Clases de comportamiento
por Lucathia
Renuncia: La Leyenda del Caballero Sol no me pertenece y no obtengo ninguna ganancia por escribir esto.
Notas: La historia se desarrolla durante el periodo de entrenamiento de los Caballeros Sagrados. La caracterización toma elementos de las historias extra.
- Primera Lección: Toma Té -
Tomar té es un arte, uno que Georgo se enorgullecía de haber dominado. Sólo preguntaría ¿P-prefieres t-té neg-gro o-o-o verd-de? No importaba cuál eligieran. Lo que importaba es que él las había llevado a elegir un té, en vez de que pudieran elegir tomar té o no. ¿El resultado? La mayoría de las veces, elegían uno de los tés, y eso significaba que al menos se quedarían con él hasta que terminaran de tomarlo.
–Tomaré te verde –contestó su acompañante, una clériga de busto amplio.
Georgo reprimió un gesto de victoria. Sonrió tímidamente, en una forma que despertaba ternura en sus presas, y hacía que bajaran su guardia. ¿Quién pensaría que el sincero y tímido joven Caballero Tierra era un peligro? En ese aspecto, su reputación le ayudaba extraordinariamente.
Como todo un caballero, retiró la silla para que la clériga se sentara, pues sabía que a la mayoría de las mujeres, si no es que a todas, les gustaba ser mimadas y tratadas como reinas. Mientras conversaba con la clériga (había escogido tomar el té en una mesa al aire libre, y el clima era agradable), sintió una mirada penetrante a sus espaldas. Georgo se volvió hacia uno y otro lado, preguntándose si era el maldito Grisia quien venía a perturbarlo una vez más. Toda la semana se había sentido vigilado por alguien, lo que no le importaría si quien lo observaba era una mujer hermosa, ¡pero sabía perfectamente que esta mirada no era la de una admiradora!
¿Por qué? ¡Porque esta mirada le causaba escalofríos!
También odiaba que lo siguieran.
Justo cuando se volvió por completo, una sombra se ocultó tras un pilar.
Alguien lo estaba espiando. Tenía que ser Grisia, quien parecía tenerle algún rencor especial. Grisia tenía el récord de molestarlo el mayor número de veces durante sus citas. El próximo Caballero Sol se había aficionado a molestar a Georgo, lo que le desagradaba grandemente.
–¿Pasa algo? –preguntó la clériga.
Georgo retornó su atención a la clériga bustona. Prefería dedicar sus pensamientos a mujeres lindas, en lugar de hombres perversos como Grisia.
–N-no, só-l-lo me s-sobrep-pasó tu be-belleza y n-necesi-t-té un mo-me-mento para recup-perarme –tartamudeó.
Justo como lo imaginó, la clériga se sonrojó hermosamente. Georgo aún no conocía una clériga a la que no le gustara que la piropearan. Había practicado montones de cumplidos para mujeres, así que siempre tenía algo que decir, siempre listo para conquistarlas.
Georgo estaba seguro de que Grisia se aparecería en cualquier momento para arruinar sus planes. No era como si Grisia pudiera coquetear abiertamente (aunque se suponía que Georgo tampoco debería hacerlo), pero Grisia siempre se las arreglaba para robarle sus presas con sólo sonreír y hablar. Si era porque les encantaba o las aterrorizaba, era cosa aparte.
Necesitaba irse a otro lugar, pronto.
Georgo intercambió más frases amables con la clériga, hasta que pensó que había llegado el momento oportuno.
–T-tengo unos bo-c-cadillos que no p-puedo acaba-barm-me yo s-sólo. ¿M-me ac-comp-pañarí-ías a m-mi c-cuar-to-to? –la vio suplicantemente, con una sonrisa dubitativa.
En ese instante, justo cuando la clériga iba a morder el anzuelo (Georgo estaba seguro de que la próxima palabra en salir de sus labios de rosa sería un "¡sí!" rotundo), Georgo escuchó que algo pesado cayó detrás de él. ¿Era posible que Grisia quedara tan impactado porque había invitado a una clériga a su cuarto? ¡Lo hacía todo el tiempo!
Georgo se volvió, dispuesto a mofarse de su "buen amigo" Grisia (ocultándolo, claro, bajo palabras amables), cuando se topó con una cabellera larga y azul en vez de una cabellera larga y dorada. Sí, era cabello largo, pero el color no era el correcto, y sólo había una persona con cabello de esa longitud y color.
La persona que había caído al suelo era ni más ni menos que el próximo Caballero Tormenta.
¿Qué hacía Ceo espiándolo, escondido tras un pilar?
