Hola a todos.

Algunos de mis lectores habituales se preguntaban por qué no había vuelto a publicar nuevos capítulos de "Madara, el primer Hokage." Y bueno, lo que pasa es que no me gustaba hacia adonde iba la historia, la estaba centrando mucho en OCs sin importancia y no me estaba centrando en lo que quería, siendo esto la amistad entre Madara y Hashirama, y la vida del Madara si no se hubiese loco y tratado de conquistar el mundo. Demasiado blablabla antes de ser Hokage sin centrarse en lo que importaba.

Así que esta es la historia que siento que quiero contar. Puede que sea más narración que la otra pero no sé... me siento más feliz con esta historia. Además, trataré de que no pasé de diez o doce capítulos, o sea, pequeña pero sustanciosa :)

Sólo el primer capitulo se enfocará en la vida de Madara antes de ser hokage, porque cómo es un UA me pareció que sería bueno referenciar muy bien que sigue y que no al canon, el cual no estaba completo al momento de hacer la primera historia.

Por último, este capitulo tocará mucho lo ocurrido en Naruto Shippuden 367 y 368, así que recomiendo que se los vean para refrescar la memoria.

En fin, disfruten.


La vida de cada persona es única e irrepetible. Las decisiones abren puertas al mismo tiempo que cierran millones de ellas.

Si Madara hubiese tomado una de esas puertas distintas, una decisión diferente a las que lo llevó a intentar destruir la misma aldea que él creó, si él hubiese sido Hokage en vez de Hashirama...

¿Cómo sería el mundo?


Desde muy pequeño, Madara conoció la muerte.

Incluso desde antes de que sus hermanos mayores muriesen e Izuna se convirtiera en el centro de su universo, el joven Uchiha había sido testigo de la muerte de sus congéneres, de la muerte de sus enemigos.

Esta sobreexposición a tantas penas y sufrimiento le ayudaron a volverse un hombre, incluso antes de cumplir los diez años. Ha enorgullecer a su padre cuando en ninguno de los funerales de sus hermanos derramó una sola lágrima, reconociéndolos así cómo los hombres que habían sido y no como los niños por los que tanto su madre e Izuna lloraban desconsoladamente.

Soportó con dolor oculto cómo su madre, alguna vez una bella y cariñosa mujer que se pasaba todo el día cantando y cuidando de su hermoso jardín, se desvanecía en los confines del tiempo, siendo reemplazada por un reflejo quebradizo, pálido y enfermizo, demasiado consumido en sus penas y su soledad para darles a sus dos últimos hijos aquellas sonrisas que les alegraban incluso los días más oscuros.

¿Para qué? solía preguntar la delirante madre de Madara cuando este le traía su te favorito o cuando su padre la aferraba a su pecho en mitad de la noche, cuando pensaba que nadie lo observaba, y le besaba sus cansados parpados, tratando de que ella volviese en sí. ¿Para qué tanto amor, si al final solo quedaba el sufrimiento?

Madara tampoco lloró en el funeral de su madre, pues a pesar de su triste expresión era consciente de que aquella mujer que vio nacer y morir a cuatro de sus hijos ya había partido de ese mundo desde hacía mucho, mucho tiempo.

Izuna, a diferencia de los funerales de sus hermanos, tampoco lloró en éste. Simplemente se irguió sobre la tumba de su madre y dejó algunas flores, para luego mantenerse de pie junto a su último hermano.

Su padre, quien ahora parecía mil años más viejo, debía estar orgulloso de Izuna. Madara no puedo evitar sentir como su corazón se encogía por eso.


Algunas veces, cuando la presión era demasiada y sentía que iba a explotar, ya fuese por sus responsabilidades o simplemente, por el recuerdo de lo perdido, Madara salía a un río lo suficientemente lejos de donde se asentaba su clan cómo para experimentar verdadera soledad, lejos de los ojos vigilantes de su padre, y allí se dedicaba a una tarea bastante mundana:

Volverse experto en el antiguo arte de revotar piedras en el agua.

