Escuela
- Capítulo 1 –
*Primero que nada, ¡Gracias por darle una oportunidad a la historia! ^3^
Cosas por aclarar:
1.- Me inspiré en hacerla por roles que tuve antes, así que es probable que algunos personajes sean parecidos a los de algún anime :B~
2.- Konata se llamaba mi avatar, y no, no es Konata Izumi xD es un OC y sé que el nombre genera confusión, pero no pude cambiarlo por cuestiones de encariñamiento :3
¡No era justo! ¡Simplemente no lo era! Voy a matar a papá… ¡No lo puedo creer! ¡Me inscribió a una escuela! ¡luego que le dije más de mil veces que no quería ir! Esto tiene que ser una broma… inspira, expira… inspira, expira… Uff, creo que ya me calmé un poco, mejor olvidaré el tema de la escuela, que me pondré como una fiera…
Comenzaré desde el principio. Mi papá y yo nos acabamos de mudar a una pequeña ciudad, se llama Zero, y vaya que es un nombre apropiado ya que muchas familias se están mudando para comenzar sus vidas aquí; la eligen porque a pesar de ser pequeña, está bastante desarrollada. Papá dice que su hermana vive aquí, y que nos mudamos para no estar muy lejos de ella.
Nunca me había dicho antes de que tenía una tía. Estaba realmente emocionada. ¿Cómo sería ella? ¿Tendría el cabello azul como papá y yo? ¿Sería largo? ¿Corto? ¿Ondulado?
Me hice una imagen mental de ella, fantaseando en cómo sería su personalidad.
Estaba pensando en una mujer alta, esbelta, de largo, azul y ondulado cabello, con una personalidad amable y tranquila, cuando de repente me volvieron a acechar los sentimientos de rabia.
Hundí la cara en la almohada.
¿Por qué estas cosas me pasan a mí?
…
Hace unas horas atrás
Era el primer día en esta casa, así que las cajas con nuestras cosas estaban por todos lados, aunque sólo éramos dos personas teníamos muchas cosas, bueno al menos yo sí: Consolas, Videojuegos, Peluches, una PC, Notebook, Figuras de acción, Posters de mis bandas favoritas y de animes, videojuegos, una Guitarra eléctrica, Dulces de la semana pasada, ¿Ya dije videojuegos?
- Konata – Una voz familiar llamó mi atención, quité la vista del celular que estaba emulando un juego de GBA. Sentada en las primeras gradas de la escalera, enfoqué mis ojos púrpuras a los alargados y carmesí de mi padre –. Ve a elegir una habitación y acomoda tus cosas, pronto vendrá el camión de mudanzas a dejar los muebles, pondré los tuyos en tu cuarto – dijo papá con una sonrisa, yo sólo resoplé y me caí al suelo dramáticamente.
- No quierooo… - usé una voz de cansancio, me daba flojera tener que subir y elegir una habitación. ¡Rayos! ¡Que sólo quería jugar con el celular!
- Anda, no seas floja, si quieres cuando termines puedes dar una vuelta por el barrio – rodó los ojos, pero mantenía la sonrisa.
Yo me levanté de inmediato y miré a los ojos a mi progenitor, llamado Christopher, para ver si era verdad, por lo visto no mentía…
Corrí a velocidad sónica subiendo las escaleras, mientras escuchaba un "¡No corras por las escaleras, que te caerás!" pero no le di importancia y comencé a buscar una habitación.
No me alegré por la idea de salir a ver el barrio, prefería estar en casa viciando con el PC, pero como esto de la mudanza tarda su tiempo, lo mas seguro es que todo iba a estar acomodado para el día siguiente.
Estaba caminando por el pasillo, y me puse a apreciar el lugar; los suelos eran de madera, estaban un poco polvorientos al igual que las paredes, sólo que estas eran de cemento y pintadas de colores amarillentos.
Cada dos por tres se podía notar el hueco cuadrado en las paredes, ese típico que se nota cuando sacas un cuadro y queda todo polvoriento alrededor. Parece que la anterior familia tenía bastantes fotos, porque en todo el pasillo había de esos huecos, y le daban un aire desierto y vacío al lugar.
Sin perder más tiempo me puse a inspeccionar habitación por habitación; era una casa grande, tenía como seis o cinco habitaciones. Pero no necesitamos más de dos ya que, como dije antes, sólo éramos mi padre y yo. Pero él y su tonta manía de tener una casa grande y bonita le vencieron al momento de buscar una nueva.
Puse los ojos en blanco al recordarlo, pero he de admitir que esta casa era bastante reconfortable. ¡Se me iluminaban los ojos de tan sólo pensar en las cosas que podría hacer!
