Disclaimer: Ninguno de los personajes de ATLA ni LOK me pertenecen. Todos son propiedad de Michael Dante DiMartino y Bryan Konietzko.
Notas De Autor:
Bueno, luego de desaparecerme aún más tiempo regreso triunfalmente de nuevo a LOK, porque quiero decir que tengo muchas ideas, me he puesto a escribir más seguido y pues este que este fic fue muy accidental, en realidad solo quería hacerlo porque tenía antojo de escribir algo relacionado a un sueño que tuve, pero como no se prestaba la situación para meterlo deje que la idea llegara sola y esto surgió.
Cabe destacar que hace tiempo tenía antojo de meterme a explorar esta pareja y creo que me gusta, así que sin más los dejo con este fic, quien guste googlear Garambullo, puede hacerlo para darse una mejor idea de la palabra y es todo por mi parte, espero sea de su agrado, les guste y si no también puedan dejarme un review con su opinión. ¡Saludos a todos!
Y entonces en el tren de alta velocidad viajaba por los cañones de Gath, miró como el desértico paisaje le mostraba cactus de distintos tipos, pero cuando los miró sintió heridas por todo su cuerpo, eran garambullos.
De su cuello saco un pequeño relicario, allí había una foto de la que había sido su madre, pero no solo eso, una espina larga y descolorida, que mostraba haber tenido colores intensos y peligrosos.
Su mente voló de regreso a Zaofu, entonces solo una persona entró a su mente.
—Opal…— Murmuró
Sintió una opresión en el pecho y Baatar, su prometido al no haberse dado cuenta de nada la miró.
— ¿Por qué lloras?
—Lloro porque quiero llorar…— Sentenció limpiándose esa lágrima alejándose de su prometido para ir a otro vagón.
Estaba con él, era verdad, pero ella no lo quería a él… Kuvira la quería a ella y los garambullos eran los crueles verdugos que evocaban su recuerdo.
Garambullos
By: Lupita Azucena
El sol comenzaba a asomarse por las montañas de los valles de Zaofu, los pasillos de la casa de la matriarca del clan metal comenzaban a llenarse de vida con la presencia de los guardias, puesto que el cambio de turnos era a las 07:00 en punto ni un minuto más ni un minuto menos.
En la cocina de la casa mayor comenzaban a salir los aromas tan característicos del desayuno, el olor a café, los huevos revueltos, vegetales y sin fin de alimentos que serían servidos en la mesa de la matriarca para alimentarla a ella y a su familia y después los cocineros podrían ponerle la mesa a su guardia personal.
Una vez abiertos los capullos de metal se hacía presente por los pasillos la luz matutina, que iluminaba a una figura que se erguía orgullosa con ese porte soberbio que más de cincuenta soldados y guerreras de las filas de la guardia de Zaofu envidiaba en su general y capitana.
Sus ojos olivas tranquilos e indiferentes vigilaban que todo estuviera en orden y en su lugar en la casa mayor. Luego de constatar aquello iría a la ciudad y quizás podría dormir un poco aunque ya sin responsabilidades, la verdad era que había pasado la noche en vela haciendo guardia y vigilando a los soldados de toda la ciudad.
Kuvira por alguna razón gustaba de las guardias nocturnas, quizás por la tranquilidad que le entregaba la noche, o por la belleza de la ciudad de metal bajo el cobijo de las lámparas de cristal, el metal pulido brillaba opacamente pero reflejaba todo mejor, con colores más similares a los reales, menos brillante y luminoso, quizás tenue y melancólico a los ojos de algunas personas.
Aunque lo cierto, era que la joven capitana sufría de insomnio por las noches desde edad muy temprana, a pesar de no tener guardia nocturna ella estaba despierta por la noche vagando como alma en pena por los pasillos de la casa mayor, la plaza o los campos cercanos, por lo que hacía unos años decidió aprovechar el tiempo de su insomnio invirtiéndolo en su trabajo, descansando a ratos, durmiendo de día o por la tarde para cuando perdía el sueño salir a patrullar sin ser atacada por el cansancio o la debilidad.
Comenzó a hacer los relevos correspondientes con sus soldados, dio vuelta al pasillo buscando a los soldados restantes encontrando en su camino a la matriarca a quien saludó respetuosamente.
—Buenos días Kuvira— La matriarca iba leyendo un libro que quitó de su vista para observar a su capitana.
—Buenos días Suyin— Inclinó ligeramente la cabeza y galantemente beso el dorso de la mano de la matriarca en señal de respeto.
—Tan dulce como siempre— Sonrió la mayor— Quiero que pases por un café cuando termines tus labores, pero no lo degustarás en la cocina, deseo verte en mi oficina ¿De acuerdo?
—Claro que sí, sería una dicha— Sonrió.
—Necesito que hablemos de algo serio niña— Reanudó su trayectoria y se retiró dejando a una confundida joven.
A pesar de haber convivido tantos años con Suyin en ocasiones lograba confundirla por completo con sus acciones, a sus seis años en su puesto, en ocasiones no lograba comprender del todo a la matriarca y sin embargo la servía a ciegas muchas de las veces. Pero la matriarca parecía estar contenta con la perfección con la que manejaba sus filas, motivo suficiente para continuar igual.
Un bostezo la tomó desprevenida notando que en realidad necesitaba ese café por lo cual dejó de mirar por ese ventanal las colinas y reanudó sus labores sin pensar en demasiadas cosas más. Pensar mucho no era bueno para ella, lograba sacarla de su calma habitual y convertir su mente en un mar intempestivo.
Terminó sus labores de la mañana, dejó órdenes nuevas a sus soldados para ir con calma a la oficina de la matriarca donde como fue prometido en su escritorio se encontraba una tetera tradicional que despedía un aroma a café y té de dragón delicioso.
—Siéntate querida— Le ofreció asiento la matriarca para comenzar a servir las tazas de metal con la bebida— Imagino que debes encontrarte muy cansada.
—Sabe bien que disfruto servirle a Zaofu, pero la verdad es que pasé una mala noche, normalmente puedo descansar un poco entre rato y rato no obstante esta no fue la ocasión.
—Ese insomnio que sufres debe ser solo estrés Kuvira, trabajas demasiado— Sonrió con dulzura entregándole su taza.
—Ya quisiera que fuera solo eso matriarca— Sonrió mirando el líquido para finalmente degustar su sabor de la forma más refinada.
—A veces pienso que si fueras un chico podría casarte con mi Opal— Soltó una risa— Serias el prototipo perfecto de caballero— La de cabellos grises escudriñó en silencio y con sutileza a la joven del lunar.
—Y si así fuera lo haría con gusto, su hija es muy hermosa— Soltó al viento y sonrió discretamente.
—Gracias
Aceptó el halago a su hija con calma y escrutó con lentitud a su guardia, poseía hombros fuertes, tanto como los del hombre más forzudo, pero de una forma singularmente delicada, su cintura era estrecha, pero sabía de sobra que su abdomen estaba perfectamente torneado… La joven era sin duda hermosa pero sin embargo estaba tan comprometida con su utopía que no se permitía desviarse de su labor para cosas como el amor, pero eso le convenía a ella pues así la tenía disponible cuando la necesitara.
—Disculpe que se lo pregunte de esta manera pero ¿Para qué me llamó? ¿Hay algún problema o necesita que arregle algo?— Preguntó con sutileza y tono de voz completamente servicial.
—En realidad quería pasar un poco de tiempo contigo y… quiero encargarte que juntes una pequeña escuadra de soldados junto contigo para que nos escolten a mi familia y a mí en un viaje de no más de cinco o seis días— La miró.
—Si me diera mayor información podría juntar un mejor escuadrón— Argumentó con toda la razón la joven del lunar.
—Bueno lo cierto es que viajaremos con expertos en la corriente de Shi, quiero que examinen si Opal será capaz de controlar algún elemento— Admitió con toda la calma que logró guardar.— Iremos más allá del desierto de Si Wong, a una zona árida de altas planicies.
—Ya veo— Notó en los ojos de la matriarca algo de decepción y cansancio por lo que decidió no indagar más de lo necesario para su misión en esa conversación— Yo me encargare de todo, no sé preocupe.— Volvió a beber del líquido y suspiró.
—Nos marcharemos en tres días— Anunció recibiendo un asentimiento de parte de la joven.
—Así que… ¿Quería hablar de algo más?— La miró más relajada al dar por cerrado ese tema que se notaba le causaba dolor a la matriarca.
—Si… Aunque creo que debes estar cansada, luego tendremos tiempo de hablar, deberías ir y descansar, deja tu puesto hasta la tarde, le encargaré a Atenea que se encargué el resto del día.