El sonido de las piedras y el agua lo calmaban. Ese tak-tak-tak repetitivo lo distraía de su realidad y lo convertía en un simple niño de doce años, lanzando piedras para distraerse. Existían días en los que incluso se atrevía a soñar que era otra persona, tal vez el hijo de un simple granjero, cuyos cuatro hermanos mayores seguían vivos, cuya responsabilidad no era más que simplemente cultivar arroz o cuidar del ganado, pasarla bien con sus hermanos, con un padre que expresaba amor y una madre que nunca lo dejaría.

Quería ser ese niño, el cual nunca reprimiría sus emociones o que no conocería lo que era que muriese un ser querido hasta cuando fuese adulto. Pero esa no era la vida que le había tocado, solía recordar Madara a menudo. Y muchas veces odiaba al mundo por eso.

Con el tiempo, incluso la compañía de sus propios pensamientos se volvió tediosa, por eso se puso una meta que en un principio pensó que sería fácil pero resultó en iguales partes feliz, sorprendido y molesto cuando se dio cuenta de que lanzar una piedra que llegase hasta la otra orilla del río le iba a tardar un rato.

Y fue así que siempre que podía venia al río a lanzar piedras en total soledad, con una sola cosa en mente. Eso es, hasta que conoció a un niño con cara de idiota y ropa para complementar, que no resultó ser tan mala persona.

Aunque si un total llorón.


Hashirama y Madara se convirtieron muy rápidamente en los mejores amigos. Ambos habían perdido personas importantes en su vida. Ambos habían sido negados de una vida llena de amor y de la libertad de simplemente, ser niños. Ambos deseaban escapar, de vivir en un mundo en donde sus apellidos no importasen y en donde pudiesen proteger lo que les quedaba. Ambos quería un amigo con el que pudiesen mostrar su llanto cuando la tristeza y presión era incontenible.

Y aquí estaban, los dos juntos, los mejores amigos.

Tal cómo había encontrado un modo de hacer que la piedra llegase a la otra orilla, quería encontrar un modo en el que él y Hashirama pudiesen juntos encontrar una manera de llegar a la paz entre sus clanes, si es que alcanzaban a llegar a ser líderes. De construir un lugar en el que sólo existiese armonía.

Siempre sonaba cómo un tonto sueño entre amigos, cómo dos niños que jugaban a ser príncipes y tener su propio reino, pero el Uchiha debía admitir que era refrescante.

Cuando practicaban sus técnicas, cuando hablaban de tonterías, cuando se retaban entre ellos para volverse más fuertes o simplemente cómo juego, Madara no podía evitar sentir al menos el equivalente de una pequeña caricia de lo que vivir en paz y con verdaderos amigos significaba para las personas no destinadas a la guerra. De vivir la vida feliz, y dejar vivir, ser niños.

No le era tan fácil ocultar los moretones de los ávidos ojos de Izuna, quien de vez en cuando le lanzaba una sospechosa mirada o una curiosa pregunta acerca de lo que hacía en su tiempo libre. No tardó mucho tiempo antes de que la simple respuesta de Madara, —Estaba entrenando— no le sirviese de mucho.

En el futuro, por más sufrimiento y dificultades que viviese, Madara siempre recordaría estos días de su juventud con cariño. Le darían fuerzas para seguir adelante, la esperanza de un mundo mejor.

Siempre le agradecería, muy dentro de su corazón, a Hashirama por ser su amigo.


El descubrir que Hashirama, su mejor amigo, era un Senju, el más odiado y mortal de los enemigos de su clan, no fue lo que más le dolió a Madara. Después de todo, él tampoco había revelado quién era a Hashirama. Ni siquiera le importaba realmente, para ser sinceros.

Lo que más le dolió a Madara era el tener que abandonar a su amigo con promesas rotas de paz y amistad eterna, para darle en vez una amenaza de muerte, un odio que no era realmente suyo y una máscara de enemistad que reemplazaría el rostro del Madara que él había conocido durante mucho, mucho tiempo.

Su padre estaba orgulloso del recién despertado Sharingan de su hijo, pudiendo así ignorar el hecho de que obviamente Madara había intentado traicionar al clan, avisándole de la emboscada de su padre, para salvar a su amigo.

Se preguntaba, mirando la piedra con el "Emboscada, corre" que le había dado Hashirama, si aquel otro niño ahora al otro lado del río, no había tenido tanta suerte. Después de todo, los Senju no eran más que unas despiadadas y sanguinarias bestias ¿Cierto?