Una fugaz idea me vino por un momento; yo, yendo de un lado a otro subida en la patineta, y haciendo una épica bajada por el barandal de las escaleras. Sonreí con fascinación al imaginarme eso, aunque seguramente a mi padre no le haría ni pizca de gracia. ¡Buf! Es un amargado sin causa.
Salí de una habitación y me dirigí al pasillo de nuevo, resoplando, pues hasta ahora ninguna me había llamado la atención.
Mientras iba caminando miré de reojo la habitación siguiente; tenía la puerta entreabierta. La abrí sin muchas ganas, pero lo que vi me sorprendió.
Me quedé anonadada al observarla; las paredes estaban cubiertas con un tapiz lavanda con diseños en blanco, mientras la madera del piso estaba pintada con lo que alguna vez fue blanco, ahora desgastado. Las paredes tenían esos huecos cuadrados indicando dónde alguna vez había habido muebles y cuadros. Había sólo una ventana mediana al fondo del cuarto, que tenía vista hacia un bosque que sólo estaba a unos 100 metros de casa (ya que la pequeña ciudad fue construida en medio de un campo, al lado de un bosque). Me acerqué a ella y mire hacia ese bosque, la vista era hermosa, se podía apreciar la naturaleza y los animales que vivían allí. De pronto se me cruzó por la mente los pobres animalillos que vivían en este campo antes de que se construyera la ciudad…
Giré mi cabeza hacia la izquierda, donde habían dos puertas, me acerque a una puerta y la abrí. Era un armario de esos pegados a la pared, con muchos estantes y algunos cajones, al principio no me Pareció muy genial que digamos, pero luego pensé en todas las cosas que podría guardar allí. Se me iluminaron los ojos al ver en mi mente ese estante lleno de mangas y videojuegos. No esperé para abrir la otra puerta, aunque no me alegré tanto, era un baño, aunque no dudo que es algo útil tener un baño en tu habitación; porque sí, ¡Definitivamente esa sería mi habitación!.
Escuché unos pasos y giré mi mirada hacia la puerta, era papá, que venía con muchas cajas cargadas, apenas podía mirar. Asomó la cabeza y le echó un vistazo a la habitación, y sonrió.
- Buena elección, sabía que te gustaría esta habitación – sólo le devolví la sonrisa, y dejó las cajas en el suelo – te olvidaste tus cosas, claro a menos que quieras que me quede con todo esto – dijo con una sonrisa pícara sacando de una caja un poster de Shadow The Hedgehog* (un personaje de Sonic) con corazones a su al rededor, yo me sonrojé un poco y se lo quité.
- ¡No! ¡Es mío! – le saqué la lengua mientras abrazaba al poster, él sólo se rió.
- Jajaja ya, ya, solo era broma – dijo quitándole importancia con un movimiento de mano – si quieres ya puedes salir, pero vuelve pronto para el almuerzo – me sonrió y me revolvió el cabello, yo solo le sonreí y asentí con la cabeza, mientras dejaba el poster en la caja y salía por la puerta – Pero… -Su mirada se tornó más seria y enigmática. Se alejó unos pasos y con un chasquido hizo aparecer un murciélago a su lado- Irás acompañada, en todo momento, ¿Entendido? –Su tono no aceptaba un no como respuesta, yo sólo puse los ojos en blanco y solté un bufido.
- Sí, papá, entendido… ¡Jo, que ya no soy una niña!
- Así me gusta –Con una media sonrisa me revolvió el cabello por segunda vez, mientras el amigable murciélago se posaba en mi hombro. Papá era un vampiro, ¡Un vampiro muy genial! Podía invocar murciélagos, y hasta tenía una hoz, pero nunca me dejaba ni tocarla, qué mojigato…-. Y cuando vuelvas hablaremos de algo – dijo, volviendo a estar serio. ¡Joder, papá cambiaba de emociones como de camisetas!
- ¿Estoy en problemas? – Pregunté de forma cauta, intentando ver a través de esos ojos carmesí para ver si de alguna forma lo adivinaba.
- Jeje claro que no, solo quería hablar sobre algo, pero lo haremos cuando vuelvas, ¿Eh? – me sonrió de nuevo y me revolvió el cabello, por tercera vez. ¡A estas alturas debo parecer un león madrugando!
Le devolví la sonrisa con algo de alivio (aunque molesta porque me desacomodara tanto el cabello), no quería ver a papá enojado porque yo haya metido la pata. No era nada lindo cuando se enojaba…
Salí corriendo hacia abajo, deslizándome por el fino respaldar de madera de la escalera, y creo que papá me vio, porque gritó "KONATAAAAA" sólo atiné a reírme y cerrar la puerta de en frente tras de mí.
