Más. Un poco más. Tan sólo unos pocos minutos más de calidez, de tibieza. Prolongar hasta lo último su tiempo en aquel refugio fuera de la realidad. Su abrigo, su cobijo. Dejar fluir el calorcillo por todo su cuerpo, saborear con gusto el dulzón aroma del sopor. Sentir el roce de la seda contra su piel y las sensuales curvas de las almohadas bajo su faz. Sublime y gentil, su paraíso.

Allí no había nada de qué preocuparse; ni sumas, ni herencia, e intelecto que valiera. El apellido Ootori no era más que una yuxtaposición de sílabas, mero y sin sentido. No servía de nada. Sólo había lugar para las sensaciones, las más pueriles, sencillas y humanas sensaciones. Simples y deliciosas. Sin un lugar para la ciencia o la paciencia, sólo paz. Absoluta y etérea.

Era el país de las maravillas y él era el rey, soberano y señor. Como si el Rey de Corazones se hubiera caído dentro de la madriguera persiguiendo al conejo blanco, permaneciendo así en perpetua rendición. Dejándose caer por siempre, sumergiéndose cada vez más y más en el abismo negro de los sueños, donde los gatos pueden sonreír y las matemáticas son utilizadas para untar con mantequilla el pan. Pero, de repente, sin poder llegar nunca al fondo, empieza a subir. Esclarecen en su pensamiento la lógica y el protocolo, mientras intenta refugiarse de los brillantes rayos del sol bajo la sombra de sus finas sábanas. Sus músculos se estiran y sus huesos se desatan con un tenue repique, su garganta carraspea por la falta de uso. Es de día, y su llegada alumbra su mente y le hace ver que su reino no era más que simples sombras danzantes en la oscuridad.

La luz le muestra la realidad clara y cruda, como siempre ha sido. Su nombre es Ootori Kyouya, el menor de los hermanos Ootori, un miembro más de la prestigiosa familia. Ni mucho más ni poco menos. Aunque, la claridad también le revela una intrusa presencia dentro de sus aposentos privados. En su misma cama inclusive, y la familiaridad que le acarrea dicha presencia evita la necesidad de sus anteojos para definirla.

– ¿Sabes? – comentó una voz a su lado, casual y algo aguda. – Cuando duermes, eres terriblemente expresivo, Kyouya-sempai.

El Ootori no fue capaz de reprimir la sonrisa que le provocó la ironía de esa oración, ni el bostezo que se le escapó poco después. Se incorporó con pereza, peinando distraídamente con sus largos dedos sus oscuros cabellos. – No puedo dejar de observar que está ya es la segunda vez que te escabulles hasta mi cama, Kaoru.

El aludido se mostró indiferente ante la observación, aunque el moreno no pudo dejar de notar que los ojos del pelirrojo perdían el usual brillo. – ¿Te molesta? No tengo nada mejor que hacer, además… – agregó, recuperando su mueca divertida – me gusta verte dormir.

Kyouya alzó una ceja, escéptico, pero el Hitachiin sólo se limitó a sonreír mientras apoyaba su mentón sobre la palma de su mano y balanceaba sus piernas sobre el aire.

– ¿Qué? Es normal que los alumnos de grados inferiores sientan atracción por sus sempais, ¿no? – explicó Kaoru, aparentemente ofendido por el escepticismo del Ootori.

El moreno ahogó su respuesta en un suspiró, y prosiguió a levantarse de su cómoda cama con parsimonia, deshaciéndose de las sábanas mientras las lanzaba en dirección del menor – ¡Oi!

Kyouya siguió hasta su vestidor mientras hacía como si el pelirrojo no se encontraba en la estancia. Se despojó se sus pijamas y se dispuso a vestirse con lo primero que encontró, algo con colores oscuros, práctico y refinado, como todo su guardarropa.

– ¿Te estás vistiendo? – se escuchó la voz del Hitachiin desde afuera. – Ponte algo casual, vamos a salir.

El mayor abrió la puerta de golpe, tomando desapercibido al pelirrojo, para después dirigirse al baño. – ¿Salir? – inquirió, mientras lavaba la cara con ambas manos. – ¿Es esto algo del club?