Si cada decisión cambia el universo, entonces el futuro no era realmente importante, solo el ahora. Cada historia, cada vida, sus glorias y penurias, dependían sólo de dos personas: el que la vive y el que la relata.

En infinitos universos, era probable que Madara decidiese seguir con el camino de odio de sus ancestros, honrando la tradición familiar para seguir una guerra interminable, al costo de su propia cordura.

En infinitos universos, Madara intenta destruir el mundo tal y cómo el mundo lo destruyó a él.

Pero en este, Madara está demasiado cansado, oh tan cansado de seguir peleando. Los recuerdos de su amistad con Hashirama, soportables para muchos otros en otros universos, aquí le pesaban a Madara cómo la muerte de sus propios hermanos.

Nunca antes se había permitido ser egoísta, excepto con Hashirama. Y ahora, que las responsabilidades volvían a aplastarlo contra el piso y hacerlo gritar al cielo, no podía sino extrañar unas tranquilas tardes hablando tonterías con su mejor amigo, junto a un tranquilo y murmurante río.

En este universo Madara, para bien o para mal, escogió darse el lujo de seguir considerando a Hashirama un amigo.


Una tarde, después de un enfrentamiento con los Senju, Madara se dirige hacia el viejo lugar en donde se encontraba con Hashirama, a quien ese el día anterior había intentado asesinar.

Bueno, al menos eso había parecido. Mientras Madara se sentaba junto al río, reuniendo elementos para una pequeña fogata y calentar un poco de té, el Uchiha empezó a preocuparse de que él hubiese actuado demasiado bien, y ahora Hashirama lo odiase y no se fijase en la nota que Madara había dejado furtivamente en su zurrón.

No era que Madara no quisiese decirle cara a cara y con sus propias palabras que lo perdonaba y que aún quería seguir siendo amigo, pero con Izuna a su lado y con el molesto hermano de Hashirama aún presente, le era algo imposible tener cualquier tipo de conversación civilizada en aquel momento con el Senju, especialmente en medio del campo de batalla.

Había además planeado ver de nuevo a Hashirama, en aquel lugar. Su familia no sospechó mucha aquella vez pues Madara solía querer estar sólo para meditar tras las batallas, pero aun así no debía retar a su suerte. Era probable que si volvían a verlo con el Senju, lo ejecutaran por traición, por lo que esta vez se aseguró de dejar el menor rastro posible.

Dios quisiera que Izuna, quien era quien más lo conocía y quien podía fácilmente predecirlo, no se le ocurriese seguirlo.

La tarde se convertía rápidamente en noche, las estrellas y la luna ya asomándose, y el Uchiha sentía una decepción abrumadora. Hashirama no vendría, y ahora su amistad se vería oscurecida por el odio para siempre.

¿Y si era que Hashirama de verdad pensaba que la pelea había sido en serio? Bueno, tendría que dejarle otro mensaje. No debía sacar conclusiones tan rápido.

O tal vez Hashirama ahora intentaría matarlo, a pesar de su antigua amistad, y traía consigo un pelotón para acabar con él. No, el nunca haría eso, no el Hashirama que conocía.

¿Pero y si había cambiado?

Los pensamientos de Madara eran cómo una red enmarañada, demasiado complicados cómo para desenredarlos. Tan profundos eran que no se percató, a pesar de su intuición y su gran sensibilidad al ambiente, de que alguien estaba detrás de él.

—¿Ma-Madara? — escuchó llamar con voz insegura su nombre. Una voz conocida que esta vez no gritaba su nombre con ira, o estaba enfocada en un bramido de dolor o tristeza.

Madara se giró con rapidez para ver a su amigo, por primera vez en muchos meses, parado frente a él. Este era su amigo, sí, el niño idiota vestido para complementar, no el soldado con el que tantas veces había tenido que luchar.

Podía apenas ver pocas facciones de Hashirama, puesto que la fogata para él té si apenas iluminaba y la luz de la luna no ayudaba mucho, pero aun así podía percibir tanto la felicidad cómo la inseguridad del Senju reflejados en su postura. Hashirama estaba listo para el ataque, listo para que aquel que antes lo llamaba su amigo intentase matarlo de nuevo Y si debía ser sincero, también lo estaba Madara.