— ¿En serio?— La miró curiosa.
—Sí, adelante ve a dormir querida, necesitas descansar— La alentó la Suyin.
La joven guardia se levantó con calma y dejó la taza apoyada en el escritorio con delicadez como si fuese a romperse a pesar de estar fabricada con metal.
—Entonces me retiro, si desea verme ya sabe dónde me encuentro— La miró con calma y se inclinó a forma de despedida para salir de la oficina de la mujer.
La mayor observó salir a la joven de porte altivo y suspiró con calma, lo cierto era que de alguna manera hacía un par de años se había vuelto distante de la menor. Suyin selló todo eso cuando le entregó su propio hogar a la joven, una casa cercana a la casa mayor pero que sin embargo no fue del todo bien recibida por la mayor que había vivido al menos nueve años bajo el cobijo de sus alas.
Cuando Kuvira hubo cumplido los dieciséis no supo si lo hizo por deshacerse de la joven o por dejar de tomarla en cuenta como familia pero le entregó su propia casa más al día siguiente de mudarse notó de inmediato que la joven se comportaba distante y respetuosa, de ser una joven más expresiva y cariñosa con todos los miembros de su familia e incluso con ella misma se volvió fría y distante.
Suyin decidió ignorar ese comportamiento para ver a la joven como un soldado más, porque no era nada más que la escolta de su hija Opal que a pesar de ser bastante tranquila quería evitar que la molestaran por su condición de aún no haber despertado ninguna habilidad.
Sus hijos estaban molestos con su decisión pues con el tiempo habían visto a la muchacha como una hermana más, pero con su decisión incluso ellos comenzaron a pensar como la matriarca respecto a Kuvira, ella no era más que una guardia más de los muchos que los protegían y velaban por su seguridad.
Aunque nunca imagino que la joven se destacaría de todos los guardias por hacerse respetar ante los demás, con peleas, luchas, golpes y castigos severos para ella en consecuencia de sus riñas, eso sumado a que si bien era excelente con el metal control se perfeccionó hasta tal grado de poder luchar con cinco guardias de los más experimentados y ganarles con suma facilidad.
Suspiró con pesadez y sintió en su pecho el peso de sus acciones, pero la verdad es que era tan orgullosa que quizás nunca aceptaría que había hecho mal.
Desafortunadamente en los últimos días e incluso hacía unos años notaba algo que no le acaba de gustar, su hija Opal mostraba mucha admiración por la guardia, notaba que cuando Kuvira le ayudaba o se prestaba a charlar con ella sus ojos se perdían, la sorprendía con las mejillas encendidas al nombrarla e incluso si necesitaba algo insistía en que la chica del lunar cumpliera sus antojos distrayéndola en más de una ocasión de sus responsabilidades, Opal sentía algo por Kuvira y eso no le agradaba.
Comentó a la joven eso de que podría casarla con Opal si fuese hombre con el único fin de ver sus reacciones ante la suposición y encontró quizás lo que no deseaba «Tú también sientes algo, lo sé Kuvira, pero no puedo dejar que ustedes dos estén juntas» Suspiró
La joven guardia caminó por los pasillos mirando con nostalgia todos los lugares de la casa hasta llegar a la sala que se interponía entre ella y su salida de esa enorme casa llena de dolorosos recuerdos.
Miró la foto donde aparecía toda la familia de la matriarca, entonces una especie de corriente recorrió su cuerpo, el peso de la melancolía llenó su pecho y suspiró llevando sus manos detrás de su espalda para darse la vuelta y seguir con su camino.
Escuchó pasos suaves y tímidos como los de un pajarillo y entonces supo de quien se trataba, ni más ni menos que de Opal, junto con los gemelos Wing y Wei la menor e hija única mujer de la matriarca.
— ¿Te encuentras bien?— La miró la joven menor.
—Sí, no te preocupes, ya me retiraba— Hizo afán de irse antes de ser sujetada por la suave mano de la menor— ¿Necesitas algo Opal?— Se volteó mirándola con calma.
—Nada… Solo decirte que lo siento— La observó a los ojos un par de segundos antes de desviar la mirada.
La mayor la miró de forma inquisitiva puesto que no entendía bien a que se refería y porque tan repentinamente le dedicaba aquellas las palabras llenas de remordimiento.
—No creo que me hayas hecho nada como para necesites disculparte conmigo Opal— Acarició sus manos con calma— Ahora si no me necesitas lo mejor será que me retire, debo descansar.
Se separó de la menor sintiendo la intensidad de su mirar sobre ella, la mayor simplemente bloqueó cualquier sensación que pudiera causarle ser seguida con la mirada y salió de la casa de la matriarca, caminó hasta llegar a su casa, donde entró con un poco de prisa de acostarse a descansar.
Se quitó las botas y se despojó de la armadura completa y de su túnica, quedando así únicamente en una blusa blanca de tirantes y un pantalón holgado, se recostó en su cama mirando el techo, comenzando a pensar en todo lo sucedido a lo largo de la mañana.
A veces sentía que su lugar no se encontraba en realidad en Zaofu, en ocasiones deseaba irse lejos y hacer de su vida lo que quisiera, no volver jamás para que Suyin en verdad la valorara o solo para sentirse libre al fin.
Una risa sarcástica salió de sus labios sonriendo con ironía, la verdad era que en Zaofu no era nada, así que daba lo mismo si se iba, moría o seguía allí. Sonrió y cerró los ojos, era verdad que no debía pensar demasiado o terminaría por destruirse a sí misma. Constantemente sus pensamientos la llenaban de odio contenido que no deseaba hacer explotar contra ninguna persona… Así que era mejor que descansara.
Un sueño en el que deseaba que su paz fuera menos efímera.
Sin pesadillas, sin esa mujer tan parecida a ella pero tan diferente a la vez.
Sin ver como "ella" les hacía cosas horrendas a los demás
Sin cargar con cadenas ajenas
Solo quería descansar.
Entonces los días pasaron con rapidez cuando menos lo imaginó estaba envuelta en un dirigible, en la habitación principal con la familia Beifong, parada junto con un compañero suyo, ambos en silencio observando, rectos e imperturbables como estatuas que debían tomar vida si había problemas, era así la vida del guardia.
Se dirigían a los cañones de Gaht, el viaje duraría por lo menos dos días, aunque lo más seguro era que los inquietos gemelos comenzaran a causar estragos antes de llegar al no tener mucho con que divertirse estando a 2000 metros del suelo.
La primera noche hizo su guardia como de costumbre, la matriarca le había prohibido hacerlo para que descansara pero sus demonios le impedían cerrar pestaña, por lo que se levantó con los pantalones con los que dormía, vistió su torso desnudo con una blusa negra sin mangas, y caminó hasta llegar a la punta de la nave, donde yacían las enorme ventanas y podía deleitarse con el paisaje nocturno, sus ojos paseaban detallando lo que era visible, era hermoso a pesar de comenzaban a avistarse las primeras muestras de suelos montañosos. Cambiando los suelos fértiles y llenos de vegetación a unos más áridos y con menos elevación pero no por eso mínima.
Al día siguiente cumplió sus tareas con el peso de pasar la noche en vela aunque sumándole a su cansancio la sorpresa de luego de muchos años ser invitada a la misma mesa que los Beifong.
—Kuvira… El desayuno es para todos, tus compañeros están aquí por favor acompáñanos a desayunar— La alcanzó la matriarca.
—Lo siento yo… Aún no termino mis labores— La miró— Puedo comer con chef más tarde.
—Para nada, ahora vendrás y te sentarás en esa mesa con todos jovencita— La reprendió llevándosela a sentar a la mesa.
Se fue con la matriarca ligeramente incomoda, no se sentía oportuna pero no podía esquivar sus peticiones sin verse grosera o malagradecida, no era como que le desagradara la idea de degustar su alimentos, pero el estar allí le evocaba vagos recuerdos de la niñez, estaba harta de recordar, afortunadamente durante las comidas todo salió bien sin que nada lograba alterar sus nervios.
La última noche en el viento tampoco logró conciliar el sueño, caminaba mirando el nuevo paisaje, árido y seco, con poca vida vegetal, pero al ser iluminado por la luna el suelo limo-arenoso brillaba como si miles de estrellas estuvieran escondidas en el suelo.
Escuchó unos pasos discretos y se colocó a la defensiva hasta que escuchó una voz ahogada.
—N-No sabía que estuvieras aquí— Claramente era la primogénita de Suyin.
—Ni yo tampoco, ¿No deberías dormir? Es tarde.— Se giró a mirarla y con la poca luz notó un cristal deslizándose por una de sus mejillas, ella lloraba.
