Las luces cegadoras, el calor, los flashes a millones, la sensación de caminar sobre una avenida de vidrios rotos, las caras expectantes, la gloria… el taco roto de un zapato demasiado alto, una caída que no dolió y un piso que sí lo hizo.

Yukari se miraba las rodillas descalza, el zapato yacía a sus pies privado de todo glamour. El maquillaje era ya una burla; el peinado había perdido toda forma y su largo pelo negro caía como una cascada de humillación sobre su frente.

No lloraba: no iba a darles ese gusto. Su tobillo le dolía cada vez más pero nada dolía más que su orgullo. Sentía las risitas y las miradas de refilón, los murmullos de la gente que pasaba a sus espaldas. Se mordió el labio y se encorvó aún más.

La alfombra estaba asquerosa de tanto trajín, sus ojos se fijaron en una quemadura de cigarrillo… sus pies estaban negros y el tobillo le dolía cada vez más, pero no movió un músculo. Las interminables sesiones de fotos le habían dado esa capacidad.

Ella no se merecía eso: se había esforzado, se había partido la espalda trabajando y arrastrándose para llegar hasta donde había llegado. Un tropezón no era nada, lo sabía pero… sabía que no lo olvidarían, sabía que no lo olvidaría. Había sido su trabajo más importante hasta ese momento y lo arruinaba así.

No quería pensar en qué diría la presidenta. La cara de horror del diseñador al ver el desgarrón en el vestido volvió a cruzársele por la mente.

Entre sus pies, descansaba su bolso. Sacó el celular. El mismo modelo que Miwako, pensó sonriendo a pesar suyo. Esa tradición había empezado cuatro años antes y esperaba que siguiera hasta que desaparecieran los teléfonos celulares. Sin embargo, no la llamó. Ni siquiera pensó en hacerlo. Sus dedos marcaron automáticamente otro número. Suspiró y le envió un mensaje, sintiéndose una idiota que esperaba que la tratasen como doncella en apuros cuando ya sabía que los príncipes no existían. Ya había tenido bastante con cuentos de hadas y especialmente demasiado con príncipes azules. Eran azules porque no existían…

Guardó el celular y se paró, pero volvió a sentarse al sentir una mordida de escarcha en su tobillo. Apenas gritó.

Alguien le ofreció ayuda pero ella se negó. El lugar se vaciaba: escuchaba a grupos de modelos salir y sentía las miradas de desprecio, veía que los peluqueros y maquilladores se llevaban sus herramientas de trabajo y la ropa también se iba. El desgarrón dorado, las perlas rodando por la pasarela…

El espejo le devolvió la mirada y Yukari no pudo reconocerse: ¿dónde estaba su fuerza, su seguridad? Sus ojos parecían dispuestos a llorar, pero ella no.

Shimamoto, la presidenta, apareció pero nada de lo que dijera podía reconfortarla: había fracasado, se había fallado. Tenía un gajo de limón atragantado en su garganta y por eso no respondía sino que asentía como un zombie, sin escuchar realmente las palabras de su jefa. No podían hacer nada, no podía cambiarse el pasado.

Sí, sabía que tenía talento y experiencia, sabía que conseguiría nuevos trabajos, que no era tan grave pero eso no apagaba el ardor en su pecho y en sus mejillas. Eso no cambiaba nada.

La presidenta se fue, meneando la cabeza. Yukari se tapó la cabeza con una toalla con estampado de pececitos. No quería ver a nadie, no quería verse.

-¿Yukari?- dijo una voz preocupada pero divertida. Como si no fuera el fin del mundo

Alzó la cabeza y la toalla resbaló lentamente. Yukari sonrió aliviada y algo avergonzada de su actitud. Hiro le devolvió la sonrisa y se arrodilló para examinarle el tobillo. Yukari se retorció del dolor.

-¿Te duele?

Le dio una patada suave con el pie sano.

-¡Por supuesto que me duele si me apretás el tobillo así!

Hiro desestimó el comentario y siguió examinándola.

-No es nada: apenas una torcedura.

-¡¿APENAS una torcedura?! La presidenta me va a matar…

Hiro pasó los dedos suavemente por la planta de su pie. Volvió a patearlo, pero sin querer.

-Sabés que odio las cosquillas.

-¿Te duele?- preguntó otra vez Hiro, estirando la mano para acariciarle la cara.

Yukari se mordió el labio para no llorar y negó con la cabeza. La abrazó y ella se dejó estar ahí.

-Ya se te va a pasar…- murmuró Hiro, antes de soltarla para pararse.

Yukari lo miró a los ojos y sonrió un poco.

Sí… Las cosas pasan. Los desastres pasan. El pasado pasa. Todo pasaría, se dijo apoyándose en Hiro.