Disclaimer: Los personajes pertenecen a George R. R. Martin. Yo solo los he tomado prestados por un rato, para disgusto de Martin y deleite mío, y no obtengo ninguna clase de beneficio al hacerlo.
Este fic participa en el Reto #59: "¿Incesto? ¿Dónde?" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".
"Él parece sospechar, parece descubrir
En mi debilidad
Los vestigios de una hoguera
Oh mi corazón se vuelve delator,
Traicionándome"
Corazón delator, Soda Stereo.
Corazón delator
Lo sabía, tenía que saberlo...
¿Cómo no darse cuenta de ello si era tan evidente? Si sus sentimientos, cada vez que estaba junto a él, brotaban a flor de piel. Si cada vez que lo miraba o le dirigía la palabra, se sonrojaba como una doncella estúpida. Si cada vez que Robb lo rodeaba con sus brazos, de manera fraternal, su corazón latía como un caballo desbocado.
Esto que sentía estaba mal. Estaba seguro de ello. Él era su hermano, el heredero de Invernalia y él... él era solo un bastardo.
Odiaba sentir lo que sentía. Se despreciaba por ser tan débil, por no poder evitar que en las noches, al pensar en Robb, su mano se deslizara hasta su entrepierna y su semilla se derramara caliente en su mano, mientras susurraba su nombre...
Detestaba todo lo que imaginaba con él, todo lo que su subconsciente, por medio de sueños, le presentaba. Imágenes que no eran reales, futuros que jamás podrían ser ciertos. Lloraba en la noche, en medio de la penumbra, confundido, sin saber a qué se debía aquellos sentimientos tan insidiosos... tan reprochables...
Al final, solo encontraba una explicación: su origen. Era un bastardo, los bastardos eran perversos y depravados, y su sangre estaba manchada por la lujuria... aquella lujuria que Robb le despertaba.
Tenía que marcharse, estar lejos de él, poner kilómetros de distancia para apaciguar aquel ardor que encandecía su corazón.
Esa noche, durante el festín de bienvenida en la sala principal de Invernalia, mientras observaba a Robb en su sitio junto al estrado, desde la lejanía de su lugar, decidió huir hacia el Muro. Escapar y refugiarse en la única madriguera en la que podría enterrar para siempre aquellos malditos sentimientos.
