Antes de que el día pierda su candor y la noche se derrumbe en esplendor… Átame a ti, crea de nuevo colores en mi interior.

Miras a la nada, sin embargo aún afligido no pienso hacer lo mismo… Despídete de mí, si tanto deseas el dolor calmar… Miento, también puedo hacerlo, ¿sabes? éste nunca me abandonará.
Suspira más y el helado madrugar se permitirá calar en tus labios, pues es de sabios callar.

¿Qué has hecho con las injurias?
No puedes responder; aquí está tu aliento impregnado en mi ser y tus huesos de polvo, dueños de la historia son.
El amor y el engaño… ¿No es bella esta desquicia? Tu luz fundida en gracia, permanece tras la cortina de un enigma…

Llévame contigo; yo siento la cima estrellada en el alma… y muero por tus ojos que canté amorosamente, tu cuerpo hermoso que adoré constantemente, y que vivir me hiciera tan distante
de mí mismo, y huyendo de la gente… No de ti, jamás de ti… No me dejes solo aquí.

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—Clyde, despierta ya o llegaremos tarde a clases.

El azabache como buen amante que era, ya llevaba cerca de diez minutos pegado al colchón intentado levantar a cierto chico con cabellera castaña. El menor siempre fue un fiasco para levantarse, pero ese día en especial se veía bastante terco.
Craig suspiró por quinta vez y obteniendo como respuesta un simple gruñido, optó por el camino fácil. Coló una de sus manos bajo la manta y con travesura removió polera de la pijama ajena, paseó sus dedos en un ligero roce por la espina dorsal de su linda pareja y… ¡Bang!

—¡Uahh! Ah… ¡Estoy despierto, estoy despierto!

La risita de Tucker no se hizo esperar, siempre tan magnífico, burlesco y sin una pizca de condescendencia. Tras quitarle las sábanas evitando que el menor se volviese a arrullar, besó con delicadeza por unos segundos la coronilla del otro, enseguida besó sus labios.

—Llegarás tarde y como profesor debo promover la disciplina de mis alumnos.

—Mentira, eres un desobligado —expresó Clyde.

Donovan pronunció un mohín con disgusto y frotándose los ojos se levantó a regañadientes de la cama; tal vez no debió insistir en hacer el amor la noche anterior…
Los colores se le subieron al rostro deseosos de devorar su semblante molesto. Ese hombre, a veces se propasaba demasiado pero bueno, es que Clyde tampoco se había negado a la tercera ronda después de todo. ¿Cómo podría hacerlo? Negarle la felicidad.

—Es todo culpa tuya, te dije que pararas… —ahí estaba, ese hermoso carmín que venía a profanar su calma—. De cualquier manera me has levantado temprano ¡Son las seis de la mañana! Ah… pude dormir un poco más —miró hacia la cama y sus ojos marrones se turnaron a los azules, devolviendo la vista a la almohada—. ¡Estaba soñando con una montaña de tacos! —alzó los brazos y antes de que pudiera echarse de vuelta a la cama, Craig ya lo había pescado de las caderas.

—Nada de eso, voy a exasperarme si debo aguantar un poco más tus ronquidos —soltó chasqueando la lengua, y su semblante volvió al de siempre, frío y sin expresiones, antes de hacer la cama. Aún las almohadas tenían impregnado el aroma del menor, tan exquisito y endulzado.

—No importará si llego tarde —bostezó en el proceso. Que Clyde estuviera en tales condiciones, no les ayudaría en absoluto, y terminaría apabullando al resto de la clase con sus ronquidos. Hasta podría ser una carga distractora el tenerlo en el pupitre medio dormido.

—Si permaneces despierto en el aula, te llevaré a "Casa bonita" el fin de semana —encogió los hombros.

—¿¡De verdad!? Pero tienes clases hasta los fines de semana. Por cierto, saldrías bastante tarde hoy ¿no? —dijo con un puchero bien colocado en sus labios.

—Lo que sea, no creo que les importe a los alumnos si salgo un poco antes de lo normal —dijo a la par que abrazaba al menor y sus ojos monótonos calaban en serenidad—. ¿Me dirás que olvidaste qué día es hoy?

