El incesante viento se cuela por la rendija de la entreabierta ventana meciendo suavemente una silla y las páginas ocres de un viejo ejemplar de El Profeta preso entre las páginas del también ocre diario, cuya portada reza en letra grande y oscura las palabras El Lord oscuro ha vuelto .

Es lo único de la habitación que ha sobrevivido a lo que parece haber sido una batalla campal, pero la verdad es que ese diario encierra un enorme secreto, secreto que yo misma y personalmente, me encargaré de divulgar: Lord Voldemort ha dejado de existir en todas sus formas, ha sido derrotado.

La relativa paz ha llegado al mundo mágico, calmando los corazones de seres puros y cristalinos como el agua, y de tantos otros oscuros y podridos, como manzanas carcomidas por los gusanos.

El suave crujido que emite la tablilla de madera tirada en el suelo que formase parte de una elegante estantería en su tiempo de gloria me sobresalta. Me dirijo con gran

cautela hacia la mesilla sobre la que reposa el diario, junto a una frágil rosa de un rojo extrañamente hermoso, envuelto en un paño de terciopelo verde con una letra dorada al reverso, en su parte lisa, una M de estilo victoriano. La fulgurante flor escarlata parece llamarme con sus pétalos, por los que resbala aún una gota de rocío, simple y sencillamente la forma más pura de vida, nace en la corona del pétalo más exterior para morir en el centro de la rosa, en el hueco con forma cilíndrica que se forma entre un círculo de frágiles y diminutos pétalos ligeramente ennegrecidos, oscuros por la poca luz que se filtra, que no le permite alimentarse, que se cobra su existencia, al igual que la de tantas otras vidas se lleva esta guerra.

Llevando cobijados bajo mi capa de invierno sobria y elegante la flor y el diario me dispongo a salir, topándome con varios medimagos de San Mungo y diversos hospitales mágicos del país que van ataviados con batas blancas y corren desesperados con cuerpos levitantes y rígidos siguiéndoles en sus caminatas. Uno de ellos se está dirigiendo a mí, más yo no le presto ni la más mínima atención, solo observo desolada el paisaje que aparece ante mis ojos, cuerpos tirados por doquier, algunos sin vida, otros con aterradoras expresiones y en estado de shock, otros en un coma irreversible y algún caso concreto solo sufre leves magulladuras. La verdad, jamás llegué a pensar que vería algo así, pero es la cruda realidad, que a veces no gusta, no siempre es un camino de rosas, pero hay que afrontarlo mirando hacia el futuro.

Mientras el medimago prosigue con su perorata sobre no se qué herida en la mano de alguien cuyo nombre no logro procesar e intenta infructuosamente mandarme a reposar,

yo estoy divagando en los recónditos rincones de mi mente, la decisión ya está tomada. El mundo merece saber de la traición que hizo venir abajo el imperio de terror y sufrimiento de Voldemort, creo que la gente debe conocer al que ha hecho que puedan decir sin pudor o miedo alguno palabras como Voldemort, mortífago, Tom Riddle o incluso reírse de Lucius Malfoy. Una expresión ufana se apodera de mi rostro desvaído, triste y tal vez con un tono pálido por lo desolador del panorama, y miro con mofa en los ojos al medimago.

Entonces comprendo todo lo que me dijo antes al ver al chico que viene por el final del pasillo, magullado, con una profunda herida en la mano derecha y cargando en su

espalda a una castaña de la misma edad y una niñita de cortos once años de edad en los brazos. Siento admiración y euforia al verle ahí plantado, lastimado, pateado, sucio y sintiéndose un traidor, pero habiendo salvado sendas vidas, la de él y la de dos no del todo inocentes almas que han ayudado en gran medida a la batalla final. Sé que tras él viene el ojiverde con su amigo pelirrojo por la expresión feliz de la castaña.

Saludo altivamente con la cabeza, aunque las lágrimas tientan con salir de mis ojos que escuecen cada vez más, pero no puedo llorar ante él, me sentiría vulnerada y humillada.

Sigo y paso de largo, no sin antes echar una fugaz mirada al corredor de lo que era el tercer piso de Hogwarts, que sirve ahora de improvisada enfermería.

Los terrenos llenos de cuerpos dan un aire macabro al ambiente, tan denso que puede cortarse con un cuchillo y yo siento un escalofrío recorrer mi espalda. No me

agrada mucho esa sensación, pero todo está tan calmado que no me preocupa siquiera

la marca que hay en mi antebrazo izquierdo que está desapareciendo gracias al efecto de la derrota de Voldemort. Si tan siquiera pudiera recodar por última vez los ojos del mal, creo que moriría. Mi suerte está echada, y la del resto del mundo también. Cada uno forjará ahora su futuro fuera de estas paredes. Y yo estaré ahí como un fantasma, una vaga sombra, para vigilar que todos y cada uno de mis seres queridos vivan felices, esperando que cumpla mi propio futuro junto con la persona que me ayudó a descubrir que hay un poco de amor en el mundo de los mortífagos, los seres oscuros y el mal.

Descrita la actual situación creo que puedo declarar la paz en cada uno de los mundos y comenzar a relatar los sucesos que han hecho posible este final.