Madara no pudo evitar sentirse en parte triste y enojado, a pesar del alivio que experimentaba al ver que Hashirama había decidido darle una oportunidad más para probar su confianza, y viceversa. Triste, porque pasaría mucho tiempo para que su amistad volviese a ser tan estrecha cómo antes, ahora que sabían quién era el otro y las implicaciones de eso.

Enojado no, furioso, por dentro porque ¿qué derecho habían tenido los adultos, sus propios padres, para dañar algo que fue construido tan cuidadosamente por él y Hashirama, pisotearlo y restarle importancia, cuando era lo único que muchas veces los hacía feliz?

Madara dejó salir un suspiro frustrado. Dándose la vuelta para sentarse de nuevo junto a la cálida fogata, el Uchiha tomó la tetera y se sirvió algo de té. Cuando Hashirama no se acercó hasta donde él estaba, Madara le envió una molesta mirada por encima de su hombro, sobresaltando un poco a Hashirama.

—¿Qué estas esperando, Hashirama, que te sirva yo él té? Creía que sabias cómo servírtelo tú mismo, aunque si en el tiempo que estuvimos separados te volviste más idiota de lo que eras y hasta eso ya no eres capaz de hacer, sólo tienes que decírmelo.

Madara se volteó a mirar hacia el cielo, un poco asustado de que sus palabras, las cuales él había pronunciado con falsa molestia y rudeza intentado asemejarlas a los viejos tiempo, no consiguieran sino ahuyentar al Senju.

Para su gran alivio, Hashirama soltó una carcajada y se apresuró a sentarse junto a él, sirviéndose también un poco de té.

—Lo siento, Madara. Es que cómo siempre de quejabas de ser tan sensible, pensé que si me acercaba mientras te servías, te echarías encima el té y luego me culparas por eso.

El Uchiha sonrió. En la voz de Hashirama podía escuchar también la misma inseguridad que el sentía, cómo dos actores intentando repetir una obra que solían presentar continuamente ya hace mucho pero que ha sido en parte olvidada, cuyos diálogos eran ahora difíciles de recordar, y se sintió en parte aliviado.

Ambos estaban haciendo un esfuerzo aquí, no sólo él. Y por eso, podía sentir que Hashirama y él estarían bien.

Si, estarían muy bien.

Aunque era una lástima que Hashirama fuese todavía un llorón, cómo pudo comprobar en futuras reuniones. Intentaba no pensar en que tan reales eran o no las depresiones de Hashirama, o si tan sólo eran fingidas y hechas para distraerlo. Sinceramente, Madara no quería que esa idea le importase, pero era consciente del soborno emocional de Hashirama.


El tiempo pasó y volvieron a hacerse buenos amigos, aunque esta vez no eran tan ilusos.

En el campo de batalla, era cómo si no fueran ellos mismos. Se daban golpes y tiraban a matar, tal y cómo dos enemigos de toda la vida esperarían, como sus padres y hermanos esperarían.

Pero en la soledad de la orilla del río, cuando podían reunirse, se la pasaban riendo, entrenando o cuando las heridas eran demasiado graves, simplemente disfrutando de la callada compañía del otro. Nunca hablaban de las batallas que acababan de tener el uno contra el otro, ya habían tenido suficiente con tanta muerte en sus clanes cómo para que se convirtiese en un tema apropiado para charlar.

Tampoco hablaban de las heridas que se causaban mutuamente. Ambos sabían que debían intentar matar al otro en el campo de batalla. Cómo soldados, no debían ni dudarlo.

Algunas veces hablaban de su antiguo sueño, el de construir una aldea en donde ambos clanes pudiesen vivir. El cómo y el por qué cambiaban cómo las estaciones, pero al igual que el bosque y el río, siempre eran la misma idea, en el fondo. Y sin importar que tan caliente o frío estuviese el día, siempre hacían el mayor esfuerzo para reunirse.

Así pasaron un par de años bastante ajetreados. Eventualmente, el padre de Hashirama murió en batalla, en manos del padre de Madara, y Hashirama se convirtió a edad temprana en el líder del clan.

Durante ese tiempo, Hashirama faltó a un par de reuniones con Madara, este último temiendo de que su amigo quisiese alejarse de él, pero cuando el Senju volvió excusándose y explicando que no le sería posible volver tan seguido debido a sus responsabilidades cómo líder, todo estuvo perdonado.