—No puedo dormir— Admitió acercándose despacio a la mayor como si fuera alejarse por su simple distancia.
— ¿Por qué lloras?— Le cuestionó limpiando sus lágrimas con sus pulgares.
—Soy tan obvia ¿No?— Sonrió con melancolía— Yo… Tengo miedo de lo que me digan los monjes mañana… Mamá tiene demasiadas expectativas de que sea una maestra metal.
— ¿Y eso que?— Desestimó— Seas o no una maestra sigues siendo su hija, además de que ella te ama demasiado Opal.
—Aún no estoy segura de eso… Si me dicen que no puedo ser una maestra me iré— Admitió— No merezco este apellido si no puedo llevar en mis hombros el legado de una línea sanguínea de maestras tierra y metal prodigiosas.
—No es necesario que pongas en alto el nombre de tu familia como es tradición, puedes sobresalir de otras maneras, por ejemplo siendo tu misma— Sonrió sujetándole su rostro lleno de lágrimas, miró como sufría ante la expectación de no poseer ni un gramo de ser maestra tierra.
— ¿Eso crees?— Sollozó una vez más.
—Si eso creo—La abrazó con fuerza hasta que la joven dejó de llorar— ahora ve a dormir pajarilla, mañana tendrás un día largo— La acompañó hasta sus aposentos.
— ¿Y tú?— Le cuestionó con preocupación— Nunca duermes.
—Soy un vampiro— Bromeó cuando llegaron a la puerta de su habitación— Yo iré a dormir en un rato más, pero no es importante lo que haga o deje de hacer, así que te vas a dormir ahora ¿Entendido?
—Si…— Murmuró más aliviada— Buenas noches— Miró a Kuvira y de puntitas depósito un beso en su mejilla.
La joven entro a su habitación y la guardia se quedó un momento sopesando la situación, se sentía extraña pero sin embargo solo volvió a su habitación a tratar de conciliar el sueño, haciendo caso a sus propias palabras, sería un día largo.
En su mente no había otra cosa más que la posible reacción de los miembros de la familia, lo más probable que fuera la peor, pues la joven era más que claro que era un no-maestro.
El sueño comenzó a sofocarla poco a poco haciendo que sus parpados se volvieran pesados cayendo al final en profundos y calmados sueños esperaba ella, puesto que en los últimos años no podía dormir con la normalidad de una persona común y corriente, pero aún guardaba la esperanza de que llegara el día en que gozara de sueños dulces y tranquilos.
Al amanecer pudo notar que fue la primera en levantarse, puesto que no se escuchaba nada de movimiento optó por darse un baño y prepararse con un uniforme limpio, tendría un día sumamente largo y agotador.
Desayunaron todos y bajaron donde el templo, se trataba de una enorme construcción de piedra blanca, brillante y reluciente, los dejaron entrar, había monjes de todo tipo, lo increíble del caso era ver que dentro del templo se podía encontrar vegetación y agua corriendo en pequeños riachuelos, era como un oasis en medio del inclemente calor.
El templo de Rahte era una comunidad de maestros y no maestros completamente pacifistas que vivían juntos tratando de alcanzar la paz y la iluminación por medio de la meditación y el trabajo duro en lugares inhóspitos como esos.
Los monjes Rathes también actuaban como guardianes de los cañones, salvando y ayudando a los viajeros que los necesitaran, ofrecían su hospitalidad sin importar quien fuera el que los necesitara, amigo, enemigo, criminal o un simple viajero. Todos eran iguales en cuanto cruzaban esas puertas.
El interior del templo era aún más sorprendente que el exterior, por dentro la estructura de las murallas que rodeaban el templo estaban reforzadas por platino de gran espesor. Era una fortaleza perfectamente planeada que contrastaba con los patios y jardines en los cuales canales de agua con tortugas-cocodrilo y peces exóticos tan diversos habitaban, además de encontrarse especímenes vegetales como; palmeras datileras y palmas dragón, especies endémicas de la nación del fuego, Cactus y biznagas.
La guardia no pudo evitar sentirse atraía por una especie de cactus con espinas centrales largas con forma similar a la de la hoja de una espada y con largo de entre 3 a 5cm que en la base se pintaban de un color rojo intenso y que conforme subían a la punta el color rojo se convertía en un negro intenso en un degradado.
—Su nombre es Garambullo— Se acercó un monje de túnica gris— Es un cactus hermoso ¿no?
—Sí, así es… son las espinas más grandes y firmes que he visto en una planta— Admitió
—Son peligrosas— Sonrió el joven de ojos ambarinos— Pero muy hermosas, aunque es una lástima que arrancadas no conserven su singular color.— Le mostró un collar que llevaba en el cuello con una espina que lucía sus colores más opacos.
—Así es— Admiró una vez más el cactus y caminó para ir con sus guardias y organizarlos en grupos de compañía para cada miembro de la familia Beifong, además de uno más para resguardar el dirigible.
Los monjes les dieron la bienvenida a los miembros de la familia Beifong asignándoles habitaciones a todos, el templo tenía una temperatura fría y agradable en contraste del calor intenso del exterior, el interior era de piedra pulida y las habitaciones sencillas con una cama, un escritorio de madera y un librero. No había mucho, eran humildes, aunque no podían esperar demasiado de un monasterio.
Una vez que se instalaron en el templo, uno de los monjes se ofreció a darles habitaciones a los guardias cosa a la cual se negó Suyin pues según ella su escolta debía hacer vigilancia por la noche y los demás dormirían en el dirigible para evitar algún robo de su medio de transporte.
Opal fue llevaba junto con toda su familia a una habitación de meditación con una pileta central, el salón era hexagonal, con varias columnas y un tragaluz que dejaba caer el sol justo en la pileta, el suelo a diferencia del de todo el monasterio era de mármol negro y olía intensamente a incienso.
Opal fue preparada con una túnica en color verde y la untaron con aceites esenciales, un monje la hizo recostarse en la pileta con agua que apenas lograba estar al nivel de cubrir su cuerpo.
Opal cerró sus ojos y los seis monjes que habían estado en silencio y sin moverse hasta ese momento comenzaron a actuar, los maestros agua comenzaron a manipular el agua como si estuvieran sanándola dándole un aspecto casi plateado, mientras que los monjes que controlaban la tierra se encargaban de movilizar las partículas de tierra en el agua y los maestros fuego controlaban una estela dorada de fuego alrededor de la pileta.
Mientras todos cumplían su funciones evocaban una especie de cantico el cuál se detuvo luego de unos cuantos minutos, ayudaron a la joven a salir de la pileta y le ofrecieron una toalla con la cual secarse.
El silencio fue palpable y los monjes salieron de la habitación, la familia Beifong no entendía que sucedía con todo eso, solo esperaron hasta que los monjes salieron con caras impasibles.
— ¿Ocurre algo? — Los miró la matriarca.
—Me temó que si— Habló un monje que salió de la habitación donde antes habían estado los demás— Soy el monje Baltasaro— Se presentó— Y temo decirle que su hija no posee energía de algún control corriendo por sus venas— Soltó de pronto— Ella es una no maestra, esa es la verdad irremediable que debería asumir.
—Pero...— Se empeñó en querer discutir la mujer.
El monje era alto y usaba una túnica café, su barba era larga y canosa mientras que no poseía cabello en su cabeza, sus ojos ambarinos eran taciturnos y su mirada tenía una profundidad que te hacía sentir al borde de un pozo.
—Es mejor que se haga a la idea, por lo que me han contado no es el primer templo que usted visita y en cual le dan la misma repuesta que nosotros le hemos otorgado.
La joven miró como su madre cargaba con el peso de la verdad, la irremediable verdad que siempre supo y jamás quiso admitir. La decepción se expresaba en sus ojos y era como si ella se ahogara con algo que ellos no podían sentir, no soportando la mirada que le daba su progenitora comenzó a caminar.
Se alejó de todo y de todos, incluso, no notó que salía del templo, ni que le exigía a los guardias de su madre que la dejaran irse, se había bloqueado por completo del mundo, solo deseaba huir, quitar de sus hombros el peso del apellido que ella no había pedido.
Comenzó a pensar en Kuvira, ella sería una persona más adecuada para portar su apellido, era una maestra prodigio que manejaba con la misma maestría tierra y metal, era fuerte, valiente, amable y comprensiva. Poseía la seriedad de un monje, la prudencia de un adulto, la creatividad de un niño, la jovialidad de su edad y la sabiduría de un viejo. Ella bien podría ser una Beifong como ella, pero le robo la oportunidad.
No era secreto para nadie antes de nacer ella la matriarca trataba a Kuvira como su propia hija, sus hermanos confirmaban que antes le decían hermana y se criaron juntos los tres años antes de nacer ella.