Saqué mi celular del bolsillo y comencé a jugar con él mientras caminaba por la vereda, miraba de reojo la gente y los vehículos que pasaban, no me interesaba mucho conocer la ciudad, pero si viviré aquí supongo que debo hacerlo.
Estaba tan concentrada en mi juego que no me di cuenta que otra persona caminaba hacia mí. Los dos nos chocamos y caímos al suelo.
- ¡Auuuch! ¡fíjate donde caminas! – dijimos los dos al unísono mientras nos sobábamos la cabeza. Creo que el murciélago se había alterado porque se volvió a posar en mi hombro luego de la caída.
Vi que se levantaba del suelo limpiándose la tierra, y levantaba su consola, que al parecer era una 3Ds, mientras inspeccionaba a ver si se había dañado, pero por su suspiro supe que no le paso nada.
Me levante y mire su consola - ¿Es una 3Ds? – pregunté, aunque ya lo sabía.
- Si, ¿la conoces? – preguntó el chico algo curioso, al parecer sólo me llevaba un par de años.
- Sí, me habían regalado un celular, pero quisiera tener una de esas – dije mientras me brillaban los ojos y veía a su consola.
- … - giró su cabeza hacia el asfalto y señaló un objeto de funda morada muy familiar - ¿Ese no es tu celular? – preguntó mientras veía como un camión se acercaba.
Miré hacia la dirección que señalaba, y sin dudarlo me lancé a por él, pero antes que pisara el asfalto una mano me tomó de la camisa y me atrajo hacia atrás.
- ¡Espera! – habló la voz del chico, mientras veía cómo el camión pasaba sus enormes ruedas contra mi pobre celular.
- ¡Nooooooooooo! – grité dramáticamente mientras veía lo destrozada que había quedado la pantalla luego de que el camión pasó.
- ¡¿Estás loca?! ¡Que pudiste haber muerto! – me regañó el chico desconocido, yo solo me limité a ponerme en posición fetal y llorar mi miseria, mientras el muy amable murciélago me traía el destrozado celular y lo dejaba a mis pies.
- Era tan joven… sólo tenía tres meses - lloraba dramáticamente
El chico sólo suspiró y miró su 3Ds y luego me miró a mí, dudó un poco, pero la extendió hacia mí para que yo la tome.
- Supongo que… en parte es mi culpa, así que… te prestare mi 3Ds – lo miré y parpadeé por unos segundos, pero tomé su consola y luego lo miré nuevamente.
- ¿Puedo… jugar con ella? – pregunté, con la ilusión en mi voz.
- Sí… ¡Pero sólo por unos minutos! ¡Así que aprovecha! – me dijo con una sonrisa, mientras me daba un golpe despacio en el brazo, en signo de "camaradas".
Yo sólo sonreí y asentí con la cabeza, mientras me sentaba en el cordón de la vereda, y él a mi lado, mientras me indicaba qué botones debería presionar, pero era parecido a los emuladores que usaba, así que no me costó mucho.
Estuvimos un buen rato sentados allí jugando al 3Ds, pero ya había llegado las 1 de la tarde, y debía de ir a almorzar. Le devolví su consola y le agradecí mientras me levantaba.
- Gracias por prestármela, me divertí jugando – le agradecí, mientras le sonreía.
- De nada, y… lamento lo de tu celular nuevo… - dijo, mientras ambos mirábamos en suelo al celular con la pantalla completamente destrozada.
Suspiré con resignación, sabiendo que ya no podría jugar más con él, y porque papá me mataría apenas se entere…
- Descuida, quizás pueda comprar otro… - hice una media sonrisa, sabiendo que si apenas tengo dinero en mis manos los gastaría en segundos para comprar dulces.
- Está bien, adiós – me saludó el chico de cabello azul pardo, mientras guardaba su 3Ds en el bolsillo delantero del pantalón, para luego irse caminando por la vereda, relajadamente poniendo ambas manos sobre su nuca. Pero antes de que se fuera lo detuve.
- ¡E-espera! – corrí hasta el lado de él, mientras él se detuvo para mirarme.
- ¿Eh? – preguntó el peli- azul.
- ¿Cuál es tu nombre? – le pregunté con una sonrisa.
- Je, me llamo Erick – contesto con una sonrisa.
- Yo soy Konata, y vivo allí – señalé una casa de dos pisos que estaba a unos 30 metros o más de nosotros.
- Jeje está bien, yo vivo a la vuelta, por si quieres acercarte y comer unos chocolates – decía Erick mientras se alejaba diciendo adiós levantando una mano.
Se me iluminaron los ojos al pensar en chocolate, y lo saludé enérgicamente desde mi lugar.
- ¡Síííí! ¡Cuídate! – lo saludé, mientras veía como se alejaba – bien, hora de volver a casa – me dije a mí misma de pronto sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda de tan sólo imaginar la reacción que tendría papá.
