Esa mañana de Navidad se respiraba felicidad en La Madriguera entre el bullicio de los invitados que, aquella Navidad, habían decidido pasar juntos, como una gran familia; no solo estaban todos los Weasley, también se encontraban Harry, Hermione, sus padres, Hagrid, Andrómeda con el pequeño Teddy, de 20 meses, Fleur, quien era una Weasley más, y la pequeña hija que tuvo con Bill, Victoire, quien tan solo contaba con 7 meses de edad. Todo había comenzado como una Nochebuena más, una riquísima cena de Molly, una gran fiesta y una buena charla frente a la chimenea pero, a la hora de la partida, tanto el señor como la señora Weasley habían insistido en que sus invitados pasaran allí la noche.
Tras el delicioso desayuno en el que todos colaboraron un poco y un par de hechizos que limpiaron los platos, vasos y cubiertos que habían usado y otro par que se encargó de colocar los colchones, mantas y almohadas que algunos invitados habían tenido que utilizar, todos se dedicaron a sus tareas normales que, el día de Navidad, consistía en reunirse frente a la chimenea e intercambiar regalos. La señora Weasley, como acostumbraba, había tejido un jersey para todos sus hijos, para los invitados que habían asistido, intuyendo desde antes de la Nochebuena que todos se quedarían, y para quien todavía no había llegado; Audrey, la novia de Percy y Angelina por la que George había comenzado a sentir algo pero se sentía incapaz de dar el paso por el fantasma de la risa de su hermano cuando bailaba con ella en aquel baile de Navidad durante el Torneo de los Tres Magos. Los pequeños fueron quienes más regalos recibieron, siendo en su mayoría juguetes que Teddy no tardó en usar.
Al llegar el turno de Ron, quien tenía que darle su regalo a Hermione tras ser obsequiado con una escoba nueva, este sonrió.
–¡Hermione! Haz las maletas, mañana nos vamos de viaje.
Hermione miró a Ron desconcertada, ¿un viaje? ¿Cuándo habían planeado eso? Ron se rió al ver la cara de la joven.
–Son unas vacaciones, mujer, cambia esa cara.
–¿Se puede saber a dónde vamos, Ronald Weasley?
–¡Sorpresa! No, no intentes hacer magia conmigo, el legeremens no servirá esta vez. Yo tampoco sé dónde vamos.
Hermione lo miró más extrañada aún, y no solo ella, la mayoría de los invitados miraban al pelirrojo con el mismo semblante desconcertado. Harry, por su parte, conociendo a sus dos amigos solo podía reprimir la risa, seguro que iba a ser un viaje bastante divertido, no podía esperar a escuchar las anécdotas de un lugar "inesperado". Ron se encogió de hombros, sonriendo tanto a su novia como al resto de invitados, en especial los padres de ella y cedió su turno a su amigo pelinegro para que hiciese entrega de sus regalos. Miró a Hermione quien seguía con la misma mirada en sus ojos; para tranquilizarla y hacerle saber que era un buen plan, le besó dulcemente.
Al otro lado del océano, un joven semidios se despertaba siendo aún de noche debido a un extraño ruido fuera de su cabaña en un Campamento diseñado para chicos y chicas como él; el Campamento Mestizo. Saltó de su cama y sacó un bolígrafo del bolsillo, acercándose con lentitud a la puerta, dispuesto a atacar si era necesario. Una sombra se movía en el exterior, logrando estar cada vez más cerca de su posición. Destapó el bolígrafo y en menos de un segundo una espada reposaba en el mismo lugar que había estado antes el instrumento de escritura.
La luz proyectada por el afilado metal le dejó entrever a quién se acercaba. Bajó la espada, algo confundido y a la vez sorprendido.
–¿Tyson?
–¡Hermano!
–¿Qué estás haciendo aquí, grandullón? –preguntó él, abrazando a su hermanastro que había llegado a la puerta de la cabaña número 3, Poseidón.
–Tyson viene a ver a Percy por Navidad, te traigo un regalo.
–Son las cuatro de la mañana, Tyson…
–¡Sí! –exclamó Tyson emocionado, alargando la i–. Ya es navidad.
–Sí, así es –Percy sonrió–. Feliz navidad, grandullón.
–Feliz Navidad, Percy –respondió Tyson abrazándole de nuevo con tanta fuerza que Percy creyó que iba a romperle los huesos–. Oh, casi lo olvido–recordó Tyson soltándole–. Papá te desea una feliz Navidad y te envía esto –le tendió una concha que, al abrirse, mostraba un tridente–. Yo también tengo una, mira– mostró orgulloso un colgante, una réplica similar a la que Percy tenía en sus manos.
Percy estaba emocionado con el regalo de su padre, no estaba acostumbrado a detalles de ese estilo por parte del dios de los mares y además Tyson estaba allí.
–¿Quirón sabe que estas aquí? –inquirió Percy, fue entonces cuando se oyó el sonido de unos cascos de caballo que Percy ya conocía, se giró hacia el lugar de donde provenía el ruido y vio al centauro.
–Buenas noches chicos –saludó.
–Quirón –Percy le dedicó un gesto de cabeza que indicaba más su sueño que la educación hacia su antiguo profesor.
–¡Pony!
–Centauro, cíclope. Me alegro de verte tan bien, Tyson, tu padre me dijo que vendrías. Recuerda venir mañana a la Casa Grande para rellenar los papeles, ahora a dormir, dejad de hacer ruido o despertaréis al resto de campistas.
Percy arrastró los pies hacia el interior de la cabaña dirigiendo a Tyson con la mano en la espalda. El cíclope se sentó en su cama y Percy volvió a su litera. Se tumbó bocarriba, mirando el móvil de hipocampos que Tyson hizo un par de años atrás. No se daba cuenta de cuánto echaba de menos a Tyson hasta que volvía a verlo. Iba a hacer que aquellas fueran las mejores Navidades que pudiese recordar con Tyson y, por supuesto, Annabeth. Echaría de menos a Grover y a su madre, pero esperaba poder hablar con ambos por un mensaje Iris. Se giró sobre si mismo para mirar a Tyson.
–Tyson, ¿no traes equipaje?
–No, me necesitan en las fraguas, volveré mañana por la tarde.
–¿No estarás por la noche? –Tyson negó con la cabeza. Percy bajó de la litera y se sentó a su lado.
–Entonces más nos vale no desaprovechar el tiempo.
