Autor: Kami-cute.
Summary: ¿Quién podría pensar que realmente los opuestos son atraíbles? Estos muchachos saben mucho de química. Negativo y positivo, hacen reacción.
Advertencias: Ninguna.
Declaimer: InuYasha y sus personajes no me pertenecen. Si lo hicieran, ¿quién creen que estaría entre mis sábanas? ¬
Notas de autor: Espero les guste. La escribí hace mucho, en un tiempo en que me enamoré de un muchachito con el carácter similar a InuYasha: celoso, protector, autosuficiente, carilindo, de lindos ojos y muy pero muy testarudo. Él era mi mejor amigo. Por eso dije: 'wow, es muy similar a lo que pasa con Kagome e InuYasha' y ¡sorprise! Se me ocurrió un fic. Espero lo disfruten.
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x... Negativo y Positivo ...xNunca se llevaron bien. Eso está de más de decirlo. Siempre andaban peleando, por una u otra cosa. Jamás estaban de acuerdo ni intentaban estarlo. Eran polos opuestos. Si uno decía negro, para el otro era blanco. Si uno decía blanco, para el otro era negro. ¡Eran irreversibles! Ella positiva y él, negativo.
Se conocieron (o comenzaron su guerra, como quieran tomarlo) un lunes. Gris lunes, que ambos aborrecían (bueno, una coincidencia). Él, estaba nervioso. Faltaba poco para tener lo exámenes de fin de año y ella estaba despechada e histérica. Ambos tenían un carácter asesino y psicópata instalado en su programa general. No hablaban ni miraba a nadie. Repito: estaban de mal humor.
Ambos bajaron del colectivo. Él le cedió paso, ya que como todo caballero: las damas primero. Ella lo miró despectivamente, ya que odiaba quedar como la dependiente del machismo. Odiaba quedar como débil. Y él, al verla bajar mirándolo de tan mala forma, frunció el seño y gruñó. Odiaba a las maleducadas.
Bien, sigamos. Ambos eran completos extraños. Ella, una muchacha de cabello largo y negro con ojos cafés y de cara angelical. Él, de cabello negro largo y de ojos color miel. Con cara de sexy, sin descripciones. Al bajar, sin querer, él la pisó. E hizo que ella cayera. Y se rió. Al levantarse, la muchachita angelical se dio vuelta con una mueca asesina en el rostro y encaró al culpable. El muchacho nunca sintió tanto miedo (pero eso jamás lo aceptaría). Ella comenzó a insultarlo y él, para no quedar atrás, la siguió. Intercambio de palabrotas y expresiones sarcásticas e irónicas. Un grito de ella, diciendo algo así como: 'Pedazo de boludo' y un cachetazo. Ella avanzó hacia la escuela. Él, quedó en shock. En sus respectivas mentes, ambos juraban jamás acercarse nuevamente al otro.
Un muy mal comienzo...
Luego de un tiempo, la mejor amiga de esta muchachita de cabello negro, llamada Kagome, comenzó a juntarse con el mejor amigo de el muchacho de cabello largo negro, llamado InuYasha. Al ser presentados, ambos abrieron los ojos enormemente y repitieron a dúo: '¡Vos sos el/la idiota del colectivo!'. Al Sango y Miroku no entender nada, les importó poco lo que pensaran sus amigos y siguieron juntándose. Y ahí, Kagome e InuYasha tuvieron que aprender a llevarse mejor. No tenían otra opción.
El primer tiempo, era pura hipocresía. Ambos charlaba y fingían llevarse de maravilla (sin dejar las frases irónicas de lado), luego de estar a solas con sus respectivos mejores amigos, criticaban y despreciaban sin vergüenza al otro. Kagome decía de InuYasha que era un creído, un desubicado, poco inteligente y machista. InuYasha decía de Kagome que era una niñita mimada, una maleducada, un chica bastante idiota y feminista. Se detestaban, en otras palabras.
Pero luego de un plazo de meses, ambos empezaron a ver que tenían cosas similares. Por ejemplo: iban a los mismos lugares, escuchaban la misma música, les gustaban las hamburguesas con papas fritas (¡y a quién no!) y tenían un carácter bastante similar. Es decir, se conocían los puntos de colisión. Al fin y al cabo, se empezaron a llevar de buenas. Bueno, sin irnos por las ramas, ellos empezaron a visitarse extra clases. Ella iba a su casa o él a la de ella.