Al nacer ella las cosas cambiaron para la joven, su madre se dedicó por completo a ella, en consecuencia Kuvira fue siendo apartada de la familia poco a poco, imaginaba que clavarle un cuchillo en el corazón hubiera sido menos doloroso y más sutil para la guardia.
Cuando ella tenía siete años encontró una foto donde Kuvira estaba junto con sus hermanos, sonriente, con sus padres, entonces las dudas comenzaron, les preguntó a sus hermanos y decían que la habían alejado.
Pronto con el tiempo se dio cuenta de que la joven fue inscrita a la academia militar por su madre, quizás para mantenerla lejos, pero desde que tuvo consciencia nunca la miró en una navidad, en una fiesta o celebración, hasta que fue guardia.
Se graduó de la academia a los quince años, cuando ella tenía doce y fue asignada como su escolta personal, se sentía incomoda cuando su madre se lo dijo y se preguntó si la crueldad de Suyin no tenía límites. Era una idea descabellada, fabricada para causar dolor, la que había criado un par de años como una hija, sería la sombra de la que la desplazó del lugar que poseía en su familia adoptiva, la encargada de su bienestar siendo que fácilmente podría odiarla y en lugar de velar por su vida quisiera terminarla.
Solo bastaría con que la mayor quisiera causarle daño, podría hacerlo con suma facilidad, solo era cuestión de afilar un trozo de metal, amenazarla con él y llevársela lejos, matarla hacerlo parecer un accidente con un animal salvaje o un asalto y ese sería su fin.
Los primeros días le parecían incomodos y aunque no pasó más de 3 años como su escolta, Kuvira había sido completamente profesional, no cabía duda de que su temple era de acero, siempre se mantuvo en silencio, escuchando cuando quería contarle algo, recta y firme con un árbol que le brindaba sombra, con palabras tranquilizadoras cuando las necesitaba, amables y sutiles cumplidos cuando estaba insegura de su imagen.
Y fue cuando se arrepintió de querer odiarla, ignorarle o que le fuera inclusive, pero simplemente no podía, solo lograba hundirla en la culpa, Kuvira era buena persona, odiaba que lo fuera porque así no podía encontrar un motivo lógico para odiarla, para que le guardara recelo, solo podía sentir más y más culpa que la carcomía por dentro cada que esa mirada serena y tranquila se posaba en ella y sonreía discretamente.
Luego llegó su perdición cuando del miedo de que le hiciera algo malo cambió comenzar a fijarse en detalles distintos, su cuerpo, su rostro, esos sentimientos ocultos que no le mostraba a nadie, Kuvira le gustaba, le atraía mucho, sintió miedo de sentir atracción por la mayor, terror de que su madre la descubriera, pero dolor porque no sabía si la guardia sentía lo mismo por ella.
Y ahora en esa situación, solo quería morir, desaparecer, que el mundo no supiera más de ella o que ella no supiera más del mundo… Liberarse de ser una Beifong.
Cuando terminó de dispersar a la guardia que llevaba consigo comenzó a explorar los jardines del monasterio encontrándose con un monje de edad media que cortaba frutos, sin tener mucho que hacer se acercó él y preguntó.
— ¿Qué planta es esa?— Interrogó con calma.
—Es un Cactus piedra— Respondió— Y estos frutos que recolecto les llaman Corazón de dragón— Le extendió uno.
La joven lo miró con calma, su cascará exterior eran como escamas rojas y amarillas y olía a dulce y ácido, una extraña combinación. Por lo que llevada por la curiosidad se dispuso a quitar las escamas del fruto y antes de poder comer la fruta el monje le habló.
—Eso puede ser muy fuerte para paladares como los vuestros— Le advirtió.
Mordió la fruta encontrando en primer lugar un sabor ácido, luego picante y al final dulce, era algo tan fuerte pero extraño, su sabor le era similar al de las ciruelas de mar, pero más dulce aún, ácido como las naranjas y picante como un chile.
—Es fascinante— Admitió terminando de comer la fruta acostumbrándose al sabor— Jamás había probado uno.
—Y ahora pruebe una de estas— Le entregó un fruta circular de color rojizo con tonalidades moradas— Les llaman garambullos.
—Son el fruto del cactus ¿no?— Al ver que el monje no le comprendía muy bien se corrigió— El cactus de las espinas enormes— Rectificó.
—Oh si, son el fruto de ese mismo.
La capitana lo probó con calma encontrando que el sabor era muy similar al de un durazno y la textura a la de una uva, pronto se vio comiendo otro fruto del cactus, el sabor era muy delicioso.
Se internó en una plática tranquila con el monje sobre las plantas que existían en los patios del monasterio hasta que la matriarca la buscó impasible, su mirada dura la reprendía antes de siquiera decir algo.
— ¿Qué ocurre?— Miró a la mujer mayor y se cuadró ante ella.
— ¡Qué tú y tu incompetente escuadrón dejaron que mi hija desapareciera!— Le gritó con molestia y angustia en su voz— Ninguno de los inútiles que has traído a esta misión saben dónde está Opal y no creo que tú seas la excepción Kuvira.
La dureza de las palabras de la mayor le hizo hervir la sangre, deseaba en realidad responderle y gritarle de la misma manera pero reuniendo toda su tolerancia comenzó a caminar sin hacerle el menor caso a sus reclamos.
— ¿A dónde demonios vas?— Le exclamó la mujer.
—A buscar a Opal— Respondió con simpleza— Desplegaré a la mitad de la compañía para buscar a Opal y no regresaremos hasta encontrarla.
Con rapidez reunió a todos los soldados y dividió a la mitad del grupo para que acompañaran a la familia de la matriarca y los protegieran de cualquier posible peligro, en caso de que Opal hubiera sido capturada.
Marcharon en la búsqueda, pasando toda la noche buscando, ella recorrió kilómetros y kilómetros a pie en el helado clima en que se hallaba inmersa, no se dio cuenta hasta que el sol comenzó a iluminar contra su faz que había pasado la noche entera sumida en la búsqueda, se despojó de su armadura dejándola tirada en la arena al notar que esta solo la volvía más lenta y continuó caminando hasta encontrar una cueva pequeña rodeada de garambullos, esos cactus de enormes espinas.
Comenzó a mirar dentro de la cueva y pudo ver el cuerpo de Opal acurrucada contra la roca, comenzó a buscar alguna forma de adentrarse, pensó en cortar los cactus con su metal control o con la tierra control, pero estaba muy cansada como para hacer el control, al ver que la única manera era pasando entre los pequeños espacios que la forma arbolada de los cactus le proporcionaba se dispuso a arrastrarse haciéndose pequeños rasguños en el cuerpo conforme avanzaba.
Una vez estuvo en la entrada de la cueva caminó hasta la chica estaba nerviosa por ver su estado, tenía leves rasguños en los brazos pero todo era debido a las espinas siendo lo más lógico, luego se inclinó sobre su pecho escuchando que respiraba lentamente, en su examen notó una mordida en su pierna que tenía señales de haber parado de sangrar, pero era preocupante, aunque suponía no se trataba de un animal ponzoñoso.
Sacó de su ropa su cantimplora y vertió en sus labios el agua que le había quedado del viaje y la joven reaccionó ligeramente, recolectó algunos frutos de los cactus guardándolos en sus ropas, una vez miró a la menor la cubrió con la parte superior de su túnica quedando solo en la blusa blanca de tirantes, la prioridad era proteger a Opal.
Cargó a Opal en sus brazos y al ver que no podría atravesar los cactus de la forma en la que se adentró, tomó valor para lanzarse a pasar los garambullos, se enconchó para proteger el cuerpo de Opal y su propio rostro, las espinas de esos terribles cactus podrían dejarla ciega y avanzó sintiendo que las espinas guardaban resistencia contra su piel rasgándola en él proceso.
Emitió una maldición ante el dolor, pero volvió a dar un paso para avanzar causando que las espinas soltaran su piel y que otras a salieran de su carne, se mordió el labio y consideró ¿Valía la pena? De igual manera era probable que fuera degradada por ese error de su parte, por ignorar el hecho de ser castigada.
Y gritó, eran un grito de guerra para que este le infundiera valor dando más pasos sintiendo como su piel clamaba por descansó, sentía el impulso natural de moverse y alejarse del dolor, pero no podía hacer un movimiento así por la posibilidad de lastimar a la joven en sus brazos, solo le quedaba resistir.
—Kuvira…— Murmuró la menor, al ser estremecida por el grito de la mayor— ¿Qué ocurre?
—Vine por ti— Murmuró con la voz entrecortada en dolor.
