Los personajes no me pertenecen. Son propiedad de Masami Kurumada y Shiori Teshirogi.

Advertencias: contiene Yaoi (chico x chico).


Shion se encontraba barriendo la entrada de su casa. De adelante hacia atrás, hasta podría decirse que le parecía divertido pero en realidad no era por eso. Comenzó su día levantándose temprano a hacer sus actividades de rutina. Entrenar, estudiar, tomar un baño, descansar, seguir entrenando, visitar a Dohko, comer algo, tomar otro baño. Habiendo terminado todo eso ¿qué le quedaba por hacer? Absolutamente nada. Decidió sentarse a observar las nubes como si fuese entretenido. Después de veinte minutos dio por hecho que mirar las nubes no era del todo entretenido y que hasta uno podía hartarse de ver nubes. Todos parecían el rabo de un conejito blanco. A fin de cuentas, terminó aburriéndolo.

Caminó por su casa en busca de la mínima actividad que pudiese hacer, vagando por los pasillos de Aries encontró tres habitaciones cerradas.

Para quién tanto espacio, sólo soy yo…

Iba por la primera puerta, ésta tenía un color muy extraño. Marrón blanquecino, raro. Pasó la mano por el picaporte y al voltear la mano vio que estaba llena de polvo. Pasó un dedo por la puerta y lo que parecía ser un color raro no era más que una puerta de madera con abundante polvo, demasiado. Talvez era que nadie habitaba ese lugar desde hace un siglo y más.

Giró el picaporte y trató de abrir la puerta. Con un poco de insistencia y lucha, ésta al fin cedió, dándole paso al guardián de Aries. Grande fue la sorpresa a encontrarse con una biblioteca llena de libros y muy antigua. Entró dando pasos lentos, tratando de ubicarse bien en el espacio. La casa de Aries tenía una biblioteca, una muy linda. Seis libreros de dos metros de altura y cinco de ancho, todas con abundantes libros, todos ellos ordenados en fila y por lo que Shion entendió, ordenadas alfabéticamente. Siguiendo su recorrido divisó una mesa con tres sillas y más libros sobre ellas. A la izquierda, cerca de una ventana, se hallaba un gran sillón con una mesita de luz a lado y un tomo enorme de lo podría ser un diccionario de griego/italiano.

– Que raro – se apresuró a decir –.

Dio grandes zancadas hasta la siguiente habitación, si una de ellas podía esconder una biblioteca. ¿Qué podrían esconder las otras?

Fue a la siguiente, tuvo que aplicar el mismo forcejeo que con la anterior.

– ¡Rayos! – una gran telaraña adornaba la entrada de ésa habitación, Shion tosió fuertemente al haberse tragado más de la mitad de la telaraña, tropezó con un banquillo y cayó al suelo. Soltó unas cuantas palabrotas –. Odio éste lugar – volteó y miró al cielo raso – ¿Qué es eso? – una pequeña araña se deslizaba hacia abajo, mejor dicho, hasta su nariz – Hola, me llamo Shion, ¿cómo te llamas? – la araña sólo caminó hasta su frente – Me picas y juro que te dejo a merced de los escorpiones de Kardia – de alguna forma, sintió como la araña se estremeció y él sonrió –. Buena chica.

Volteó de nuevo y sin darse cuenta, metió la cabeza en un hoyo oscuro, que olía raro. Olfateo más profundo, levantó un poco más la cabeza y luego se dio cuenta de que había metido la cabeza un una bacinica.

– Maldita sea, ¿por qué no me avisaste? – levantó la cabeza rápidamente y se levantó del suelo – Que asco – cuando se reincorporó, se dio cuenta de que estaba en lo que podría ser un baño. Había una gran tina, una estantería llena de frascos y jabones, dos esponjas, una letrina y por supuesto, la bacinica que encontró – ¡Súper!

Cargó a la araña de color beige en su mano y se la llevó consigo hacia la siguiente habitación. Para abrirla sólo le dio una patada y se abrió en el acto. Se encontró con una habitación para niños. Juguetes, no, muñecas, dos camitas pequeñas y, ¿un caballito de madera?

