"otoño del terror"
La reina esta atemorizada, no sabía qué hacer, la mujer de cabellos platinados estaba con gran desesperación, su familia estaba siendo inculpada, era la época más terrible, aun mas esos días se habían convertido en el otoño del horror, asesinatos, sangre por doquier, las calles "Limpias" pes nadie salía por el temor—¡Ah! ¡ALBERTO! ¿Por qué?
John Brown el subordinado de la reina, aquel hombre se dedicaba a atender personalmente a su majestad ante su paranoia, sin más observando como aquella mujer de cabellos blancos estaba alterada suspiro sacando un títere de Alberto, si, aquel rey ya difunto
—Victoria, debes mantener la calma—hablo con gran calma mientras su antifaz no le permitía ver su rostro, su majestad volteo y al ver aquella pequeña figura de su esposo grito
— ¡Alberto! MI REY LONDRES ESTA EN PELIGRO— con desesperación alguna lágrimas cayeron de sus mejillas sin saber qué hacer en esos momentos
Así mismo John simplemente suspiro y con una seriedad y con una voz de imitación del rey hablo —Victoria, debes calmarte, tienes al conde Pahntomphive para desenmascarar a "Jack el destripador"— fue lo único que pronunció mientras observaba los ademanes y gestos de su reina asintiendo con suma alegría al ver que su problema se resolvería, además de que se sabría quién era el culpable pues ciertamente la gente inculpaba a su familia.
Sin más unos minutos después la mujer de cabellos platinados se dio la vuelta sentándose. Con una pluma y tina comenzó a escribir en una hoja blanca a aquel niño que se hacía cargo de limpiar Londres, el conde Phantomphive, el perro guardián. De tal forma que una vez a terminado de narrar dicha carta la coloco en un sobre, derramando un poco de cera roja y colocando su anillo, firmado con el sello real. Único sello que daba firmeza de que la carta pertenecía a la reina de Inglaterra, atreves del antifaz John miraba detenidamente las acciones de su reina, con el títere en su mano, mismo títere que él había fabricado para esas ocasiones donde la reina no hacía caso y solo daba paso a la desesperación, con tristeza en fondo y no en cara, con tristeza en corazón y en mano guardo la marioneta en un bolsillo a la mano y miro disimuladamente a su reina sentada mucho más calmada tomando una taza de té, sin embargo el tiempo y la edad hacían que esta se quedara dormida en situaciones parecidas, a pasos cortos tomo la taza para que no se derramara y la dejo en la mesilla, tomando una sábana pequeña la dejo sobre las piernas de la contraría que yacía dormida con ya suma tranquilidad.
—Su corazón sigue perteneciéndole al rey Alberto— susurro con tristeza y así dejándola descansar se encamino hacía la entrada de la habitación —El perro guardián resolverá lo que más le preocupa a su majestad, sacará la basura de la ciudad— mirando hacia el frente suspiro levemente —Y yo….mi secreto hasta la muerte quedara, un amor prohibido…
