Disclaimer: Sigo sin ser J.K y la última vez que mire, en mi cuenta no había millones. Así, que por desgracia, los personajes y el potterverso no son mios, pertenecen por completo a diosa Rowling.
Este fic participa en el reto temático de noviembre "La Otra Acera" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black". Ha sido corregido por mi hermanita Adhy Rosier Moon Barigliessi.
ADVERTENCIA: Es un fic slash. Contiene escenas afectivas entre DOS HOMBRES. Si crees que va a herir tu sensibilidad, no continuas leyendo.
Sonrisas que no van dirigidas a ti, o quizá sí. Miradas furtivas, caricias dadas al pasar por la sala común. Ojos que se cruzan en el dormitorio cuando os estáis cambiando. Deseo. Frustración.
Competís entre los dos por ver quién es el más atractivo, el más ligón. Tú, con tu piel pálida, tus fríos ojos grises, y tu cabello rubio, tan rubio que parece blanco. Tú, con tu fama y tu apellido Malfoy. O él, con su labia y su piel morena. Con sus ojos misteriosos, que tan fácilmente ríen como amenazan. Él con su fama y su apellido Zabini.
La tensión crece, pero ninguno de los dos cede. Os retáis con la mirada, hacéis de cada noche un duelo de espectáculos a ver quién hace caer al otro primero. Os morís de celos cada vez que una chica se acerca al otro. Le acaricia. Le besa. Y siempre queréis ser el primero en desaparecer con alguna chica, para no ser derrotados de nuevo por alguien a quien os gustaría destrozar.
Es un juego peligroso el que os traéis entre manos. Un juego en el que tentáis, retáis, pero no queréis perder. Un juego en el que caéis una y otra vez. Llegáis al punto en que cada noche, en las camas enfrentadas, os acariciáis pensando que es el otro. Que son las manos del otro la que os recorren, la que por fin toma lo que es suyo. Que es el otro el que se ha rendido, el que se entrega, el que cede. Porque ninguno de los dos queréis ceder.
Pero llega un día en que coincidís a solas. El dormitorio, la sala común, los baños…da igual donde. Coincidís a solas y el juego se desata. No sabéis, y no importa quién, da el primer paso. Pero de pronto los besos son los protagonistas, los dedos buscan la piel deseada para marcarla con caricias que os hacen arder. Los gemidos son la única banda sonora que existe, la única que necesitáis.
Os entregáis el uno al otro sin máscaras, sin retos. Solo cediendo los dos, recibiendo los dos. No importa quién entra en el cuerpo de quien, solo os importa lo que sentís en ese momento. El placer de la entrega.
Y cuando se acaba, queréis más. Esto solo ha sido el aperitivo, porque una vez que os habéis probado, no existe nada más. Sois como una droga para el otro, no existen más cuerpos, no existen otros labios ni otra piel. Y buscáis cada rincón, cada espacio a solas para robaros el aliento el uno al otro. Siempre a escondidas, siempre temerosos de que alguien descubra vuestro secreto.
Pero también os peleáis. Oh, sí, peleas que hacen temblar las paredes de donde estéis. Peleas por celos, por miedo a perderos, aunque no lo queráis aceptar. Porque es imposible aceptar que el otro prefiera estar con alguien que no seas tú.
Sin embargo, después de las peleas, vienen las reconciliaciones. Esas salvajes, ardientes, donde los gritos de reproches se convierten en gritos de placer. Donde lo más importante es hacer estallar al otro de tal forma que las estrellas no sean suficiente comparación. Donde os devoráis, os marcáis, os fundís de tal manera que nunca sabéis donde acaba uno para comenzar el otro.
Porque el amor entre vosotros siempre ha sido así. Tomarlo todo sin dejar ningún resquicio a la duda.
