Hola a todos, no tengo mucho que decir, nada más que este es mi primer fic y espero que lo disfruten.

Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, la historia si :)

Pairing: Pirate!InglaterraxFem!España (Arthur Kirkland / Isabel Fernandez Carriedo), leve RomanoxFem!España (Lovino Vargas / Isabel Fernandez Carriedo) Más adelante: FranciaxFem!Canada (Francis Bonnefoy / Madeleine Williams), Pirate!InglaterraxFem!USA (Arthur Kirkland / Emily Jones)

EDITADO: Estoy en proceso de corrección total de la historia. Si has llegado a este punto, es que está corregido y has tenido suerte (?)


Capítulo 1

Un hombre de mediana edad ultimaba los detalles de su próximo viaje junto el que sería el capitán de su barco. Mientras, se podía oír la conversación de dos jóvenes en la sala de estar.

—¿De verdad era necesario que te cortaras el pelo como un chico?

—Uh, ya sabes que sí. No podría ser verdaderamente libre si tengo que comportarme como una señorita durante todo el viaje.

—Mmmmm… Igualmente te queda muy bien, maldita sea.

—No quiero separarme de ti —contestó bruscamente la joven.

—Hey, ¡el que debería estar protestando soy yo! Sabes, soy el adolescente con las hormonas revolucionadas… Tú sólo tienes doce años.

—Igualmente no quiero separarme de ti —replicó ella inflando los mofletes y haciendo una mueca cómica, para inmediatamente después relajar el rostro y esbozar una alegre sonrisa con sus ojos verdes brillando mientras miraba a su compañero —. Te quiero.

—Eh… —El joven castaño enrojeció visiblemente sin saber que responder.

—Jaja, que mono… Cuando te sonrojas pareces un tomate.

—¡Isabel!

—¿Qué? ¡Es cierto! —Después de esto, hubo un momento de silencio entre los dos.

—Te voy a estar esperando… Sólo será un año, verás cómo se pasa volando. Te prometo que estaré aquí pensando en ti. Estamos prometidos, no nos separarán.

—¿Y si le digo a mi padre que quiero quedarme aquí?

—Has estado un mes insistiéndole para que te permitiera cortarte el pelo… Además, amas navegar. El mar es tu vida y lo sabes. Maldita sea, me cambiarias por un barco si te dieran la oportunidad.

—¡Eso no es verdad, Lovino! Tal vez por un barco lleno de tomates.

—Me gustaría ver eso —rio él.

—¡Isabel! Han venido a recoger a Lovino, despídete de él. —La voz del padre de la joven resonó en sus oídos.

Ambos se miraron durante unos momentos.

—Adiós, italiano. Espero que me espere mucha pasta y muchos tomates cuando vuelva.

—Adiós española… Estaré esperando impaciente que me deslumbres con esa bonita sonrisa tuya de nuevo.

Y con esto, Lovino le dio un suave beso en la mejilla, y salió por la puerta, alejándose de ella.

XxXxX

Los tripulantes del barco estaban casi todos tranquilamente recostados sobre la cubierta observando el sol brillar en el cielo (y en algunos casos completamente dormidos). Después de varios días de tormentas y aguas revueltas, esa mañana había amanecido soleado, haciendo que la mayoría recordara su país y sus familias en él.

Por eso no pudieron reaccionar cuando unos piratas extremadamente capaces les abordaron.

Mientras su tripulación hacia lo que podía contra aquellos hombres sedientos de riquezas, el segundo a bordo agarró a un joven que horrorizado contemplaba la escena y le susurró que se escondiera en su camarote hasta que se fueran los piratas, aunque en su interior dudaba que pudieran vencerlos.

El capitán empezó a gritar órdenes, e incluso el hombre que estaba costeando ese viaje se unió a la batalla, pero poco pudieron hacer.

Rápidamente los piratas se hicieron con la victoria, mientras su capitán, un joven rubio de tan solo diecisiete años que rápidamente se había labrado un gran renombre con un precio demasiado alto por su cabeza lo contemplaba con una sonrisa.

Su tripulación atacaba a cualquier barco que se les interpusiera, pero por lo general cuando sus víctimas eran españoles despreocupados e ingenuos disfrutaba más. El rubio esbozó una sonrisa cruel.

