Para la actividad MISIONES. Gracias a mi adorada Deutschland (FFL) por la misma. Es curioso lo que somos capaces de hacer por las personas que queremos y, aunque el humor nunca fue lo mío, sólo por ella podía animarme a a escribir algo así sobre esta serie. El resultado fue bastante desastroso pero igualmente me divertí mucho.
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Son cinco misiones, que se van proponiendo cada semana, y tan solo la primera es un BulmaxVegeta, el resto… ¡Una locura sin sentido!
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Hacía mucho tiempo que no escribía un fic de DB así que espero que me perdonen no ser un buen guerrero Z y estar algo desentrenada…
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Primera misión: Rescatar a un gato de quemarse en un árbol… (o algo así).
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Era un hecho… ¡Odiaba al jodido minino!
Y no es que su animadversión no fuera conocida por todos, que lo era, ni que alguien en Capsule Corp. esperara que a él le gustara la ridícula mascota del viejo loco, que evidentemente no le gustaba. El problema iba más allá de su lógico, natural y más que patente desprecio por el infecto felino y es que, el endiablado bicho, aún consciente en todo momento de lo repulsivo que le resultaba, parecía empeñado en amargarle la existencia con sus demostraciones públicas de afecto; restregándose continuamente entre sus piernas, maullándole con cara tierna en presencia de cualquiera y subiéndosele con descaro a las rodillas a la mínima ocasión.
Vegeta empuñó las manos a ambos costados del cuerpo y exhaló un bufido exasperado… ¡Si hasta había osado ronronearle!
Por supuesto, tan cariñosa aptitud era recompensada con un buen puntapié tras el cual, erizado como si estuviese delante del mismísimo diablo, el «inocente» animal corría a refugiarse en el hombro protector de su dueño e, inmediatamente, sus lastimeros mayidos eran coreados por una serie de molestos y atronadores pucheros de Trunks, que con apenas tres de edad había encontrado en el dichoso gato su mejor compañero de juegos, y de una retahíla de voces, recriminaciones e improperios por parte de Bulma mientras trataba inútilmente de calmar a su hijo. Incluso se había atrevido a amenazarlo con no volver a reparar su preciada cámara de gravedad de persistir en su antipatía. Lo peor del caso es que después de su última patada había cumplido su amenaza por lo que ahora llevaba una semana ejercitándose en el jardín.
Los frunces de su ceño se hicieron más profundos… No lo soportaba un segundo más, o se deshacía de la insulsa mascota o acabaría cometiendo una locura contra la escandalosa mujer y su retoño. Se había jurado a sí mismo que si volvía a ver un solo pelo en alguno de sus «espandex» de entrenamiento finiquitaría al molesto animal y eso era, precisamente, lo que estaba a punto de hacer.
No sentía ningún remordimiento mientras formaba una pequeña bola de ki en su mano derecha, como tampoco lo había sentido cuando tomó al gato de mala manera por el cuello y voló hasta uno de los árboles del jardín para dejarlo sobre la rama más alta del mismo. ¡Él se lo había buscado! Prestó, eso sí, especial atención a que nadie lo viera cometer el «gatocidio», algo difícil teniendo en cuenta que en aquella casa las paredes parecían tener ojos y oídos. Los ojos y oídos de Bulma que, no sabía cómo, acababa siempre por enterarse de todo.
Este último pensamiento lo puso algo tenso y miró varias veces por encima de su hombro a izquierda y derecha hasta cerciorarse de que realmente estaba solo. No quería pecar de paranoico, menos cuando sentía el insignificante ki de la mujer en el laboratorio, pero tampoco arriesgarse a ser descubierto, lo cual, seguramente, lo dejaría sin cámara algunas semanas más.
Ella podía ser muy terca si se lo proponía y a él no le convenía a hacerla enfadar o, incapaz de tolerarla, tendría que ausentarse algunos días y dejar su cómoda rutina, sólo perturbada por la existencia del maldito gato, de desayuno, entrenamiento, ducha, almuerzo, entrenamiento, ducha, cena y descanso a la que ya se había acostumbrado.
¡¿Por qué todos parecían empeñados en agotar su escasa paciencia?! La mujer, el niño y el dichoso felino. Era el príncipe de los saiyajins, la raza de guerreros más poderosa del universo y una ridícula bola de pelo no iba a interponerse entre él y la perfección. Aquella última semana sin cámara iba a salirle muy cara al minino.
Desde la copa, Tama maulló nervioso, sacándolo de su ensimismamiento y una aviesa sonrisa se dibujo en su rostro. Miró una última vez a su alrededor para cerciorarse de que seguía a solas y con un certero movimiento de muñeca disparó la pequeña bola de energía formada en su mano contra la corteza del árbol. Este prendió al instante y los maullidos se hicieron más sonoros.
