I

Había una vez un niño llamado Peter Parker y una niña, Sarah Stark.

Si en su mundo, uno de muchos, todo hubiese transcurrido de una manera un poco más "normal", jamás se habrían conocido. Puede que ni hubiesen nacido y nadie jamás lo habría notado.

Pero, con fuerzas y designios que actuaban más allá de la comprensión, los hicieron converger en la misma realidad y conocerse muchas primeras veces.

De preguntarles, el muchacho apenas la recordaría, con su cabello rojo trenzado y perpetuamente acompañada por la alocada Amy Rodhes en la Feria Universal.

Ella apenas le habría prestado atención, pues estaría provocándole un infarto a sus padres haciendo levitar y reducir las últimas versiones de la armadura de Iron Man. Un chiquillo desgarbado con grandes espejuelos acompañado por sus progenitores estaría en el último lugar de su lista de intereses.

Aburrido, ¿verdad?

Bueno, dio la casualidad que sí se vieron. Peter la descubrió intentando apagar un arbusto en llamas y fue la ocasión primigenia para recibir sus órdenes a pleno pulmón y a toda carrera.

No tendrían más de siete años y ya sabían que ella era casi bruja y él bueno para ayudar a damitas en "peligro".

Por desgracia, cada cual siguió su camino y ese momento habría pasado al olvido de no haber coincidido en el café The Warp algunos años después.

Peter intentaba hacerle una foto decente a su tía May. No conseguía el ángulo ideal y mientras más se alejaba menos atención le prestaba a sus pasos.

Sarah había resuelto acompañar a dos de sus hermanos mayores (hechiceros para más señas y total extrañeza del multimillonario, ex-playboy, y filántropo Tony Stark), Johnny y la maravillosa Gwen Spellfort (que no era su hermana genética, pero sí de crianza), antes de darse un saltito por el Santuario de New York para importunar al Doctor Strange.

Decidió que bien le valía un chocolate con crema batida antes de enfrentarse a nuevos hechizos. Y llevaba el vaso- calentito y oloroso- a sus labios cuando alguien (MUY DESPISTADO) colisionó y se vió embadurnada de pies a cabeza. En el momento, que avanzaba en cámara lenta, Sarah tuvo dos piezas del rompecabezas que terminaría armando con el tiempo:

1) Él tenía una expresión de cachorrillo abandonado. Habría dado lo que fuera por verle sonreir.

2) Él era el ser humano más torpe del universo. Su camiseta de la D¨ Matthews Band se arruinó por completo.

Peter no corrió mejor suerte que digamos: siguió el mal trayecto y derribó mesas, sillas, bandejas… y personas a su paso. Si su futuro como científico se truncaba, bien que podía aspirar a ser un excelente huracán en el Mar Caribe.

Ni que decir del mal y horrendo genio que afloró en Sarah. Si Gwen no la hubiese detenido, Peter se habría visto lanzado al medio de la avenida. Cuando este se levantó, prodigando disculpas a diestra y siniestra y pretendió ser perdonado por la chica, aprendió dos cosas fundamentales:

1) Ella era hermosa. Adoró su mirada que parecía miel e igual de dulce.

2) Ella era un monstruo. Temió por su integridad física y se cercionó de tener el cuerpo indemne.

Jhonny, muy sabiamente, se acercó a él y le dijo muy bajito que huyera si tenía en alta estima su vida. A veces, Peter podía ser obstinado, pero por suerte para la historia que contamos, decidió recoger las maletas y partir- sacando casi a rastras a su tía- antes de convertirse en un cadáver.

Para ser sinceros, ambos regresaron varias veces al café con sus respectivos conocidos, con la secreta esperanza de verse.

Aun así, la trama de la vida no se hace con nudos sencillos. Si no, tal vez Peter no habría sido Spider-Man, Tony no lo habría recogido bajo su ala para tutorearlo/torturarlo y Sarah no le habría encontrado analizando las especificaciones del prototipo Arcángel de Robbie (el mayor mayor de los hermanos) con la misma devoción que un estudioso de textos sagrados.

La chica no emitió ni una palabra. Solo tomó asiento a su lado y amplió la proyección 3D del cableado que debía calibrarse; estaba en la mano derecha de la carcasa traslúcida que se exhibía en medio del laboratorio. Señaló un pequeñísima imperfección y Peter asintió como si con ello los cálculos, finalmente, tuviesen sentido.

Desde ese momento fue natural verlos juntos día y noche, en cada estación del año y en codiciones la mar de raras.

Sarah contaba con diesciseis años, era una magnífica estudiante de magia y había decidido que la mechas violetas se veían geniales con su cabello cobrizo. Peter acababa de cumplir los diescisiete, era un superhéroe en ascenso y no podía importarle menos las idas y venidas de la moda. Pero los dos tenían muchísimo más en común que divergencias personales de opinión.

Lo curioso es que Gwen lo había previsto ese día en el café. Jhonny, más allá de rescatar a un desconocido, lo creyó, más que imposible, improbable.

¿Nos reímos de Jhonny?