CAPÍTULO 001
Hacía 48 horas de todo... dos días... ¿Cómo era posible que en dos días todo su mundo hubiese girado 180º? No encontraba explicación a nada... todo era turbio, somnoliento... en su mente se agolpaban miles de preguntas sin respuesta. No había nada que pudiese consolar ese inmenso vacío que sentía en su interior. Nada. No había nada para calmar la desazón de saber que todo lo que creía, para siempre, se había desintegrado. Sólo era capaz de llorar. Llorar. Cómo si cada una de las lágrimas que caían por su rostro, arrastrase parte de esa agonía que se había instalado en su interior.
Recordó como hacía apenas dos noches, una llamada de teléfono lo despertó, de madrugada. Apenas era consciente de toda la información que se agolpaba en su mente. Recordaba la voz de su abuela, tibia, sin el menor atisbo de nerviosismo, sin alteración en ninguna de las palabras que brotaban de ella. Como si lo que estaba contando fuese algo inevitable. Pero para él, tenía que ser una pesadilla. ¿Cómo iba a estar recibiendo aquella llamada? No, no entraba en su cabeza. No, no era posible. 'Ha habido un accidente, tus padres han fallecido', esa era la única frase que era capaz de recordar infinidad de veces... el resto de la información se desvanecía al mismo tiempo que salía de la voz de su abuela.
'Viajo inmediatamente' era lo único que había sido capaz de pronunciar y colgó el teléfono, como si haciendo eso, todo fuese a desaparecer. Incluso la noticia más dolorosa que podía recibir.
Ahora estaba ahí, en el vuelo de regreso a casa, pero a una casa diferente, porque ya no encontraría lo que había dejado tras abandonar España, estudiar en Estados Unidos e instalarse en Suiza de forma profesional.
Un año había pasado desde la última vez que había visto a su familia y nada denotaba que esa iba a ser la última foto, tal y como hasta entonces, era capaz de vislumbrar su árbol genealógico.
De Suiza a España, esa había sido su primera parada. Pero al llegar al aeropuerto, una llamada a su abuela había bastado para darse cuenta que en efecto, no había atendido bien a su conversación. Y es que toda su familia estaba en Los Ángeles. '¿Los Ángeles? ¿Cuándo habían decidido ir allí? ¿Qué había pasado? ¿Por qué no estaba informado?'
Así que de España, cogió el primer vuelo a Los Ángeles. 'Demasiado tiempo para pensar', se repetía incansablemente. Las horas se hacen eternas y la eternidad no es un gran consejero cuando las ideas dan vueltas y vueltas en la mente, como un bucle sin fin.
LAX. Llegadas. Salir de aquel aeropuerto fue un auténtico caos. ¿Cuánta gente viaja a Los Ángeles? ¿Se habían puesto todos de acuerdo? Coger la maleta, tras más de media hora de espera y encaminarse hacia la parada de taxis fue un auténtico calvario. Nunca le había gustado el agobio de la multitud. Menos tropezarse con toda esa gente que llega por primera vez a un lugar y se esparce a lo largo y ancho del espacio tropezándose con cada viandante, porque no sabe hacia dónde dirigirse. Caos. Eso es lo que significaba estar ahí entre cientos de taxis, sobrecogido, sabiendo que cada vez estaba más cerca de palpar la realidad, porque ahora mismo seguía inmerso en una nube indescriptible, de la cual no quería bajar, porque el resultado lo devastaría.
Sus piernas eran pesas incapaces de ser movidas sin un gran esfuerzo. Salir del avión, recorrer el aeropuerto hasta la salida, coger el primero de los taxis, señalar la dirección, todo lo había hecho de forma mecánica. Evitaba a toda costa buscar un resquicio de lógica a todo aquello. Es más, deseaba con toda su alma que todo hubiese sido una broma de mal gusto para verlo llegar a casa. 'Imposible' pensó. Su abuela nunca hubiese hecho algo así.