El castaño alzó la mirada y besó la barbilla del azabache, enseguida una sonrisa adornó sus labios y con gran entusiasmo colocó sus brazos encima de los hombros ajenos. Sudó frío y es que sabía la fecha que era, una bastante importante.
Su aniversario, ese día cumplían exactamente dos años de noviazgo, pero algo más; Craig tenía planeado proponerle matrimonio a Clyde. Nunca fue un tipo romántico, de hecho, era todo menos eso. Esta vez suscitaba algo diferente, por primera vez en toda su vida, el de ojos azules decidió cambiar un poco de papel y preparar algo lindo.
Mientras Donovan estuviera fuera, el azabache se encargaría rápidamente de preparar el departamento que compartían. El cargamento de rosas llegaría al caer la tarde, eso le daría precisamente tres horas para hacer un camino de pétalos hasta un altar de madera con molduras pintadas a blanco. Fingiría que la luz estaba cortada y le tomaría de la mano dirigiéndolo hasta ahí, entonces cuando lo viese, Craig se inclinaría, besaría los nudillos de su pareja y le cantaría poemas si fuese necesario para que le diera el tan esperado "sí quiero".

Clyde revolvió el cabello negro alborotándolo y acercándose al rostro amado, depositó un tierno beso presionando en sus labios.
—No podría olvidarlo —le dedicó una sonrisa que de inmediato derritió al azabache. ¿Cuándo había sucumbido a los encantos de ese jovial chiquillo?

Tucker no dijo más –un hombre de pocas palabras y más acciones-. Lo elevó en sus brazos y lo besó una vez más, inclinando la cabeza en busca de abarcar cada centímetro de esa hermosa boca. Podría morir en esos labios y no se percataría de ello. ¡Estaban tan enamorados! No había poder sobre la tierra que pudiese separarlos, ¡No señor! Excepto por una cosa: Clyde no ama a Craig.

Ambos caminaron rumbo a la universidad. Estaba relativamente cerca y aunque el sueño meciera los ojos del menor, este intentaba tomar el paso de su amante. Por supuesto estaba muy mal visto que un estudiante saliese con un docente, pero estaban en ramos distintos; mientras que el castaño estudiaba informática, el profesor Tucker enseñaba Criminología.
Se despidieron agitando sus palmas en el aire y así fue que Clyde salió corriendo con una sonrisa en el rostro; una que se apagó en cuanto el azabache se perdió de su visión y salió de nuevo al departamento sin querer perder más el tiempo.

Lo había estado planeando desde un mes entero atrás, pero las cosas se complicaban y le era imposible lastimar a Craig de esa manera; en realidad los hombres nunca le fueron de interés, y las cosas se le habían salido de las manos tan pronto comenzaron a vivir juntos en el departamento del docente. Tucker le daba estabilidad, una mesa donde comer, un techo bajo el cual dormir… Le había dado una vida y más que eso, por ello Donovan no podía seguir con aquello. En sus ojos de tonalidad almendra se vio reflejada la culpa. Ahora o nunca. Tal vez el azabache no lo sabía… que Clyde estaba más que enterado de lo que haría esa misma tarde. No podría decirle que no, porque no estaba hecho para rechazar la mano que lo ayudó y entonces caería más, mucho más debajo de lo que nunca debió ser.

Tragó saliva en cuanto llegó al departamento y con toda la prisa del mundo, buscó su maleta en el ropero. Los nervios lo hacían tropezar cada vez que salía de la habitación para entrar a otra y encontrar sus pertenencias, se estaba retrasando, pero con el corazón agitado se dedicó a llenar la butaca hasta que todo estuvo dentro por fin. Tardó poco más de tres horas en terminar. Esperaba que Craig se adelantara y saliera primero, pero no fue así y tuve que salir junto a él para no levantar sospechas.

Tomó un pequeño papel de la libreta que reposaba junto al teléfono y con la mano temblorosa escribió un enorme "Lo siento". Dejó el papel y regresó a la habitación para tomar la maleta; regresó hasta la puerta principal y le echó un vistazo al reloj digital encima de la repisa frente a la sala de estar. Las paredes blancas eran testigos de aquel acto de cobardía, porque eso era.
Su mirada se encendió al recordar que había dejado el boleto y pasaporte encima de la mesa de noche, en la habitación que compartían él y Tucker. Se frotó el brazo y de nuevo entró a la alcoba, miró las sabanas blancas, las cortinas azules cerradas y los zapatos deportivos del azabache en una esquina. Sintió su pecho arder y la culpa corroerle las venas. No quedaba de otra. Tomó los papeles y se sentó por última vez en la cama con la mirada gacha.