Ahora que la clériga sabía que no estaban solos, se sonrojó aunque no habían hecho ni estaban haciendo nada impropio. ¡Todo lo que Georgo había logrado hasta el momento era rozar su mano cuando le pasó la taza de té! Así y todo, aunque su cara estaba roja, no se comparaba con el color de la de Ceo. Su cara tenía un rojo brillante, más intenso que los tomates maduros que gente loca se atrevía a lanzarle al Caballero Juicio durante los desfiles.
–G-Georgo, t-t-t-t-t-t-tú, t-t-t-tú... –Ceo se esforzaba para decir algo, tartamudeando magníficamente; el único problema era que él no debía tartamudear, ni sonrojarse como una dulce damisela.
Georgo observó a la clériga de reojo, preguntándose si había notado la conducta extraña de Ceo, tan "fuera de su personaje".
Lo había notado.
Se le había quedado viendo a Ceo, fascinada.
Oh, bueno. No era su deber ayudar a otros a cuidar su imagen.
Tras haberse quedado atorado en la palabra "tú" por todo un minuto, Ceo no había terminado de pronunciar una sola oración (aunque, al menos, se había levantado del suelo), y Georgo se había cansado de esperar. Estaba a punto de invitar a la clériga a su cuarto otra vez (no creía que Ceo pudiera detenerlo, con lo turbado que estaba), cuando Ceo jaló su camisa.
–¿Qué estás haciendo? –siseó Georgo, alarmado.
–¡N-no puedo! ¡No puedo guiñarle el ojo! –susurró Ceo, frenético. Se había ocultado de la clériga tras la espalda de Georgo, pero ella todavía podía ver la parte de arriba de su cabeza.
¿Éste era el próximo Caballero Tormenta, el que pronto sería reconocido como todo un "Don Juan"?
Georgo sacudió su cabeza, incrédulo, incapaz de imaginar que podía haber de desalentador en flirtear con mujeres. ¿Un guiño? ¡Pan comido! ¡Tartamudear era mucho más difícil!
Cuando Georgo volvió su atención hacia la clériga, para poder dirigir la conversación de vuelta a su curso, se topó, para su horror, que ella estaba aguantando la risa, aunque sus labios se estaban retorciendo. Se había esforzado tanto en parecer maduro, a la vez que inocente. En cualquier momento...
–Ay, los dos son tan lindos.
Ella soltó una risita.
Maldición. Tendría que conformarse con eso, y seguir la ruta de "lindo". Primero, tendría que distraerla de Ceo. Todavía podía arreglar la situación...
–No te quitaré más el tiempo de tu Caballero Tierra, joven Caballero Tormenta –murmuró la clériga–. Que se diviertan.
Tras destrozar los planes de Georgo con sus mortales palabras de despedida, la clériga se fue.
Ella... ella se estaba riendo de... de...
Por fin, Ceo dejó de esconderse detrás de él. Se asomó discretamente por un lado, y cuando vio que la clériga no estaba, dejó de aferrar la camisa de Georgo, pero ya era tarde. Su camisa ya estaba arrugada, y la clériga había malinterpretado totalmente la timidez de Ceo.
–¡Ella... ella...! –intentó decir Georgo, pero su estupefacción le impedía hablar. ¿Acababa de insinuar que ellos preferían la compañía de otro hombre por sobre la de una mujer, que los lazos de hermandad eran más poderosos que el atractivo del bello sexo? ¡Qué blasfemia!
Georgo respiró profundamente para calmarse... antes de decidir mandar al carajo lo de calmarse. Este era un asunto serio.
–¿A santo de qué arruinaste mi cita? –le gritó a Ceo, señalándolo con un dedo acusador. Se detuvo, abriendo los ojos como platos, por fin había comprendido–. ¿Eres tú el que me ha estado persiguiendo? –preguntó, elevando la voz más y más conforme hablaba.
–Y-yo sólo qu-quería... –comenzó a explicar Ceo, con la mirada baja y los dedos entrelazados. Parecía como si sus pies fueran la cosa más interesante del mundo.
Parecía culpable. Georgo estaba seguro de eso, tan seguro como de la personalidad real de Grisia.
–¿Qué? –espetó Georgo. Ya tenía bastante con Grisia. ¡No había pensado que tendría que cuidarse de que Georgo también interrumpiera sus citas!
–... yo sólo quería estudiar tu forma de interactuar con las mujeres –masculló Ceo, en una voz tan baja que Georgo casi no pudo oírlo, pero lo había oído muy bien. Lo había oído, y creyó que había oído mal, pero no era así.
Georgo se le quedó viendo a Ceo.
¡No tenía remedio!
–No tienes remedio –le dijo.
Ceo agachó la cabeza, abatido.
Continuará...
N/A: Escrito para no_true_pair, Tormenta y Tierra, té para dos. Georgo es el nombre de Tierra, y Ceo el de Tormenta. ¡Esto será una historia corta!