La casa familiar estaba situada a las afueras de la ciudad. Una finca situada a escasos dos kilómetros. El taxista le solicitaba indicaciones cada cierto tiempo ya que nunca se había desplazado hasta esa zona y no quería cometer ningún error, mucho menos intuyendo que su cliente pertenecería a una familia importante. Por lo tanto, quizá, si hacía bien su trabajo lo tendrían en cuenta para futuros desplazamientos.
- Una vez traspasemos esta avenida, gire a la izquierda, a unos dos minutos verá una entrada a nuestra derecha, hay una indicación previa, verá que pone en letras grandes la palabra 'CASTLE'. Ahí es donde debemos parar. – Richard.
Richard indicaba todo con la mayor precisión posible, aunque debía reconocer que tras cinco años sin visitar Los Ángeles, las cosas habían cambiado.
-Creo que con esas indicaciones llegaremos sin problemas. Gracias. – Samuel, el taxista.
'Crucemos los dedos' soltó Richard para sí mismo, con algo de incredulidad. No confiaba al cien por cien en haber dado la información correcta. Pero a pesar de esas dudas incipientes, cuando terminaron de traspasar la avenida y girar a su izquierda, confirmó que ese era el camino. Ahí, a lo lejos, podía ver el cartel que informaba sobre la finca próxima. 'CASTLE'. Siempre le había intrigado el motivo por el cual su abuelo había sellado con ese nombre aquellas tierras. ¿Qué le había podido motivar? ¿Quizá la añoranza? Tal vez nunca encontraría las respuestas a sus múltiples dudas. Mucho menos ahora, tal y como estaba la situación.
Dos minutos escasos desde que cogieron esa nueva recta y ahí estaba, la valla de la entrada. Cruzando esa línea estaría la realidad más perversa posible.
Estuvo durante varios segundos en silencio, hasta que Samuel, no dudó en solventar una última duda.
-¿Quiere que lo deje dentro, en la puerta de su casa? ¿O prefiere bajarse aquí? – dijo mirando por el retrovisor.
Richard volvió en sí.
-Gracias. Aquí mismo. Tampoco hay mucho recorrido hasta la casa. – sin apartar su mirada de la verja color negro que flanqueaba los dominios de su familia.
Richard solicitó una factura del trayecto. Agradeció la amabilidad del taxista. Bajó del coche. Abrió el maletero, cogió su maleta y cerró, golpeando un par de veces en el coche para que el taxista supiese que ya podía continuar su trayecto. Tras suspirar en reiteradas ocasiones, se acercó hasta el portero. Llamó.
Tras varios minutos de espera, al fin, escuchó una voz familiar.
-¿Quién es? – Carmen.
-Carmen, soy yo, Rick.
-¡Rick! – Carmen con la voz entrecortada – Pasa hijo, te están esperando.
La valla se abrió. Traspasó la línea que le separaba definitivamente de su pasado, cargado con su maleta, tirando de ella, absorto en un horizonte que, en estos momentos, le resultaba completamente desconocido. Cinco pasos más para centrarse de nuevo, alzar la vista y ver un número infinito de modelos de alta gama de cuatro ruedas. De algunos de ellos salían personas que nunca había visto. ¿A qué se debía todo aquello? Desde la última llamada de su abuela no había vuelto a tener más noticias. ¿Sería lo que estaba empezando a sospechar? ¿El funeral?
Caminaba. Pasaba un coche. Pasaba otro. El ruido de las ruedas de su maleta no cesaba. Era consciente que, a su paso, el resto de la gente se giraba, murmurando. Algunos reconociendo quien era. Otros preguntándose si ese chico, con semblante triste, sería el nieto que Martha Rodgers estaba esperando.
'No queda nada' pensaba Richard paso tras paso. 'Veinte pasos más y podrás entrar en casa'. 'Venga, coge fuerzas, lo que viene ahora no lo has vivido nunca'. 'No será fácil'. Pensamientos y más pensamientos trastocaban su mente. Deseaba huir de allí, salir corriendo. Tomar un nuevo avión, volver a su rutina y hacer como si nada hubiese cambiado. Pero no era posible. Ni siquiera la opción 'Pause' estaba disponible. La única posible, afrontar la realidad que se cernía turbadora alrededor del futuro.