Volvió a avanzar conteniendo sus exclamaciones de dolor para no alterar a la menor que pronto notó que su rostro estaba aperlado de sudor y por sus hombros bajaban gotas de sangre. Opal se asustó al recordar que se había ocultado entre los cactus y sintió una punzada de culpa al verla luchando por sacarla de allí por sus egoístas acciones.
Le quedaba un paso más para liberarse de su tormento y lo dio con tal rapidez que pudieron escucharse muchos crujidos al liberarse del cruel agarre de los garambullos.
Suspiró profundamente tratando de aliviar sus jadeos y apoyó suavemente a Opal en el suelo para pedirle que le ayudara a subirla sobre su espalda.
—Kuvira— Se alarmó Opal mirando que su cuerpo tenía desde arañazos pequeños, hasta cortadas similares a las de un cuchillo, desgarres y espinas completas clavadas hasta la base en todo su cuerpo.— No puedo, te lastimaré más— Le rogó.
—Pero no puedes caminar, tienes una herida, más vale no demorarnos o la noche y el aroma a sangre de mi cuerpo atraerá bestias salvajes— Le suplicó— Avancemos lo más posible te lo pido.
Al ver que la terca mujer no se daría por vencida subió a su espalda y a pesar de percibir el dolor de la mayor esta se irguió caminando de la manera más normal que podía, en su espalda notó las espinas que tenía clavadas solo dejaban ver la parte que iba en la aureola del cactus e imaginó el dolor que le estaban causando a la mayor y besó el cuello de su protectora.
El gesto tomó desprevenida a la mujer que tenía un solo objetivo, luchar contra su dolor para llevar a Opal sana y salva con Suyin, de su ojos salió una lagrima, jamás había sentido un dolor similar, esas espinas no eran normales, pues todos los lugares donde se había herido se le entumecían los músculos como si tuviera veneno corriendo por sus venas pero no le importó, su voluntad sería más poderosa que el dolor.
—No sigas… Te harás daño— Murmuró.
—Si no continuamos daño será el que me cause tu madre si no te llevo viva— dijo entre dientes
Su camino continuó doloroso y en algún momento Kuvira cayó de rodillas contra el ardiente suelo, emitió un grito doloroso que estremeció a la joven que cargaba y se mantuvo jadeando con cansancio.
—Si tan solo no hubiera sido tan impulsiva— Bajó de la espalda de la maestra metal para mirar su estado— Esto no te estaría pasando— Se notaba como Kuvira luchaba por mantenerse despierta.
Opal desesperada tomó la cantimplora que Kuvira cargaba y la inclinó sobre sus labios resecos, era muy poca la cantidad de agua que había salido de la seca cantimplora pero fue suficiente para darle algo de fuerza.
— ¿Qué has hecho?— protestó la mayor.
—Estoy tratando de evitar que mueras — Le encaró— Si seguías así te deshidratarías más.
—Tú eres la prioridad ahora Opal— La miró.
—No lo soy, ¿por qué aún quieres protegerme? ¿Por qué me cuidas?— La miró la menor con lágrimas en los ojos— Por mi culpa estás así, es mi culpa que mi madre se comporte así contigo, si yo no hubiera nacido… Tú eres más digna de ser hija de Suyin Beifong, Kuvira, tú deberías ser su heredera, no yo— La abrazó— Es mi culpa que tu sufras, mi entera y completa culpa, no debí nacer.
— ¡Cállate Opal!— Le soltó un bofetada suave pero que logró que la mirara— No niegues tu nacimiento— La hizo separarse de ella para ver sus ojos llenos de lágrimas— Qué tu nacieras fue lo mejor que pudo ocurrirle a tú madre ¿Me entiendes? No importa que no seas una maestra, eres su hija, te ama y créeme cuando te digo que nada de esto es culpa tuya.
—Pero… desde que yo nací ella te alejó— Argumentó.
—Pero no ha sido culpa tuya, simplemente ella jamás me quiso como parte de su familia— Sonrió, con una sonrisa cargada de amargura que la hizo desear volverse pequeña y desaparecer.
—Tome unos frutos de los cactus — Cambió el tema— Pero se han deshecho cuando pasé entre ellos— Murmuró sacando la pulpa destrozada de sus bolsillos.
Sin una palabra más volvió a acomodarse y Opal subió en su espalda resignada en no hacer cambiar de opinión a la testaruda guardia pero al menos se sentía con mucha paz luego de escuchar cómo incluso en una situación de vida o muerte ella no la odiaba.
Llegaron hasta el monasterio cuando el sol estaba a la mitad del horizonte, el calor se estaba retirando para dejar entrar una ligera brisa helada.
El primero en avistarlas fue una guardia que corrió a avisar a la matriarca, Kuvira llegó hasta la entrada del monasterio donde Suyin casi le arrebató de los brazos a Opal a la de ojos olivas.
Se quedó parada mirando a la matriarca besar y a acariciar el rostro de su hija mientras la joven del lunar esperaba a que su cuerpo colapsara por el cansancio y el dolor.
Se derrumbó por partes, primero su piernas cedieron a su pesó y sus brazos pararon parte del golpe manteniéndose un momento más consciente hasta que estos no soportaron a su torso y su cabeza cayó contra el suelo rocoso y arenoso.
La vista se le nubló, solo quería que todo su sufrimiento acabara y no arrepentirse de salvar a la joven, no escuchó nada más que un débil "Capitana"
Abrió los ojos de golpe al sentir como un rayo de dolor le atravesaba la espalda y la arqueo sujetándose de lo primero a su alcance; una almohada.
Lo siguiente que sintió no fue menos doloroso, le extraían todas las espinas del cuerpo hasta que no quedó ninguna, luego la hicieron levantar y dio pasos débiles hasta una pileta donde los monjes que eran maestros agua comenzaron a sanar su cuerpo lo más que pudieron.
Cuando terminaron le ayudaron a vestirse con un uniforme que su segunda al mando le había llevado, dos chicas de la nación del fuego le ayudaron a recostarse en la cama de la enfermería para luego hacerle beber una mezcla extraña, que dijeron que le ayudaría a reponer los minerales que había perdido con la deshidratación. Luego le acercaron comida, en su mayoría vegetales pero agradeció para ser ayudada a comer.
—Tus heridas no son normales— La miró una de las jóvenes de la nación del fuego, su piel era blanca, su cabello negro intenso y sus ojos ambarinos— Las espinas del garambullo tienen una sustancia que causa parálisis y escozor en las heridas.
—No es como el efecto de un veneno, pero cuando te hieres con una sabes que no es una herida normal, además de que su forma de hoja de cuchillo no ayuda en que sea menos doloroso sacar la espina— Argumentó la otra chica.
— ¿Cuántas me han extraído?— Preguntó la joven del lunar.
—Puedes contarlas— La joven que la alimentaba dejó el plato a un lado y le entrego una vasija de barro con muchas espinas, desde las más largas que llegaban a medir hasta cuatro centímetros y medio, hasta unas más pequeñas de dos centímetros.
—Son muchas— Se hastío luego de contar veinte y notar que le faltaban aún más por lo que dejó de lado las espinas para mirar el techo con cansancio.
Al ver que la joven estaba de mal humor las chicas se fueron dejándola sola, Kuvira estaba tan metida en sus pensamientos que apenas notó cuando uno de sus guardias entró a la habitación.
—Qué alivio me da ver que está usted bien capitana— La miró la joven— Bueno dentro de lo que cabe, puesto que le han retirado las espinas y ha sido sanada.
—Eso creo— Murmuró— Aunque aún debo enfrentar las consecuencias de la huida de Opal.
—Bueno es verdad pero, no creo que la matriarca esté tan enojada al ver que la ha traído de vuelta— Le consoló.
— ¿A qué hora nos iremos mañana?— Suspiró la joven con fastidio.
—Por la mañana o para ser exactas en un par de horas— La miró— Yo vendré para ayudarle a caminar.
—No será necesario puedo andar a pie yo sola— La interrumpió
—Como quiera, por ahora debo irme a hacer guardia, debería dormir un poco capitana— Le aconsejó.
«Como si pudiera hacerlo» pensó la mujer mirando el techo, no le quedaba de otra. Pero conforme se esforzaba por quedarse dormida más miserablemente fallaba.
Se impulsó con ayuda de su brazos para ponerse de pie, sentía el dolor y los calambres en su cuerpo con cada movimiento pero eso no la detendría de caminar un poco, una vez sentada en la camilla se colocó sus botas y comenzó a andar en silencio por los pasillos, a pesar del dolor no quería estar confinada a un cuarto siendo que no podía dormir, se detuvo en una ventana mirando la luna iluminar el monasterio, era una vista hermosa, no tanto como la de Zaofu bajo el manto de la noche, pero eso era natural, no artificial como los enormes domos de la ciudad del clan metal.