En Casa
Abrí la puerta, sintiendo de repente cómo un delicioso olor entraba por mi nariz. Cerré la puerta tras de mí, y miré a mi alrededor, algunos muebles ya estaban acomodados en sus respectivos lugares, pero aun así algunas cajas seguían desparramadas por ahí.
Sin darle importancia fui hacia la cocina, de donde provenía aquel olor tan agradable que me retorcían las tripas del hambre. Miré cómo papá revolvía el cucharón de madera dentro de una olla mediana de donde provenía un olor delicioso.
Me senté en una mesa que había cerca de la cocina, y mire a papá con una sonrisa.
- ¿Qué cocinas? – pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
- Arroz y pollo – contestó él – tu favorito- me devolvió la sonrisa, mientras ponía en la mesa un plato humeante con dicha comida.
Me relamí los labios al sentir su olor de cerca, la verdad me encantaban los dulces, ¡y los comería por siempre!, pero una de mis comidas favoritas caceras era el arroz con pollo, y esa salsa exquisita que sólo papá sabe hacer.
- ¡Provecho! - dije, mientras tomaba un par de palillos chinos (un capricho que en verdad me costó un poco conseguir) y comía el arroz.
- No comas tan rápido, que te puedes atragantar – regañó papá, pero como ya me conocía sólo sonrió y también comenzó a comer de su plato - ¿Y cómo te fue conociendo el barrio?
- ¡Bastante bien! Y conocí a un vecino, se llama Erick y tiene casi mi edad, me cayó bien y dijo que me invitaría a comer chocolates a su casa. – Ignoré el repentino atragantamiento de papá – ¡Y también tenía una 3Ds! Estuvimos jugando un rato, pero… - Me mordí el labio y bajé la vista, de pronto recordando lo que había pasado con el celular. Me quedé callada sin encontrar las palabras adecuadas para explicárselo.
Él me miro con intriga luego de haberse reincorporado del atragantamiento.
- ¿Pero? – Me insistió luego de ver que no seguiría.
- Hummm… quizás… ¿Un camión pesadísimo arrolló mi celular y dejó la pantalla destrozada? – Dije, nerviosamente, sintiendo de pronto los ojos carmines ensombrecidos taladrándome como cuchillas.
- ¡¿QUÉ?! ¡Konata, POR DIOS! ¡¿El celular no tenía más de tres meses y ya lo has DESTROZADO?! – Se agarraba el entrecejo, haciendo esfuerzos descomunales para no lanzárseme a la yugular, figurativamente.
- ¡P-pero fue el camión! – Le acusé, con una voz a punto de quebrarse. Mierda, mierda, mierda; está realmente enfadado.
Resopló ruidosamente, e intentó calmarse bebiendo un poco de zumo. No lo consiguió…
- ¿Qué te he dicho cuando te lo compré? – Preguntó con un peligroso tono calmado, que podría explotar apenas con el roce de una pluma.
- Que era tu Nubecita favorita – Respondí con una pequeña sonrisa recordando sus palabras en ese momento luego de haberle abrazado como agradecimiento por haberme comprado el celular. Recé para que eso lo ablandara un poco, y parece que funcionó; su expresión se enterneció notablemente y ahora una sonrisa sincera estaba dibujada en su rostro.
- Sí, eso; pero había algo más que te estuve repitiendo todo ese día. Imagino que no lo olvidaste, ¿Verdad? – Enarcó una ceja como interrogación, yo tragué saliva y me enrojecí. ¡Dios! Cómo podría olvidar ese día.
Eran vacaciones y estarían haciendo unos 42º en la árida ciudad de Olivo. Papá me había llevado a comprar un celular nuevo luego de haber roto el otro hace una semana, ese había durado cinco meses hasta que me metí en un lago a nadar olvidando que lo tenía en el bolsillo… Papá se había enfadado mucho, pues no era la primera vez que me pasaba eso con los celulares, tenía muy mala suerte para ellos. Así que a regañadientes accedió en comprarme uno nuevo, sabiendo que no tendría de otra, pues era nuestro único medio de comunicación aparte de sus murciélagos.
Sin embargo lo haría con una condición; que esta vez fuera más responsable y lo cuidara con el alma, porque sino me iba a dar tal paliza que no me podría sentar en una semana. La idea me pareció aterradora, pero el deseo de tener un celular nuevo era más fuerte, así que accedí.
El día que lo compramos estaba bastante emocionada, prácticamente fue un día de salidas; primero por la mañana papá y yo fuimos a desayunar en un café. Luego a tomar un helado y finalmente a ir a comprar el celular; elegí uno touch que en ese momento estaba de moda, era mediano y cómodo. Cuando tuve la caja con el celular en mis manos no pude contener más la emoción y me abalancé hacia papá para abrazarlo.