Cuando estaba a punto de subir los cinco escalones de la puerta principal de la casa, sintió un gran escalofrío, como si alguien le estuviese observando. Giró la cabeza instintivamente a ambos lados, pero nada. Se dio la vuelta y lo único que vio fue el sauce llorón que, junto a su padre, había plantado hacia 25 años. 'Qué buenos recuerdos', cruzó por su mente. Pero qué fugaz le pareció todo en ese instante. Sintió que la percepción de ser observado podía ser imaginación suya y se olvidó de ello. Se acercó a la puerta, giró el pomo y abrió. Lo que vio, nunca podría olvidarlo. Frente a él, en la escalera principal, sentada en el tercer escalón, con la mirada perdida en el suelo, Paula, lloraba.
Desde primera hora de la mañana había tenido que dejar todo el papeleo que se amontonaba en su escritorio. Le habían ordenado una nueva misión. Su jefe directo, John Reynolds, intuyó, desde un primer momento que no le iba a gustar. Pero al exponerle los hechos, comprendió que para llevar a cabo dicha misión, John Reynolds, implicado emocionalmente, estaba poniendo toda la carne en el asador. Quería a los mejores y no escatimaría en recursos. Sobre todo teniendo en cuenta que estaban ante un asesinato y nuevos posibles objetivos a la vista.
Reynolds, tras hablar con Martha Rodgers y ser informado de todos los últimos acontecimientos, supo que posicionando a Katherine Beckett como cabeza visible del operativo, la garantía de éxito estaría asegurada. Pero Kate no pudo ocultar sus reservas. Tener que cubrir las espaldas de un joven ricachón no estaba en su top 10 de actividades agradables. Es más, para ella iba a ser un auténtico suplicio. Más al recibir el informe y la ficha detallada del sujeto a proteger. Richard. Castaño claro. Ojos azules. 1,90. Esbelto. Licenciado en Derecho por la Universidad de Stanford. Escritor en ciernes de novelas de misterio. Actualmente presidiendo la empresa familiar en Suiza. Un listado interminable de conquistas y varios problemas con la ley debido a su escasa responsabilidad. 30 años y seguía actuando como un completo niño. 'Estupendo' pensó. 'Voy a tener que trabajar en una guardería 24 horas'.
Para Kate algunos datos desencadenaban el hecho de tener que tener en cuenta a Richard como sospechoso, por supuesto. No había otra posibilidad en su mente. Si tenía que hacer un buen trabajo, entonces él debía formar parte de esa lista de posibles responsables en la que, comenzaría a trabajar con su equipo, de ahí a un par de días como mucho. Antes, tenía que ponerse en contexto. Conocer a la familia. Entablar el primer contacto. Relacionarse con ellos.
Y por eso, ahí estaba, en la parte izquierda de la fachada principal de la casa. Se había quedado impresionada cuando vio la verja del recinto familiar. Sorprendida ante la finca que tenía delante de ella, caminó recorriendo cada uno de los metros, cada uno de los rincones. Tenía que tener todo controlado, no se le podía escapar nada. Y mientras iba caminando, iba apuntando. Siempre, todo bien atado. Dejar algo al azar era poner en peligro toda la operación y eso sí que no. No se lo podía permitir. Si, en un futuro, sufrían algún fallo tenía que ser por algo ajeno a ella. De lo contrario no se lo perdonaría. Entendía que esta operación era más importante de lo normal para su superior. Indirectamente le había explicado su estrecha relación con Martha Rodgers. Su temor porque le ocurriese algo, ahora que se había quedado sola junto a sus 5 nietos le perturbaba. Era lógico. Cuando quieres a alguien, sólo esperas que sufra lo menos posible. Y si puedes evitarlo, mucho mejor.
Eso era lo que, indirectamente, estaba tratando, enviándole a ella a aquel lugar, donde en un par de días debería instalarse y convivir con aquella familia, convirtiéndose en una más, pero limitando su posición, para no perjudicar su labor. Lo que no tenía tan claro era por qué el sospechoso principal, también era el protegido principal. Reynolds no había querido explayarse en aquella aclaración directa. Aún no había encajado todas las piezas y es que todo se había desencadenado de forma precipitada.