– ¿Qué demonios? – entró en la habitación y bajo a Xixi (así la bautizó) sobre la gran mesada que había a un costado de la puerta – ¿Qué se supone que es esto? – miró la habitación, era una para niños pequeños, niñas mejor dicho. Sin polvo podía asegurar que la habitación tenía colores rosado y un poco de lila, eso colores que a las niñas les gustaba tanto. Suspiró.

Salió del cuarto y caminó hacia su cuarto, tenía una sensación rara, miró la cama. Era grande, amplia, para dos persona adultas.

Una cama grande, dos pequeñas.

Sintió un nudo en la garganta y respiró profundo, lo invadió una presión en el pecho y los ojos se le llenaron de lágrimas. Apretó los labios y se cubrió la cara con las manos. ¿Por qué de repente se sentía horrible? ¿Qué exactamente estaba sintiendo en esos momentos? Tristeza, dolor, angustia, soledad. Corrió hasta el patio de Aries. Buscó refugió en la banca que se encontraba debajo del cerezo milenario. Levantó la cabeza para observarlo, un cerezo albino. En épocas calurosas tenía las flores blancas y las hojas verde oscuro mientras que en invierno, alardeaba sus flores púrpuras y hojas brillantes. Apoyó la cabeza por la barandilla de hierro forjado y trató de calmar sus lágrimas.

– ¿Por qué? – se dijo y al dar por obvio que ya no podía hacer nada, lloró como debía. Dobló las rodillas y hundió la cabeza en ellas.

¿Por qué? ¿Por qué? ¿¡Por qué!?

Escuchó pasos. Pasos que venían bajaban desde la casa de Tauro, suaves y elegantes, levantó la cabeza y se encontró con el guardián de Géminis, Aspros.

– ¿Shion? – se acerca hasta donde se encontraba el niño y tomó asiento a lado suyo – ¿Qué te sucede? – miró dulcemente al Shion que había vuelto a hundir su rostro entre sus rodillas – Mírame – acarició su pelo y trató de hacer que lo mirase – ¿Te encuentras bien?

Shion negó con la cabeza.

– ¿No? – Aspros secó sus lágrimas con su pulgar – Cuéntame, ¿qué sucedió?

– Yo… estuve re-recorriendo la casa de Aries y encontré una habitación con cosas de niñas… niñas pequeñas – Aspros suspiró –, luego, sentí la necesidad de ir a mi cuarto y por primera vez en mi toda mi estancia, me di cuenta de que mi cama era grande. Muy grande, como…

– Para dos personas – dijo Aspros y Shion asintió –, continúa.

– Y no sé… me sentí triste y yo… – sintió como sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas.

– Ya no llores. Te voy a contar algo – Aspros se acomodó en la banca –, el patriarca nos contó a Sísifo y a mí que, varios caballeros, compañeros suyos tenían hijos y esposa; entre ellos estaba el caballero de Aries.

– ¿Y qué pasó con su familia?

– ¿Qué pasó? – suspiró – Su esposa fue asesinada por espectros y sus hijas sobrevivieron apenas… después de eso, huyeron del Santuario y nunca más se supo de ellas.

Shion bajó la cabeza y miró hacia otro lado. Aspros trató de buscar alguna excusa para alegrar al niño y hacer con sonriera. No fue bueno haberle comentado aquello pero, mucho menos le mentiría. ¿Qué podía decirle? ¿Si quería entrenar con él? No, de seguro se mató el día entero. ¿Pasearlo por el Rodorio? No serviría, había escuchado que Régulus los había llevado a Dohko y a él en un recorrido para conocer el pueblito.

Tengo una idea… pensó Aspros.

– Shion… – el aludido levantó el rostro – ¿Encontraste mucho polvo en la casa? – éste asintió – ¿Quieres que te ayude a limpiar? – Shion abrió los ojos y sonrió –. Muy bien, vayamos por las cosas para limpiar.

