Anita se sentía miserable. Desde que llegó a Zephyr Town ha trabajado arduamente por levantar la granja que generosamente le fue concedida por el alcalde y poco a poco lo ha hecho prosperar. Sus cosechas eran su orgullo y lo que la ha estado manteniendo durante las últimas temporadas, junto con sus dos vacas, Carmin y Clara, Meeg su oveja y Plumpi la gallina. Pero cuando tachó en su calendario el último día del otoño se tuvo que despedir de su rebosante huerto y realizar la cruel tarea de dejarlo completamente limpio antes de que la nieve cubriera la tierra. Al menos pudo dejar el Olivo en pie, lo cual no era un gran consuelo ya que de todas formas no daría frutos esta temporada.
Apenas habían pasado tres días de la estación más fría del año y ya comenzaba a perder las esperanzas de estar entre los mejores vendedores del bazaar esta semana. Pensó lo afortunada que era de haber comprado algunos paquetes de arroz y botellas de aceite para ofrecer platillos de omelet con arroz en su puesto. Sus platillos solían ser del gusto de su clientela, aunque sabía que Joan era la reina en el terreno culinario. Generalmente compensaba la escasez de productos o los bajos precios vendiendo alguna pepita de oro, pero con lo helada que estaba el agua en estos días apenas le daban ganas de dar un chapuzón.
Al menos tengo mi caña, pensó como consuelo, planeando desde ese momento dedicarle más tiempo a la pesca, algo que en el pasado fue muy tedioso pero ahora muy necesario. Se levantó de la cama algo más animada para meterse a la ducha y no salió hasta que el agua caliente le hubo quitado toda la pereza. Se colocó su vestimenta usual, añadiendo una bufanda que ella misma había tejido con lana de Meeg. Antes de empezar su rutina diaria, despertó a Kitkat, el miembro más reciente de la familia. Lo había tenido por pocos días así que el perro no estaba acostumbrado del todo a su nueva dueña, pero sí apreciaba sus muestras de cariño y se estaba convirtiendo poco a poco en un ayudante muy útil.
–Hora del desayuno, amiguito. – le llamó mientras vaciaba su comida en el tazón. El perro meneó la colita al olfatear el alimento y corrió a devorar hasta el último bocado. Anita se rió gustosa – Buen chico, hoy apartaré un par de horas para jugar contigo. ¿Qué te parece?
Kitkat la miró con el hocico y los bigotes llenos de restos de comida y ojos juguetones. Luego corrió hacia el establo y lo oyó ladrarle a uno de sus animales.
–Bueno, tengo todo un día por delante –se dijo a sí misma, pero antes de dar un paso oyó que tocaban su puerta – ¿Eh? ¿Quién podrá ser tan temprano?
Se asomó por la ventana y vió la gran figura de Félix de pie frente a la casa. Tenía que ser, quién más, pensó rodando los ojos, puesto que el alcalde era una de las pocas personas que madrugaban para visitarla, generalmente para darle algún aviso oficial. Cuando abrió la puerta, su risa peculiar estalló justo frente a su cara.
–¡Ja ja! Anita, espero no haberte despertado, ¿podría hablar contigo un momento?
La granjera tenía un zumbido dentro de su cabeza gracias al estruendo de su voz, pero asintió con toda la cortesía del mundo y le dejó pasar.
–Muy bien, verás Anita, hay alguien a quien quiero presentarte. –el alcalde se volvió hacia la puerta y llamó a la persona que quedó a atrás - ¡Puedes pasar ahora, muchacho!
Cuando dicha persona se introdujo en su humilde morada, toda sensación de frío dejó su cuerpo, siendo reemplazada por una oleada de calor que se acumuló en sus mejillas. El extraño frente a ella era el chico más atractivo que había visto desde que se mudó a Zephyr. ¡Y qué exótico! Su piel era completamente achocolatada, que creaba un impactante contraste con su cabello casi plateado y sus ojos azules. Su vestimenta no hacía tono con lo que se suele usar en los alrededores tampoco. Con la cabeza en alto el extraño se presentó:
– Mi nombre es Amir, gusto en conocerte – el muchacho habló con un tono reservado y un acento muy marcado.
– Su nombre completo es Amir Ranjit Raj Singh, y es un príncipe que vino de una tierra muy lejana. ¡Pero...! -espetó Félix haciendo que ambos jóvenes dieran un brinco – Nadie debe enterarse, tú y yo somos los únicos en saberlo, ¿entendido?
Anita asintió vigorosamente, incapaz de pronunciar palabra alguna.
– Muy bien, él se estará hospedando con Ethel y Stuart, deberías pasar a visitarlo de vez en cuando y ayudarlo a acostumbrarse a su nuevo hogar. ¡Cuento contigo, no me decepciones! – le dijo apuntándole con el índice a manera de advertencia y marchó hacia el exterior, dejando atrás a su invitado.
La pobre chica tragó saliva, no por miedo a la figura autoritaria del alcalde sino por la incomodidad de estar atrapada bajo la mirada helada del muchacho.
– No quisiera ser una carga, pero agradezco la ayuda.
Sin decir otra palabra, Amir dio media vuelta y le siguió los pasos al alcalde. Anita corrió hasta la puerta para verlo alejarse de la granja, inconsciente de que acababa de dejar escapar un suspiro que había contenido desde el momento en que lo vio entrar.
– El placer es mío –murmuró sin aliento mirando con ojos soñadores como su silueta quedó fuera de vista. Cuando estuvo completamente sola una sonrisita se le formó en la cara y mientras se apresuraba a atender a sus animales hizo una nota mental de darse una vuelta por el hotel más tarde.
