el principio y, pese a todo quiso ir igual… – la voz se le cortó incapaz de seguir por ese camino espinoso y las ganas de llorar eran más fuertes que la vergüenza de derrumbarse frente a la hermanita de su mejor amigo. –Nunca le he dicho que la quiero, no recuerdo habérselo dicho ni una sola vez en los cinco años que llevamos siendo amigos ¿Qué clase de persona de mierda soy, que no es capaz de decirle a la amiga más fiel y considerada que tiene que la quiere?
–Una con la variedad emocional de una cucharita de té. También culpamos de eso a Ron, así que no te preocupes.– bromeó con ligereza y Harry se volvió a enfadar con ella. ¿Es que no pensaba hacer otra cosa que burlarse de él? Pero cuando fijó su mirada en los ojos castaños de la pelirroja vio en ellos lo mismo que en los de Hermione, un sincero brillo de preocupación y el deseo de que se sintiera mejor.
–¿Eso hacen cuando se sientan a cuchichiar en un rincón de la sala común?–preguntó con una casi imperceptible sonrisa en los labios. –¿Criticarnos a mí y a Ron?
Ginny se rio, auténticamente divertida. –¿Recién hasta ahora te das cuenta? Potter, Potter. Pensaba que eras más inteligente.– y sin esperar una nueva pulla por parte del chico, se puso de pie sin soltar su mano, lo jaló para que se parara también. –Vamos.
–¿A dónde?–pregunto el chico con el ceño fruncido.
–A cenar. –explico Ginny mirándolo con una sombra de Molly Weasley en su voz y en su cara. –Te salteaste el almuerzo de hoy, y no es que lo que comiste esta mañana pueda ser llamado desayuno tampoco.
Harry decidió no contradecirla, no tendría demasiado caso. –¿Y Ron?– preguntó.
Todo rastro de buen humor desapareció del semblante de la chica. Dieron varios pasos en dirección al castillo, aún tomados de la mano, antes que Ginny respondiera a su pregunta.
–No podemos hacer nada por Ron.– el tono de su voz, parco y gélido como nunca se lo había oído, más que sus palabras fueron lo que le indicó a Harry que el pelirrojo era una de las razones de mayor peso por el cual Ginny no podía concebir la idea de que, quizá, Hermione no despertara.
Harry perdía a una compañera, confidente, cómplice, amiga y hermana. Dolería en el alma, horrorosamente. Pero…en verdad, más tarde que temprano, quizá…pudiera superarlo. La extrañaría el resto de su vida y siempre la echaría en falta, pero terminaría saliendo adelante aunque fuera en honor a su memoria, a su cariño sincero y al empeño con el que siempre lucho por el bienestar del chico.
Pero Ron... lo perdería todo si ella se iba.
Recordaba vagamente una conversación con Lupin donde le explicaba que los magos amaban de una forma muy diferente a los muggles. Con más intensidad y de forma más definitiva, a menudo solo una vez en la vida.
Ron y Hermione eran amor. Eran esa fuerza inmensa e invencible de la que tanto le gustaba hablar al profesor Dumbledore. Esa lanza que atravesaba todos los escudos, y destruía todos los males, vencía todos los obstáculos. Eso inmune al paso del tiempo o al peso de la distancia que resistía todas las tormentas y sobrevivía a todas las tempestades.
Ellos eran amor, del bueno, del verdadero.
La aceptación de algo que, probablemente, había sabido desde siempre lo dejo aturdido por un momento mientras seguía avanzando de la mano de Ginny hacia el interior del castillo.
Hermione iba a despertar, resolvió en su mente.
Ron, simplemente, no la soltaría.
Estaba fría.
No importaba cuanto tiempo sostuviera su mano, la fuerza con la que lo hiciera o que de cuando en cundo soltara el aliento cálido sobre su piel. Seguía fría.
Ron ya no tenía noción de cuánto tiempo había pasado en la enfermería. Cuántos días, cuántas horas, cuántos minutos, pero nada cambiaba.
Hermione no abría los ojos.