A juzgar por los ropajes del hombre capaz con la espada que se les había unido al poco de empezar a batallar habían pillado un pez gordo.

Después de atar a los supervivientes (incluido al noble español) y amontonar los cadáveres en una esquina para que no se interpusieran en su camino, los piratas ingleses procedieron a buscar los tesoros del barco.

Uno de ellos empezó a buscar camarote a camarote por si alguno de los marineros tenía algún tesoro escondido: no sería la primera vez.

Andaba algo desanimado después de no encontrar nada cuando entró al último camarote. Sus ojos brillaron inmediatamente. Aquel era mucho más lujoso que los anteriores.

Ya había rebuscado todo lo que tenía que rebuscar, y encontrado suficiente oro para hacer feliz a su capitán cuando oyó un ruido extraño que venía de algún lugar de la habitación.

Extrañado, y con una expresión de sospecha en su rostro, el pirata se adentró de nuevo en el camarote. Después de otro ruido, se dirigió directo a las cortinas del ventanal de la pared desenfundado su espada, preparado para matar a quien quisiera que estuviera allí escondido.

Apartó las cortinas bruscamente sólo para encontrarse con un niño que parecía rondar los diez años que se había mordido el labio hasta producirse sangre.

En la cara del pirata se dibujó una mueca divertida ante la escena. Cogió al niño por el pelo y estiró para que levantara la cara. En sus ojos empezaron a formarse unas lágrimas indeseadas que rápidamente eliminó con su brazo mientras apretaba los labios.

—Mira que tenemos aquí… ¿Cómo te llamas, pequeño?

El chico bajó la mirada al suelo sin contestar. El pirata volvió a estirarle del pelo haciendo que pegara un pequeño grito de dolor.

—Mírame cuando te hablo. Te he preguntado tu nombre, niño. —El pirata esperó unos segundos hasta que se hizo evidente que el chiquillo no iba a responderle, lo que hizo que el inglés soltara un bufido.

Molesto por la falta de respuesta del castaño, lo cogió del brazo y lo arrastró hasta cubierta.

Mientras tanto el resto de la tripulación se habían deshecho de la tripulación (les habían dado a elegir, como muestra de buena voluntad: ser vendidos como esclavos, atravesarles con una espada, o tirarles por la borda. Todos habían elegido la última opción). Sólo quedaba el noble que les acompañaba, y todas sus riquezas que transportaba en el barco ya estaban en la cubierta, amontonadas al medio.

El capitán de los piratas se encaró al hombre que le miraba desafiante.

—¿Cuál va a ser su elección, milord? —le preguntó con sorna.

—Nunca abandonaré este barco por voluntad propia.

El piratea chasqueó la lengua y acto seguido le atravesó con la espada. Después apartó el cadáver con el pie, y se giró hacia el hombre que tenía al chico cogido del brazo.

XxXxX

Isabel notó como desfallecía después de ver como asesinaban a su padre delante de sus ojos. Su relación nunca había sido muy buena, a su padre le preocupaban más las joyas y el oro que su propia hija, pero ambos mantenían las formas por respeto a la madre de la joven, que había muerto cuando ella sólo tenía tres años. Pero aún así seguía siendo su padre.

Notó como el pirata que la tenía cogida del brazo le decía algo, pero no escuchaba nada. Su mirada estaba perdida mirando el cadáver de su padre. El que parecía ser su capitán se acercó a ella y la miró con curiosidad, preguntándole algo que Isabel no acertó a escuchar. En cuanto el hombre que la sujetaba soltó su brazo, la castaña cayó a tierra, derrotada.

¿Cómo había ocurrido todo esto? Hacía unas horas todos estaban contentos, cantando y disfrutando del sol que brillaba sobre ellos. Y sin embargo, ahora Isabel sentía como si su mundo se hubiera visto envuelto de nubes repentinamente.

Todo había ocurrido tan rápido, que al darse cuenta de todo, la joven se desmayó sin poder aceptar la muerte de aquellos que conocía y con los que había reído, jugado y cantado.

XxXxX

Mientras algunos hombres hacían el recuento de todo el tesoro que habían conseguido, el capitán y el resto de la tripulación se sentaron a descansar un poco después de la lucha corta pero violenta que habían tenido.

