Hola a todos! Y bienvenidos a mi nueva historia! ^^ Espero que les guste mucho! ^^

Disclaimer: Nada de Final Fantasy VII me pertenece.

Quisiera dedicarle esta historia a mi querida amiga Lady Yomi. Gracias a ella estoy compartiendo esta historia con todos ustedes! Me dio la fuerza y el cariño para seguir! GRACIAS AMIGA! Espero que te guste! ^^

Prólogo

Cuatro figuras caminaban por el camino de piedra y cemento que conducía al cementerio de Midgar, ocultos bajo sus paraguas, protegiéndose de la intensa lluvia que desde hacía varíos días había tenido lugar en la ciudad, convirtiendo el cielo en una capota gris repleta de nubes oscuras.

Los cuatro caminaban en silencio. Se trataba de tres adultos y una niña pequeña, que rondaba los diez años de edad.

La niña iba con un vestido negro y unas medias blancas, zapatitos de charol, también negros. Su cabello castaño, que le llegaba un poco por debajo de los hombros, estaba suelto, formando finas ondas y adornado con una cinta negra. Su carita, que en otros días, había estado iluminada por la inocencia y felicidad propias de su edad, ahora estaba apagada. Sus ojos verdes, llenos de lágrimas. Todavía era demasiado joven para comprender la complejidad de lo que estaba ocurriendo a su alrededor, sin embargo, era lo suficientemente madura y humana para sentir el dolor que sentía en aquellos instantes.

Tomando su mano, caminaba su padre. Su figura era imponente, atractivo en sus 40 años. Llevaba un frondoso bigote castaño oscuro y el pelo, del mismo color, peinado hacia atrás. Ocultaba sus ojos marrones a través de unas gafas redondas. Su esmoquin negro era pulcro, liso, sin ninguna imperfección. Se veía que era un hombre de dinero, perteneciente a una familia acomodada, llena de lujos. Su rictus se había tornado severo, cargado de tristeza.

Y, a ambos lados del padre y su hija, iban sus escoltas. Eran personas importantes, sobretodo, el cabeza de familia, y necesitaban protección, las veinticuatro horas del día. Uno de ellos, el mayor, tenía el cabello negro y largo, hasta los hombros. Sus ojos azules brillaban con serenidad y también, con cierta tristeza y nostalgia. Iba al lado del padre, ya que era su escolta personal. Acompañando a la niña, estaba el otro guardaespaldas, más joven. Rubio y de ojos azules, bastante atractivo. Pero toda la belleza de su rostro se veía distorsionada por un gran sentimiento de pena y también de cierta culpabilidad. Una culpabilidad impuesta.

Llegaron al nicho donde ya esperaban el sacerdote y una mujer, de mediana edad, cuyo cabello castaño, recogido en un moño, empezaba a llenarse de canas. Se veía que era una mujer humilde y cuyo rostro denotaba cariño y amabilidad. Se secaba las lágrimas con un pequeño pañuelo, ya que no sólo había perdido a la mujer que le había dado un trabajo veinte años atrás. También había perdido a su mejor amiga.

El padre saludó con una ligera cabezada a su ama de llaves, quien le devolvió el gesto, poniéndose cerca de ellos.

-Comencemos - dijo el sacerdote, mientras se preparaba para llevar a cabo su oración.

-Papá - susurró la niña, tirando levemente de la gabardina de su padre para llamar su atención. -¿Por qué no ha venido nadie más a despedir a mamá? Cuando hacíamos fiestas en casa, venía mucha gente. - comentó.

-Verás, hija -dijo su padre, agachándose a su lado y pasándole una mano protectora por su mejilla - a partir de ahora debes comprender que, muchas veces, las personas sólo están en los momentos de felicidad y unos pocos se quedan en la desdicha. Esos pocos son los que importan de verdad, ¿lo entiendes?

La niña asintió con la cabeza lentamente. Su padre se irguió, mientras continuaban escuchando el sepelio.

-Despidamos, pues, a nuestra querida esposa, madre, amiga y compañera, Ifalna. - concluyó el sacerdote, guardando silencio.

La primera en acercarse al nicho, donde ya reposaba el ataúd de Ifalna, fue el ama de llaves, quien respondía al nombre de Elmyra. Con un pequeño sollozo, dejó caer una rosa blanca sobre el ataud.

"Adiós Ifalna. Echaré de menos nuestros secretos, nuestras risas. Gracias por ser mi amiga." Sorbiéndose la nariz, se hizo unos pasos para atrás, dejando espacio a los demás.

El siguiente fue Zack. Era el mayor de los guardaespaldas, de pelo moreno. Dejó caer unos claveles blancos sobre el ataúd, con rostro compungido.

"Adiós, señora Ifalna. Sé que ya habrá llegado al cielo. Usted era una mujer muy buena. Descanse en paz."

-Aeris, ve a despedirte de mamá. - murmuró el padre, que respondía al nombre de Gast, dándole un pequeño empujón a su hija, que sostenía entre sus brazos un ramo pequeño de rosas blancas y rojas.

La niña caminó lentamente, observando el ataúd desde arriba. Le causó una gran impresión, desagradable y triste a la vez. El corazón se le encogió y sus ojos se le llenaron de lágrimas. Comenzó a temblar. ¿Cómo iba a ser su vida sin su madre a partir de ahora? Sintió sobre su hombro una cálida mano y miró hacia arriba, encontrándose con unos ojos azules. Eran los del escolta de su madre y también, el suyo. Se llamaba Cloud. Pero él no era solo su escolta; se había convertido en su mejor amigo. Y él sentía un profundo cariño hacia la niña.

-Déjale las flores - dijo el rubio, con suavidad - estoy seguro de que le gustarán.

-¿No se van a estropear con la lluvia y la tierra? - preguntó la niña, en voz baja.

-No. Una vez que las dejes ahí, viajarán al cielo, junto con mamá. Te lo prometo - le explicó el guardaespaldas, intentando tranquilizarla.

La niña dejó caer las flores sobre el ataúd, sollozando mientras se abrazaba a las piernas de Cloud, quien pasaba sus manos por su cabello, ante la profunda mirada de desaprobación del señor Gast.

"Adiós, mami. Te quiero mucho y no te voy a olvidar. Espero que en el cielo los angelitos te quieran tanto como yo. Ojalá algún día puedas volver para darme un abrazo…"

Gast se acercó a su hija, Aeris, tirando de ella y llevándosela consigo, separándola del guardaespaldas.

-Vamos. Es hora de volver a casa. - dijo, dejando que Aeris caminara unos pasos por delante de ellos. Entonces, se giró hacia Cloud. -Si todo esto está pasando, es por tu culpa. - sentenció, en un susurro, con todo el desprecio del mundo.

Cloud sintió su corazón encogerse dolorosamente. Sabía que su agonía solo acababa de comenzar.