Para tener trece años es muy maduro, Shion, no te culpes por haber llorado… no lo hagas.

Sonrió y siguió al niño que ya había ido al interior de la casa para poder traer los elementos de limpieza.

Y fue así como Shion terminó por barrer la parte trasera de la casa de Aries. Había logrado olvidar su reciente experiencia, llenándose de esmero al tratar de dejar perfecta su casa.

Aspros decidió hacerse cargo de la habitación de las niñas, ordenó todo como pudo y cerró la puerta, le evitaría disgustos a Shion. Claro que se encargó de sacar a Xixi antes de nada. El lemuriano le había contado que había adoptado a esa araña que encontró en el baño, Aspros no pudo evitar reírse al saber que Shion había metido la cabeza en una bacinica.

– ¿Shion? – el guardián de la novena casa del Santuario entró a los terrenos del jardín de Aries – ¡Shion! – dijo al ver al niño barriendo – ¿Has visto a Aspros?

– ¿Quién me llama? – dijo el gemelo mayor saliendo con Xixi en la cabeza – ¿Sísifo? – trató de esconder el sonrojo en sus mejillas, lo mismo pasó con el guardián de Sagitario. Shion observó con determinación el rostro de ambos, ¿qué demonios les sucedía?

– Perdón – Sísifo sacudió la cabeza –. Yo quería saber si… Aspros, ¿me quieres acompañar a traer a Athena y a Kardia? El patriarca me dijo que, ellos volvieron a escaparse y quería saber si tú querías venir conmigo… – vio que Aspros bajaba la cabeza hacia donde se encontraba Shion, vio como éste sonreía y asentía.

– Vamos – dijo Aspros.

– Shion… ¿no quieres venir? – preguntó Sísifo antes de dar un paso más hacia la salida. Shion volvió a asentir – Entonces… vamos.


– Tengo curiosidad – dijo Déuteros sentándose enfrente de Asmita – ¿Mi hermano es idiota o tiene principios de locura? – imitó la pose de Asmita a excepción de las manos que las dejó quietas sobre sus rodillas.

– Tengo curiosidad – respondió –. ¿Tienes celos de tu hermano?

– ¡Ja! – exclamó el gemelo menor – ¿Por qué tendría que tener celos?

– No lo sé – Asmita sonrió – dímelo tú.

– ¿Por qué tendría que tener celos? – se acercó a Asmita – Te tengo a ti – susurró sensualmente, haciendo que el virginiano se sonrojase –. Soy feliz con eso.

– Déuteros…

– Ya va bueno… – el gemelo menor suspiró. Extendió las piernas y apoyó la espalda contra el suelo – ¿Por qué a mi hermano le gusta Sísifo? Es decir, vive rodeado de niños… Sasha, Régulus, Dohko, Shion. No sé si Kardia entre en la ronda – Asmita dio una media sonrisa.

– Puede ser que por eso le guste, Déuteros.

– Puede ser. También puede ser pura calentura.

– ¡Déuteros!

– Asmita – soltó en un suspiro.

– ¿Qué?

– ¿Por qué aún no me has retado y echado de tu templo?

– No lo sé – soltó dulcemente –. ¿Traes tu máscara?

– No… ¿por qué la…? – Asmita se lanzó sobre el gemelo menor y puso su pierna a cada lado del cuerpo de Déuteros – ¿Qué haces? – Asmita dio un beso a la barbilla de Déuteros y frotó su rostro por el cuello del gemelo menor –. Esos no son mis labios…

– No te iba a besar… sé que después ya no podremos detenernos – dijo, haciendo que Déuteros soltase una risa suave –. Gracias.

– ¿Por qué?

– Por haber venido todos los días a visitarme desde que llegué aquí – dijo abrazando a Déuteros –. No sé que hubiese hecho sin ti, Déuteros.

– Lo mismo pienso… – rodeó la cintura de Asmita y apoyó la nariz sobre su cuello – ¿Ya puedo besarte? – Asmita apartó su flequillo.

– Si quieres… hazlo.