También las responsabilidades de Madara crecieron, cuando su padre cayó enfermo. No sabían si era que había sido envenenado, o que simplemente a su avanzada edad de 32 años el cuerpo de Tajima había soportado ya demasiado abuso cómo para de seguir adelante, pero por más que Izuna y Madara lo cuidaron, su padre murió postrado en una cama, adolorido y llamando desesperadamente a su esposa hasta su ultimo aliento.

Fue entonces cuando la vida de Madara se complicó mucho, mucho más. Ya entendía lo que quería decir Hashirama cuando se excusaba por no poder reunirse con él. Había tantas cosas, desde grandes hasta pequeñas responsabilidades que debía cumplir Madara que sentía en algunos días que iba a enloquecerse. Gracias a los cielos tenía uno de los primos de su padre, Kori, cómo consejero superior y guía sus travesías diarias por el complicado sistema de administración del clan Uchiha.

Sus reuniones con Hashirama se volvieron más escasas, más breves pero más significativas. Y un poco más agitadas.

Siendo líderes de dos bandos enemigos, incluso en su pequeño santuario no podían evitar recordar quién era el otro. No podían evitar pensar "Ese es el hombre que envía a los suyos a morir" o "Ese es aquel que mata a mis hermanos, que hiere a mi gente, parte de esos salvajes". Debido a estos pensamientos, dejaron de traer té a sus reuniones y lo reemplazaron por sake. Nunca tomaban lo suficiente para emborracharse, pero si cómo para que el ardor del alcohol les hiciese tragarse cualquier tipo de frase hiriente o hostil hacia el otro.

Era un esfuerzo aun mayor por mantener la amistad y las conversaciones civilizadas. Ambos sabían lo difícil mantener la paz y pensaban que si ellos, supuestos enemigos mortales, podían mantener una pacífica amistad, sus clanes también podrían.

Hashirama y él cumplirían su sueño, cómo amigos que eran, cómo casi hermanos. Ningún niño tendría que ir a la guerra cuando convencieran a sus clanes de hacer el tratado de paz. La aldea sería segura y todos vivirían en felices. Nada los detendría.

O al menos eso pensaba Madara. Hasta que murió Izuna.


El maldito idiota de Hashirama, en su maldita he idiota idiotez había dado su discurso de—Unamos nuestras fuerzas—mientras Madara tenía a un sangrante Izuna en su hombro, quitándole valiosos segundos de su tiempo he impidiéndole llegar más rápidamente a un sanador para que salvara a su hermano. Tal vez había sido para que Tobirama, el culpable de la herida, escuchase por fin sus palabras y plegarias, haciendo ver como si el clan Uchiha se unia por desesperación al Senju.

Pero el Uchiha estaba demasiado distraído intentando sacar a Izuna de aquel desolado campo cómo para escuchar una sola palabra que salía de la boca de Hashirama y se alejó apresuradamente del lugar.

Pero no fue lo suficientemente rápido, he Izuna murió aquella misma noche. Y con su muerte, Madara ganó el Mangekyo Sharingan eterno.

Jamás pensó que ganar tanto poder le importaría tan poco.

Al otro día lo sepultaron. El líder Uchiha se sentía entumecido, distante al evento. No fue sino que cayó la noche, la primera noche de su vida en la que estaba realmente solo, en la absoluta solead dentro de su casa, cuando Madara sintió por primera vez lo que era realmente el odio.

Odiaba al mundo que lo forzaba a vivir en constante sufrimiento, odiaba a su clan y al Senju que después de tantos siglos de lucha interminable, ahora eran todos culpables de arrebatarles a quien él más amaba, a los desertores que después de tanta muerte lo señalaban a él, cómo si él hubiese empezado la guerra de sus ancestros, cómo culpable de todo lo malo que ocurría.

Odiaba a Tobirama, ese maldito asesino, a Hashirama, por no haberlo evitado, y por sobre todo a sí mismo, por haber no haber actuado con mayor rápidez.

Esa noche, Madara bebió más sake del que debía, gritó de la ira hasta que enmudeció, se jaló el cabello hasta arrancárselo, se arañó la cara hasta sangrar, lloró por la tristeza y soledad que sentía y destruyó la mitad de su casa, volteando mesas, rompiendo tazas y quebrando todo lo que tuviese la capacidad de quebrarse.