Y hoy, era uno de esos días. Estaban en casa de Kagome, sobre el techo de ésta, en mitad de una tarde soleada. Bromeaban, recordando lo divertido del día. Las bromas que le jugaban a Shippo, el pequeño hermanito de InuYasha, las canalladas de Miroku y los golpes que obtenía por parte de Sango. Luego, se sumieron en silencio. Ambos maquinaban en cada una de sus mentes diferentes preguntas y distintas respuestas. Cada uno llegando a una importante conclusión: estaban enamorados. ¿De quién, que no me enteré? De nada más y nada menos que de la persona frente suyo. Cada uno se ruborizó. ¡Eran tan tontos! Estaban muy confundidos. Y eran demasiado orgullosos. Ninguno iba a dar el brazo a torcer fácilmente. ¿Yo? ¿Estar enamorado/a de la persona con la que peor tacto tengo? Sí, sí, seguro. Y tengo una segunda cabeza color verde. (quizás deban tenerla...).
La noche caía y en unos minutos sería el atardecer. Kagome estaba sentada, abrazando sus rodillas y mirando a un punto fijo en la nada. InuYasha estaba semi-recostado mirando hacia el mismo punto perdido que su enamo— ¡No! que su amiga.
Cada tanto (cuenten tres horas entre cada una) entablaban una pequeña conversación.
- ¿Te gusta el atardecer desde aquí?
- A decir verdad, nunca vi uno. Si no se te hubiera ocurrido observarlo, jamás se me habría ocurrido hacerlo.
- De lo que te perdías... –dijo con malicia.
- Me pierdo de mucho, con el pretexto de verlo en otro momento. Y ese momento nunca vuelve a llegar –dijo ella-. Dime, ¿es muy lindo?
- Tonta –bufó InuYasha, divertido.
Se ganó un coscorrón por idiota. Y así, mientras se sobaba el chichón, aguantaba las ganas de reírse. Adoraba ver la cara de Kagome enojada. Era muy graciosa. Volvió a mirar el punto fijo, sin hablar. ¿Qué debían decirse? Estaban juntos, era suficiente. ¿Para qué arruinar el momento con una pelea? Bah, bah...
El atardecer cayó y un destello verde iluminó el cielo durante una milésima de segundo. Luego, la noche reinó y el cielo se llenó de estrellas. Kagome, aún asombrada, miraba al horizonte. E InuYasha la miraba raro.
- Kagome...¿Estás...bien? –dijo, no muy seguro de decir 'bien'.
- Fue mágico...
- No digas estupideces, tonta –dijo, intentando soportar la risa-. Sólo fue un atardecer, eso y nada más.
- No me discutas, Inu-baka –dijo Kagome, mirándolo de manera amenazante-. Fue asombroso.
- Claro, claro...como digas –dijo, suspirando resignado.
Siguieron en la misma posición. La única diferencia era que ahora veían el cielo en su esplendor de noche y estrellas de falsa plata. Kagome miraba con una sonrisa en su rostro el bello brillo de las estrellas y la Luna. E InuYasha la miraba a ella, embelesado con lo hermosa que quedaba con el brillo de la Luna en su rostro.
Sin querer (¡obviamente que no iba a querer hacerlo! ¡Es testarudo, no idiota!) se le escapó de los labios una frase hacia ella, pero de fácil confusión.
- Es hermosa... –dijo en un susurro, para luego arrepentirse.
- ¿La Luna? Sí, es bellísima –sonrió Kagome, alegre.
InuYasha bufó molesto. Está bien, a él se le había escapado esa frase dirigida a Kagome. ¡Pero cómo ella podía ser tan idiota de confundirla con una frase dirigida a la Luna! ¿¡Es que acaso las pocas neuronas que tenía se le había calcinado con el atardecer!? InuYasha observaba a la Luna, para luego mirarla a Kagome. No, definitivamente Kagome era más linda. ¿Para qué alabar la belleza de algo inalcanzable y sin vida, teniendo a una diva inalcanzable pero existente a su lado? Al pensar así, le entraban ganas de gritarle al sol y aullarle a la luna que amaba a Kagome Higurashi. Pero luego...caía en cuenta que ella le repetía siempre que él no existía. Y sus fuerzas y esperanzas caían al olvido.