Estuvimos un rato pegados, y yo ya no aguantaba más para volver a casa y poder usar mi celular nuevo. Aunque antes teníamos que hacer las compras en el supermercado. Eso me aburría bastante ¡Yo sólo quería volver a casa para pasar un rato con el celular!
Papá en un momento me dejó cuidando el carrito de compras, fue a buscar algo que se olvidó a otra góndola. En ese instante vi el momento exacto y una sonrisa pícara se dibujó en mi rostro; con rapidez saqué la caja de la bolsa y comencé a abrirla, la había estado llevando todo ese tiempo conmigo. De ahí saqué el divino celular y sin esperar más lo encendí; como era común tenía la mitad de batería así que aproveché de husmear lo que tenía. Me quedé alucinada con todas esas aplicaciones, sin dudas este era más moderno que mi antiguo celular con tapa.
Sin embargo no tuve mucho tiempo para seguirlo apreciando; vi que papá se aproximaba desde el principio del pasillo. Palidecí y entré en pánico. Guardé la caja torpemente de nuevo en la bolsa, pero me di cuenta de que no había guardado el celular, y en ese momento me insulté mentalmente de todas las formas posibles. Papá ya estaba muy cerca y no tuve otra idea que dejar el celular en la góndola junto a los cereales, en un punto donde él no alcanzaría a verlo.
Por suerte no se percató de nada de lo que estaba haciendo así que seguimos el recorrido; sin embargo el resto del camino estuve angustiada, pensando en que seguramente ya lo habrían robado.
Cuando estuvimos a punto de salir del supermercado detuve a papá diciéndole que me había olvidado algo, y corrí dentro hacia la góndola donde lo había dejado, con una pequeña esperanza; pero cuando llegué ahí ya no estaba, lo busqué entre las bolsas de cereales, pero nada. Un frío estremecedor recorría mi espalda y mis ojos estaban cristalizados y angustiados, sabiendo lo que venía…
Regresé hacia papá con paso lento y la cabeza gacha. Él estaba apresurado y molesto porque me tardara tanto, pues ya estaba siendo la hora del almuerzo y aún había que prepararlo. Pero sin poder aguantar más le conté todo ahí mismo, al borde de las lágrimas.
Cuando terminé papá estaba realmente enfurecido, prácticamente sacaba fuego por los ojos y se podía notar su aura negra rodeándolo del puro enojo. Ordenó a sus murciélagos teletransportar las bolsas a casa, luego, conteniendo su furia, me tomó del brazo y entramos de nuevo al súper. Me llevó hacia los baños sin decir nada, mientras yo no me atrevía ni a soltar un quejido; sabía lo que estaba haciendo, pero no quería creerlo.
Puso el cerrojo apenas entramos y se giró para comenzar a darme la bronca de mi vida; yo estaba muy nerviosa y avergonzada, sabiendo que seguramente desde afuera nos estaban escuchando. Y, sin que lo pudiera advertir, se hincó en el suelo con una pierna y me inclinó encima de la misma, tomando mis manos hacia adelante con una de las suyas y con la otra comenzando a darme unos azotes realmente fuertes y rápidos; desgraciadamente ese día hacía un calor infernal y decidí ponerme unos mini-shorts de vaquero, los cuales papá aprovechó y se centró en darme en mis muslos desnudos, donde realmente dolía…
Mientras papá hacía su trabajo, no dudó en regañarme a cada momento; remarcando todo el tiempo lo responsable y atenta que me había pedido ser. Y esta vez, sobretodo, sermoneándome sobre lo innecesariamente apresurada que había sido.
Yo sólo atinaba a chillar, patalear y llorar, intentando no hacer demasiado escándalo, muerta de vergüenza sabiendo que me estaban escuchando. Y papá, que parecía que no iba a terminar nunca, para mi jodida desgracia me bajó el mini-short junto a las bragas y siguió azotándome como si no hubiera mañana, esta vez descargando todo en mi pobre trasero.
No sé cuánto tiempo estuvimos ahí, quizás hayan sido unos quince minutos, pero lo sentí tortuosamente eterno; mi trasero y mis muslos ardían y dolían como el infierno, era realmente insoportable, y ya para ese entonces me había rendido en llorar y chillar libremente, sin importar quién pudiera escucharme.
Luego de terminar con esa tortuosa masacre a mi trasero, me ayudó a reincorporarme y acomodar mi ropa, luego a lavar mi cara que estaba roja de tanto llorar, y aún lo seguía haciendo.
Papá aún seguía molesto, y sin mimos ni nada me sacó del baño llevándome a rastras agarrada del brazo. Toda la gente me miraba, ¡Lo habían escuchado todo! Yo no sabía dónde meterme de tanta vergüenza que sentía, quería que la tierra me tragase de una vez.