Se quedó contemplando hasta la salida del sol, se dirigió a su cuarto de la enfermería para terminar de vestirse con la armadura completa y se dispuso a acomodar a sus soldados, el viaje fue callado a pesar de seguir como escolta con la matriarca y su familia, sabía que llegando a Zaofu las cosas serían muy distintas.
Actuó con más silencio del habitual, incluso cuando todos los guardias estaban en la mesa principal en las comidas ella prefería comer en la cocina junto con chef, no era tonta y sabía que Suyin a pesar de todo estaba muy molesta con ella.
El detalle de su enojo no pasaba desapercibido, pues al llegar a Zaofu las órdenes de la matriarca habían sido muy claras. "Día y noche por una semana vigilarás sin descanso, pero aun así no te librarás del castigo por tú falla"
La joven guardia asintió en silencio, no dijo nada solo se dio la vuelta a cumplir con las órdenes, hacía cuatro días de eso y la verdad era que no le quedaban ganas de nada, en la cima de uno de los capullos miraba a la lejanía y pensaba en cuanto tiempo tardaría en alcanzar el suelo y morir, o mejor aún en cuanto tiempo sería atrapada si quisiera desertar. Había cinco guardias a su alrededor, podría bajar alegando alguna cosa que hacer, luego salir de la ciudad caminando, en las afueras había cerca de quince guardias, si los evadía llegaría hasta un bosque en el cual tras pasar una zona pantanosa había un pueblo, allí podría vivir con su dinero de Zaofu un tiempo hasta trasladarse a otro sitio e iniciar la vida que ella deseara, no empero huir de sus problemas la volvería una cobarde y no lo era, solo por afrentar a la matriarca le temblaban las piernas. «Se conformara con desterrarme de su utopía, o quizás enviarme a trabajar en las minas» Pensó con cansancio «Pero lo que más me aterra es que me vea con esos ojos decepcionados y ese gesto enojado, me terminará de romper en mil pedazos al saber que no desea volver a verme definitivamente» Suspiró
Estaba ahora mismo en la antesala al castigo, si bien no era una persona que pudiera dormir mucho, las pocas horas de sueño con las que contaba le llenaban de energía, pero no dormir, era demasiado para ella. Tampoco había comido mucho en los últimos días, no tenía humor para adentrarse en la casa mayor más de lo necesario, menos hablar de ir a curar sus heridas.
Su porte recto que había mantenido hasta el momento más por orgullo que por otra cosa fue quebrándose poco a poco hasta que pasó a estar mirando el vacío de la gran altura y eso no le afectaba en lo más mínimo, se sostenía del barandal con sus fuerzas restantes, hasta que sucedió, cerró los ojos y su cuerpo sucumbió ante el cansancio.
Antes de caer en el profundo vacío de la oscuridad podía escuchar voces que la llamaban y varias manos y brazos moviéndola. Pero no podía abrir los ojos, no quería, por primera vez en muchos años aunque fuera obligada se volvería egoísta y no despertaría en mucho rato se perdería en el profundo abismo de sus sueños.
Despertó en la cama de su casa y aunque parecía que estaba sola pudo escuchar perfectamente el ruido de alguien usando los sartenes, lo que vio casi la hace volver a la cama para pensar que era un sueño o una pesadilla.
—He logrado hacer que mamá piense que estas aún de guardia, tus soldados de confianza me han ayudo a traerte aquí cuando miré que te desvanecías— Suspiró la joven sirviendo en dos cuencos sopa de fideos con puerco.
—Opal…— La miró extrañada— No entiendo…— Llevó una mano a su cabeza que comenzaba a sufrir una migraña.
—Si… estaban muy renuentes a ayudarme… Pensaban que bueno, te acusaría con mamá— Admitió la joven tomándola del brazo para sentarla en la mesa a comer.— No estoy de acuerdo con lo que ella ha hecho contigo… pero cuando te mande llamar yo le diré las cosas como son, no debe culparte.
La chica del lunar se había quedado sin habla, no sabía bien que decirle a la joven delante de ella, era tan inesperado y confuso. Por lo que solo comenzó a comer en silencio disfrutando la sopa, hacía días que la comida no le sabia tan bien.
—Está deliciosa— Murmuró sintiendo su voz ligeramente ronca.
—Gracias, no es la comida del chef pero al menos… Hoy estas comiendo— Sonrió tímidamente la menor. — ¿Has dormido bien?
—Lo he hecho, gracias por todo esto— Agradeció antes de continuar su comida en calma.
Cuando ambas terminaron, no sabían muy bien de qué tema usar para continuar hablando, entró entonces la guardia de confianza de Kuvira anunciando que Suyin quería verla y que lo mejor sería que comenzara a moverse para presentarse ante ella.
Opal se adelantó llegando donde Suyin y Kuvira no tardó demasiado en llegar ante ambas mujeres y se irguió orgullosa, derecha e imponente como una muralla a pesar del cansancio y todo lo sucedido, aun no la derrumbaban.
— ¿Quería verme?— Preguntó respetuosamente.
—Si…— La escrutó en silencio— He decidido cual será tu castigo Kuvira, Te voy a degradar, por tu incompetencia quedas degradada a jefe de área, tu sección será la zona Sur, ordenaré que se te asigne una casa en aquella área— Habló con seriedad— No volveré a cometer el mismo error, confíe en una joven con poca seriedad y madurez para que llevara toda la seguridad de mi gente y de mi familia principalmente y no volverá a pasar, no volverás a ser escolta de nadie en mi familia, has sido una enorme decepción.
Opal observó como la mayor se mantenía fría e inexpresiva como un bloque de hielo sólido, Kuvira era orgullosa y no demostraría lo mucho o poco que le dolía todo lo que estaba sucediendo y de nuevo era su culpa.
—Madre… No quiero que hagas esto, lo que pasó fue culpa mía y solo mía, yo… escape, les dije a los guardias que si no me dejaban salir haría que los degradaras, los guardias siempre estuvieron allí y al no dejarme irme los amenacé, fui egoísta y no pensé que mis acciones podrían afectar así a Kuvira, que solo tuvo la culpa de desear salvarme y herirse ella de gravedad en el proceso…
—Opal, no quiero que me interrumpas, si esos guardias se asustaron por tu amenaza continúa siendo culpa de la capitana por llevar a una misión de importancia conejillos asustadizos— La miró Suyin furiosa.
—Pero madre, no me estás escuchando, fue mi culpa, solo mía— La interrumpió.
— ¡Deja ya de defenderla Opal!— Exclamó
—No dejaré de hacerlo mientras tus intensiones sean las mismas
— ¿Me enfrentas con tal de defenderle?— Su mirada se hizo aún más furiosa.
—Lo hago, porque tú eres egoísta y manipulado…— No pudo continuar puesto que el sonido de un golpe resonó, Suyin había golpeado a su hija.
La joven rompió en lágrimas abrazando a la mayor con fuerza, Kuvira no supo cómo reaccionar por lo que solo la abrazó de vuelta consolando a la menor.
—No es tú culpa y no provoques más a tú madre Opal— La consoló Kuvira.
—Lo siento tanto Kuvira— Murmuró ocultando su rostro avergonzado
—Opal…— Se acercó Suyin aún más enojada observando a la guardia con recelo— Tu y yo hablaremos de esto más tarde cariño— terminó por decirle, arrancando a su hija de los brazos de la guardia. — Y tú lárgate a tú nueva área, ojala pudiera hundirte en un celda, sin embargo no seré tan impulsiva como para hacerlo, eso supondría que todos mis guardias se vuelvan en mi contra. Vete.
La guardia salió de la oficina de la matriarca dejando a una arrepentida Opal y una furiosa Suyin.
Caminó con pasos lentos y temblorosos, no sabía cómo reaccionar a pesar de todo. No era como que tuviera opciones sobre qué hacer con su situación actual, solo obedecer y continuar a los pies, caminó hasta salir de Zaofu encontrándose un lugar perfecto para soltar toda la frustración que corría en sus venas; Un pequeño bosque al borde de una montaña, allí comenzó a liberar todas las cosas que se tragaba y comenzó a golpear las rocas con furia, estaba harta de tener que soportar a la matriarca, sus desplantes, la indiferencia, el sarcasmo, el odio que profesaba por su ser.
Le dolía todo lo que sucedía, ¿quizás no era ella el problema o sí? No quería seguir siendo el problema, deseaba ser la solución pero no el problema.