Aunque... Hacía rato que ansiaba decirle lo que sentía. Ser sincero, mostrarle el alma. Aunque, ¿cómo? Él era orgulloso y cabeza dura, jamás se dignaba a tratarla bien. No había sido capaz de demostrarle cariño, más allá de los celos. Ni un abrazo era capaz de darle, el muy mendigo. Y pensándolo de esa forma, era extraño que aún no pelearan.
Un apretón fuerte en su mano lo hizo salir de sus pensamientos. Miró a su compañera, que mantenía los ojos cerrados al cielo y sonriente, y se ruborizó. Luego miró su mano. ¡Lo tenía tomado de la mano! Y no era uno de sus sueños imposibles. Era real. Sin dejar de sonreír tiernamente, Kagome habló.
- Es una estrella fugaz –dijo susurrando-. Pide un deseo, InuYasha.
Él cerró los ojos y deseó. Tenía tantos deseos que era imposible elegir. Pero se decidió por pedirle a esa estrella que caía del cielo una vida junto a Kagome. O, en su defecto, que ese momento se hiciera eterno. Cerró con fuerza los ojos, repitiendo un millón de veces que ese momento sea para siempre. Esa unión. Ese cariño invisible pero real entre ellos. Algo irrompible.
Al abrir los ojos, vio a Kagome riéndose a carcajadas y disfrutando enormemente de verlo con una cara de infante increíble.
- ¿Qué pasó? –dijo extrañado.
- Jamás llegué a pensar que creerías en éstas cosas. ¿No que las estrellas eran tontas?
- Es la primera vez que creo en estrellas fugaces... –diciendo eso, giró el rostro para no mostrar el visible sonrojo que empezaba a cubrir su rostro.
- Bueno, entonces: ¡buena suerte! Ojalá tu deseo se haga realidad...
- Es...imposible... –dijo, murmurado decepcionado.
- Nada es imposible, Inu-baka
InuYasha sonrió y pensó. Sí, era mejor declarársele ahora a esperar más tiempo y ser rechazado seguramente. De todas formas, ¿qué tan difícil puede ser decir 'te amo'? La miró. En realidad, era difícil. No se acordaba lo que era hablar en sí ni el significado de las palabras que quería emplear ni su pronunciación. Y a causa de los nervios, no tenía voz.
Cuando estuvo a punto de decirle, ya decidido, su hermano Sesshomaru llegó a buscarlo. Saludó a Kagome con un beso en la mejilla y descendió del techo para irse. Habría tiempo... De eso quería convencerse.
Al llegar a su casa, InuYasha pasó de sus padres y sus hermanos. Subió directamente a su cuarto, encerrándose en él. Se tumbó sobre la cama. Jamás había odiado con tanto ímpetu a su hermano.
- Soy un idiota...¡debí decirle de todas formas! ¡Debí hacerlo!
Golpeaba las manos contra la cama o hacía rebotar su cabeza en la almohada. Detestaba ser él. Siempre que quería decirle, alguien llegaba alegando que era algo importante, que debía irse, que tal cosa o tal otra. Y una vez, cuado tuvo la oportunidad, ella creyó que estaba enfermo y tenía fiebre por el color tomate de su cara y la forma animal en que transpiraba.
Luego de tranquilizarse, miró al techo. Parpadeó constantemente durante unos segundos, para luego cerrar los ojos. Miles de preguntas se formulaban, se volvían a formular y luego se esfumaban como si fueran humo.
- ¿Por qué demonios la amo tanto? –suspiró, abatido-. ¿Por qué ella, maldición?
Lo mismo se preguntaba todo el mundo. Él, que siempre fue el casanovas e independiente del romanticismo. Que era de palabra fácil y de chamullos, aún más. Pero con ella...con ella se le dificultaba. No podía hablar. Se le lengua la traba, digo, se le traba la lengua. Y las palabras le costaban más que comprarse un guardarropas entero de Ricky Sarkany. ¿Me explico?
Gruñó, como siempre, y cerró los ojos. Tenía que dormir. Aunque fuera imposible. Mierda. ¿Cómo iba a dormir, sabiendo que casi se le declara y, como siempre, le arruinaron el momento? Mierda. Sólo se le ocurría soñar con ella. Sí, eso estaba bien.
Antes de dejarse caer al sueño, una idea cruzó por su cabeza. Un pensamiento tonto, pero dulce e infantil. "La estrella fugaz me cumplirá el deseo. Sé que sí." Y se dejó caer en brazos de Morfeo.
Owari