Nadie se atrevió a hacerle frente, y su ola de destrucción siguió hasta que Kori, su consejero, le dio un golpe en la cara, apareciendo de la nada y posiblemente atraído por el ruido. El joven Uchiha cayó al suelo, demasiado cansado para seguir luchando contra el mundo.

Kori, siendo uno de los pocos que comprendía totalmente el dolor de Madara, lo tomó en sus brazos y dejó que el adolorido líder Uchiha llorase cómo un niño contra su pecho hasta que quedase dormido. Madara nunca se lo agradeció, y tampoco es que lo recordase demasiado, pero podía entender gracias a esta acción que todavía había alguien en su familia que veía por él.

Pero el intenso dolor que tenía por dentro, su odio, era demasiado como para dejarlo ver de nuevo el mundo claramente.


La guerra se volvió más despiadada que nunca, al igual que Madara. Gente de su clan seguía desertando, pero a él no le importaba. Ya nada le importaba.

Casi todos los días, tanto despierto cómo soñando, quería matar y reducir a cenizas a los Senju. Desaparecerlos a todos ellos del mapa, borrarlos de la existencia, Hashirama y Tobirama incluidos.

Pero había también días, muy pocos, contables con solo los diez dedos de sus manos, en que quería perdonar a Hashirama. Quería ir hasta su santuario al lado del río, lugar tan sagrado para él que ni en su odio se atrevía a manchan con la sangre de nadie, reunirse con Hashirama y hacer un maldito tratado de paz. Pretender que Izuna nunca había existido, que Tobirama no lo había matado, que podían vivir en paz.

Pero Izuna si había existido, su hermano querido, ahora fallecido, y sin él, el mundo de Madara no era más que cenizas.


Una tras otra llegaban cartas de Hashirama proponiendo la paz. Una tras otra eran quemadas tranquilamente por Madara, quien solía ver esto cómo un buen pasatiempo. Sentarse a beber algo de sake y quemar algunas cosas. Sí, bastante bueno.

No le importaba lo que aquel Senju tuviese que decir. El Madara que haya hacía poco hubiese aceptado la paz, pudiendo por fin celebrar en ojo público su amistad con Hashirama, estaba tan muerto cómo alguna vez lo estuvo su madre.

Ya nada más poblaba su mente que su venganza contra los Senju. Ya no disfrutaba ni de beber, ni del sexo o de la comida. Ya no descansaba, pues sus sueños no le traían confort, y cada día, a pesar de su poder en crecimiento, estaba más cansado de vivir, más exhausto de respirar. Sólo su ira y su odio lo mantenían a flote.

Kori, leal cómo siempre a su familia a pesar de su vejez, intentaba frenarlo de su espiral en caída hacia su destrucción, pero poco lograba con sus fuertes y preocupadas palabras. El mundo de Madara era cenizas ahora, después de todo. No era sino digno de él de convertirse en lo mismo.


Madara, fuimos amigos.

Madara, tuvimos el mismo sueño.

¡Madara!

Las palabras de Hashirama resonaban en su cabeza mientras el yacía ahí en el suelo, herido y roto al igual que su alma. Sus ojos se humedecieron, nublando su mirada he impidiéndole ver el resplandor del sol sobre él. No pudo vengar a Izuna, no pudo matar ni a Tobirama ni a Hashirama. Pero por alguna razón, estaba aliviado en parte de lo último.

Lloraba más que todo era por su vida perdida, la de su hermano y la de muchos otros. Y por el miedo intenso que tenía, no por morir en sí, sino de ver todos los buenos momentos de su vida, sabiendo que la mayoría estarían habitados por Hashirama y su familia ahora muerta.

El recuerdo de una amistad perdida y la posibilidad de lo que pudo ser, serían sin duda peor que el mismo infierno.

Alrededor suyo, podía escuchar muchos pasos y sonidos metálicos, posiblemente de armaduras. Hashirama era el único borrón rojo junto a él, respirando tan entrecortadamente cómo él mismo, pero evidentemente con más fuerzas.

—Madara. —escuchó decir a Tobirama, viendo sin mucha precisión cómo el peliblanco alzaba una espada. —Se acabó.