6 muertes de golpe en un 'accidente', parecía el asesinato perfecto. Es más, el caso estaba oficialmente cerrado. Nadie sospechaba que el FBI se estaba haciendo cargo de una investigación encubierta. Las piezas debían encajar y sólo podrían hacerlo si, en lo posible, la investigación se llevaba a cabo alrededor de un grupo de trabajo mínimo y donde la confianza y la comunicación fueran plenas. Por eso, estaba convencida que su grupo era el más adecuado para todo el proceso que se avecinaba.
Kate estaba perdida en esa imagen. Mejor dicho en esos ojos. Azules. Claros. Enormes. Una mirada tan penetrante que pareciera querer descubrir todos sus secretos.
Cuando le dieron la primera ficha sobre Richard Rodgers, no había ninguna fotografía. Tardaron unas horas en poder poner cara a quien debía escoltar y a la vez investigar. Escoltar, por un posible intento de homicidio en contra de su persona. Investigar, por un posible asesinato: sus padres y sus tíos. Una alteración en el motor de la avioneta en la que viajaban, había sido el detonante de aquel accidente tan dramático.
A pesar de que la descripción ya perfilaba a un sujeto que, a su parecer, resultaría atractivo para cualquier mujer, lo confirmó en cuanto pudo ver su imagen. Complexión atlética, pelo corto, estratégicamente despeinado, barba de un par de días,… parecía un modelo de pasarela, el actor de la última película de éxito, no el futuro presidente de una de las empresas de energía renovables más importantes del mundo. Aunque lo que más llamaba su atención era el azul de sus ojos. Nunca había visto un azul como aquel. Eran hipnotizantes. Inolvidables.
Estaba absorta mirando las fotografías cuando un rayo de sol comenzó a molestarle y alzó la mirada al frente. No podía ver con claridad pero percibió una sombra, con una maleta. Sintió algo extraño en su interior. Intentó enfocar. Se esforzaba por ello. ¿Era él? ¿Estaba llegando a casa? Por la longitud de la sombra confiaba en que así fuese.
De pronto, esa sombra se paró frente a los escalones que le separaban de la puerta principal. Kate pudo verlo. Por fin. Ahí estaba. Richard Rodgers. Con semblante serio. Respirando profundamente. Buscando la fuerza suficiente para encarar esos últimos escalones. Aquellos que lo separan de su nueva familia. Porque lo que iba a encontrar ahí dentro, no era para nada lo mismo que conservaba en su memoria.
Vio como frotaba sus manos. Como miraba hacia atrás. Hacia la casa. Sus laterales. ¿Estaba buscando una señal para continuar? De pronto volvió a aferrar su mano a la empuñadura de la maleta y comenzó a subir esos cinco escalones. Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Y la puerta. Blanca. Frente a él. Sacó unas llaves. Metió una de ellas. Abrió y se perdió tras ella.
Kate estaba inmóvil. Su presencia había cortado su respiración. Nunca había sentido algo similar. ¿Qué le pasaba? Era un nuevo caso. Uno más de los cientos que había encabezado. ¿Por qué sentía esa revolución en su interior? ¡Qué poco sentido tenía todo esto! 'Hoy he dormido poco, será el cansancio.', se dijo en un susurro.
Richard se plantó, inquebrantable en el hall de la casa. Con su maleta a la derecha. Su mirada perdida en la escalera de mármol, que se situaba frente a él. Ahí sentada, su hermana. Paula. Ni siquiera se dio cuenta cuando Richard se acercó a su lado, sentándose junto a ella, en el tercer escalón.
- Estoy aquí. – murmuró acariciando la espalda de su hermana.
Paula volvió en sí. Se sorprendió. ¿Cuándo había llegado? No importaba. Lo abrazó como nunca antes lo había hecho.
En ese momento bajaron por las escaleras tanto David como Laurel. Se unieron a ellos en el abrazo.
- Richard, es mejor que subamos arriba, a la sala. Hay algo que todavía no sabes.- susurró Laurel en su oído.