—¿Qué vas a hacer con el chico? —preguntó uno de ellos al rubio.

—No se… Se parece al ex propietario de nuestros nuevos tesoros. Tal vez podríamos pedir un rescate.

—Pero capitán… En ese barco había demasiado oro, incluso demasiadas joyas. Es el tesoro más grande que hemos conseguido en toda nuestra carrera. Probablemente se estuvieran mudando o algo por el estilo. No creo que les quede mucho…

—Mpf… Tal vez podríamos venderlo como esclavo —comentó otro. El capitán se quedó pensativo, pero no sabía porque, aquella propuesta hacía que se le revolviera el estomago. Aquel chico tenía un aire tan inocente…

—O tal vez podríamos emplearlo en nuestro barco —propuso otro, medio bromeando —. En unos años nos podría servir para otros propósitos… Ya sabéis a que me refiero. —Este comentario hizo que se ganara un golpe en la cabeza por parte de su capitán.

—Por dios… ¿Habéis visto la edad que tiene? No debe superar los diez años. Es sólo un crío. No sobreviviría mucho en este barco. —El capitán frunció el ceño. Sin embargo, ese chico tenía algo extraño.

—Estamos cerca de tu pueblo, capitán —comentó otro —. Podríamos dejarle allí hasta volver por aquí.

Eso hizo que el rubio se le quedara mirando… Estaban planeando un largo viaje que durara cuatro o cinco años. En ese tiempo el castaño habría crecido lo suficiente como para unirse a su tripulación. Esa idea hizo que sonriera.

—Tienes razón. Es una buena idea. Me sorprendes, parece que te has dignado a utilizar tu cerebro por una vez.

—Me ofendes, capitán —bromeó el otro, haciendo que los otros se rieran con ganas.

—¡Capitán Kirkland! —El rubio alzó la vista ante la llamada. Probablemente habrían terminado el recuento del tesoro.

—Vamos chicos —apremió el capitán —. U os quedaréis sin vuestra parte.

XxXxX

Isabel despertó con un gran dolor de cabeza. Por un momento, se limitó a girarse encima de la mullida cama donde se encontraba. No le apetecía salir de la cama… Aunque era extraño, estaba encima de la cama… Pero no tapada con las sábanas. Con su pereza habitual, abrió los ojos con lentitud.

Observó el techo durante unos pocos segundos intentando descubrir que era lo que le resultaba raro de él. Y cuando miró a un lado y se encontró que estaba en una habitación completamente diferente a la suya, cayó en la cuenta. Rápidamente, se incorporó y respiró hondo: no tenía ni idea de donde se encontraba.

—¿Ya has despertado? —Isabel miró confundida a su alrededor (un poco mareada por haberse levantado tan deprisa) hasta que pudo identificar al dueño de esa voz: un inglés, de unos diecisiete años (aunque daba la impresión de ser mayor), rubio, con unas gruesas cejas y unos brillantes ojos verdes, que recostada en la silla de su escritorio, la observaba con una ceja alzada. Isabel le miró confundida —. ¿Qué pasa? ¿Se te ha comido la lengua el gato? —Entonces fue cuando la joven le reconoció: era el capitán del barco pirata que les había atacado. El pirata que había matado a su padre.

—… —Isabel desvió la mirada, sin dignarse a contestarle siquiera.

—¿No me vas a hablar? —preguntó el rubio con sorna —. Está bien… Tú me dices tu nombre, y yo te devuelvo esto —Isabel reparó entonces en que el colgante que siempre llevaba en el cuello, que había pertenecido a su difunta madre, ahora estaba en las manos del pirata —. Tsk… Eres sólo un chiquillo de diez años.

—Doce… —murmuró Isabel con rabia.

—Así que sabes hablar, ¿eh? Este colgante es muy bonito, pero es de mujer. Los hombres no deberían llevar cosas como estas —Isabel le miró confundida y entonces cayó en la cuenta. Desde que la habían encontrado, todos le habían tomado por un chico: he ahí la razón de su corte de pelo —. Pero eso no es asunto mío… Dime tu nombre y te lo devolveré.

Isabel se mordió el labio. Su nombre… ¿Qué nombre? De verdad prefería que la siguieran tomando por un chico. Así que no le podía decir que se llamaba Isabel.