Kaoru se acercó lentamente, hasta apoyarse de costado sobre el umbral de la puerta del baño del Ootori. – No.

Kyouya se secó con una toalla, restregando su piel contra la tela. ­– ¿Entonces?

El menor de los Hitachiin desvió la mirada, visiblemente incómodo. – No sé, yo pensé... – el pelirrojo se abrazó a sí mismo con ambos brazos, sin poder encontrar las palabras correctas para terminar su oración.

El Ootori se colgó la toalla sobre el cuello, y con la punta de su franela se dispuso a limpiar los cristales de sus gafas. Se las colocó sobre el puente de la nariz y fijó su mirada sobre el pelirrojo frente a sí. – ¿Qué pensaste, exactamente, Kaoru?

Kaoru no tuvo más remedio que responder cuando su sempai hizo uso del tono autoritario que le había consumado como la verdadera autoridad del club. – ¿Quieres salir conmigo? – terminó finalmente, con decisión.

El moreno no pudo ocultar la sorpresa que se adueñó de sus facciones cuando el Hitachiin hizo su propuesta, pero tuvo que admitir que era sincera cuando le miró directamente a los ojos. Aunque eso no hacía mucha diferencia, después de todo.

– Kaoru, ¿qué haces sin tu hermano? – preguntó Kyouya, sagaz, después de un silencio prolongado. Colgó la toalla en su lugar y volvió a la recámara principal para sentarse en su escritorio y revisar su agenda. El pelirrojo le siguió sin apuro.

– Tú sabes – informó el menor, haciendo a un lado los libros y documentos sobre la mesa para poder montarse en ella. – Más que nadie, tú deberías saber.

Kyouya le miró fulminante, pero el Hitachiin no se amilanó. El Ootori le ignoró tajantemente mientras prendía su móvil para chequear sus mensajes.

Kaoru bufó fastidiado al ser ignorado una vez más. Se cruzó de brazos y piernas sobre el escritorio mientras observaba por el rabillo del ojo cómo el mayor leía sus notificaciones. – ¿Algún mensaje interesante, Kyouya-sempai?

Lo interesante era la falta de, sin lugar a dudas. Dos mensajes de su hermana, las usuales notificaciones de sus cuentas, un mensaje en cadena de Hani-sempai y ya.

– ¿Sin noticias del tono? – inquirió el menor con desdén.

Kyouya apagó su móvil. Se lo metió de en el bolsillo y se levantó de su silla. Kaoru se bajó de la mesa en un brinco.

El menor de los Hitachiin estiró sus delgados brazos por sobre su cabeza y se dirigió al menor de los Ootori – ¿sabes? Nunca respondiste mi pregunta – recalcó, refiriéndose a su ignorada propuesta.

Kyouya escondió sus manos en los bolsillos de su pantalón. Era mediodía en un sábado, sus deberes estaban hechos y no tenía nada que estudiar. Tampoco tenía ninguna reunión y, en definitiva, no se quedaría todo el día en su casa esperando por una llamada que sabía no llegaría nunca. Además, el Hitachiin podía llegar a ser bastante persuasivo.

El Ootori suspiró derrotado – ¿por qué no?

– ¡Sí! – celebró el pelirrojo, formando una v de victoria con sus dedos índice y corazón. Acto seguido se enlazó al brazo del moreno como un pulpo y lo llevó sonriente hasta la salida.

Kyouya se dejó llevar porque, realmente, ¿qué tan mal podría salir aquello?


N/A: Bueno, la verdad no sé muy bien a dónde nos va a llevar esto. Como ya tengo indicado en mi perfil, de verdad no esperen actualizaciones constantes. Esto fue producto de la portada y primeras páginas del capítulo 73 del manga, donde mi primera impresión fue "Hm, así que el KyoKao es canon" XD Aunque en realidad mis metas son el TamaKyo y el Hitachiincest, tendremos mucho KyoKao de por medio. Y es que no podemos negar que tienen algo de química. :3