– Claro que quiero – colocó sus manos a cada lado del rostro de Asmita y le dio un cálido beso –. Sabes Asmita, te tengo un regalo por adelanto de aniversario.

– ¿Y… qué es?

– Ya te muestro.


¿Cómo había terminado así? ¿Qué fue lo último que hizo? El patriarca lo mandó llamar, él subió y… pasó por Piscis, a mitad de camino se sintió débil y por último… cayó inconciente. Abrió los ojos y volvió a la realidad, giró el rostro y trató de ubicarse en el tiempo. Estaba en… ¿la casa de Piscis? Levantó la cabeza y dio por cierto que si estaba en la casa de Piscis y tenía un paño frío en la cabeza.

Alzó el cuello y luego se incorporó en si.

– ¿Quién…? – escuchó voces provenientes de hacia fuera y se levantó – ¿Hola?

¿Cómo se llamaba? No lo recuerdo… ¿Albafica? ¡Si! Albafica.

– ¿Albafica? – preguntó caminando hacia la puerta, dio un vistazo a su entorno antes de dar el paso que lo dejaría afuera. Vio una hermosa cocina y una sala ordenada, no tenía mal gusto.

Se detuvo. Iba a ver por primera vez al caballero de Piscis, según había escuchado por Sísifo, Albafica de Piscis era reservado. Por lo que escuchó de Dégel, era reservado y fino, digno alumno de Lugonis. Por lo que había escuchado que dijo el patriarca, era un caballero ejemplar aunque le gustaba mantener sus distancias. ¿Por qué? Como se sabe, desde la era del mito, el caballero de Piscis destacaba por su belleza y también por su sangre venenosa. Al igual que una rosa: "se mira pero no se toca". ¿Él iba a arriesgarse? ¿Por qué no?

Dio un paso. ¿Cómo sería la apariencia de Albafica? Sabía que era hermoso, pero, hay muchas cosas que podían hacer a una persona bella.

Un paso más. No dejaré que me nublen los prejuicios humanos. Él será mi compañero y nada hará que eso cambie. Pensó Dohko antes de decidirse e ir hacia el jardín de rosas...

Otra vez sintió mareos. Otra vez sintió a su cuerpo temblar y tratar de desplomarse a causa de la gravedad que hacia presencia como si fuesen cien elefantes sobre sus hombros. Otra vez sintió que podía morir.

– ¡Que idiota…! – fue lo último que escuchó antes de cerrar los ojos y quedar seriamente inconciente.

– ¡Manigoldo! – exclamó Albafica – ¡Ayúdame! ¿Quieres? Después maldícelo todo lo que quieras.

– Como mande su alteza.

– Imbécil.

Manigoldo lo cargó sobre sus hombros y sintió como el futuro guardián de Libra se estremecía ante su brusquedad.

– Quiero saber, ¿se hace o es?

– Yo creo que no sabe que es peligroso, es todo – dijo Albafica siguiendo con la vista al niño que Manigoldo llevaba en sus brazos – Dohko de Libra, es uno de los niños que llegó hace un nueve meses. He visto su rendimiento, es increíble.

– ¿En serio? No se nota.

– Manigoldo, tu estás aquí desde que tenía ocho años. Supongo que ya te acostumbraste al olor de las rosas… – Albafica resopló y se alzó el cabello – seguiré cuidando de mis rosas, trata de no hacerle nada ¿quieres?

Rosas. En ese momento captaban toda su atención. Los pequeños pimpollos de su rosal silvestre comenzaron salir, la semana pasada sólo eran tres, ahora ya era más de siete.