—Antonio —logró murmurar entrecortadamente. Nunca le había gustado mentir. Incluso en algo como eso. La gente que le conocía siempre sabía cuando mentía. Pero el rubio no pareció darse cuenta.

—Con que Antonio… Muy español —comentó el pirata para a continuación soltar una carcajada y lanzarle el collar a Isabel que lo cogió rápidamente y lo apretó con fuerza. Hubo unos momentos de silencio en los que el rubio la observó con cuidado, haciendo que Isabel enrojeciera —. Yo soy el capitán Arthur Kirkland.

Eso hizo que Isabel se tensara aún más. Incluso ella había oído hablar de él. El joven no llevaba mucho tiempo navegando como capitán del barco pirata, pero en seguida había sido conocido por su crueldad.

—¿Qué vas a hacer conmigo? —acertó a preguntar la joven temblando.

—Tsk. No lo sé. Con ese cuerpo tan pequeño no sirves para trabajar en un barco pirata. Tal vez te deje con Mary en mi villa durante unos años. Luego podríamos volver a por ti. No me sentiría bien matando a alguien tan pequeño como tú. Así que te unirás a mi tripulación en cuanto hayas crecido lo suficiente.

—¡¿Qué?! —exclamó indignada Isabel —. ¡¿Pero quién te crees que eres?! No puedes decidir eso por ti mismo, ¿sabes?

—Bueno… tu padre está muerto, tenemos tus riquezas y es muy probable que tu madre no esté viva, ¿cierto? —Ese comentario hizo que Isabel apartara la mirada —. Lo suponía. Así que no te queda nadie, ¿cierto?

Aunque eso no era cierto, aún le quedaba Lovino y su familia, Isabel calló. Si se enteraban de que estaba viva e intentaban rescatarla, bien podía matar a Lovino, a su hermana y a sus padres sin ningún miramiento.

—Y… ¿por qué no me tiras con la borda como has hecho con los demás? ¿O me vendes como esclavo?

—Tsk… Eres un crío… No soy tan malo.

—Mpf… Lo dudo. Eres la peor persona que existe. —Isabel infló los mofletes, causando una carcajada por parte del inglés.

—Está bien… Decidido… Supongo que en unos días llegaremos a mi villa. Has tenido suerte, crío. No volveremos hasta dentro de años, quizás. Vamos a dar una vuelta por el mundo. Necesito buscarme algunos aliados más para cubrirme las espaldas.

—Me extraña que los piratas podáis pensar en algo más a parte de en vosotros mismos.

—Pues aunque te extrañe, es algo normal en nuestro mundo. Puede ser que nos guste jugar sucio y seamos unos ladrones y asesinos, y todo lo que quieras… Pero siempre cumplimos con nuestra palabra.

Isabel iba a replicar, pero se vio interrumpida por un fuerte ruido que provenía de su tripa, que hizo que se sonrojara.

El inglés la condujo a un cuarto pequeño, mal iluminado, que apenas contaba con una cama y espacio para moverse, pero que al menos no era una celda mugrienta. Cerró con llave y se asomó por la ventana de la puerta.

—Ahora te traerán comida.

Y dejó a Isabel sola en aquella habitación pequeña.

XxXxX

El capitán estaba sentado en una silla de la cocina meditando mientras su cocinera (que le había pedido por favor que no interfiriera en su trabajo) preparaba algo de comida para el prisionero.

Aquel prisionero que le sacaba de sus casillas. Y no sabía por qué.

Tenía un aire inocente que impedían que le hiciera daño, pero en sus ojos centellaban con un aire rebelde que odiaba y que le ponía de los nervios.

Además había algo extraño en él que le inquietaba. Algo que no cuadraba.

Pasaron unos cuantos días sin incidentes hasta que llegaron al puerto de la villa donde se había criado el rubio.

Arthur abrió la puerta con cuidado, sabiendo lo que se encontraría: al prisionero profundamente dormido. Lo difícil era encontrárselo despierto. Uno de los tripulantes lo cogió en brazos y aunque estuvo a punto de caer, no había nada que despertara al joven. Y eso irritaba de gran manera al capitán.

Algunos de ellos bajaron del barco y se dirigieron a las afueras del pueblo, a una gran mansión propiedad de su capitán, mientras el resto se quedaba a arreglar el barco, comprar provisiones y gastarse el dinero de diversas maneras.