— ¡Demonios!— Gritó con fuerza golpeando con aún más fuerza la montaña— ¡Los odio a todos! ¡Te odio Zaofu!— Las lágrimas comenzaron a brotar de su rostro mientras lanzaba maldiciones y comenzaba a sentir el dolor en sus nudillos sangrante.
La fuerza de su ira comenzó a disminuir mientras que su dolor físico y mental salía manifestándose en su cuerpo obligándole a irse achicando hasta quedar enconchada sollozando y gritando con fuerza, quería exclamar tan alto para quedarse sin voz, de esa forma se sentiría mejor con todas las órdenes que le daban, así sería muda en realidad y no por su estúpida lealtad.
Desea lastimarse hasta sentir alivio, hasta que el daño curara el dolor en su pecho, quería calmar la bestia que vivía en su interior para volver a que le colocaran la correa.
—Malditos desgraciados… Malagradecidos infelices— Comenzó a reír amargamente mientras rasguñaba el suelo con furia golpeándolo— Mi vida perdida…— Una vida llena de servicio y lealtad a ese lugar era pagado con tanto desprecio se sentía malditamente estúpida. — Una vida queriendo agradar… que me quisieran o me valoraran… ¿Y todo para qué? Ser desechada al mínimo error.
« ¿Por qué no me alejé cuando miré esas cúpulas? Pude haber estado mejor en otro lugar, pero tontamente pensaba que Zaofu sería un…»
—Hogar…— Se acostó contra el suelo, su cabellos estaban sueltos y se extendían por el suelo como una cascada de ébano, su rostro impasible estaba marcado por el dolor desfigurado por el odio y la decepción mientras que su siempre pulcro uniforme estaba llenó de tierra y sangre.
Respiraba agitadamente, casi podría jurar quien la viera que bramaba como un toro -rinoceronte enfurecido. Se quedó así postrada en el suelo hasta que se sintió lo suficientemente fuerte para entrar a esa lluvia de flechas que le esperaba y ella era tan tonta como para entrar allí sin escudo o armadura.
Antes de llegar se inclinó en un riachuelo a lavar sus nudillos y su rostro, respiró profundamente para recuperar su semblante habitual y su porte orgulloso, no importaba, ella seguiría viva y retándola para que la odiara más, no le daría el gusto a Suyin de ver su cadáver.
Caminó por la ciudad, escuchaba los murmullos imprudentes de todos los que habían estado bajo su mano que al verla pasar la miraban con lástima, otros regocijándose y algunos otros con compasión, no le importó, solo fue a su casa y tomó sus pocas posesiones de valor, un relicario de plata, un anillo de acero y una cadena de oro. Salió de la que fue su casa dejando todo intacto, caminando hasta donde el ex jefe de la zona norte de Zaofu y se reportó como la nueva jefa. Le asignaron una casa nueva, solo tenía una cama individual y dos mantas, pero no le interesó, solo quería aprovechar al máximo su sueño antes de madrugar.
Suyin no conseguiría alguien tan capaz y preparada como ella para el puesto de capitán, afortunadamente sabía que todos los soldados la respetaban y la desobediencia al nuevo "líder" se reflejaría de inmediato. A sus veinticinco años había hecho algo bien, dirigir una ciudad entera.
Más animada con ese pensamiento se hecho a dormir, quizás con suerte descansaría luego de ese desahogo mental.
Cayó en un profundo letargo, pero no por eso eran dulces sueños.
Uniforme verde intenso, cabello oscuro, un rostro borroso pero lo que veía claramente era un campo de batalla miles de soldados con un estandarte extraño, estaba en las praderas de Zaofu, esa mujer atrapó a alguien más joven con placas de metal, manipuló la tierra y logró capturarla, su sonrisa era cínica y siniestra, su habilidad para moverse era impresionante.
Pero lo más notable era la joven de pelo corto y profundos ojos azules, reflejaban un dolor profundo anidado en alguna parte de su ser. No mostraba miedo a pesar de saber que la persona frente a ella iba a matarla.
Y lo hizo, desprendió otra banda de metal, la afiló con un solo movimiento la envió como un silencioso ejecutor directo a su cuello.
Despertó jadeante y con el sudor aperlando su frente, sintió nauseas de casi ver un asesinato en su sueño, comenzó a preguntarse a que se debían todos y cada uno de los sueños que la invadían noche tras noches, siempre con esa mujer, siempre con la joven de cabellos cortos y otras ocasiones con cuartos solitarios y oscuros y pesadas cadenas reteniéndola mientras que un remolino de voces la torturaban.
Se levantó de la cama para despejarse en el baño, llenó el lavabo con agua para mojarse el rostro, se miró al espejo, se veía terrible, sonrió ante la idea y se dio una ducha con agua fría, se vistió con un uniforme limpio y se vendó los nudillos, para salir a cumplir con su deber.
Pasaron tres meses, tiempo en que ella tenía la zona Sur de Zaofu impecable, se convirtió en el sector más seguro reemplazando el centro, el cual desde su destitución se había vuelvo un caos según lo que escuchaba en las calles.
La zona sur cerraba su cúpula puntualmente, mientras que las demás zonas tardaban primero minutos más, para convertirse luego en horas. Los soldados hacían lo que deseaban, no obedecían a los nuevos capitanes, además de que tampoco los capitanes nuevos eran competentes para un puesto como ese en el cual el capitán no era solo soldado, era diplomático, niñero, mandadero, constructor, ingeniero, arquitecto, médico y en pocas ocasiones hasta consejero junto con Aiwei, la mano derecha de la matriarca.
La matriarca se encontraba sumamente frustrada por no encontrar a un ser humano en su ciudad que pudiera ayudarle en el puesto de capitán, había cambiado de capitán diez veces en las últimas semanas y todos dejaban el puesto al ver que no eran respetados ni obedecidos.
Mientras que los demás aspirantes y candidatos al puesto simplemente se negaban y rechazaban la ascensión.
—Maldición— Murmuró la matriarca— Esa mocosa insolente está conspirando en mi contra, no puede ser posible que nadie en todas las filas sea capaz de desenvolver un papel tan fácil como mandar.
—Lamento contrariarla— Comenzó el hombre— Pero la verdad es que Kuvira no se encuentra conspirando en su contra, ella ha estado en su zona sin salir de ella, cumpliendo su trabajo.
—Para poner a los soldados en mi contra y volverlos rebeldes solo debe comunicar por medio de otra persona— Le interrumpió— No debe salir de su zona.
—Continuo con mi punto— La miró con seriedad— El trabajo del capitán es ser su mano izquierda o derecha, le recuerdo que su capitán debe saber satisfacer todas sus necesidades y las de la ciudad, además, ninguno de los capitanes que ha impuesto ante sus soldados son personajes de formación militar, mucho menos política, no lo ha notado pero solo bajan y ordenan como si fueran reyes.
—Para eso están mis guardias, para obedecer a quien yo coloque como figura de mi autoridad— Protestó.
—Se equivoca en eso, la joven a quien usted minimiza lo más que puede tiene el respeto de toda la guardia de Zaofu, porque se lo ha ganado, un líder no puede simplemente ordenar, debe tener el respeto de su allegados, si usted no fuera respetada Zaofu no sería la Utopía que es, aunque actualmente en decadencia.
—No es posible que por la ausencia de una sola persona esté sucediendo eso— Murmuró sujetando su cabeza.
—El problema es que no es una sola persona, era la capitana que llevaba en su puesto seis años y que lucho por conseguirlo— Miró por la ventana— La zona Sur está en perfecto orden, ahora es el lugar más seguro de Zaofu, puesto que gracias al inestable mando de las demás áreas se han colado personas de otros lugares y ha habido robos y asaltos, incluso sucedieron tres violaciones, siendo que nuestro saldo era blanco.
—No, ¿Por qué la ausencia de ella es tan vital?— Comenzó a exasperarse— ¿Qué opciones tenemos?
—Que ella regrese su puesto o nos convertirnos en ciudad república— Expresó con simpleza.
—No puedo devolverle su puesto— Sentenció.
— ¿Será acaso porque busco un pretexto para sacarla de su vida porque le incomoda el lazo que creó con su hija? ¿O quizás porque no tolera el hecho de tener que tragarse sus palabras? Déjeme recordarle que el orgullo jamás la ha llevado a nada bueno, y que Kuvira jamás tuvo la culpa del incidente, su hija fue la causante de todo esto y usted fue la madre sobreprotectora y ciega que prefirió condenar su ciudad sabiendo que Kuvira es vital para el funcionamiento de ella hasta que llegué un soldado que logre ganarse el lugar de la joven.