El rosal que había plantado su maestro antes de morir, al fin había conseguido su primera partida de pimpollos que dentro de algunos días serían bellísimas rosas silvestres. Una variedad que destacaba en su jardín. Un jardín con una sección especial para especies varias de rosas. Para iniciar tenía un rosal de Francia originaria de Europa central y meridional de Asia Occidental, sus hojas contaban con siete capas verdes azuladas, aún no había alcanzado sus dos metros pero ya tenía una altura aceptable de un metro y un poco más. En la parcela de a lado se encontraba la rosa de China, un bello arbusto perenne que ya había alcanzado unos tres metros de altura y dentro de poco comenzaría su temporada, en la cual sus rosas al rojo vivo deslumbrarían a cualquiera. Por último se encontraba su rosa del Té, trepada por un joven laurel, algunos podrían decir que eran las flores del mismísimo pero no, sólo eran rosas trepadoras. Además de eso tenía rosas albinas y tres colores y cuatro variedades de su rosa emblemática; azul, blanca y púrpura.

El resto del jardín tenía las milenarias rosas venenosas oriundas de Grecia, regalo de la diosa Afrodita al caballero que regía su signo. Expedían un olor dulce que sólo el caballero de Piscis podía distinguir, cualquier otro ser, antes de sentir el dulce aroma caería en un sueño profundo y hasta podría morir. No, la verdad en era viceversa, el que cruzase los rosales de Piscis moriría enseguida y de tener suerte, podría ser que sólo cayese inconciente como lo había hecho el futuro santo de Libra. Y luego tener que escuchar las quejas de su amigo que, claro que él había rondado por éstos lugares desde muy pequeño y pudo acostumbrarse rápidamente al veneno de las rosas. Con esa ventaja a su favor logró hacerse amigo suyo por la única razón de que podía andar a su anchas por todo Piscis y hasta podía acercarse libremente a él.

Manigoldo de Cáncer, que ser tan peculiar.

– ¡Que locura! – se dijo y surgió regando su rosa del Té.

– ¿Qué es una locura? – preguntó Manigoldo dando una zancada hasta donde se encontraba Albafica – Le enseñé el camino alternativo para llegar al palacio sin tener que pasar por las rosas.

– ¿En serio? – Albafica trató de ignorar a Manigoldo que comenzó con su diaria exhibición de sonrisas sádicas – Sabes Manigoldo… te haría bien dejar de fumar eso que fumas cada vez que no tienes nada que hacer.

– Deberías dejar de ser tan femenino, a lo mejor te consigues una bella esposa – susurró con sarcasmo.

– Primero: no soy femenino. Segundo: no quiero casarme, gracias, amo la vida que llevo. Tercero: eres tú el que no tiene que casarse, pobre de la mujer que esté contigo, conocería el Yomotsu y terminaría como tú.

– Eres un buen amigo Albafica.

– Aún no sé por qué hablo contigo.

– Yo tampoco – ambos rieron –, algunos creerían que es broma que somos amigos.

– Tienes razón pero… ¿a quién le importa?

– Sí… – Manigoldo se sobó la nuca – Iré a ver a Sage, quería hablar conmigo. ¿Puedes preparar algo de comer?

Albafica se sobó la sienes – ¿Por qué no vas a tu casa y…?

– No tengo ganas.

¡Que bien! Rosas. En ese momento captaban toda su atención. Los pequeños pimpollos de su rosal silvestre comenzaron salir, la semana pasada sólo eran tres, ahora ya era más de siete.

El rosal que había plantado su maestro ante de morir, al fin había conseguido su primera partida de pimpollos que dentro de algunos días serían bellísimas rosas silvestres. Una variedad que destacaba en su jardín. Un jardín con una sección especial para especies varias de rosas. Para iniciar tenía un rosal de Francia originaria de Europa central y meridional de Asia Occidental, sus hojas contaban con siete capas verdes azuladas, aún no había alcanzado sus dos metros pero ya tenía una altura aceptable de un metro y un poco más. En la parcela de a lado se encontraba la rosa de China, un bello arbusto perenne que ya había alcanzado unos tres metros de altura y dentro de poco comenzaría su temporada, en la cual sus rosas al rojo vivo deslumbrarían a cualquiera. Por último se encontraba su rosa del Té, trepada por un mango, alguno podrían decir que eran las flores del mismísimo pero no, sólo eran rosas trepadoras. Además de eso tenía rosas albinas y tres colores variedades de rosa emblemática; azul, blanca y púrpura.