Tranquilamente, giró sobre sus talones alejándose del lugar. Estaba hecho…
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Apenas llevaba cinco minutos entrenándose cuando un histérico grito interrumpió su serie de abdominales. Al parecer la mujer había descubierto antes de tiempo el lamentable «accidente» que estaba a punto de sufrir la mascota de su padre. Su boca se torció en una ladina sonrisa por la ocurrencia y, con estudiada calma, se levantó del suelo, tomando la toalla que tenía al lado y pasándosela por los hombros para limpiar las gotas de sudor que se escurrían por su frente.
Frunció el cejo molesto, las voces sonaban realmente desesperadas… ¡Aquella mujer estaba completamente loca!
«¡Menudo jaleo por un insulso gato!», pensó mientras doblaba la esquina, decidido a echar un vistazo. No iba a dejar que después tanto esfuerzo algo saliera mal.
Sus ojos se abrieron como platos por la sorpresa ante una imagen muy diferente de la que había esperado encontrar. Las llamas crepitaban rodeando por completo el tronco del árbol, ya ennegrecido, y se alzaban lamiendo la copa.
Por un segundo dejó de respirar. Desde el suelo y gritando el nombre del niño, la mujer trataba inútilmente de acercarse y la visión de un asustado Trunks, encaramado a aquella rama que amenazaba con quebrase, rodeado de humo y con el gato fuertemente abrazado a su pecho, lo paralizó. Todos sus músculos reaccionaron, tensándose instintivamente.
¡¿Cómo diablos había conseguido el mocoso llegar hasta allí?!
Escuchó el crujido de la madera al partirse y sus pies y su cuerpo se movieron solos. Ni tan siquiera estaba pensando cuando agarró al vuelo al niño justo antes de que éste se precipitara al fuego.
Aún conmocionado, con el pulso latiéndole en los oídos por la tensión y el rostro carente de cualquier expresión, descendió despacio. Sintió algo húmedo y rasposo en su mejilla pero no reaccionó y dejó caer a Trunks en brazos de su madre que había corrido hasta ellos en el mismo instante en que sus pies rozaron el suelo.
Todavía en el regazo del pequeño, Tama maulló, llamando su atención.
En ese momento la sangre pareció volver a regarle el cerebro y se restregó fuertemente la mejilla con el dorso de la mano. ¡Qué asco! El apestoso minino acababa de darle un lametón.
De soslayo, observó a Bulma, con gesto descompuesto por el miedo y los parpados apretados, estrujar a su pequeño como si temiera que fuera a desaparecer en cualquier momento.
—Si sigues abrazándolo así vas a acabar asfixiándolo —dijo, con la voz impregnada en un sarcasmo que enmascaraba su confusión, al tiempo que cruzaba los brazos delante del pecho en su habitual e indolente pose.
Ella abrió los ojos y clavó sus pupilas vidriosas en las suyas. Por un instante, fue como si el tiempo se detuviera entre los dos. Vegeta no recordaba que jamás antes lo hubiera mirado así, con tanta intensidad. Como… como si lo estuviera viendo por primera vez. Avergonzado, desvió la vista justo a tiempo para no poder apreciar la pequeña y significativa sonrisa que se formaba en los labios de Bulma. Quizás él no fuera todavía consciente de ello pero nunca antes había hecho algo así por su hijo.
Justo entonces el minino saltó de los brazos de Trunks, caminó hasta el príncipe de los saiyajins, restregando el lomo con descaro entre sus piernas y, bajo la estupefacta mirada de todos, se dirigió parsimoniosamente a la casa.
Una vena pareció a punto de reventarle en la sien.
—¡Jodido gato! —masculló.
—Creo que alguien necesita un buen baño —afirmó Bulma dulcemente, centrando de vuelta toda su atención en su pequeño que balbuceaba alegremente en brazos de su madre como si nada hubiera pasado.
Enarcó su ceja izquierda al tiempo que los veía alejarse para entrar en la Corporación. Su cara era todo un poema, no entendía qué carajo había pasado por su cabeza para que su perfecto plan se fuera al garete pero estaba seguro de que su «generoso» rescate se vería recompensado. Ahora no sólo tendría al dichoso gato pegado a sus talones todo el día sino que además tendría que lidiar con una muy agradecida Bulma.
Formó una nueva bola de ki y la dirigió al llameante árbol que, completamente calcinado, se derrumbó convirtiéndose en una pequeña montaña de humeantes cenizas.
Suspiró, agitando ligeramente la cabeza a modo de negación y esbozó una sonrisa sardónica por lo increíble de la situación. Bueno, quizás esta vez había fracasado pero siempre podría volver a intentarlo y por lo menos, estaba seguro de ello, había recuperado su cámara…
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Gracias por leer.