Y él ya no sabía qué hacer consigo mismo. Por momentos pensaba que la infructuosa espera terminaría desquiciándolo y tendría que vivir el resto de su vida junto a los padres de Neville, en un ala del Hospital San Musgo. Otras quería llorar y correr a buscar consuelo en los brazos de su madre, como aquella vez que Fred convirtió su oso de peluche en una horrible y peluda araña; en ese entonces igual que ahora la realidad era demasiado terrible como para soportarlo.
Pero lo peor era cuando la furia contra esta injusticia le ganaba. En eso momentos no solo tenía ganas de gritar hasta quedarse sin pulmones o destrozar con sus propias manos todo lo que estuviera al alcance de ellas.
Cuando la furia ganaba no podía evitar odiar a Harry.
Fue Harry quien tuvo la visión del ministerio y no supo reconocer en ella un engaño. Fue Harry quien no practicó la oclumancia lo suficiente y no intentó cerrar su mente a Voldemort, solo porque no quería pasar ni un minuto más del imprescindible en presencia de Snape. Fue Harry el que dejó que Hermione los acompañara al Ministerio, fue él quien estaba con la castaña cuando la maldición de Dololov la alcanzó.
Que Hermione estuviera al borde de la muerte era culpa de…
Ron detuvo con violencia en rumbo de sus pensamientos "Merlín, no me dejes ser un monstruo" pensó cerrando los ojos con fuerza para espantar esas ideas horrendas. Nada de ello era culpa de Harry, él solo era una víctima más de la guerra que se acababa de desatar. Se preocupaba por Hermione tanto como él, y sufría por su estado igual que él.
Miró el rostro pálido de la chica sintiendo como el nudo que llevaba días y días apretado en su pecho se cerraba aun más. Su cabello formaba un halo castaño que se extendía como un manto de hojas de árbol en otoño sobre una blanca almohada, pero sus rizos indomables carecían del brillo habitual, y Ron estaba seguro de que si los tocaba tampoco serian suaves como siempre lo habían sido. No había color en sus mejillas, ni en sus labios y estos hasta estaban comenzando a cuartearse por la resequedad. Ni siquiera sus largas pestañas marrones estaban tan arqueadas como era normal en ella.
Ver a su mejor amiga en ese estado era lo más difícil que había tenido que hacer en su vida. Lo más duro y doloroso, rayando en lo insoportable.
Daría cualquier cosa porque despertara, por volver a oír su voz aunque fuera regañándolo o discutiendo con él, o por verla sonreír de las guasadas que le decía solo con el propósito de que olvidara que no hacía mucho estaban enfadados, o simplemente por que abriera los ojos y lo mirara. Extrañaba lo indecible del tacto cálido de su mirada.
–Haré todos mis deberes el viernes, no volveré a dejarlos para la noche del domingo. –le prometió en un murmullo de voz ronca y apagada por la falta de uso. –No volveré a quejarme de que me corrijas cuando no me salen los pases de varita. No te llamaré sabelotodo insufrible de frente o a tus espaldas nunca más, ni me sentiré celoso de que sepas más, muchísimo más que yo.
–Te dejaré ganar todas las discusiones, Hermione. Lo prometo. Y no volveré a darte lata con Vicky o tonto Smith, ni ningún otro chico al que le gustes. Solo abre los ojos. –rogó llevándose la blanca mano de ella a la boca. Los nudillos se sintieron como hielo contra sus labios, pero no fue ese el motivo por el cual se estremeció. –Te diré lo que siento por ti. Lo juro, te lo diré todo. Lo de las mariposas, los nervios, los sueños, lo mucho que me gusta tu sonrisa, lo bonita que estas; todo. Solo…por favor…no, no te vayas.
Apoyo la frente sobre sus dos manos entrelazadas y se rindió a las lágrimas que durante días purgaban por salir.
Hermione seguía sin abrir los ojos.
Bueno. Si les gusto recuerden dejar un review, es la mejor recompensa para el trabajo de escribir.
Saludos. Nos leemos pronto.