El resto del jardín tenía las milenarias rosas venenosas oriundas de Grecia, regalo de la diosa Afrodita al caballero que regía su signo. Expedían un olor dulce que sólo el caballero de Piscis podía distinguir, cualquier otro ser, antes de sentir el dulce aroma caería en un sueño profundo y hasta podría morir. No, la verdad que era viceversa, el que cruzase los rosales de Piscis moriría enseguida y de tener suerte, podría ser que sólo cayese inconciente como lo había hecho el futuro santo de Libra. Y luego tener que escuchar las quejas de su amigo que, claro que él había rondado por éstos lugares desde muy pequeño y pudo acostumbrarse rápidamente al veneno de las rosas. Con esa ventaja a su favor logró hacerse amigo suyo por la única razón de que podía andar a su anchas por todo Piscis y hasta podía acercarse libremente a él.

Manigoldo de Cáncer, que ser tan peculiar.

– ¡Que locura! – se dijo y surgió regando su rosa del Té.

– ¿Qué es una locura? – preguntó Manigoldo dando una zancada hasta donde se encontraba Albafica – Le enseñé el camino alternativo para llegar al palacio sin tener que pasar por las rosas.

– ¿En serio? – Albafica trató de ignorar a Manigoldo que comenzó con su diaria exhibición de sonrisas sádicas – Sabes Manigoldo… te haría bien dejar de fumar eso que fumas cada vez que no tienes nada que hacer.

– Deberías dejar de ser tan femenino, a lo mejor te consigues una bella esposa – susurró con sarcasmo.

– Primero: no soy femenino. Segundo: no quiero casarme, gracias, amo la vida que llevo. Tercero: eres tú el que no tiene que casarse, pobre de la mujer que esté contigo, conocería el Yomotsu y terminaría como tú.

– Eres un buen amigo Albafica.

– Aún no sé por qué hablo contigo.

– Yo tampoco – ambos rieron –, algunos creerían que es broma que somos amigos.

– Tienes razón pero… ¿a quién le importa?

– Sí… – Manigoldo se sobó la nuca – Iré a ver a Sage, quería hablar conmigo. ¿Puedes preparar algo de comer?

Albafica se sobó la sienes – ¿Por qué no vas a tu casa y…?

– No tengo ganas.

– ¡Que bien! – dijo con sarcasmo –. Veré que cocino.


– ¡Que raro! – escupió con sarcasmo Kardia y siguió caminando – Quisiera saber cuando no están juntos ustedes dos – soltó tratando de enfurecer a uno de los dos caballeros. Nada, no logró absolutamente nada más que la mirada furtiva de Sísifo por haber arrastrado a la reencarnación de Athena hasta a un bar. Sasha sólo sofocaba una pequeña risita y seguía caminando de la mano de Sísifo. Mientras, Aspros había atado una soga al cuello de Kardia y lo llevaba como si fuese un perro.

– Kardia. Tienes suerte de que hubiésemos llegado, un poco más tarde y terminabas sin cabeza.

– Por favor – soltó Kardia – no necesito que me estén cuidando, me basta con que el cuatro ojos de Dégel ande como mi niñera, hablándome de moral y buenos modales.

– ¿Ah sí? –Aspros y Sísifo se miraron, Sagitario asintió – Pues… – Aspros susurró una sarta de cosas a Kardia que se sonrojó de inmediato y volteó el rostro para evitar la mirada de los dos mayores y la confundida de Sasha.

– Eso es mentira.

– ¿Seguro? – dijo Sísifo – El Cid me contó otras cosas…

– Bien. Si es verdad, ¿y qué? Al menos tenemos en claro lo que sentimos, no como ustedes dos que no se deciden.

Ambos dejaron de reírse y se miraron. No evitaron sonrojarse de nuevo. Sasha que no entendía nada sólo dijo:

– ¿Podemos hablar de algo que yo entienda?

– ¡Sí! – dijeron los tres y siguieron caminando hacia el Santuario.