No sabía dónde nos dirigíamos, pero en unos cuantos pasos más adelante nos paramos; mi papá estaba hablando con un guardia del local, explicándole mi situación con detalles. Y él efectivamente le dio la buena noticia de que un personal de limpieza había encontrado un celular justo en la góndola que había especificado papá. El guardia hurgó en un cajón y de ahí sacó mi celular; intacto.
Tanto papá como yo soltamos un largo suspiro de alivio, y el guardia me entregó el celular a mí, yo le devolví una gran sonrisa y le di las gracias. Él me acarició la cabeza, sonriente, diciendo que la próxima vez me portara bien. Yo no tuve más que enrojecerme como un tomate y asentir cabizbaja, ¡Él también lo había escuchado todo!
Salimos del supermercado, siendo consciente de que todas las miradas se posaban en mí; ¡Seguramente debía tener los muslos muy rojos, mierda, qué vergüenza!
Aunque papá ya se notaba más relajado, lo cual era un alivio para mí. Sin embargo apenas salir me pidió el celular y él lo hizo desaparecer entre llamas, teletransportándolo a la casa supongo. Y dándome un beso en la frente me dijo que por los pelos me había salvado de una paliza con el cinturón en casa. Palidecí de tan sólo pensarlo.
Papá nos transportó a casa, sabiendo que caminar ya sería bastante tortura para mí. Aunque apenas llegar me avisó que estaría castigada por una semana, sin el celular nuevo… Fue un día que nunca olvidaré, y se mantendrá de entre mis recuerdos más bochornosos. Por suerte nos mudamos de esa ciudad, no sabría dónde carajos meterme si alguno me encuentra por la calle y dijera "Eh, mira, es la niña que castigó su papi en el baño del súper", ¡Dios, qué vergüenza!
- Konata… ¡Konata! ¿Me estás escuchando? – La gruesa voz de papá resonó molesta, volviéndome a traer a la realidad.
Parpadeé unos segundos, y volví a bajar la mirada rápidamente, enrojeciéndome y apresurándome a responder.
- S-sí lo recuerdo… ¡Pero papá! ¡El celular-!
- ¡No quiero escuchar ni una sola excusa! Te dije lo que ocurriría si algo le pasaba al celular, ¡Y no duró ni tres meses!
Tragué saliva, sintiendo a las traicioneras lágrimas caer por mis mejillas. Vi que papá se levantó de su asiento y dirigió sus manos hacia las hebillas del cinturón marrón de cuero grueso, cómo lo odiaba.
Me alteré de inmediato, sabiendo de sobra lo que pretendía hacer con él. Le agarré su brazo con intenciones de detenerle y contarle la historia completa; pues sabía que no había sido mi culpa del todo.
- ¡E-espera, espera! Esta vez te juro que no fue mi culpa. Déjame que te cuente – Le miré con ojos suplicantes, y creo que fue gracias a las benditas lágrimas, porque suavizó su expresión y se volvió a sentar para escucharme.
- Bien, dime cómo fue. Y no quiero nada de mentiras, ¿Entendido? – Asentí rápidamente y la cara se me iluminó. ¡Oh Dios, una oportunidad para salvar mi trasero!
No la cagues, no la cagues…
Comencé a contarle toda la historia de principio a fin, sin omitir ningún detalle; aprendí con la experiencia que cuando uno de sus murciélagos-subordinados me acompaña y me mando una metida de pata, él lo sabe todo con lujo de detalles apenas usan su estúpida comunicación telepática, y si miento lo único que me gano son correazos extras, los cuales no tengo la más mínima intensión de recibirlos en este momento.
Papá soltó un resoplido y se volvió a agarrar el tabique de la nariz. Parece cabreado. Oh, no, la cagué.
- ¡¿Cómo diablos se te ocurre lanzarte hacia el celular sin antes mirar a ambos lados?! ¡Es lo que siempre te estoy diciendo, Konata! ¡PUDO HABERTE PASADO ALGO MUCHO PEOR QUE PERDER EL CELULAR!
Yo sólo me hundía en mi asiento más y más, mientras mis ojos comenzaban a escocer nuevamente.
- P-pero… estaba asustada de perderlo. Tú siempre me dices que lo cuide mucho o sino me pegarás…
Se me quedó mirando, como pensativo. Pasó una mano por su cabello y volvió a resoplar, parecía estresado y sin saber qué hacer. Lo siento.
No quitaba mi mirada del suelo. Alcancé a ver que papá se levantaba. Oh no, aquí viene… Cerré los ojos, esperando que me agarrara del brazo y me llevara con él hacia la dolorosa tortura. Pero eso nunca pasó, esperé un poco más, pero ninguna mano maligna me agarró del brazo.