La puerta rechinó y la sangre se le heló al menor. No quiso mirar en dirección a la puerta pues una voz ronca ya le había advertido de su presencia. Estaba sordo, absorto en sus pensamientos y le costaba trabajo respirar, por lo que sus labios entreabiertos ayudaron a pasar aire a sus pulmones.

—¿Era necesario?

Donovan no respondió y tras la huída había un aspecto más que Craig había deseado ignorar, se reprendía constantemente en que era su imaginación y que cada vez que lo hacían en esa misma cama, Clyde miraba hacia otro lugar, uno que no fuesen sus ojos; quiso creer que estaba errado en considerar una aventura del otro, pero estaba consiente también de la forma en que miraba a una rubia de ojos esmeralda. "Es una amiga" le dijo incontables veces, y por supuesto el docente le creyó, porque era ciego ante el amor podrido que sentía por Clyde.

—Huir, ¿era necesario? —reiteró conteniendo la furia que emanaba en su pecho, el desasosiego, el apocalipsis que emergía en su interior.

—No lo entiendes —se excusó.

—¿¡Cómo mierda voy a entenderlo si no me lo dices!? —soltó por fin, herido y frustrado. La maleta que vio al llegar a la puerta lo había turbado, y en un acto de pequeña esperanza, buscó en la habitación, encontrándose entonces con él. ¿Su única respuesta sería esa?— ¿Por qué? —Susurró apretando los puños con fuerza y golpeando la puerta blanca de madera—. ¿¡Por qué, Clyde!?

—Porque no te amo —miró hacia otro lado, las lágrimas habían comenzado a salir y deslizarse por sus mejillas—. Nunca te amé y no puedo amarte.

Una, dos, tres, cuatro y miles más de agujas se repartieron por el cuerpo del mayor; penetraron sus entrañas y se clavaron de forma aguda en sus músculos, en su piel y pensamientos. ¿Qué era ese sabor salado que sus papilas comenzaron a saborear? Las lágrimas no tardaron en robarle la vista y el dolor nublarle el pensamiento. ¿Desde hacia cuanto se hallaba en el piso cohibido? ¿Desde cuándo una palabra podía hacerlo romper hasta la locura? ¡No a Craig Tucker, jamás a él! Pero ahí estaba, con el alma en las manos y la verdad golpeándolo cada vez más fuerte.

Los pasos del castaño no tardaron en escucharse. La relación había terminado desde antes de comenzar; triste pero certera realidad.

Craig tomó la mano de Donovan apretándola por cortos segundos, pero fue la mirada triste del castaño, lo que le hizo soltarlo. Tucker podía ser un bastardo engreído y seguro de sí mismo, pero en ese momento estaba roto y no fue lo suficientemente fuerte como para pedirle que se quedara. Además, eso calaría en su orgullo… ¡Esperad! ¿A caso le quedaba un poco de eso? ¿Qué caso tendría retenerlo ahí si no le amaba?

Escuchó claramente como la puerta principal se cerró y en un acto reflejo se levantó y abrió ligeramente la cortina de algodón azul. Segundos después vio la maleta roja y la cabellera marrón alejarse por el pavimento. Era bastante temprano, pero la habitación se vio a oscuras.

Se quedó dormido en el sofá después de tanto caminar con pesadumbre por el amplio departamento. El licor había ayudado solamente un poco a mitigar el ardor en su pecho, juraría que de no ser porque seguía vivo, su corazón se había detenido. Lo último que vio fue el anillo que decidió sacar de su bolsillo delantero. ¿Qué hora era? Pasada la media noche, o eso creía, para Craig había visto pasar la eternidad delante de sus ojos, esta se apagó en cuanto el anillo se estrelló contra la ventana de la sala e hizo eco contra las paredes vacías. Porque ahí había muerto la razón de levantarse cada día.