—¡Espera, Tobirama! —ordenó firmemente el líder Senju, sorprendiendo a todos los presentes, Madara incluido.

Enfurecido y confundido, Tobirama miró a su hermano. —¿Por qué no hermano? ¡Es nuestra oportunidad!

—Te he dicho que no. —respondió venenosamente Hashirama.

¿Qué era lo que detenía a Hashirama exactamente? ¿La larga y antigua amistad entre ambos líderes, rota hace tan poco? ¿La aceptación del odio de Madara? ¿La esperanza de una nueva oportunidad de paz?

Una vez más, Madara se sentía muy cansado. Pero ahora podía respirar claramente, el odio también cansado de existir, y de decidir qué era lo que quería en la vida tal y cómo lo había hecho cuando decidió seguir con su amistad con Hashirama, hace ya tanto tiempo.

Madara decidía morir. Ya había llegado hasta su límite, no quedaba nada más para él.

—Hazlo de una vez…Hashirama. —pronunció con dificultad Madara, casi rogando. —Estaré satisfecho si eres tú… quien me mate.

Tú, mi mejor amigo. Tú, mi peor enemigo. Tú, quien representa todo lo que odie en mi vida pero todo lo que ame en un hermano, aunque nunca lo hayas sido. Por favor, acaba conmigo de una vez.

—No te hagas el duro, Madara.— respondió a sus plegarias Hashirama, con un tono serio que traicionaba a sus preocupados ojos. —Si te matase, muchos jóvenes Uchiha te seguirían.

—Tonto…Hashirama.— dijo con creciente dificultad Madara y tono amable. El Senju no lo entendía. ¿Por qué habría de hacerlo? La separación le impedía saber la verdad.—Ya no hay…nadie con tanta convicción…Hashirama…Estoy solo.

—Claro que los hay. Y aunque no los hubiera ¿No crees que sea hora de acabar con esto?

Madara observó cansado al Senju. Hashirama se veía muy serio y algo desesperado.

—¿No juramos que crearíamos nuestra aldea, Madara?¿Que cumpliríamos nuestro sueño?—¿Para qué, Hashirama? ¿Para que aferrarnos a algo con amor si se nos será arrebatado? —Madara, por favor, dame otra oportunidad. Una última oportunidad. Déjame cruzar piedras contigo en el río de nuevo, Madara. Sentarnos y tomar sake en una noche de verano, tal vez hasta emborracharnos. Escúchame ,Madara.

—Es imposible Hashirama…yo no soy cómo tú. —No soy tan fuerte, Hashirama. No puedo soportar más.

Estoy demasiado cansado.

Mis hermanos han muerto.

—Estoy…solo. — repitió Madara con tristeza.

—No Madara. Por favor, escúchame, haré lo que quieras. — rogó Hashirama.

¿Lo que quiera, eh?

Mata a tu hermano.

Sufre mi soledad.

—Dejame…morir.— optó por decir Madara, ignorando a los oscuros susurros dentro de su cabeza. A nadie, ni siquiera a un Senju, y menos a éste Senju le pediría hacer algo tan cruel. Una cosa es que asesinen a alguien que amas, otra es hacerlo tú mismo.

Hashirama miró atentamente a Madara, quien cuyos ojos comenzaban a cerrarse, demasiado exhausto para mantener esa conversación. De repente, el Senju tomó la mano de Madara, sorprendiendo a todos los presentes por la brusquedad, y puso en ella un kunai.

Madara, ahora bien despierto, lo miró confundido.

—No tengo más… fuerzas para matarte, Hashirama.

—Pues tendrás que hacerlo— respondió iracundo Hashirama.—Maldito bastardo. ¿Cómo te atreves a pedir que te deje morir? Tú, mi mejor amigo, mi hermano.— la voz de Hashirama al final se asemejaba al siseó de una serpiente.

— Yo intenté…matarte…

—¿Y sabes que, Madara? No es la primera vez. Quedas perdonado ahora y para siempre por todos tus intentos de matarme. Pero ni creas que te dejaré ir sin antes quedar a mano.

—¡Hashirama!— bramó escandalizado Tobirama, comprendiendo lo que quería hacer el mayor. A Madara le hubiese gustado tener suficiente sangre cómo para hacerlo.