Abrí los ojos y me encontré con los rojos fuego de papá, que a pesar de siempre parecer enojados ahora se veían compasibles y amables. Estaba hincado en una pierna en frente de mí, quedando a la misma altura. Me desconcerté. ¿No está enojado?
- Escucha, Konata. Quizás exageré un poco cuando te dije que cuidaras el celular con tu vida. No lo dije literalmente. – Se escuchó un pequeño tono de reproche, pero se notaba que intentaba apaciguarse – Tú eres más importante que un celular cualquiera, eres mi única hija, y te amo. No sabes lo destrozado que me sentiría si te perdiera… eres mi luz, mi pequeña Nubecita. – Me abrazó con una fuerza que no esperaba, y titubeante por la sorpresa correspondí al abrazo. Algo en mi pecho se hinchó. Sí, papá me quiere, me quiere mucho. – Perdón si en algún momento te hice pensar que un celular era más importante que tú…
Y con eso terminó de destrozar mi infranqueable barrera de orgullo, que para ese entonces ya estaba mil metros bajo tierra, muerta y remuerta, mientras los sentimientos de papá bailaban encima de su tumba.
Las lágrimas acechaban mis mejillas, cayendo una tras otra, dejándose llevar por las palabras de papá. Mierda, pa, eres tan cursi.
Estuvimos mucho rato así, él consolándome y diciendo más cosas cursis, mientras yo no hacía más que entregarme a esos sentimientos y llorar en su pecho.
Me dio un beso en la frente y me alejó un poco para poder mirarme a los ojos. Yo aparté la vista, estaba avergonzada de haber llorado ante él. Aunque ya haya pasado muchas más veces.
Me dedicó una mirada de ternura y con su mano me secó las últimas lágrimas que iban cayendo.
- Konata… ahora lo estuve meditando, y quiero creer que básicamente no fue tu culpa lo que pasó con el celular. Así que decidí que sólo te castigaría por una semana sin salir, y todas las noches de la semana recibirías quince nalgadas con la mano antes de dormir… – Estuve a punto de quejarme, pero él siguió hablando para impedirlo. - O, que a cambio de la propuesta que te diré, no te castigaré de ninguna manera, y además, te compraré un celular nuevo, el que tú quieras y del modelo que quieras.
- ¡¿Q-qué?! ¡¿EN SERIO?! – Esto parecía directamente enviado del cielo. Se me formó una sonrisa de oreja a oreja y escupía arcoíris por la boca. ¡No habrá castigo y encima me comprará el celular que yo quiera!
Aunque lo medité por un momento; ahí había gato encerrado. Papá no es ni de lejos de los que me premiarían por desobedecerlo.
¿Qué clase de tortura me quiere proponer?
- Bien, primero escucha mi propuesta y luego decide, pero piénsalo bien. – Asentí y él se tomó unos segundos para comenzar. – Bueno, ¿Recuerdas que antes de que fueras a conocer el barrio te dije que quería hablar contigo?
- ¡Cierto! ¿Qué es? – Ahora la curiosidad se incrementaba.
- Es… sobre tus estudios. Sé que lo repetiste en las vacaciones de verano que ya no querías seguir, pero no puedo permitir eso, decidí que sí irías.
Cuando terminó de hablar algo hizo "clic" en mi cabeza.
Lo discutimos varias veces en el verano; defendí mi posición a capa y espada en todo momento, me llevé varias palizas, pero aún así mantenía mi posición firme. Lo discutimos una y mil veces, hasta que un día papá terminó por aceptar a cansancio. Bueno, "aceptar", por lo que veo…
- ¡¿QUE?! – exclamé, exasperada al máximo. - ¡Habías aceptado! ¡ACEPTASTE!
- Cuida el tono, Konata – dijo papá, con un tono calmado que me ponía de los nervios. – No, no acepté, dije que quizás y lo pensaba. Pero no, Konata. Sabes lo que pienso sobre tu educación.
La sangre me hervía de pura rabia, ¡No lo podía creer! Todo lo que pasé por eso… ¡NO! Me levanté bruscamente de la mesa y lo miré con mis ojos opacados por el enojo.
- No iré – dije seria y secamente.
- Sí irás, y ese tema no está en discusión, Konata, es por tu bien, todo ni… adolecente merece educación – cambió la frase a adolecente, porque sabía que el que me dijeran que era una niña aún, me enfurecía.
- Si, y también mi derecho es elegir mis propias decisiones – ya comenzaba a enfurecerme cada vez más con cada segundo que pasaba.
- Y puedes hacerlo; te estoy dando a elegir entre un castigo y que te perdone el castigo.