Richard observó la preocupación en el rostro de sus primos. Fue en busca de su maleta y los cuatro se perdieron por las escaleras en dirección a la primera planta, donde ningún invitado subiría a molestarles. Carmen, escondida en una de las entradas a la cocina, había sido testigo de la llegada del último integrante de la familia. Al verlos perderse en la planta superior, supo que era el momento de avisar a Martha.
Entraron los cuatro. El último, Richard. Cerró la puerta. Cuando se volvió hacia ellos se dio cuenta que las últimas noticias no serían mejores. Se sentó junto a su hermana, frente a David y Laurel, con la única distancia de una mesa de centro entre ellos.
- ¿Y? ¿Qué es eso que aún no sé? – mirando a los tres.
- ¿Qué tal el viaje? – Laurel.
- Complicado. Creía que estabais en España. No aquí. – Richard.
- Sí, una decisión de nuestros padres de última hora. – David.
- ¿Por qué?
- Eso es lo que están investigando – Paula.
- ¿Investigando? ¿Quiénes? – miró inquisitivo a su hermana.
- El FBI. – sentenció Laurel.
- ¿FBI? ¿De qué va todo esto? – preguntó incrédulo.
Martha abrió la puerta de golpe.
- ¿Por qué no me has avisado?
Richard se volvió hacia ella.
- Acabo de llegar. No he tenido tiempo. – Richard.
- Dejarme a solas con él. Ahora podréis ponerle al día de todo. Pero primero dejar que hable yo, por favor. – Martha.
- Está bien abuela. – Laurel dirigiéndose a la puerta – Richard te esperamos en la cocina, con Carmen. – Dejó pasar a Paula y David y cerró la puerta al salir.
- Ahora voy. – se perdió la voz en la sala, mientras Martha se sentaba a su lado. - ¿Por qué tanto misterio?
- Escúchame hijo… - Martha.
- Con ese tono… no debe ser nada bueno.
- Todo ha pasado demasiado rápido. Cuando hablamos por teléfono sólo pude darte parte de información.
- ¿Qué más ha pasado? ¿Tan grave es? – Martha apoyó su mano derecha en la pierna de Richard. – En el accidente no sólo murieron tus padres.
- ¿Qué quieres decir?
- También iban tus tíos en la avioneta.
- ¿Cómo?
- Han fallecido los seis.
- ¡Tiene que ser una broma! ¿Cómo van a fallecer los seis? – se levantó y se apoyó en el escritorio de la sala.
- ¿De verdad crees que bromearía con algo así?
- Pero, ¿cómo van a fallecer todos? Es demasiado… - sin encontrar las palabras adecuadas.
- Demasiado cruel – las lágrimas caían por las mejillas de Martha.
- Lo… lo siento… tanto… abuela… - Richard entró en shock - ¿Qué pasó? ¿Qué falló?
- Las investigaciones apuntan a que no fue un accidente – miró a su nieto con todo el dolor que podía soportar.
- ¿Qué estás queriendo decirme?
- Dicen que fue provocado.
- ¿Provocado? – Richard cerrando sus manos en un puño.
- Es lo que han comenzado a investigar.
- ¿El FBI?
- Tengo un contacto ahí. Le he pedido el favor. Necesitamos que alguien nos ayude. Alguien que se tome este caso como algo personal. Es un amigo de tu abuelo. Un buen hombre, Richard.
- ¿Hay algo más verdad?
- Sí
- Suéltalo todo ya, por favor… todo – se sentó en el escritorio, mirando a su abuela fijamente. Quería toda la verdad. Toda la información.
- El mismo día del accidente, recibí una llamada.
- ¿Una llamada? ¿De quién?
- Anónima. – Martha aturdida, mientras su nieto estaba colapsado por toda la información que recibía, sin cortafuegos que equilibrasen algo el dolor. Cada célula de su cuerpo se contrajo con una realidad desoladora.
- ¿Qué pasa? ¿Qué dijo? ¡No puede ser peor que todo esto!
- Que… no pararán.
- ¿No pararán con qué?
- No pararán hasta matarte.