Lo tenían todo previsto para cuando llegaran y no había mucho que hacer: al día siguiente por la mañana marcharían.

XxXxX

Isabel se despertó lentamente y sin abrir los ojos se limitó a darse la vuelta dentro de la propia cama. En los últimos días lo único bueno fue que había podido dormir todo lo que había querido. Y seguiría durmiendo toda la vida si se lo permitieran.

Pero su comodidad no duró mucho. Sintió como alguien la despertaba. Abrió los ojos molesta para encontrarse con un cambio de ambiente que no esperaba. Estaba en una gran habitación decorada de manera rústica tumbada en una enorme cama y a su lado estaba una mujer bastante mayor, la cual la acababa de despertar.

—¿Dónde estoy? —preguntó Isabel tímidamente.

—En la mansión de los Kirkland.

—Espera, ¿qué? ¡No puede ser! ¿Ese bastardo iba en serio?

Isabel hizo ademán de salir corriendo, pero un hombre que aún no había notado, que tendría la misma edad que la mujer, la sujetó del brazo.

—Ay, ay… Me haces daño…

—John, suéltala y prepara algo de comer, por favor. —El hombre captó la indirecta. Aunque fuera una mujer, su esposa era la que mandaba en esa casa.

Una vez John hubo salido de la casa, la mujer instó a Isabel para que se sentara. Y ella le obedeció de mala gana.

—Según el señor Kirkland nos ha informado, tu nombre es Antonio… Pero si no me equivoco, está algo equivocado. No comprendo cómo los jóvenes de hoy en día confunden tan fácilmente a una jovencita con un niño. Aunque ese pelo tan corto no ayuda nada. ¿Cuál es tu verdadero nombre? Yo soy Mary, la encargada de cuidar esta casa.

Isabel la miró fijamente. Extrañamente, gran parte de la tensión que había estado acumulando, había desaparecido después de que Mary comenzara a hablar con ella. Era una mujer realmente agradable. ¿Por qué estaría al cuidado de un pirata cruel y sanguinario como Arthur Kirkland?

—Isabel. Isabel Fernández Carriedo.

—¿Eres española? —preguntó la mujer. Isabel asintió. Sabía hablar inglés, español, italiano, francés y algo de alemán. Su padre se había encargado de que fuera hábil en idiomas desde muy pequeña —. Me pregunto qué mosca le habrá picado a ese renacuajo. —Esto lo dijo más para ella misma que para la joven que tenía al lado, un tanto confusa —. Bienvenida a la Sun Village.

Mary le explicó a Isabel en lo que consistiría su estadía allí. Tanto ella como John estaban muy mayores, así que les ayudaría en las faenas de la casa y yendo al pueblo a hacer recados, y ellos a cambio le darían libertad por la zona y acceso a los libros de la mansión. Isabel, por supuesto, no tuvo otro remedio que aceptar.

XxXxX

Cinco años después

Mary miró fijamente a la joven que ahora tenía trece años. Apenas había pasado unos meses con ellos y se había intentado escapar incontables veces.

Pero lo que no contaba es que no solo Arthur era el protector de ese pueblo, sino que todos allí le admiraban y le respetaban, y le conocían desde pequeño. Y lo que Kirkland mandaba, se cumplía. Incluso si eso significaba retener a una jovencita dentro de aquel pueblo.

Isabel suspiró. Después de media hora de bronca por parte de la mujer y una fija mirada de desaprobación de John, ahora estaba a solas con Mary de nuevo. Sin poder evitarlo, unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas, haciendo que Mary se acercara a abrazarla.

—No llores, querida.

—Pero yo no quiero estar aquí —murmuró la castaña.

—No te queda otro remedio. No digo que esté de acuerdo con el señor Kirkland, pero si él ha decidido que estés aquí, es donde debe estar.

—¿¡Por qué le admiráis todos tanto?! Señor Kirkland por aquí, señor Kirkland por allá… ¡Es un pirata!

—Él ha librado a este pueblo de muchas desgracias, y gracias a su fortuna todos han podido seguir adelante. En el mar es de una manera, con nosotros es de otra. Y no nos importa, él siempre será nuestro pequeño Arthur.

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Los piratas reían contentos en el salón de la gran mansión.