—¡No te metas, Tobirama!— gritó furioso Hashirama, deteniendo a Tobirama. —…Esta es mi decisión.

Hashirama sacó de su zurrón otro kunai, acercándose lo suficiente como para que pudiese apoyar el kunai que era sostenido por él y Madara en su garganta, y para que él pudiese apoyar su otro kunai en la garganta de Madara.

Solo así entendió el Uchiha.

—Hashi…Hashira…—intentaba decir desesperadamente Madara, a la vez que con todas sus fuerzas intentaba alejar su mano de la garganta del Senju, pero el otro no lo dejaba.

No, eso no era lo que quería. Ya no.

—Uchiha Madara.— llamó seriamente Hashirama. —Yo, Senju Hashirama, no permitiré que seas tú, mi mejor amigo, el último soldado muerto por este conflicto. Si la historia ha de recordar este día es que Madara fue vencido honorablemente en batalla y Hashirama cayó con él.

El silencio que prosiguió a esas palabras fue abrumador. Nadie se atrevía a moverse o a pronunciar una palabra. Ni siquiera Tobirama, quien ahora veía toda la escena con horror, podía creer la locura de su hermano.

Pero Madara tan sólo podía mirar a los ojos negros de su amigo, los cuales brillaban con una determinación nunca antes vista por el Uchiha.

—Nuestro sueño era construir la aldea juntos. Sin mi mejor amigo, para mí eso es sueño de otros.— susurró Hashirama.

A Madara se le humedecieron los ojos al tiempo que con todas sus fuerzas negaba con su cabeza, intentando con las pocas fuerzas que tenía de parar toda esa locura.

—Hashirama…—jadeó Madara, el mundo tornándose oscuro en las orillas. Estaba tan exhausto.—No permitas que… alguno de los dos…tiene que triunfar en la vida…sin ti, tu clan…mi clan…

—Madara, si no es mi muerte lo que quieres, y si yo no puedo matarte, entonces ¿aceptarías otra propuesta?

Si hubiese tenido más fuerzas, Madara hubiese sonreído. Por accidente, había convertido a Hashirama en un maldito bastardo sobornador emocional. No más noches de juegos de cartas con el Senju, nunca más.

—Acepta la paz con mi clan, Madara. Sino…

Cuando Madara se tardó en contestar debido al esfuerzo, Hashirama repitió de nuevo la maniobra del kunai, pero las palabras de Madara lo detuvieron.

—Ya has…probado tu valor, Hashirama…Acepto el… acepto…

Pero Madara nunca pudo terminar esas palabras, cayendo inconsciente debido al cansancio.

En la lejanía, escuchó que alguien llamaba su nombre, pero no pudo despertar. Estaba demasiado cansado, pero sentía algo de esperanza cuando el mundo oscuro de su alrededor no se tornó blanco. Sabía que seguía vivo y que sería bueno darle a la vida otra oportunidad.


Unas semanas después, un recién recuperado Madara y un feliz Hashirama firmaron un tratado de paz, dándose la mano públicamente.

Mientras estaban así, Madara le envió una molesta mirada a Hashirama, indicándole que no le gustaba para nada su sonrisa de idiota, y Hashirama tan sólo sonrió más ampliamente. En conjunto con sus ropas nuevas, el Senju se veía más idiota de lo normal, pero eso era parte de lo que significaba ser Hashirama, entendía Madara.

Ambos habían sufrido mucho antes de llegar hasta aquí, muchos habían muerto, pero por fin tendrían paz. Formarían una aldea.

Y Madara no pudo evitar sentir por primera vez en mucho tiempo, que estarían bien.


Bueno, ahí esta. Cómo dije antes, pienso seguir esta historia y terminarla antes de tener diez o dice capítulos. Por favor, si tienen recomendaciones o criticas constructivas, las acepto con gusto.

No sé si terminaré la primera historia pero quien sabe. No quiero hacer enojar a mis lectores, sino que entiendan que tal y como los dibujos, a veces uno siente que uno puede hacerlos mejor con el paso del tiempo.

Y lol, no fue hasta que termine este capitulo y revisé la primera historia que me di cuenta que esta termina, la ultima frase, cómo un total opuesto de la original. O el último párrafo, no me acuerdo bien... Uds entienden XD