_._._:_:_:_:_:_:_:_:_:_:_:_::

Una montaña de libros decoraba su escritorio, su mesa de noche y toda su sala. Había estado haciendo las investigaciones sobre la última guerra santa, en ésta había muchas bajas además de la destrucción de un 80% del Santuario. Todo esto sumado a que Hades reencarnaba en humanos puros de corazón. Tenía que encontrar la forma de saber quién sería el próximo Hades, resultaría más fácil si Yato y Régulus no hiciesen tanto ruido. A pedido de Sísifo, éstos dos se habían quedado con el más responsable de todos los caballeros, lastimosamente no pudo decirle que no a Sísifo cuando dijo que iría a traer a Kardia y a Sasha de vuelta. Hubiese ido el mismo a traer a Kardia de los cabellos pero desistió de esa idea, sería mejor si sólo lo regañaba al llegar y ésta vez lo haría con mucho gusto.

Régulus corrió hasta donde Dégel estaba sentado.

– ¡Dégel! – dijo, haciendo que éste levantase la cabeza – ¿Cómo se hacen los niños? – el caballero volteó la cabeza rápidamente y miró con asombro al niño.

– ¿¡Qué!?

– Yato me dijo que no sabía nada de la vida y yo le dije que aún estaba aprendiendo. Y luego, yo le pregunté cómo se hacían los niños y él me respondió…

– ¡Régulus! ¡Maldito bocazas, ven aquí! – gritó Yato hecho una furia – ¿Dónde estás? – el futuro caballero se escondió detrás de Dégel y ocultó la cabeza entre sus cabellos verdes.

– Yato… – dijo secamente Dégel – ¿Qué exactamente le dijiste a Régulus?

– ¿Qué? Yo sólo le dije como se hacían los niños. ¡Él preguntó! – Dégel apoyó la cabeza sobre la mesa dejando al descubierto al sobrino de Sísifo.

– ¡Ahí estás! – Yato se iba a tirar sobre Régulus hasta que Dégel logró sostenerlo de su túnica y hacerlo sentar en el suelo. Cargó a Régulus y lo bajó a lado de Yato.

– Muy bien – dijo Dégel –. Yato, ¿puedes decirme lo que le has dicho a Régulus?

– Bueno – Yato tomó una bocanada de aire antes de decir – Régulus me preguntó y yo le respondí que cuando… – Dégel se preparaba para escuchar la resolución de Yato – un hombre y una mujer se aman, nace de su amor un niño. Se supone que él no le diría a nadie.

Dégel enarcó una ceja y suspiró aliviado, no fue lo que él creía que Yato le había dicho a Régulus.

– No te va bien con los niños, ¿no? – dijo una voz proveniente del sillón de enfrente – ¿Necesitas ayuda?

– ¿El Cid? – preguntó Dégel levantándose de la silla para comprobar que era el Cid de Capricornio – ¿Qué haces aquí?

– Acabo de terminar mi entrenamiento, no pude evitar la curiosidad de venir a ver el alboroto… por lo general sólo hay ruido cuando está Kardia… – Dégel negó con la cabeza – ¿Ese último comentario no fue necesario, verdad?

– Para nada.

– ¿Por qué cuando está Kardia…? – preguntaron Yato y Régulus. Dégel se cubrió los ojos con una mano y el Cid sonrió apenado.

– Porque Kardia suele sufrir de dolores y Dégel lo ayuda a sentirse mejor – respondió tratando de emendar su metida de pata – Dégel… ¿quieres ayuda?

– Descuida… debo preguntar ¿por qué estás aquí?

– Tengo que hablar con el patriarca… tengo que solucionar algunos problemas relacionados con mis discípulos – Dégel alzó una ceja –. Nada de que preocuparse – el Cid hizo ademán de levantarse –. Con permiso.


En tres minutos. En tres minutos había comenzado y a la vez concluido todo.