—¡Eh, bonita! ¡Tráenos más para beber! —Una Isabel de quince años, dándose por aludida, se apresuro a obedecer rodando los ojos y ofreciéndoles una gran sonrisa. Era divertido cuando llegaban piratas a alojarse en la mansión del "amigo del capitán". Reían, bailaban y cantaban. Esa era la época que más disfrutaba Isabel. Aunque le fastidiaba cuando alguno de ellos elogiaba al capitán Kirkland. Ella odiaba con toda su alma al capitán Kirkland… O al señor Kirkland, según con quien estuviera hablando. Añoraba a su querido Lovino y a la hermana de este. Añoraba a sus amigas en su casa. Añoraba incluso a su padre. Y, por supuesto, añoraba el sol. En aquella villa de nombre dudoso casi nunca brillaba el sol. Siempre estaba nublado y muchas veces llovía, lo que no gustaba a Isabel. Ya no intentaba escaparse: una vez había llegado hasta la ciudad más cercana, e incluso allí respetaban los deseos del señor Kirkland. Aunque pareciera que era más por miedo que por respeto o admiración, como en la villa.

Durante unos días lo pasó bien con los piratas, riéndose como siempre: incluso un día se asomó el tímido sol entre las nubes.

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Isabel cerró el libro con tristeza. Ya era la quinta vez que lo acababa. Le encantaban los libros de la biblioteca de la mansión. Y le encantaba leerlos mirando el mar desde su escondite cerca de la playa. Incluso cuando llovía, allí no se mojaba y podía observar el paisaje durante horas. Amaba el mar. Casi más que a los libros y que a los tomates. Dando un suspiro, se dirigió a la mansión.

XxXxX

Isabel se acababa de despertar y vestir y se encontraba limpiando un poco el salón cuando un gran grupo de piratas entró en la casa. Mary fue a recibirles y cuando los vio les saludó a todos con alegría, presentándose ante los que no la conocían. Isabel se asomó curiosa. Sus caras no le sonaban, así que no habían pasado por la mansión en el tiempo que ella estaba allí.

La española se encogió de hombros y siguió con su labor. Tenía ganas de terminar de limpiar para quitarse ese vestido que Mary la obligaba a llevar cuando limpiaba. La verdad es que si que era útil, al menos. Por mucho polvo que levantara, no se adhería al vestido y así no se ensuciaba la ropa que se compraba con el propio dinero que ella se ganaba haciendo recados a la gente del pueblo. Justo cuando había acabado de limpiar, los piratas entraron al salón y se sentaron.

—¿Has acabado de limpiar aquí? —le preguntó Mary a la ojiverde. Isabel asintió energéticamente mientras hacía ademán de irse a su habitación —. Espera, señorita, saca algo de beber para estos señores.

—Pero iba a cambiarme…

—¡Nada de peros! Vamos, rápido —Isabel se afanó a obedecer. Lo mejor sería acabar cuanto antes posible mejor para irse al pueblo a trabajar. No le quedaba mucho para reunir una buena cantidad de dinero. En unos cuantos meses habría reunido suficiente para poder huir de allí, bien lejos y embarcarse camino a España.

Les sirvió una gran cantidad del alcohol y cuando estaban todos ocupados bebiendo preguntó curiosa a que tripulación pertenecían.

—Nosotros trabajamos para el mejor capitán de todos los tiempos, preciosa. El más fuerte…

—El más hábil.

—El más inteligente.

—El más astuto.

—El más rápido.

—Parece que estéis enamorados de él —comentó la española divertida, ocasionando una carcajada general.

—¡Por el capitán! —gritó uno alzando su botella.

—¡Por el capitán! —gritaron los otros a coro.

En ese momento, otro pirata entró en el salón mirando la escena divertida, mientras cogía una botella de la mesa.

—¿Brindando sin el asombroso yo? —preguntó alzando una ceja y provocando de nuevo que todos se rieran mientras alzaba la botella levemente —. Por el capitán Kirkland.


Hasta aquí la corrección del primer capítulo de mi primera historia en fanfiction (le tengo un cariñito que no veais)

Espero que si alguien lo lee (a estas alturas lo dudo *sigh*) le guste tanto como me gustó a mi escribirla :)

Muchas gracias :3