— ¿Podrías apoyarme un poco Aiwei?— Protestó
—No, porque sé que aunque usted lo niegue siente cariño por la joven pero es tan orgullosa que no puede admitir que se equivocó con ella— La miró.
—Déjame sola un momento— Le ordenó.
La matriarca comenzó a masajearse las sienes, desde que quitó a Kuvira de su puesto no había tenido un momento de tranquilidad, pensó que sería fácil reemplazarla, que cualquiera podría cumplir su trabajo pero ahora se daba cuenta del error que había cometido con su tonto orgullo.
Se sirvió una copa de vino y la bebió con calma sopesando la situación en la que se encontraba y al terminar dos copas más decidió llamar a la joven. Aunque contrario de lo que esperaba la Kuvira seguía mirándose radiante, incluso las ojeras que poseía debajo de sus ojos se habían atenuado.
— ¿Deseaba verme?— Preguntó irguiéndose orgullosa ante ella, su rostro era inexpresivo y parecía no guardar ningún rencor o enojo.
—Sí, mira Kuvira… Yo sé que…— Suspiró con un nudo en la garganta— Qué lo que sucedió con Opal no fue tu culpa— Inició— Y que yo…— Consideró que palabras decir, pero solo quería pedirle que volviera a su puesto— Me equivoqué, así que quiero ascenderte de nuevo a capitana— No se disculparía, de eso estaba segura, ella no era un persona que pudiera recurrir a las disculpas.
—Bien, ¿Cuándo comienzo?— Contrario a lo que pensaba su expresión no cambió, simplemente buscó sus ojos para saber qué día comenzar a cumplir con sus labores.
—Mañana mismo…— Se quedó sin aliento al ver esa gélida mirada, no era lo que ella recordaba en la joven. — Puedes retirarte.
Simplemente salió de su oficina sin decir nada más, por mucho que lo odiara había logrado que esa coraza de platino se forma en torno a la joven, por un momento extrañó sus ojos expresivos, su mirada serena y servicial que nacía con todos. Sin quererlo convirtió a la joven en un bloque de hielo, quizás para protegerse o solo por ganas, se sorprendía de lo cambiada que esta se mostraba.
Con las semanas las cosas en Zaofu volvieron a la normalidad, como si nada hubiese pasado los soldados al ver a su líder de regreso obedecían sin protestar y hacían su trabajo incluso con alegría.
Aunque no quisiera admitirlo Kuvira era su segunda al mando, había aprendido a satisfacer sus exigencias, a dirigir a miles de personas, a ser servicial con todas las personas, la había educado para ser una líder y esto sumado a su don nato, se había convertido en una dirigente ejemplar.
Estaba cansada de tener en la que fuera hasta su consejera un bloque de hielo, no sabía el motivo de su aparente transformación, pero estaba segura de que se comportaba así solo con ella. En el interior de su ser sabía que no iba a ser tan fácil como solo devolverle su puesto, la joven quería una disculpa sincera de ella, cosa que haría solo porque estaba cansada de tener por capitán a lo más similar con una pared.
La hizo llamar teniendo en su escritorio un té de loto, era el favorito de la guardia y trufas, aún recordaba que tipo de cosas usaba para sobornarle cuando niña.
En su mente sus recuerdos la hicieron sumergirse en la época antes de nacer Opal, Kuvira era su adoración, la amaba como si tuviera su sangre y la niña a pesar de todo era fiel a la matriarca.
Al llegar ella salió de sus pensamientos y le pidió que tomara asiento.
—Kuvira… —comenzó sirviendo té en las dos tazas— Hoy quiero decirte algo importante.
El hielo se volvió blando un minuto, lo suficiente para tener su total atención, cosa que la hizo sentir más segura de continuar hablando, la joven bebió de la taza mirando con atención luego de degustar.
—Me ha tomado un tiempo reconocer pero… Yo— Suspiró— Me equivoqué.
— ¿A qué se refiere exactamente? — La miró.
—Me refiero a que yo actué mal contigo… y que yo quiero pedirte disculpas— Suspiró— Por todo el daño que te he causado.
La menor solo se quedó contemplando su taza, quizás procesaba el hecho de que la matriarca tan orgullosa como era le hubiese pedido una disculpa o quizás solo la veracidad de sus palabras.
Se enderezó en su silla y notó como el brillo de los ojos de su capitana eran distinto, sus orbes olivas eran más expresivos.
—Yo acepto sus disculpas— Suspiró— Y agradezco su sinceridad.
La matriarca sonrió aliviada y satisfecha, estaba preparada para recibir una respuesta negativa a sus disculpas, puesto que no era para menos, la hubiera comprendido si se hubiese negado a aceptar sus disculpas e intentaría disculparse de nuevo aun así.
Luego de ese día las cosas comenzaron a tomar su orden en Zaofu con la matriarca comportándose más tranquila e incluso más atenta con la chica del lunar, mientras que Zaofu se mantenía seguro y en paz.
La guardia realizaba su recorrido por los jardines. Se acercó a los tulipanes terracota y sonrió apreciándolos, toco sus pétalos tan suaves y se permitió maravillarse con la simpleza de su camuflaje rocoso, era perfecto para engañar a cualquier despistado que no mirara con atención el paisaje.
Soltó un suspiró y miró el agua que corría por el río que atravesaba los jardines, unos patos-tortuga paseaban por el agua llamando su atención, observó la pequeña familia, la madre, el padre y dos patitos-tortuga que nadaban presurosos, un poco más lejos de ellos un pequeñín más que trataba de alcanzarlos nadando con rapidez.
Dejó salir una pequeña risa y sintió pasos cercanos a ella, se dio la vuelta para mirar a quien se le acercaba.
— ¿En qué puedo ayudarte Opal?— Desvío su mirada de los animales y analizó su rostro, lucía más fresco que la última vez que la vio
—Yo quería agradecerte por salvarme— Sonrió— Bueno, hacerlo propiamente, luego de todo este lío, no tuve oportunidad de hacerlo
—No es necesario — La miró— Cumplía con mi deber.
—Pero no fue solo tu deber, si tu hubieras querido dejarme allí lo hubieras echo, solo hubiera bastado decir que había encontrado mi cuerpo o que no habías visto nada— Tomó la mano de la mayor— Además si yo no hubiera huido mi madre no hubiera creado todo este desastre, así que gracias por salvarme de una muerte segura.
—Quizás, me hubiera evitado mucho dolor si no hubiese ido por ti— Sonrió con calma la mayor— Pero no se hubiera comparado al cargo de consciencia que me hubiese provocado. No importa, lo bueno es que he limado asperezas con Suyin.
—Siempre has estado defendiéndome del mal, y no quiero seguir siendo un cargo para ti— Meditó la menor
—No lo eres, mientras terminas de aprender de lo que te rodea quiero ayudarte en lo que pueda, Suyin te ama, eres su hija, he sido testigo de lo que significa el amor de una madre— Miró la mano de la joven— Yo quiero y aprecio a Suyin a pesar de todo, porque sin ella no estaría yo aquí, he descubierto que el bienestar de todos sus hijos es el de ella, y si yo puedo hacer que tu madre este bien ayudándolos a ustedes lo haré.
—Ella también te quiere— Habló con certeza Opal— Pero mi madre es muy mala actuando ante su orgullo y remediando sus errores, que se disculpara contigo fue un gran logro.
—No la culpo, yo también soy muy orgullosa— Admitió— Pero estoy feliz de que todo esté en paz de nuevo — Suspiró.
—Kuvira… déjame darte un agradecimiento por todo lo haces por mí— Antes de que pudiera negarse se paró de puntitas, ayudándose de la mano que le sostenía la atrajo más a su altura y tomó el mentón de la mayor con delicadeza plantando un beso en la comisura de sus labios— Gracias por todo.
La mayor quedó un momento pensando y analizando la situación, no era normal en ella que no supiera cómo reaccionar o que hacer por lo que sonrió de medio lado y le tendió el brazo a la menor, al fin y al cabo tenía unas cuantas horas libres pues la guardia que realizaba en el momento la hacía por ocio.
— ¿Quieres acompañarme a comer?— La miró la mayor con calma.
—Claro que si— Aceptó su brazo y caminaron juntas.
—Por cierto, cuando robes un beso, robalo bien— Opal miró confundida a la mayor que le sonrió de medio lado antes de robarle un suave y delicado beso, al ver que Opal no se resistió continuo hasta que ambas se separaron, la mayor esperando una reacción negativa y la menor con las mejillas teñidas de rojo
—Lo tomaré en cuenta— Sonrió tímidamente.
Y continuaron su camino entre pláticas suaves y amenas. Era solo un día más en Zaofu.
Fin...
o no...