Déuteros suspiró. Trató de concentrarse en el libro que llevaba en manos, era interesante pero, ¿qué podía hacer si cada palabra que leía resbalaba y se perdía en una mar de pensamientos? Pensamientos dirigidos a ese niño que lo había enloquecido desde que puso un solo pie en el Santuario. Él tenía curiosidad, poco sabía del indio que llegó hace ya casi un año. Dentro de dos semanas ya se cumpliría un año, que rápido transcurrió el tiempo.

Asmita era un ser delicado. Bello, de facciones finas y cuerpo delgado, cabellos largos y dorados. Tenía curiosidad, ¿qué color serían sus ojos? Podía suponer que no serían marrones como los que tienen el 70% de la población mundial. Podrían ser verde claro o talvez, celestes. ¿Grises? O podía ser también que los tuviese de color almendra claro, brillantes. Había una pequeña posibilidad de que los tuviese de un color exótico como Shion, que los tenía en un rosa pastel o rosa apagado, algo aproximado.

Bajó las piernas de la mesa y decidió arrojar el libro, el pobre fue a estrellarse contra la pared y caer inmediatamente el suelo, colocó los brazos detrás de la cabeza y decidió dormitar. Nada más relajante que soñar con su niño.

– Asmita – soltó antes de caer rendido a los brazos de Morfeo.

¿Cuánto tiempo transcurrió? Una, dos… ¿tres horas? Levantó la cabeza y se encontró en su… ¿habitación? ¿Cómo había llegado hasta ahí?

– ¿Aspros? – atinó a decir.

– Hola – dijo su hermano, éste estaba acostado en su propia cama y tenía el libro que había arrojado en manos –. Tengo curiosidad, ¿por qué no te gusta éste libro? Es muy bueno.

Déuteros se frotó los ojos y se sentó al borde de su cama – No es eso… no podía concentrarme… no…

– ¿Asmita?

– ¿Sísifo? – ambos se miraron.

– Pregunté primero.

– Sí, ahora responde tú.

– Sí.

Aspros cruzó las piernas y arrojó el libro como lo hizo Déuteros.

– No puedo concentrarme – Déuteros rió –.

– ¿Hace cuánto llegaste?

– Una hora más o menos, estabas durmiendo y no quise que te duela todo. Decidí traerte hasta aquí.

– ¿Qué hiciste hoy?

– Ayudé al patriarca con el papeleo, supervisé a los nuevos aspirantes a caballero, limpié la casa de Aries con Shion… ayudé a Sísifo.

– ¿Ah si? – Déuteros soltó una amplia sonrisa de oreja a oreja – ¿Y puedo saber que hicieron?

– Idiota… sólo fui con él a traer a Sasha y a Kardia… y después… ¡sólo eso! ¡Déuteros, no me mires así! – exclamó Aspros señalando con el dedo índice a su hermano – ¿Para qué quieres saber?

– Tengo curiosidad… te propongo algo – dijo Déuteros –. Tú me dices lo que hicieron juntos y yo te cuento algo que tú quieras saber… – Aspros alzó ambas cejas y miró con gracia a su hermano – ¿Aceptas?

– Bien…

– ¡Así me gusta! Ahora… ¡dímelo! – Aspros sintió que sus mejillas tomaban o color carmín – Algo más sucedió… ¿qué pasó?

– Si… me pidió para que seamos algo más que amigos…

– ¿¡En serio!? ¡Felicidades! – dijo Déuteros saltando hacia la cama de Aspros – ¡Hay que festejar! Abramos la botella de vino que compramos de Italia.

– Ve por ella. Ya iré junto a ti – sonrió al ver como salía corriendo en busca de la botella. Fue la última vez que pudieron hablar como hermanos.


Oi! Este es mi primer fic en fanfiction. Originalmente, este fic estava en portugués, doy gracias a mi traductora, una chica que conoci de camino a mi ciudad natal Florianópolis, por darme la idea de hacer este fic y citarme las parejas de ShionxAlbafica y AsprosxSísifo. Aviso de nuevo, este fic contiene yaoi.

Yo espero que lo disfruten y agradeceria sus comentarios 333

Muita Obrigada!

Rusian Girl


aste your document here...