- ¡¿Entonces aunque elija la primera opción voy a ir a la escuela igual?! ¡¿QUÉ CLASE DE MIERDA DE TRATO ES ESE?!
- ¡KONATA! – Se levantó como una bala del asiento, me jaló del brazo con brusquedad para levantarme y me estampó una sonora nalgada que me quitó el aire.
Una lágrima traicionera de pura impotencia corrió por mi mejilla, odiaba cuando papá hacía esto, de verdad no quería ir… la vida es demasiado genial como para perderla en un lugar como ese, ¿Es que acaso papá no quería que yo fuera feliz? No lo entiendo…
- Snif snif… - Me quedé unos segundos parada en mi lugar y mirando hacia el suelo, sobando a mi trasero que ahora mismo seguramente tenía dibujada la mano de papá. Salí corriendo escaleras arriba a encerrarme en mi nuevo cuarto.
- ¡Konata, espera! – lo escuché decir, antes de que cerrara la puerta con fuerza.
…
Y aquí estoy, echada de forma miserable en la cama. Recordando el suceso una y otra vez, como para que de forma sínica sufriera más.
No quería que me viera llorar… no quería que pensara que era una débil niña con aún sentimientos sensibles… en teoría lo era, pero niña no.
Los muebles del cuarto ya estaban perfectamente colocados. Recién me estaba dando cuenta.
Fue papá.
Abracé mi suave almohada y hundí mi cara en ella, llorando mi miseria.
¿Por qué papá era tan injusto conmigo? ¡¿Por qué?!
Me preguntaba mentalmente, mientras mi llanto se hacia cada vez mas intenso, pero era silencioso. Los únicos sonidos que había en la habitación eran mis sollozos ahogados por la almohada.
Christopher POV.
Luego de escuchar el portazo no hice más que dar un gran suspiro. Cogí los platos de la mesa y vi que Konata no había comido nada de su plato.
Esta niña…
Luego de fregar y guardar los platos y vasos limpios los puse en la alacena con el resto de vasijas.
Me preparé una taza con sangre (Que como era normal, tenía reservas en la nevera) y me senté en un sillón de la sala, dando otro suspiro largo al recordar la escena con Konata. ¿Por qué mi pequeña Nube tenía que ser tan rebelde últimamente? Vale, era obvio, estaba entrando en la etapa de pre-adolecente, era normal este tipo de problemas.
Frustrado por no entender a mi única hija, bebí la taza con sangre, mientras encendía la tv poniéndola en un canal de comedias, esperando distraerme un poco. Pero sinceramente no pude quitar de mi mente a Konata.
Luego de dejar mi segunda taza de sangre (vacía) en la mesita de centro, tomé el mando de la tele y la apagué. Fui hacia la cocina y miré el gran reloj redondo que había colgado en una pared, marcaba las cinco en punto.
Yendo hacia la heladera, saqué unos cuantos dulces y pastelillos, y los dejé en un pequeño tazón. Subí las escaleras hacia la habitación de Konata y toqué la puerta tres veces seguidas.
Toc, toc, toc.
Al no recibir respuesta abrí la puerta lentamente, y pude divisar un bultito recostado en la cama, abrazando la almohada, y con marcas de lágrimas en sus mejillas.
Me acerqué a ella teniendo el corazón en un puño, me daba mucha pena verla así. Dejé el plato con dulces en su mesita de luz. Le acaricié el cabello mientras le corría el alborotado flequillo para darle un beso en su frente sudorosa de tanto llorar.
Mi Nube…
La tapé con una manta delicadamente, como si fuera un fino cristal que en cualquier momento se fuera a romper. Me dirigí hacia la puerta y le dediqué una tierna mirada a mi pequeña. ¿Cómo es que creció tan rápido?
Me preguntaba con nostalgia, recordando a una pequeña niña de sonrisa radiante que corría de aquí para allá con el cabello largo y alborotado. Apagué la luz, por si aquella luz molestaba sus tiernos o locos sueños de niña. Sí, porque así la veía; como una niña, la niña infantil y traviesa que siempre querré y protegeré con todas mis fuerzas.
Antes de cerrar la puerta, escuché un audible pero somnoliento "te quiero".
No paré de sonreír en toda la siesta que Konata estaba dormida, me sentía como niño en pleno carnaval, y es que, escuchar decir esas palabras a Konata me hacía sentir como si fuera el mejor padre del mundo, y me daban fuerzas a seguir con la dura, pero hermosa vida que llevamos Konata y yo.
Sonará un poco dramático que todo eso provoque unas simples palabras, pero lo que importan no son ellas en sí, sino el significado de estas y con cuánto cariño lo dicen, porque dependiendo de ello, puedes lograr cosas maravillosas…
