One day, when the glory comes it will be ours.


—Harry.

El elegido miró a su amiga. Sentada en la entrada de la tienda, con un libro en manos y los rizos desordenados parecía ser la misma Hermione de siempre. Si no fuera por esas grandes ojeras que no escapaban de su rostro o las pequeñas arrugas de preocupación que rodeaban su mirada, mucho más madura para su edad de lo que sería si estuvieran en otras circunstancias.

Él no estaba mejor.

— ¿Cómo sabemos si esto funcionará? Es decir… No sabemos si valdrá la pena tanta guerra. No… ¿No es mejor huir? Estoy cansada.

Harry la miró largo rato. Él también estaba cansado. Llevaban demasiado tiempo escondidos en el bosque. Ron hacía días que se había marchado. Estaban solos. ¿La gente allá afuera estaría esforzándose tanto como ellos para luchar? ¿La gente estaría luchando? O… ¿O simplemente estarían acostumbrándose? Siguiendo con sus vidas, bajo la opresión. Como ovejas que no tienen nada que perder más que su libertad, si hacen todo lo que sus opresores decían.

¿Estaría el mundo mágico ansiando la libertad tanto como lo hacía él? ¿O estarían simplemente aceptando la destrucción y la muerte? Él estaba dándolo todo por el mundo que amaba. ¿Ellos estarían valorando aquello? O al contrario, ¿seguirían con sus vidas haciendo caso omiso de lo que sucedía a su alrededor?

No.

Harry sabía que el mundo mágico estaba igual o hasta más cansado que él. De la opresión, de la mentira, de la injusticia. Estaban cansados del sufrimiento, del dolor. Las madres estaban hartas de llorar a sus hijos, cuyas muertes quedaban impunes. Los estudiantes estaban hartos de ser oprimidos y acallados bajo el pesado puño de la represión. La gente estaba harta de ver su futuro destruido, hecho pedazos. Estaban hartos de ser tratados como nada, como insectos que nacieron para ser aplastados.

El mundo mágico estaba tan harto como él. Por eso, cuando todo acabara, todo valdría la pena.

—Un día, Hermione—, comenzó el niño que vivió, con toda la paciencia que el largo recorrido hacia la libertad que estaba caminando le había otorgado. Se quitó las gafas, para limpiarlas superficialmente antes de continuar. —Un día, ganaremos la guerra. Un día no habrá más llanto, no habrá más muertos, no habrá más peligro. Un día, tú, yo y todos seremos libres de caminar en las calles sin miedo a que nos maten. Un día, el poder estará sobre una mano honesta que guie al país por la senda que es. Un día, la gloria llegará.

Un atisbo de sonrisa se dibujó en las comisuras delgadas y paliduchas de la muchacha. Observó un buen rato el libro que tenía en manos, sin leerlo realmente.

—Un día, Harry, la gloria llegará—, aseguró, repitiendo las palabras de su amigo, clavando su mirada en él. —Y será nuestra.

Un día, toda la lucha, todas las penurias y todo el espíritu y las ganas de libertad no habrán sido en vano. Y ese día, ellos estarían ahí. Seguro estarían ahí.